Carta de un argentino en el exterior

Elecciones sin candidatos

Pesimista es el que cree que todo va a salir mal, el que siempre dice “no va a poder ser” cuando te ve encendiendo el fueguito para el asado, en un día apacible y una caja de 222 fósforos de madera que bastarían para asar la entraña aun si te faltaran la leña seca y el buen carbón. Mi vida no ha estado precisamente afectada por el pesimismo, y vos lo sabés. Lo que querés es que te diga que todo va a salir bien y sana, sana, colita de rana, si no sana hoy sanará mañana. Entonces pedile, no sé, a Kirchner, que te diga lo que piensa. El es un ganador, él está seguro de que todo le va a salir bien porque no está dispuesto a renunciar a nada para ganar. Ahora podrá cambiar, de coche, de casa, de amante, de cara, como antes cambió Menem, como tantos otros, como el casi millón, acaso dos millones, que lograron meterse a codazos en el colectivo o al menos colgarse del estribo. Pero no me digas que la hija de tu amiga se quiso suicidar cuando llegó mi artículo anterior. Al desastre de Guernika lo hicieron los nazis, Picasso se limitó a pintarlo.

Por Jaime Naifleisch (Desde España)

Lo cierto es que lo único que no tiene solución es la muerte, porque la muerte es solución por excelencia. Todo lo demás es conflicto, dilema, problema, cuestión, asunto a resolver. Y todo asunto que acaba resuelto da lugar a nuevo asunto por resolver, los asuntos vitales no tienen solución si vamos a hablar con propiedad. Cuando le encontramos salida solemos toparnos con el mismo a la vuelta de la esquina, y casi siempre mucho más encarajinado; cuando resolvemos de verdad, lo que nos encontramos es otro asunto. Porque le vida es cambio, y cada momento supone un nuevo desafío, no necesariamente trágico, no siempre tremendamente enredado, angustioso, fronterizo con el desastre. Lo contrario es justamente la solución, después de muertos ya no hay asuntos que afrontar. Ni que disfrutar. Seguimos vivos ¿no?

Mundo de Hombres

Yo no he dicho nunca que la Argentina, que los problemas de los argentinos no tengan resolución, por su naturaleza de problema, porque como tales problemas sean inabordables. Porque nunca se me ocurriría algo así. Sea porque mientras continúa la vida, y bien que continúa, que siguen naciendo chicos, que los chicos crecen, lo que hay es asuntos por resolver; sea porque en sí mismos los asuntos que nos atabalan son perfectamente atendibles, superables, habida cuenta nuestros recursos, los de la formación laboral y la inteligencia de los argentinos, los de las reservas materiales que brinda la naturaleza, los del Capital acumulado por las generaciones, los de las posibilidades que ofrece el mundo, el Mercado Mundial del que formamos parte. Y son superables dado que nosotros mismos los hemos creado, no una entidad sobrenatural, aquí no hay misterios aunque pueda haber enigmas, aquí no hay nada definitivo aunque haya habido tanto daño.

Los miserables

Lo que sucede es que tenemos que empezar por comprender la naturaleza de lo que nos afecta tan negativamente, y dejar de pensar que es incomprensible, misterioso, resultado de errores y simples latrocinios sostenidos, como pretenden con desfachatez procaz los compinches de los que lideran el país. Por ejemplo los beneficiarios españoles de esa catástrofe que añaden, además, que lo que hay es el resultado de lo que nos merecemos “por haber querido vivir por encima de sus posibilidades”, esto es, que el quinto productor mundial de alimentos , ubérrimo de agua, sentado sobre 20 de los 22 minerales estratégicos, autosuficiente en energía y capaz de ofrecerla a decenas de países, con un altísimo desarrollo de sus fuerzas productivas (conocimientos de los trabajadores), con frutos de tundra y pampa, tropicales, de secano y pantano, de agua salada y dulce, que completan una dieta potencial incomparable, nos merecemos el hambre de la mitad de los habitantes, la desesperación de otro tercio por no sumarse a aquellos, y todas las taras derivadas de la decadencia.

