Mario Gorenstein decidió escribir su propia historia. Y al igual que Nehemías Resnizky, aportaron (ambos) su mirada e histrionismo a narrar lo que quisieron dejar asentado como la historia oficial, en todo caso aquella que los deja bien parados y deja sosegadas algunas acciones que podrían arrastrar algún tipo de duda sobre sus pensamientos u acciones dirigenciales.
Es cierto que a Resnizky y a Gorenstein les tocó lidiar con algo impensado como fue la perversión en su máxima expresión de un gobierno dictatorial que, para cumplir con su cometido, no dudó en hacer desaparecer a la oposición y potenciales detractores. Ellos no son responsables de ello, sino de seguir negando la gravedad de aquella época, de no mostrarse humanos ante la tragedia y reconocer sus propias imposibilidades humanas sumadas a algunas buenas intenciones y errores (como mantener a un ex funcionario -judío él- que trabajó para la dictadura cívico-militar en la provincia de Neuquén, que luego se desempeñó como una de las dos personas que tomaban las denuncias que los familiares de los desaparecidos de origen judío acercaban a la DAIA, considerada, aún, un espacio esperanzador en el que trataron de encontrar algún tipo de protección o refugio a sus esperanzas por encontrar a sus familiares vivos).
Gorenstein, como Resnizky, no deja entrever públicamente sus dudas e interrogantes. De hecho habla en su libro de un “régimen militar carente de escrúpulos”. Más adelante, escribió que “… la DAIA no hace prédica, pero no se mantiene silenciosa ante los hechos si bien toda acción debe ser evaluada, exhaustivamente, ya que la comunidad está necesitada de absoluta prudencia… No fuimos complacientes. No dejamos de ir, una y otra vez, con nuestros pedidos, no siempre exitosos en sus resultados…”
Un olvido de Gorenstein
WikiLeaks impulsó la tendencia de evaluar los grados de coincidencia de los dichos públicos de los dirigentes con sus verdaderos pensamientos. Y ambos se miden por el resultado final de sus acciones o inacciones políticas y públicas. Pero la desclasificación no comenzó con WikiLeaks. El Departamento de Estado de Estados Unidos ya lo hizo con algunos documentos esclarecedores sobre las actitudes puestas en palabras de la dirigencia judía durante la época de la dictadura.
De ahí las principales contradicciones que aún deben explicar, y que ni Resnizky ni Gorenstein hicieron. Con fecha 13 de febrero de 1981, en un documento desclasificado, el narrador de la embajada americana en Buenos Aires cuenta sobre un encuentro sostenido en la residencia del embajador de los Estados Unidos con dirigentes judíos en la que se habló sobre la “Situación de la Comunidad Judía de la Argentina”.
Por la colectividad local asistieron Mario Gorenstein, Manfredo Baumatz (que ya estuviera en la comisión de Nehemías Resnizky), Edgardo Gorenberg, Marcelo Stein y Alex Rubin (estos dos últimos de la B´nai B´rith). El encuentro se produjo con los senadores americanos, integrantes de la Comisión de Asuntos Exteriores, Pell Claiborne, Williams Harrison, Barry Sklar y Townsend Friedman.
En el informe, cuyo documento acompaña a este artículo, los dirigentes locales volvieron a ratificar que la vida judía se desenvolvía normalmente, “sin interferencias”, afirmaron. En el punto “B” del escrito, el relator detalló que se mencionó que: “El número de judíos que desapareció probablemente no está muy lejos de la proporción sucedida en la clase social que produjo los terroristas y subversivos en la clase media, alta, universitarios e intelectuales”. Versión libre de traducción mediante, esta comparación fue lamentable porque omitieron evaluar que para el judaísmo cada persona es un mundo único e irrepetible.
Y, ya puesta a revisar la historia, los casi 2000 argentinos de origen judío desparecidos, numéricamente (no persona a persona, como individuos) son incomparables con los 17 de origen japonés ó 23 de origen armenio.
Comunitariamente hablando, la comunidad judía, la minoría de origen judío, fue la más golpeada por la dictadura cívico-militar. Y si bien ese dato tal vez no podía considerarse en ese momento, a la luz de las investigaciones y el tiempo transcurrido, era de esperar algún otro tipo de evaluación política de Gorenstein, uno de los dirigentes que más información debe de disponer sobre los tristes sucesos de aquella época negra.
Resnizky y Jacobo Kovadloff, otros dos dirigentes trascendentes de aquella época ya no están para enmendar el silencio mantenido. Pero ya que Gorenstein hace mención, en su libro, a la nota publicada en Nueva Sión que en su edición de enero-febrero de 2008 reproduce un artículo de Herman Schiller censurado por Página/12, sería bueno, prudente y políticamente correcto que haga uso de su buena memoria y archivos para descorrer algunos de los velos oscuros que le ha tocado atravesar durante su época de oro como dirigente.
Resnizky y Kovadloff dejaron algunos hilos desflecados, como el encuentro sostenido entre octubre y noviembre de 1975 con el almirante Massera, en el que les anticipó a los dirigentes de la DAIA el futuro golpe de Estado. ¿Qué otros sucesos estará ocultando Gorenstein pensando que el silencio es el mejor cuidado de la comunidad organizada? Sólo es una pregunta cuya respuesta sólo puede satisfacer este “testigo y protagonista”.
- Periodista, ex director de Nueva Sión y autor de “Zikarón-Memoria. Judíos y militares bajo el terror del Plan Cóndo”’, de Ediciones del Nuevo Extremo.