La rutina y la escasa ambición fueron asombrosas en la campaña. El partido que obtuvo mayor número de escaños, Kadima, sin instituciones y con candidatos de aluvión, se limitó a reiterar el proyecto y la retórica de un cadáver político, el general Sharón, promotor de una retirada unilateral de Gaza que su sucesor, el veterano y poco carismático Ehud Olmert, tratará de repetir en Cisjordania si se lo permiten los socios de su inevitable coalición. Los 29 diputados de Kadima, muy por debajo de los 44 esperados, confirman el escaso atractivo de un programa que inquieta a los palestinos, no satisface a la izquierda que preconiza «paz por territorios» y subleva tanto a la derecha anexionista como a los colonos aferrados al mito bíblico del Gran Israel.
El plan de Olmert, bajo las tensiones de una coalición heteróclita, prevé la evacuación de unos 60.000 colonos aislados, pero al mismo tiempo la ampliación y anexión de facto de las más importantes colonias, de manera que más de 150.000 judíos seguirían viviendo en la Cisjordania ocupada desde 1967, parapetados tras el muro en construcción como nueva frontera, un proyecto concebido para controlar los acuíferos, preservar el carácter judío del Estado y protegerlo de la bomba demográfica palestina.
El Partido Laborista, el segundo más votado (19 escaños), que previsiblemente formará parte del Gobierno, centró su campaña en las cuestiones sociales y recusó la estrategia unilateral de Olmert, pero asumiendo la anexión de parte de los territorios palestinos.
Una de las notas más rotundas y esperanzadoras del escrutinio fue el repudio del derechista Likud, que estuvo en el poder casi 25 años, y de su líder, ‘Bibi’ Netanyahu, que insistió en fustigar cualquier repliegue en Cisjordania como un triunfo del terrorismo. Por primera vez desde el asesinato de Rabin en 1995, el Likud y sus aliados tradicionales y sectarios (la extrema derecha de Unión Nacional y los partidos ultraortodoxos), que rechazan todo retroceso territorial, carecen de fuerza para bloquearla.
Con un Parlamento muy fragmentado y una futura coalición contradictoria en temas esenciales, los objetivos de Olmert de fijar una «frontera definitiva» no más tarde del 2010 y perpetuar la separación física de israelíes y palestinos, mediante el muro condenado internacionalmente y sin ninguna contrapartida territorial, se presentan tan lejanos como azarosos, en el mismo momento en que el Gobierno de Hamas, investido por el legislativo palestino, persistía en su negativa de reconocer a Israel y renunciar a la violencia, las condiciones impuestas por Estados Unidos y Europa para reanudar el proceso de paz y las subvenciones.
Los electores parecen haber puesto fin a los sueños sionistas de anexionarse Judea y Samaria, como los judíos llaman a Cisjordania, pero no han despejado ninguna incógnita en cuanto al cambio de las relaciones con los árabes y la necesaria viabilidad de un Estado palestino, requisito indispensable para que la separación se produzca.
La opinión pública israelí ha avanzado en cuanto a la aceptación de la realidad del vecino, como se demostró con la retirada de Gaza en agosto último, pero está muy lejos de aceptar sus consecuencias. La militarización es una onerosa hipoteca y el muro de separación no resuelve el problema de fondo de la integración de Israel en la región ni la consideración de los palestinos como algo más que una mano de obra barata. Cualquier intento de organizar un mini Estado palestino en libertad vigilada y como subterfugio de una situación neo colonial, idea implícita en los discursos de Olmert, agravará el desastre económico, la vejación política y la frustración.
En último extremo, el Primer Ministro y las heterogéneas huestes de Kadima no sólo carecen de fuerza parlamentaria, sino de la estatura política precisa para llevar a buen término la revisión de las conciencias que exigiría una auténtica y duradera paz con los palestinos.
Lo peor de los resultados electorales es que no le han otorgado el mandato inequívoco necesario para una iniciativa de ruptura, sino tan sólo una victoria precaria que se desgastará en las rituales transacciones de la política israelí.