La utilización del racismo y el etnocentrismo en Israel y EE.UU.: un peligro claro y presente

El racismo en las intervenciones de funcionarios públicos en Israel y los Estados Unidos ha sido una causa de creciente preocupación durante los últimos meses. La utilización recurrente del etnocentrismo como factor aglutinador parece no solo ser una política pragmática, sino el reflejo de la mentalidad verdadera de líderes como Netanyahu y Trump. En otras palabras, ¿son amigos cercanos solo por conveniencia y presentan casualmente discursos demagógicos similares? ¿O su apelación al resentimiento racial y sus rasgos autoritarios reflejan elementos ideológicos comunes?
Por Edward Edy Kaufman * – Traducción: Kevin Ary Levin

La campaña electoral en Israel (la segunda en seis meses) continúa luego de que ni Netanyahu ni la oposición pudieron reunir los 61 parlamentarios necesarios para formar una nueva coalición de gobierno. Las elecciones generales en Estados Unidos no presentan, hasta ahora, un desafío serio y viable dentro del Partido Republicano para arrebatarle a Trump la nominación. El sector de apoyo fuerte a ambos líderes representa aproximadamente 25 a 35% del voto en sus países, demostrando una falta de entusiasmo detrás de los mandatarios que, de todas formas, deja la posibilidad de la continuidad (gracias, en parte, a la manipulación de distritos electorales en EE.UU. y la posibilidad de una coalición con partidos fundamentalistas judíos en Israel). Convencer a sus millones de seguidores ciegos parece una misión imposible, pero es al menos posible activar a la apática “mayoría silenciosa” ante el racismo. Por otro lado, la difusión de resentimiento racista puede ser tanto un componente ideológico de estos gobiernos como estrategia política para ampliar su apoyo.
Como ciudadano de ambos países, pensar la responsabilidad de ambos jefes de gobierno no es tan solo un ejercicio académico. Efectivamente, la tendencia a construir poder autoritario mediante la agresión hacia las minorías (por omisión o comisión) es parte de una preocupante tendencia mundial. Sin embargo, la cercanía de los actos y palabras de los dos líderes, sumada a los estrechos vínculos políticos entre ellos, nos obliga a señalar sus similitudes y diferencias. Esto no quiere decir que sean equivalentes, ya que el análisis comparativo puede realizarse también desde opuestos, pero en este caso observamos más rasgos comunes que divergentes.

El miedo los unifica
El comportamiento y la retórica de ambos líderes ha sido estudiado recientemente por el profesor Shaul Kimhi, un psicólogo de la Universidad Tel Jai, en el norte de Israel, especializado en dirigentes políticos, así como por Roger Cohen del Washington Post, entre otros periodistas. El elemento que parece unirlos de forma más estrecha es su voluntad de difundir el temor exagerado de “amenazas demográficas” (referido en hebreo también como “bomba demográfica”), según la cual la mayoría se convertirá próximamente en la minoría. En Estados Unidos, el miedo se difunde entre la población blanca, pero en Israel esta amenaza no se vincula al color de piel. Los judíos israelíes están orgullosos de tener una comunidad proveniente de unos noventa países, habiendo integrado no sólo a los judíos ashkenazim que fundaron el Estado, sino también a inmigrantes del norte de África y el África subsahariana, así como India, entre otros países. El sentido de comunidad nacional no se da entonces por el parecido físico, sino por la memoria de persecución, por nuestra religión y, en tiempos recientes, también por el señalamiento de un enemigo común: los árabes. El miedo que unifica es que los árabes están buscando dar fin al Estado judío mediante, en las palabras del racista ex miembro del parlamento israelí Meir Kahane, “balas o bebés”. No sorprende entonces que varios rabinos municipales extremistas han llamado a sus comunidades a no alquilar departamentos a árabes. Uno explicó, demostrando su ignorancia sobre genética, que “la sangre judía difiere de la no judía”.

