Publicado en Haaretz -24 de enero de 2005-:

Yossi Sarid contra los colonos de los asentamientos

Yossi Sarid, ex presidente de Meretz y actual miembro de la Knesset (Parlamento israelí), plantea que Israel debe salvarse de su vecino, que no es la Autonomía Palestina, sino el Estado de Judea, habitado por los colonos de los asentamientos. “Si ocupamos Judea (y los sacamos), salvaremos al Estado de Israel del castigo con que este viejo vecino nos está amenazando; un vecino que se comporta desde hace un tiempo de una manera loca e insana. Pondrá fin a la esclavitud de Israel y traerá la salvación de Palestina.”

Quizás por una sensación de aislamiento regional, o quizás por el sofocante estrés de sentirse rodeado, el Estado de Israel decidió hace 38 años establecer un Estado amigo a su lado: se trata del “Estado de Judea”, que se fundó con el primer asentamiento judío en Hebrón y que aquí y allá se fue desparramando por Samaria (la Ribera Occidental). Los dos países vecinos -Israel y Judea- fueron originalmente pensados como dos Estados para una misma Nación, pero el tiempo pasó y quedó claro que aquí se levantaron dos Estados para dos Naciones: la Nación de los colonos de los asentamientos y la Nación de Israel, y las similitudes entre ambas comenzaron a menguar cada día más.
Es bastante probable que los padres fundadores y otros -Golda Meir, Moshe Dayán y Shimon Peres (actual viceprimer ministro) e Igal Alón y Ariel Sharón (ahora primer ministro) y Menajem Begin- se hayan propuesto instrumentar una especie de Protectorado, manejado desde Jerusalem, y eso hasta el día de hoy. Pero rápidamente hemos aprendido que el estado de Judea comenzó a tomar, por la fuerza, su propia independencia, gobernándose a sí misma con leyes y valores propios.
Cada tanto Jerusalem trató de domesticar a la Judea rebelde: pero fueron intentos débiles y serviles, y hasta pareció a veces que Jerusalem obedecía en realidad a Hebrón. Los intentos de domesticar a la fuerza al cachorro no tuvieron éxito y los colonos judíos, impulsados por los dañinos designios de sus corazones, hicieron lo que quisieron con Israel.
Entonces comenzó la era de la colaboración de Israel con ellos, poniendo todos los recursos y el aparato estatal a disposición de Judea. Los departamentos estatales de la Ley y la Justicia tergiversaron los libros de Leyes, como para adecuarlo a los caprichos salvajes de los colonos judíos, sirviendo a sus objetivos.
Los servicios de seguridad y el ejército en todas sus variadas ramas se desnudaron secretamente dejando sus uniformes convirtiéndose en el ejercito del pueblo de los colonos judíos. En los territorios ocupados, las gloriosas Fuerzas de Defensa del Estado de Israel funcionaron, en todos esos años de complacencia, como la compañía teatral de una unidad militar que hace bailar a todo el mundo al son de la melodía de la flauta hipnótica de los habitantes de Hebrón, Itzjar y Tapuaj.
Los gobiernos israelíes, a lo largo de generaciones, untaron con aceite sagrado las cabezas del Consejo de Yesha (acrónimo de Judea, Samaria y Gaza, que en hebreo también significa “salvación”). A falta de aceite de mirra, les inyectaron 100 billones de dólares, como para que tengan…
En Jerusalem creyeron que si mimaban y consentían al cachorro de León de Judea, terminaría por comportarse como un “lindo gatito”: que Sharón iba a poder llamarlo con un chistido, ofreciéndole un poco de leche en la mesa del desayuno en su rancho. Hubo algunos que siempre insistieron que un león es un león y las autoridades decidieron que está prohibido criar leones en un departamento. Pero los mimos continuaron hacia el león consentido, y digamos que en los últimos años continuaron de una manera afiebrada y engañosa, hasta que hoy el león se ha vuelto contra sus entrenadores, para devorarlos.
Ahora está claro que están rugiendo, mostrando la garganta, refunfuñando enojados, como avisándonos:
– si valoras tu vida, no te metas con Samaria y la llanura de Gaza.
No se van a apiadar de los soldados, de la policía, de los fiscales, de los jueces, y de los pastores de esta generación ni de sus líderes, que han sido tan gentiles en su crianza, dándoles golosinas, dando vía libre a su agresividad.
El león no tendrá piedad de sus propios cachorros y los arrastrará hacia la arena de la confrontación por más violenta que deba ser.
Y como si esto fuera poco, la cortesía política de la hora nos pide, antes de la evacuación y el desacople, que nos arranquemos las vestiduras con palabras amables y conciliatorias; ahora resulta que debemos comprenderlos, debemos sollozar junto a ellos compartiendo la amargura de su destino y abrazarlos.
Yo me voy a permitir una confesión personal: Dios es mi testigo.
A esta altura del partido no me queda mucha pena para dedicarles. Durante los últimos 38 años utilicé todas las reservas que tengo de “penar” para los pisoteados y oprimidos, los débiles y los pauperizados, tanto israelíes como palestinos, que pagaron con sudor los impuestos que fueron desviados al estado de Judea, para engordarlo y mantenerlo vivito y coleando.
El resto de pena que me queda en mi corazón lo tengo reservado para las familias de los muertos y los heridos entre nosotros, para aquellos que se levantan todas las mañanas con una especie de realidad de tsunami de desempleo y para aquellos que siguen ignorantes porque no hay dinero para la educación.
Por eso es que les solicito vuestra absolución, perdónenme, allí, en el estado de Judea, por no haber ahorrado algo de pena para ustedes, que están por dejar sus casas para mudarse a otras mejores en condiciones de privilegio. Volverán dentro de nuestras fronteras a vivir una vida holgada.
Después de todo, se ha vuelto finalmente claro para todos que el estado de Judea se ha rebelado contra su aliado y ha decidido ponerlo en peligro: por eso no hay otra manera que ocuparlo, contenerlo y negar su independencia.
Ocupar Judea evitará el castigo que nos tiene reservado este vecino que se comporta de una manera loca e insana.
Pondrá fin a la esclavitud de Israel y traerá la salvación de Palestina.