Mea culpa

Y para dejar de hacer el tonto se impone admitir que lo que nos pasa, lo que tenemos, los que nos falta, es el resultado deliberado de las políticas que han sido ejercidas en, al menos, el reciente medio siglo. Ni Pinedo, Alsogaray, Krieger Vassena, Rodrigo, Aleman, Martinez de Hoz, Cavallo, Lopez Murphy -para sólo nombrar a algunos cabezas de Ministerio- ni los caudillos de la patota que se apropió de los sindicatos, ni los sargentos coloniales que cumplieron servicio como presidentes y pusieron la fuerza terrorista al mando de los amos de aquellos economistas, ni el resto de la casta que mereció riquezas por su trabajo destructor, pensó jamás que lo que obraban nos enriquecía, aunque seguramente sí pensaron, piensan, que es lo que nosotros nos merecemos. Por imbéciles. Por votarlos. Por decir “por algo será”. Por aullar “deme dos”. Por desgañitarnos ante los goles de Videla-Massera y las hazañas pseudo-patrióticas de Galtieri. Por creer que Menem iba a hacer una revolución productiva ¡imaginate! ¡Menem! O por sentir asco y horror como auténticos aguafiestas, pesimistas, merecedores de secuestro y tormento, de muerte eventual y frecuentemente desaparición, o destierro con las tripas entre las manos o desesperación e impotencia en el exilio interior, o en el denodado esfuerzo por seguir allí.
Tal vez pesimismo se origina en un mecanismo de defensa que Freud llamó negación. Lo que no debería ser, lo que no debería haber sido, no es. Me violaron pero no, me mintieron pero no, me robaron pero no. En un momento dado yo rocé la complicidad, pero no. Por favor, no me lo cuentes, no seas pesimista.

¿Qué errores?

Cuando los Montoneros, ese invento de la policía política en tiempos de Onganía que, para sorpresa de propios y ajenos, pronto concitó la adhesión de decenas de millares de jóvenes analfabetos políticos, e incluso de otros de quienes cabía esperar que no se comportaran como tales, decían en su dorado exilio bien provisto, que “la dictadura se estaba equivocando” en sus decisiones económicas, y que por lo tanto “esta Junta se retira y esta Junta pronto ocupará su lugar” (como pie de foto de un retrato de los comandantes militares y, respectivamente, de los tres fantoches vestidos de militares) decía ya lo que todos querían escuchar. Que esto es un equívoco, que esto no debería ser, que aquí alguien lo está haciendo mal. What are you talking about? Le escuché decir a un estudiante de Economía en Estocolmo tras un disparate de esos (y Gabriela Olivera lo recordará). ¿De qué carajo están hablando? Los estudiantes que escogían trabajar sobre el caso argentino sabían hace tres décadas lo que hoy parece no saber casi nadie en la Argentina. Cuando los ocho únicos diputados no mafiosos ni cretinos que fueron electos en 1983 acudieron al despacho del abogado Klein, lugarteniente del mininstro de Economía de la recién cesada dictadura, Martínez de Hoz, con las Madres y otros partisanos de los Derechos Humanos, y desmontaron un panel de madera en su oficina, y encontraron allí los vídeos que instruían a los ministros, secretarios, subsecretarios, directores de las grandes empresas nacionales acerca de cómo reventarlas por dentro, hicieron algo que no ha dejado de ser negado desde entonces, como si no hubiese sucedido, porque no debería haber ocurrido: desenmascararon la política, algo que no suele gustar.
Cuando Menem promete que rifando las concienzudamente arruinadas Aerolíneas, Ferrocarriles, Obras Públicas, YPF, YCF, Entel, presuntamente inviables, seremos más felices y a casi todos le resultó lógico, natural, el mundo se llevaba las manos a la cabeza, unos pensando en lo que iban a ganar con eso, otros imaginando las calamidades sin precedentes que se cernirían sobre nosotros. Después de eso Menem acaba de obtener un voto de cada cuatro emitidos por los argentinos. Pero seguimos pensando que todo es un error. O el producto de la maldad de un par de tipos, nada menos que en el mejor de los casos.

La ciudad, el imperio

Nadie comparte la riqueza en este mundo ¿o lo hace el papa? Cuando los primeros nómades descubrieron la ventaja de radicarse junto a una mina de preciado silex, y defender allí su posición
-una manzana de casas bajas, un prodigio, la primera ciudad, hace unos 10.500 años donde hoy está Turkía-, y establecer un código de conducta para vecinos y forasteros, y explotar la veta y vender el producto a los caravaneros manteniéndolos a raya, y comprarles lo que éstos tuvieran de interés, empieza la historia del mundo en ese rincón del planeta. Esa ciudad creció, se extendió a otras tierras, a otras ciudades y se hizo reino, o fue degollada en plena juventud o cayó en decadencia por riñas internas o porque se agotaron sus recursos, o porque la reventó un terremoto. Pero ya estaba dado el pistoletazo de salida. Unos hombres y unas ciudades tendrían el honor de dirigir los destinos colectivos.
Hace unos 5.300 años dos de esas ciudades-reino son ya imperios (el sumerio y el egipcio). A mediados del siglo XIX de nuestra era esos imperios son todos europeos, dominan a las ciudades y poblados de su propio entorno “nacional”, a los reinos y ciudades del resto de Europa, y de más de la mitad del globo (en la otra, imperios regionales tienen su propio juego). Eso es el mundo, su eje la mundialización, la integración en él de todos los mundos precedentemente construídos. Dicho sea de paso hoy cuando algunos tontuelos y otros malintencionados -que siempre van juntos, éstos arrastrando a aquellos- acaban de descubrir “la globalización”.