A pesar de esto, las tendencias demuestran que, si nada más cambia, los límites a la inmigración en su país que impulsa Trump y la negación de derechos a los palestinos que viven en los Territorios Ocupados en el otro, no serán suficientes para detener que los blancos estadounidenses y los judíos israelíes se vuelvan una minoría.
Las tasas de natalidad actuales de Estados Unidos lo lograrían por sí solas. En Israel, el control continuo sobre Jerusalén Oriental y Cisjordania convertiría a los palestinos en el grupo mayoritario en el territorio bajo control israelí, posiblemente para el año 2020 según la Oficina de Estadísticas Palestina.
Esto sería más notable en caso de que Israel anexe esos territorios, como impulsan en la actualidad los defensores del Gran Israel. Las únicas formas de evitarlo sin separación de esos territorios son mediante la expulsión o limpieza étnica de árabes o una forma de dominio al estilo del apartheid sudafricano. Ya son tres generaciones de palestinos que viven en Cisjordania y Jerusalén Oriental sin el derecho de votar o ser electos, en violación del artículo 21 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Cabe destacar que la redacción final de este documento histórico fue realizada por un judío francés orgulloso, el jurista René Cassin, por lo cual fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz. El gobierno israelí viene reduciendo de forma drástica los derechos de la población árabe israelí durante la última década, mientras le niega derechos civiles a los palestinos que viven bajo las problemáticas de la ocupación militar y los efectos nocivos de los asentamientos judíos. El tipo de régimen que se imponga en caso de seguir por este camino no se asemejará a una democracia bajo cualquier definición del término. Vivir con miedo o tener fe ciega en la ayuda divina puede otorgarle a Netanyahu suficientes votos, pero no resolverá esta cuestión.
El mensaje supremacista del presidente Trump está hoy dirigido principalmente a detener la llegada de inmigrantes latinoamericanos. A pesar de su diversidad interna, este grupo ha sido presentado como una amenaza a la seguridad y estatus de la población blanca, anglosajona y protestante. Y sin consideración por el pasado de explícita exclusión racial, Trump ha encontrado utilidad y quizás legitimidad en atacar a la minoría afroamericana.

“Los árabes son llevados en hordas”
Las señales de este resentimiento racial son múltiples. Podemos mencionar, por ejemplo, la apelación xenofóbica de Netanyahu en las elecciones pasadas, cuando anunció que los árabes estaban en hordas y siendo llevados en autobús a los centros electorales con el fin de movilizar apoyo entre la sociedad judía, o su más reciente utilización del lema “Bibi o Tibi”, dando a entender que la terrible alternativa a la continuidad de Netanyahu sería un gobierno de Ahmed Tibi, un miembro árabe de uno de los partidos opositores. En Estados Unidos, luego de la violencia neonazi en Charlottesville, el presidente Trump dio una falsa equivalencia, al afirmar que la manifestación racista y de extrema derecha contaba con buena gente también, al igual que la contramarcha que había sido víctima de la violencia. En tiempos recientes, Trump llamó a su contraparte israelí para solicitar la prohibición del ingreso a Israel de dos legisladoras afroamericanas que, aunque sus opiniones puedan considerarse radicales, fueron electas democráticamente. La decisión de Netanyahu de negarles entrada ha sido criticada no solo por la totalidad del Partido Demócrata, sino también por la organización de lobby pro-israelí AIPAC.
Nada podría rebajar más al Estado como la renuncia a la democracia y a los Derechos Humanos para mantener el poder en manos de la nación. La dominación de un pueblo sobre otro es contraria a los principios democráticos. “Una persona, un voto” sigue siendo el principio imperante en Israel hoy, pero evitar este mismo derecho para la nación palestina en Cisjordania y Jerusalén Oriental sería un sinsentido anacrónico.
Otro elemento que se destaca como similar es la personalidad egocéntrica y autoritaria de ambos líderes. Desde mi adolescencia en Argentina, siempre me preocupó el elemento antidemocrático del discurso de algunos dirigentes, tal vez como resultado de mi disgusto profundo por las tendencias fascistas populares que obtuvieron apoyo masivo en Europa y Latinoamérica en épocas de crisis económica o de seguridad, real o imaginaria. Éstas fomentaron siempre el temor al “otro” en la forma de estados vecinos o incluso a partir del prejuicio de grupos minoritarios al interior del país. Como recordatorio, fuimos nosotros los judíos los habitualmente señalados por estos demagogos, como parte de una conspiración internacional y la fuerza real detrás del Kremlin o Wall Street. Los enemigos de la democracia fueron capaces así de atraer grandes masas populares. En mis épocas de estudiante de Sociología en la Universidad Hebrea (estoy celebrando ahora mis 50 años como docente universitario) estudié la escala F acuñada por Adorno et al, que mide la personalidad autoritaria y antidemocrática como transmisor o como receptor. Los criterios fueron confeccionados a partir del análisis de material de propaganda fascista, datos de observación y entrevistas etnográficas, con el fin de cubrir varios rasgos de personalidad:
• Convencionalismo: la adhesión a valores convencionales.
• Sumisión autoritaria: hacia figuras de autoridad al interior del grupo.
• Agresión autoritaria: en contra de las personas que violan valores convencionales.
• Anti-imaginación: oposición a la subjetividad y la imaginación.
• Superstición y estereotipos: creencia en el destino individual, pensamiento compartimentado en categorías rígidas.
• Poder y dureza: preocupación por la sumisión y la dominación y por la demostración de fuerza.
• Destructividad y cinismo: hostilidad hacia la naturaleza humana.
• Proyectividad: percepción del mundo como peligroso, tendencia a proyectar impulsos inconscientes.
• Sexo: preocupación excesiva por las prácticas sexuales modernas.

