Una democracia imperfecta, vulnerable, pero democracia al fin, como la del resto de los países del mundo, mientras 25 mil facciosos fanáticos pretenden que prosiga el derramamiento de sangre en el sur de Israel, que los soldados que deben defender las fronteras del país prosigan muriendo en defensa de 7.500 colonizadores que constituyen una espina atravesada en la garganta de más de un millón de palestinos.
Conducta irresponsable e insurgente de facciosos fanáticos, 25.000 en total, el pueblo de Israel, extenuado por las guerras, los conflictos, los duelos, los millares de inocentes israelíes y palestinos caídos en esta guerra de extermino (que sólo festejan los fanáticos de ambos lados), quieren abandonar -de una vez por todas- una de las fuentes mortíferas del conflicto israelo-palestino.
Los jefes de la minoría facciosa y fanática recurren a toda clase de artilugios dialécticos e infantiles para justificar la conducta irreflexiva, la rebelión, desde usar las cintas anaranjadas de la “rebelión” ucraniana (olvidaron, súbito, la conducta antisemita y pronazi de los ucranianos en la Segunda Guerra Mundial, los grupos hitlerianos ucranianos de los campos de exterminio alemanes) hasta afirmar que las colonias no están en Israel (tardía confesión…) pasando por la trivial y monótona consigna “iehudí lo megaresh iehudí” (un judío no expulsa a otro judío).
20.000 soldados, policías y gendarmes agotados defienden con sus pechos la ley y la democracia ante estos especimenes fanáticos que fueron mantenidos en sus “dachas” espectaculares con los impuestos que paga todo el pueblo israelí, con los dineros despojados de la población menos pudiente, desocupados, pensionados, enfermos, inválidos y ancianos.
Una faena inútil. Un derroche evitable. La imprevisión del Gobierno de Israel, que ha dejado levantar cabeza a la infructuosa sedición de los colonos, cobra sus frutos. Derroche de los dineros públicos, y una rebelión frustrada que fastidia e incomoda la vida de seis millones de ciudadanos.
A la vista de lo que ocurre en estos días, una vez más, se demuestra la verdad irrefutable del aforismo: “Quien siembra vientos cosecha tempestades”.