Unión Europea y otros imperios

Las ciudades-reino que llegan a ser potencia jamás tienen límites en sus apetencias. A veces no tienen más remedio que asociarse porque ninguna de ellas logra imponerse y devastar a las otras. Así lo hacen los que llegaron a ser poderosos en Europa desde al menos 1648, estableciendo el principio del equilibrio entre potencias. Así la unión europea romano-germánica de 1816, la siguiente de la serie que tiene hoy a una de 25 miembros -23 lacayos de las dos mayores-, con ese nombre. Pero jamás un reino-potencia, o una liga de potencias, permitió a otra ciudad que alcanzara ese rango. Al Paraguay lo aplastaron despiadadamente en 1871 por intentarlo; primer genocidio en la Modernidad, contra la Modernidad. Toda potencia entra al club tras mucho guerrear y vencer. Resulta por lo menos bobo hacer “antiimperialismo” sin entender esto, y siempre se hace desde el mismo lugar: o el de los tontos, que no entienden nada, o el de los malintencionados que trabajan para un imperialismo rival. ¿Un ejemplo en casa? El antiimperialismo británico de los años 30, cuando el Reino Unido lleva años de decadencia: desde 1890, crisis de acumulación; desde 1916, Noche triste de McKenzie, cuando ya es un Estado de los Estados Unidos mientras la Argentina estaba siendo ocupada por la Alemania nazi, la Italia fascista, y sus compinches. Y todavía no nos hemos enterado, y a aquellos antiimperialistas-británicos, partidarios del imperialismo nazi-fascista los seguimos llamando patriotas.

Sustitución de importaciones

No cabe aquí escribir la aún no escrita Historia del Mundo, ni explicar por ejemplo, por qué tocó a este o a aquél ser potencia, por qué no a aquél otro. Misérrimos Inglatera y Japón potencias imperiales; riquísimos Brasil. India, China, en la cuneta…
A la Argentina, le tocó llegar a poseer las condiciones para ser potencia, a inicios del siglo XX -Proceso de sustitución de importaciones mediante- realizado por los trabajadores inmigrantes, ante la enorme demanda de bienes y servicios de una oligarquía llena de oro que no tenía quien le vendiera.
Esto ha sucedido otras veces en la Historia en presencia de un vacío de poder en el entorno tiene su oportunidad una ciudad. Muchos fueron los que le reclamaron a la Argentina –a su oligarquía de “raza” hispánico-católica-, que se lanzara a la aventura, que se apoderara de Hispanomérica arrebatándola a la oligarquía de “raza” anglosajona-protestante que ya bajaba desde el Norte. El nicaragüense Rubén Darío, entre ellos. Como si en este mundo no hubiera lugar para soñar otro mundo, y de hacer por él: sólo se puede ser yunque o ser martillo. Nuestra oligarquía no quiso ser martillo de nadie, salvo de sus propios súbditos. Nuestros mejores hombres si quisieron un mundo nuevo, sus propias limitaciones, la fuerza de los menemistas de entonces con su patota, con su ejército, con su Iglesia, se lo impidieron. Y las mayorías ni se asomaron a entender ese proyecto. Pronto serían peronistas.
La oportunidad nos esperó durante décadas. En esa hora los miembros del club europeo de las potencias estaban enzarzados en la mayor de las riñas que hasta entonces hubieran librado, tras siglos de guerra permanente en sus propios territorios y en los de la disputada periferia. Alemania y socios pretendieron apoderarse de los dominios británicos, franceses, holandeses… Fue la Gran Guerra, “la guerra que acabará con todas las guerras” según los miserables, “el suicidio de la civilización europea” según los lúcidos, la “Primera Guerra Mundial” poco después, ya que se vino encima el segundo capítulo de la misma contienda, aunque con un barbarismo nunca antes ejercido en el planeta, el nazi, que no sólo batallaba por las vidas y haciendas ajenas, como es habitual, sino que se proponía hacer del mundo conquistado un campo de trabajos forzados y aniquilación.
Esas circunstancias históricas permitieron a la Argentina disfrutar de un cierto grado de desarrollo, de aprovechamiento de sus propios bienes, cierto que muy por debajo de lo que pudo haber sido y, curiosamente, sin la menor apetencia de bienes ajenos -sudamericanos, por ejemplo-, como que ni siquiera con apetencias de ocupación real del territorio que le pertenecía y del que siempre fue abandónico. Y esa situación se extendió hasta entrada la década del cincuenta, porque demasiado ocupado estaba el mundo con sus crisis de dominio, con las tareas propias del ejercicio de ese dominio tras cada guerra, como para intervenir en ese país austral que estaba experimentando una bonanza inusitada en la periferia del club.