Quizás no sea muy tarde para unirnos desde Israel a quienes en Estados Unidos actúan en contra del etnocentrismo, el ultranacionalismo, el fundamentalismo, el extremismo violento, la xenofobia, el chauvinismo, el racismo, la supremacía blanca y los neonazis en defensa de minorías culturales, sexuales y de género. El odio al “otro” es un peligro claro y presente.
Si para Trump lo único que cuenta es el “America first”, no queda claro qué pasa con el resto. La ayuda, la compasión, los Derechos Humanos y las instituciones multilaterales parecen no contar. Y Bibi, aunque parece guiarse por la lógica de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, quizás debería aprender de sus propias advertencias de que “el mundo entero siempre ha estado en contra nuestra”. Las contradicciones parecen resolverse mediante la confianza ciega en el líder, en “Bibi, el rey de Israel” (como gritan sus seguidores duros) o, en el caso de Trump, mediante el ataque a sus enemigos (como podemos ver en los gritos en actos de campaña de encarcelar o deportar a sus opositores).

La corrupción del concepto de “pueblo elegido”
Israel expresó su agradecimiento por el presidente de Estados Unidos que reconoció a Israel en 1948, dando su nombre a la localidad de Kfar Truman. Ahora, Netanyahu inauguró, con gran algarabía, los “Altos de Trump” en el Golán, territorio bajo soberanía siria hasta 1967 y reconocido actualmente como parte del Estado judío sólo por Estados Unidos e Israel. En la tradición judía no es un buen presagio llamar lugares en honor a personas vivas.
Como conclusión, resulta necesario desenmascarar el etnocentrismo y el racismo populista. Esto estuvo históricamente camuflado como “la carga del hombre blanco” y por nociones supremacistas. En el contexto judío, vemos una corrupción del concepto de “pueblo elegido” en tanto misión supuestamente transmitida por Dios. Nuestra condición de elegido, nos enseñan nuestros sabios, no es una medalla de superioridad y de separación. En la tradición universalista, esta designación es un llamado humilde a la acción y a la responsabilidad. Interpreto nuestro legado universal de monoteísmo como un llamado a actuar en servicio de los otros para construir un mundo más justo. Esto no quiere decir que los judíos hayamos aceptado históricamente esta misión nacional. La Biblia misma, principalmente en los libros proféticos, nos demuestra que los judíos nos hemos rebelado continuamente contra este llamado, en una rebelión que continúa hasta el día de hoy.
Mi sabio favorito, el rabino Hilel el Sabio, respondió ante el pedido de explicar la Torá entera parado sobre un pie: “No hagas a tu prójimo lo que no deseas que te hagan a ti, el resto son todos comentarios, ve y estudia”. Esto parece alejado de la actitud de Netanyahu y de Trump. Tampoco parecen guiarse por los otros dos grandes principios éticos: “Si yo no estoy para mí, ¿quién lo está? Y si sólo estoy para mí, ¿qué soy? Y si no es ahora, ¿cuándo?” (Pirkei Avot 1:14) y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Reivindicar el derecho a ser diferentes y otorgar a la vez el mismo derecho a otros constituye el encuentro sabio del particularismo con el universalismo. La triste realidad es que en momentos cruciales donde el liderazgo sabio y valiente puede ocasionar reconciliación y paz interna y externa, la oportunidad de cambio puede ser perdida.
Trump y Netanyahu han hecho solo una utilización política del concepto de Derechos Humanos universales, acercándose a la vez con los líderes más represivos del mundo. Deberíamos recordarle al primero del legado de Jefferson y de la Declaración de Derechos de 1776, mientras que a Bibi le vendría bien recordar que el judaísmo ha sido pionero en la oposición a la pena de muerte, la abolición de la esclavitud, el otorgamiento de derechos a la mujer, la creación de cortes justas y la valoración del conocimiento por sobre la fuerza física.

* El profesor Edward Edy Kaufman ha dado clases sobre Derechos Humanos y resolución de conflictos de manera intermitente entre Estados Unidos e Israel durante 50 años. En la actualidad trabaja en la Universidad de Maryland y la Universidad de Haifa.