El 24 de noviembre se desarrolló el balotaje en Uruguay, en el que compitieron los candidatos de la izquierda y la derecha. Antes de que llegue ese día, las encuestas marcaban una diferencia notoria a favor del candidato derechista Luis Lacalle Pou por sobre el candidato progresista Daniel Martínez. Los medios repetían constantemente las entrevistas a encuestadores donde informaban de una diferencia amplia. Muchos dentro del equipo de campaña de Martínez se empaparon de ese clima derrotista.
¿Por qué ese derrotismo? En parte por los resultados de la primera vuelta, donde el Frente Amplio obtuvo el 39%, el Partido Nacional el 28%, Partido Colorado el 12 % y Cabildo Abierto el 11%. Estos resultados son importantes porque todo el escenario político interpretó que los votos de Partido Colorado y Cabildo Abierto iban a ir en conjunto hacia el Partido Nacional. En ese escenario, el resultado tendría que haber sido de más de un 50% de los votos asegurando la victoria derechista. Pero eso no fue lo que ha sucedido. Lo que pasó fue que la elección no se pudo definir la noche del domingo 24 de noviembre, y que lo que debió haber sido un festejo total para la derecha terminó siendo una victoria política para el Frente Amplio con independencia de si ganó o no la elección. ¿Qué pasó que la derecha se fue frustrada a pesar de que esperaban vencer?
Ese domingo a la noche la sociedad se fue a descansar sin conocer el resultado debido a que la diferencia entre un candidato y otro era de apenas un poco más de 28.000 votos y los votos observados eran unos 35.000. Al final de la noche, los medios informaban que el resultado era de aproximadamente 1 punto (48,7 contra 47,5). Varias bocas de urna se equivocaron en sus pronósticos y tuvieron que pedir disculpas ante la sociedad.
Ahora, ¿cómo se llegó a este escenario?
Algunas explicaciones…
En primer lugar, los 15 años de gobierno del Frente Amplio generaron un desgaste que ha provocado en ciertos sectores de la sociedad la necesidad de tener una alternancia en el gobierno. Los muy buenos indicadores logrados no han estado exentos de deudas que no se han podido resolver. Las más importantes tienen que ver con la inseguridad, con la existencia de un 9% de desocupados y con un magro crecimiento económico en el último tiempo. Estos fueron los puntos débiles de la gestión frenteamplista en este tramo.
En segundo lugar, la coyuntura regional que ha ayudado a la reorganización de las fuerzas derechistas. Mauricio Macri, Jair Bolsonaro y la influencia regional de Donald Trump han hecho que en varias instancias internacionales el país se quede aislado del resto de la región (como en el caso venezolano, donde Uruguay se alineó con México en lugar de sumarse al Grupo de Lima). Además, las victorias de las derechas en Sudamérica han brindado impulso a los partidos tradicionales uruguayos: el Partido Nacional y el Partido Colorado. Estos dos antiguos partidos supieron aprovechar la oportunidad para construir nuevos liderazgos referenciándose en Mauricio Macri y en el neoliberalismo chileno.
Luis Alberto Lacalle Pou es un dirigente del Partido Nacional de 46 años, hijo de Luis Alberto Lacalle (expresidente en el periodo 1990-1995) y bisnieto de Luis Alberto Herrera (ex líder histórico del Partido Nacional). Luis Alberto Lacalle Pou tuvo su segunda campaña electoral para la presidencia después de la que perdió en 2014 frente a Tabaré Vázquez.
En el Partido Colorado, el economista Ernesto Talvi le ganó la interna al expresidente Julio María Sanguinetti. Dirigentes tanto del Partido Nacional como del Colorado se reunieron con referentes del macrismo en varias oportunidades. En el caso del Partido Nacional, no solo saludaron la victoria de Macri en 2015 sino que encima intentaron importar los métodos macristas mediante el asesoramiento de Jaime Duran Barba a sus dirigentes. En el caso del Partido Colorado, Ernesto Talvi se encontró con Macri y Nicolás Dujovne y calificó al equipo económico macrista como “formidable”.
Al mismo tiempo, la llegada a Uruguay de la influencia de Bolsonaro se manifestó en Cabildo Abierto, un partido integrado por militares defensores de la dictadura, neonazis y fundamentalistas evangélicos. Su líder es Guido Manini Ríos, ex jefe del Ejército destituido por Tabaré Vazquez por intervenir en política desde su rol castrense. Manini Ríos también viene de una familia tradicional, su abuelo Pedro Manini Ríos fue ministro de la dictadura de Gabriel Terra en la década de 1930. Copiando el estilo de Bolsonaro, los dirigentes de Cabildo Abierto realizaron declaraciones provocadoras (descalificando a militantes de izquierda, difundiendo noticias falsas e incluso violando la veda electoral). Incuso, Manini Ríos ha tenido que reunirse en varias ocasiones con miembros de la comunidad judía para reconciliarse por la integración de neonazis en su partido. Este partido fue el gran vencedor de la primera vuelta, dado que el 11% de los votos que obtuvo le permitió obtener diputados y senadores.