Nuevo desembarco

Cuando hemos dicho que los ministros de Economía y los garantes terroristas de sus planes, sabían qué estaban haciendo, hemos de decir que lo sabían siempre a corto, a muy corto plazo. Ellos sabían, por ejemplo en 1952, que si aceptaban renunciar a la exportación de petróleo como aceptaron (Perón) estaban arrebatando al país de una gran posibilidad de incorporación de Capital. Sabía la Libertadora (Plan Prebisch, 1955-58) que no nos iría bien dejando al FMI entrar a saco en la contablidad del país, que, al menos, nos iría peor que cuando éramos más decisivos en nuestros manejos. Sabía Frondizzi (Pinedo, Alsogaray… 1958-1962) cuando dio el giro de 180º y renunció al petróleo que fuera uno de sus caballitos de batalla electoral, que levantando ramales ferroviarios desestructuraba el país y abría paso a la feudalización de las provincias formalmente federales, pero a corto plazo beneficiaba al negocio norteamericano y europeo del automóvil; que cuando entregaba banca nacional a corporaciones extranjeras y golpeaba la industria textil hasta dejarla exhausta, estaba atentando contra nuestras posibilidades. Pero ninguno de ellos en esas décadas que incluyen a la atroz dictadura del 76, soñaba con una hecatombe como la finalmente resultante.
No obstante ni ellos mismos ni los ciudadanos éramos capaces de imaginar pesadilla equivalente a la que al fin cayó sobre nosotros. Veíamos, veían ya los más inteligentes entre los que hoy tendrían entre 80 y 100 años, que estábamos siendo despojados. Que sus hijos vivirían peor que ellos pese a que ellos habían logrado vivir mejor que sus padres o todavía podían aspirar a ello. Y esa fue buena parte de la base de la desobediencia civil que causó las crisis de gobierno de esos años: ninguna banda de saqueadores lograba imponer de modo tajante su proyecto reventador, y se sucedían los Golpes de Estado, las chirinadas entre Golpes (52 soportó Frondizzi hasta su despido en 1962) porque muchos eran los candidatos a reemplazar la ineptitud de los presidentes para hacer lo que se les mandaba desde afuera.

1976, vuelta de tuerca

A la dictadura del ´76 le tocó una tarea esencial: extender un genuino terrorismo de Estado sobre todos los habitantes del país para que cese definitivamente la fastidiosa negativa de una parte de la sociedad a someterse como dios manda a los designios de sus gobernadores. Y en el plano económico, además de dar una violenta vuelta de tuerca a la latinoamericanización, la entrega de los recursos derivados del trabajo que acumuló sectores productivos -como propone para el mundo entero el Nobel de Economía de ese mismo año-, endeudar decisivamente al país. ¿Por qué esto último? Porque en 1971 las Siete Hermanas Petroleras habían perpetrado un Golpe de Estado financiero a escala global, multiplicando el precio de los crudos, insumo imprescindible en todas las actividades económicas desde la Tierra. Y ese nuevo precio había reunido tal cantidad de dinero (“petrodólares”) que todo el Mercado Internacional llegó a estar al borde del descalabro final: la hiperinflación incontenible. Por lo que se imponía su transformación en capital.
Cómo pudo haberse hecho llevando al planeta entero a cotas inimaginables de bienestar, pero no interesó. La otra opción era convertirlo en deuda. Los países, en su defecto los empresarios o simples especuladores que pudieran revertir la deuda en la Economía nacional, contraen deuda, esta devenga intereses, con lo que el dinero desaparece como tal para pasar a ser Capital, y el cobro de los servicios de esa deuda permite al M.I. seguir existiendo, genera fortunas y acelera la concentración del Capital al poseer los acreedores de una fuerza con la que tragarse a las otras empresas. Y además profundiza el control de los Estados endeudados por parte de esas corporaciones. Allí donde no ha sido directamente el gobierno quien contrae la deuda se pone un cavallo que decrete la estatalidad de la deuda oscuramente contraída y santas pascuas. Reventar empresas públicas endeudándolas artificiosamente, incumpliendo sus compromisos con los ciudadanos usuarios, como enseñan los mencionados videos, permite que la estúpida gente acepte luego con alegría que esas empresas sean regaladas a algunos mafiosos como premio a su labor (“privatización”, como la de Aerolíneas que se entregó al gobierno mafioso del Estado español).
Cuando llega Menem para completar el trabajo ¿no sabíamos lo que había hecho la dictadura? ¿No fue público el hallazgo de aquellos videos? ¿ignorábamos que la ruina de nuestras empresas era ficticia y reversible y que de ellas dependíamos para vivir? ¿puede alguien reclamar al Estado que sostenga escuelas y hospitales, que acuda en defensa de los golpeados por las inundaciones, tras haber apoyado el reviente de lo que el Estado necesita para disponer de recursos genuinos? ¿Organiza alguien la economía familiar regalando la bicicleta, mandando al hijo dotor a hacer de camarero en Barcelona, agujereando el techo de su casa? Menem fue reelecto, además.

Golpe de gracia

Pero la incapacidad para imaginar la pesadilla actual se debió a que lo que hasta entonces se pretendía desde afuera, con fuerte arraigo en una oligarquía esperanzada en las ganancias que deja el desastre, no llegaba a ser liquidador. ¿Por qué? Porque existía la URSS.
La URSS fue una potencia atípica, no fue imperialista. Una potencia que se industrializó a marchas fozadas, con sobretrabajo, subconsumo y feroz dictadura policíaca, defendiéndose como gato en la leñera de todas las agresiones obradas desde afuera para que continuara siendo el páramo zarista que había sido o que volviera a serlo, con su población sometida a esclavitud y sus despensas abiertas a la codicia de las que eran verdaderas potencias imperiales. Así la URSS, tras una primera fase revolucionaria que acabó cuando fracasaron las revoluciones europeas en las que los bolcheviques habían depositado sus expectativas de crear un mundo nuevo sobre el decadente capitalismo, creó un Mercado propio, un Mercado autárquico con Economía de guerra y resistencia, que ponía un palo en la rueda del eje de esta historia que como sabemos es la mundialización. Sus fronteras políticas (las que bordean al Estado, las que establecen leyes) frenaban el vuelo del Capital, cuya naturaleza es la de ser libre como el viento, la única entidad libre de este mundo. (Todo eso se hizo, sí, en nombre de Espartako, Marx, el socialismo… ¿acaso no se hicieron los EEUU sobre la Bill of Rights y la ética de los Padres Fundadores? ¿No cantan la Marsellesa desde Pètain a Chirac pasando por De Gaulle, Le Pen y Miterrand? Las ideologías son imprescindibles para justificar el poder de unos sobre otros, para concitar la obediencia del número socialmente necesario de personas que permita desarrollar un proyecto político de poder, el poder de mandarlos a trabajar, a la fábrica o al frente. Y no todas las ideologías tienden a tocar los mismos recursos emocionales, preracionales de las gentes. No vamos a jugar el juego excomunista, socialdemócrata, de las derechas, que pretende hoy que la ideología stalinista fue igual que la hitleriana. Lo que hay detrás de poder difiere, y mucho, sin que lo que hay detrás deje de ser poder separado, de unos sobre otros, impotentes. Y la ideología stalinista hablaba de internacionalismo, de solidaridad con los pueblos, no de supremacías “raciales” y derechos manifiestos.
Y ¿qué sucedía? Que si se obraba en un país como la Argentina una agresión como la que vino después, encarnizada, totalitaria, absolutista, podría crecer una fuerza electoral o incluso armada que tomara el poder, sacara al país del Mercado Internacional, y lo asociara con el sediento Mercado autárquico soviético, siempre dispuesto a hacer negocios con quien fuera para seguir existiendo, en nombre de esa solidaridad internacional. Y si quien tomaba el poder no era un pueblo hambriento de libertad y prosperidad, de cultura y justicia, sino una banda criminal, lo mismo daba. Recordemos a Videla, “general patriótico y antiimperialista”, a Viola con la medalla Lenin.