En tercer lugar, la renovación del liderazgo frenteamplista influyó en la baja de los votos en la primera vuelta. En un país donde no existe la reelección inmediata y donde las figuras más importantes de la izquierda superan los 70 años, esto ha constituido un desafío enorme. Tabaré Vazquez, Pepe Mujica y Danilo Astori son parte de la generación fundadora del Frente Amplio y testigos de su crecimiento en Montevideo y al resto del Uruguay en las décadas de 1980, 1990 y 2000. Por esta razón es que los nombres que figuran en la primera plana frenteamplista son Daniel Martínez, Mario Bergara, Oscar Andrade, Carolina Cosse y Yamandú Orsi, dirigentes que se encuentran construyendo su liderazgo. El que está más adelantado en esa carrera es el ingeniero Daniel Martínez, de 62 años, un socialista con antecedentes en la función pública que se desempeñó como ministro de Industria, sindicalista e intendente de Montevideo. Para la segunda generación de líderes del FA, esta fue la primera elección presidencial y se notó en algunos errores en la toma de decisiones (desde la forma de la elección de la candidata a vicepresidenta hasta la estrategia para convencer al electorado).
En cuarto lugar, el FA corrigió la estrategia electoral de cara a la segunda vuelta y logró remontar muchos votos que en octubre no habían ido para la izquierda. A pesar de los errores cometidos, el FA logró recordar al pueblo uruguayo los enormes logros sociales obtenidos bajo sus gobiernos. Entre ellos, la baja de la pobreza del 30% al 8%; la obtención de derechos laborales para sectores marginados como los trabajadores rurales; el fomento a las energías renovables, con especial énfasis en la energía eólica; la creación de la Universidad Tecnológica, que permitió el acceso a estudios superiores al interior históricamente postergado; la ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo; las operaciones gratuitas de cataratas a casi 80.000 ciudadanos gracias a la colaboración cubana; y el matrimonio igualitario. La ciudadanía se dio cuenta de que estas leyes entraban en peligro ante un gobierno que nuclea a la centroderecha y la ultraderecha. Por esto el electorado fue masivamente a votar en el balotaje. Al mismo tiempo, el FA movilizó a su electorado en el exterior y logró que cerca de 25.000 uruguayos viajen desde Argentina para votar en su mayoría a la izquierda. Así, prácticamente el 1% lo brindó el electorado uruguayo en el exterior.
¿Y ahora?
Explicadas las causas, cabe preguntarse qué sucederá ahora. La derecha ganó las elecciones pero emergerá un gobierno repleto de tensiones. En primer lugar, ganó por apenas una diferencia cercana a los 30.000 votos. La coalición “multicolor”, como se la ha denominado, está compuesta por cinco partidos de los cuales tres tienen importancia parlamentaria (Partido Nacional, Partido Colorado, Cabildo Abierto, Partido Independiente y Partido de la Gente). Es una coalición en la que será muy difícil que no haya tensiones internas, ya sea por la concesión de cargos de Lacalle Pou como por las diferencias ideológicas. Por ejemplo, Ernesto Talvi ha mostrado su apoyo a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, pero en el mismo gobierno que él va a apoyar, participa también el partido Cabildo Abierto, cuyos integrantes desean derogar la ley y han expresado declaraciones contra las mujeres. Es difícil no pensar en una colisión de intereses en algún momento debido a que esta coalición se unió por odio al FA, no para resolver los problemas que tiene el Uruguay.
Otro potencial problema para LP serán las medidas que se pretenden tomar en materia económica y social. Un congelamiento de los Consejo de Salarios (las paritarias), la devaluación del peso uruguayo y recortes en áreas sociales podrían provocar en Uruguay las mismas tensiones sociales que se observan actualmente en Chile, Colombia, Ecuador, Perú, Argentina y Brasil, por dar algunos ejemplos. De hecho, la forma en que se tomen las decisiones podría permitir en cinco años el regreso de la izquierda al poder. El caso argentino, con el regreso de Alberto Fernández después de cuatro años de ajuste neoliberal es una clara demostración de que eso puede suceder.
De hecho, los resultados del balotaje revelan que el FA ganó en Montevideo y Canelones con más del 50% y obtuvo porcentajes altos en varios departamentos, como Paysandú, Salto, Soriano y Colonia. En cambio, el porcentaje que obtuvo LP fue mediante una coalición de cinco partidos. Es decir que el PN podría tener que enfrentar a un FA con dominio en los principales departamentos del país (vale recordar que en las elecciones departamentales no hay segunda vuelta).
La principal conclusión que se puede sacar de la elección es que se terminó el desacople al que estuvo acostumbrado Uruguay durante 15 años y que las mismas tensiones que sacuden a América Latina volverán al Uruguay. A la derecha le será muy difícil la gobernabilidad porque en el corazón de sus propuestas se encuentra la semilla de las futuras manifestaciones sociales, con el espejo del resto de Sudamérica. Por eso, este será el gobierno más débil de Uruguay desde 1985, porque la derecha venció en las elecciones pero no convenció al pueblo uruguayo.