Liquidación

Menem llega justo cuando la mafia que había ido creciendo en la URSS como un tumor maligno, más maligno aún que el Estado, decide que ya está bien de autarquía y carencias del capitalismo burocrático de Estado stalinista (estatalinismo, dijimos, para ser ingeniosos), que se van a rendir, para entregarlo todo, y repartirse las supermillonarias migajas de esa entrega de lo que costó a los soviéticos cincuenta millones de muertos y enteras vidas entregadas al Estado. Con la URSS desaparece el último obstáculo para que el gran Capital, el más concentrado, supere definitivamente a las instituciones políticas y sus fronteras, someta todo lo existente a sus propias apetencias, y administrando el mundo a manotazos, a cortísimos y espasmódicos pasos, sobreviva pese a cargar sobre sí más de un siglo de decrepitud en tanto Modo de producción capaz de generar valor y garantizar la vida de los Hombres. Mientras no haya que preocuparse por la gente, esa presencia crecientemente sobrante que sigue a la fastidiosa presencia de tantas otras formas de vida ya debidamente exterminadas o reducidas a entornos acotados (zoológicos, parques naturales), ni vergüenza por el qué diran los vecinos del futuro cuando comprueben que se han quedado sin agua, sin aire, sin flora, sin fauna, sin prójimos y se pregunten ¿para qué nos han parido en este yermo poblado por fortines en los que viven los criminales?, gobernar es fácil. ¡Hombre! Si podemos tener como políticos a los hijos más tontiastutos de cada familia, a los Isabel, Menem, a los Pinochet, a los Reagan, a los Bush, Chirac, González, Aznar, Yeltsin, De la Rua, Fujimori, algo significa la sumisión total de las instituciones a las fuerzas ciegas del Mercado ¿no?
Tras la artificial hiperinflación que se descerrajó tan fácilmente sobre el moribundo gobierno del pusilánime Alfonsín, vapuleado por la CGT mafiosa que fuera brazo derecho de la dictadura, y por todos los intocados funcionarios de los años de plomo, fue puesto Menem al frente para que se entretuviera haciéndose –en vano- la cirujía plástica en la jeta, y fornicando con las putezuelas de la farándula, mientras se ponía orden en la Economía, y se obraba la liquidación final. Ahora sí posible ya que ¿a dónde iría quien tuviese la tentación de sacar los pies del Mercado Internacional? Ahora ya estábamos en pleno Mercado Mundial apoteosis del Capital, supra imperialismo, como lo llamamos en los años setenta, imperialismo del Capital en sí, que somete incluso a las potencias imperialistas.

Otra Guerra Fría

Y el país se quedó sin nada. Nos apresuramos un poco al diagnosticar y dar nombre a esta fase del capitalismo. Las potencias, aún si sometidas al Capital financiero todas ellas como los paisitos más pobres, aún no habían sido todas ellas sometidas en igual medida. Quedaban algunas con mucho rencor de “tercera posición” (“ni yankis ni marxistas, naZionalistas”) con aspiraciones décimonónicas de hegemonía mundial. Francia y Alemania en primerísimo lugar. Mientras los Estados Unidos, el primer país, y el único potencia, que nació capitalista, que no tuvo que barrer feudalismo de sangre y otros arraigados privilegios, sino que nació sin ellos, y fue siempre el país del dinero, del derecho del que sabe ganar más, y el desprecio a los demás, ya estaba dispuesto a compartir el emporio (Mercado) devenido, procurando establecer un imperio (una ley) en una diseño de círculos concéntricos donde cupiera a cada Estado un poder relacionado con el de su propia fuerza financiera, los otros vieron en eso debilidad y abrieron la nueva etapa de riñas. El espectáculo de la Guerra de Irak es una de sus manifestaciones.

Imperialismo depredador

En esa riña que a los Estados Unidos tomó de sorpresa -y por eso la reacción desaforada del partido republicano-, las potencias del Eje y sus vasallas inmediatas (como España, Italia, Bélgica) se apoderaron de riquezas de patio trasero norteamericano, como buena parte de las iberoamericanas, y otras como las del rendido Comecón del Bloque soviético que habían sido combatidas sobre todo por Washington. Y no lo hicieron a la manera americana, sino a la europea. Las corporaciones del imperialismo estadounidense habitualmente han trabajado para apoderarse de los Mercados, incluso creándolos, hasta convertirse en su único o principal proveedor-comprador. Donde hacen falta coches se satura con coches, se trata de impedir que haya industria local, y se recoge el beneficio. Así los EEUU hoy compran al mundo el doble de lo que le venden, soportando un déficit gigantesco en su balanza de intercambio. El modelo europeo es otro, y ya lo vemos en la Argentina: devastación. Ya teníamos Entel, Telefónica no genera nada, ya teníamos YPF, Repsol no tiene más que llevarse el crudo, ya teníamos agua corriente, Endesa instala contadores para cobrar más y suministrar menos y de menor calidad. ¿Qué que no hubiera aportaron las empresas españolas a las que el Eje envió a la depredación?

Quid bono?

¿Dónde están los errores que algunos insisten en atribuir a las gestiones de los últimos años? ¿Dónde el imperialismo yankee que los teros asalariados o políticamente ciegos, sordos, analfabetos se empeñan en señalar como culpable del desastre, a la manera del antiimperialismo británico de los años ´30? El corralito fue el resultado de la voracidad sin límites, de la irresponsabilidad absoluta, del desprecio total en la función de potencias imperiales; fue el no va más de una política de saqueo puro y duro sobre un Mercado al que se dejó desnudo, mientras los mafiosos locales deshacían el Estado para que quedara en mera fuerza represiva, concesora de privilegios, recaudadora de impuestos.
Estados Unidos fue claro al respecto, cuando en diciembre de 2001 el Eje acudió al FMI para entregarle el paquete de una Argentina moribunda, los responsables del gobierno estadounidense que de hecho manejan a esa institución dedicada al saqueo, les dijeron: “esto lo han organizado ustedes, ustedes tendrán que arreglarlo” (Grinspan). Un año antes el golpista Todman, que fue embajador en media docena de países (Portugal, España, Turkía, Argentina) donde hubo de ocuparse de las tareas más sucias, ya reciclado en la empresa privada, se quejaba amargamente de que el pastel repartido por Menem no dejara ni migas a los norteamericanos. Da igual, cuando uno está acostumbrado a la negación, al analfabetismo político, a la desmemoria, a las fobias consigneras, puede caerle el techo encima que no se dará por enterado. ¿Acaso recordamos a Radio La Habana elogiando a Videla y Massera día y noche? ¿a Carter embargando la venta de armas a la dictadura? ¿a Isabel, presa de lujo, negándose a recibir a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA que hubiese podido salvar vidas en los campos nazis de Massera y Pio Laghi? ¿A los parlamentarios alemanes elogiar con entusiasmo a sus amigos del ejército argentino? ¿al papa negándose a recibir a las Madres? No me cuentes eso, no seas pesimista.
Mientras Repsol, una de las dos únicas petroleras sin petróleo, pasea por el mundo (ahora Irak) la bandera de YPF como trofeo arrebatado al enemigo, los jefes “socialistas” acusan a los argentinos de “no haber sabido guardar las cosas del comer”, el cantante Joan Manuel Serrat que debe fama y fortuna a los argentinos dice: “A la Argentina le pasa como a España, el imperialismo americano”, y tan tranquilo. Todos en el reino se niegan rabiosamente a que la cuestión argentina y del rol desempeñado por el Estado y empresas de bandera en el descalabro argentino se debata, y Duhalde proclama en España que “Aznar es el verdadero abogado de los argentinos”. Y nadie que quiera introducir estas ideas tiene un oscuro rincón en un medio, así sea marginal, de la prensa libre del reino borbón.
Ante el cadáver el detective se pregunta quid bono?, ¿a quien beneficia? ¿A quien beneficia la liquidación de la Argentina, además de a la casta que recibe las jugosas prebendas como codelincuente local?

He aquí a nuestro abogado

¿Pesimismo? Aznar vendió a Estados Unidos su participación neta en la Tercera Guerra del Golfo, incluso al precio de una furibunda campaña mediática de los antisistema, a cambio de que Bush se comprometa a respaldar los intereses de la oligarquía financiera española en la Argentina (y otros países hispanoamericanos), de lo que viven todos los demás, incluso, claro está, los “socialistas”.
No mentía Aznar al decir que su entrada en esa guerra no estaba motivada por intereses espúreos en Irak, como lo estaban las políticas opuestas de Francia, Rusia y otros. Pero ocultaba dónde estaban sus inevitablemente espúreos intereses. El Eje tras anunciarle que iba a dejar de pagarle (fondos de compensaciones) por la destrucción del tejido económico español obrada por González y tras autorizarlo a meterse más a fondo en Iberoamérica para compensar su miseria local con el pillaje transatlántico, lo abandonó a su suerte cuando como resultado de la codicia desenfrenada de los nuevos ricos españoles el modelo argentino les estalló en la cara. Los “socialistas” y demás exponentes de la izquierda reaccionaria (Izquierda Unida y otros) expresaron con torpeza infinita su odio hacia Aznar porque este sacó a España del vasallaje al Eje franco-alemán para situarlo bajo el satánico poder norteamericano, sin entender la maniobra del presidente, su maniobra más sutil cuando ya lleva cumplido el 75% de su mandato.

Alea jacta est

Nadie va a reconstruir el tejido de nuestro Mercado, sus sectores productivos, sus sectores estratégicos, su Estado garantista. Nadie va a dar ocasión a los argentinos para que reconstruyan la red de instituciones que constituyen una República, ni va a revertir en federalismo la feudalidad abyecta de las provincias, ni va a sincerar la deuda pública ni la va a aliviar de los intereses usureros, ni va a devolverle los ferrocarilles sin los que no hay República posible, ni su robada flota aérea de bandera, ni va a dotar al país de un control racional en la explotación de sus recursos sino por el contrario seguiremos perdiendo bosque, agua, fauna y flora, salud de los mares, riqueza ictícola, calidad en telecomunicaciones, honestidad en la gestión, salud de las personas, salud social. ¿Por qué iban a hacerlo quienes hicieron lo contrario a plena conciencia? Como no los asaltase un repentino arrepentimiento, un acceso de generosidad y decencia, una auténtica conversión, ninguno de ellos va a renunciar a las ingentes fortunas amasadas con la sangre, el sudor y las lágrimas de los argentinos.

Paños calientes

Pero sí entra dentro de lo posible que se rectifique algunos grados la hondísima recesión que ha hecho caer el PBI a niveles desconocidos en el mundo. Y permítaseme que diga, igual con Menem que con Kirchner, con López Murphy que con el mismísimo López Rega si resucitara. Ya que en todo caso no son ellos los que deciden. El rechazo sin paliativos a Menem obedece más al orden de lo simbólico, él fue la jeta de lo peor, en lo que todos los otros fueron compinches. El tiene el voto de los peores, de los enriquecidos más desalmados y los patalsuelo más brutos. Y no ganará en el ballottage porque todos los demás, todos los trabajadores y los que hemos logrado conservar pedazos de cerebro y sensibilidad le votaremos en contra.

Ganó Menem, ganó el menemismo

De todos modos Menem, el símbolo de lo más abyecto que ha dado nuestra pateada Historia, ya ganó. Ganó al poder presentarse en vez de estar preso. Ganó al no reclamársele judicialmente nada de lo mucho que personalmente y como capo de mafia rapiñó de lo tanto entregado a las mafias del mundo; ganó al llegar incluso a la segunda vuelta. Ahora, cuando sus compinches de afuera dicen que “se acaba su ciclo político”, puede retirarse a un fortín amurallado a vivir el desvarío en el que ya está, de sentirse abandonado como el Cristo lo fuera por su Dios, mientras su enorme entorno se regodea en los miles de millones de dólares rapiñados como migajas por lo que se arrebató a los argentinos.
Candidato deriva de candido, “blanco”, “sin malicia”, porque los candidatos se vestían con toga blanca. En la Argentina, votando a la contra desde have tanto tiempo, las elecciones no presentan candidatos. Algunos hay que no son responsables de violaciones, robo de niños, que se opusieron a los decretos de entrega, el narcotráfico, los indultos. Algunos hay. Sin programa vinculado a la realidad. Y sin la menor posibilidad de gobernar sin el permiso de la mafia peronista –como sucede desde hace más de cuarenta años-, que en la primera vuelta obtuvo directamente el 62% de los sufragios, a lo que hay que sumar los de López Murphy y algún otro, que en nada se distinguen, y que tendrá el 100% en la segunda, gane Kirchner o, mucho peor aún por su carácter simbólico, Menem.
En estas internas del peronismo -como las llamó Dohnalek desde Berlín-, por no haber no hay siquiera elecciones nacionales. Hoy ya se van del país no sólo los que temen por su vida debido a sus ideas, los que se han quedado sin nada, sino también los que sienten vergüenza, dice Vázquez Rial en Madrid, vergüenza de ser súbditos del Clarín y La Nueva Provincia, los oficiales de la ESMA y los gerentes españoles, los obispos cómplices y los falsos sindicalistas. Si ganara Menem el ballottage, lo que era tan difícil se volverá aún más difícil: hemos dejado de ser envidiables como cuando teníamos posibilidades que no quisimos aprovechar.
Y mientras sigue llegando inmigración al país, de China y Marruecos, de El Salvador y Chile, porque aunque no se crea hay sitios donde es aún peor , y otros que acuden a comprar estancias, edificios, y hasta pullovers por monedas. Ningún pueblo tiene hoy una buena oportunidad de vida, aunque el agravio, la agresión, conocen grados. ¿Por qué íbamos a tenerla nosotros? ¿porque somos derechos y humanos? ¿porque el país es rico? ¿porque a la Argentina no la funde nadie?

Seguir sembrando

A algunos hombres, a algunas ciudades, les ha sido dada la ocasión de gobernar. Algunos llegan a viejos, otros mueren degollados en plena juventud… siempre alguien los reemplazará. Y la vida sigue. El mundo sigue, siempre alrededor de unos Hombres, de unas ciudades. Decían hace más de dos mil años los autores del Libro de Daniel. Tal vez nos convenga recuperar el amor por la cultura, por el conocimiento en sí aunque sin vistas a que dé ganancias. Y vernos en la Historia, en los largos plazos. Y seguir cuidando la conducta, amando la cooperación, la solidaridad, el sueño, aceptando las incomodidades del habitar en un pensamiento independiente, laico, tendencialmente racionalista, del intercambiar información e ideas con los propios sin cerrarnos a escuchar a los demás, incluso el enemigo sabe algo de nosotros que nos conviene conocer. Plantando árboles, cuidando a nuestros chicos, a nuestros viejos. Del Estado no cabe esperar sino más agresión, gane Menem o Altamira. Altas torres han caído, y de la siembra siempre cabe esperar una futura recompensa.