Siguiendo el consenso de los comentaristas más avezados de dentro y fuera, se trata de unas elecciones históricas, quizás las más importantes en cincuenta y ocho años de existencia, pero indudablemente las más aburridas. La campaña ha sido mortecina, la movilización de militantes propagandistas menor que nunca y en línea con todo ello se ha registrado un mínimo absoluto en la participación: el 63%. La cifra es algo engañosa porque contabiliza al 10% de electores que viven fuera y no pueden votar, y a los ciudadanos árabes, el 20% de la población, que es no es lo mismo que electorado, que son otra cosa y se abstienen en mayor número. Pero en todo caso sirve para comparar y lo cierto es que nunca fue tan baja.
Un sistema proporcional y la diversidad de la sociedad israelí, que se acentúa con el tiempo, han hecho que nunca un partido consiga la mayoría absoluta. Siempre muchos competidores y complejas coaliciones. Pero nunca como ahora el número uno, el recién nacido Kadima, había estado tan lejos de la mitad más uno: 29 escaños en un parlamento de 120. El ranking de resultados no coincide con el de ganadores y perdedores. Sólo ganan algunos pequeños, extremistas o monotemáticos, como el Partido de los Jubilados, salido de la nada e interesado exclusivamente en las pensiones, que se alza con 7 bancas.
Kadima, fundado a finales de noviembre por Sharón, es el primero pero tan por debajo de sus expectativas que difícilmente se le puede contar entre los ganadores. Los laboristas quedan de segundos pero sus 20 parlamentarios significan igualmente un magro resultado para un partido de tanta importancia histórica. Lo que no ofrece dudas es quién se lleva la palma como gran perdedor: el Likud, nacionalista y conservador, dominante en la vida política israelí de los últimos 30 años, en 5º posición con 11 diputados. Sharón lo creó y Sharón acabó con él.
Netanyahu encabezó a los que se oponían a la refundación del partido y ahora se queda con las hieles de la derrota. Una nueva formación, Israel Nuestra Patria, dirigido por una nueva estrella política, Avigdor Lieberman, antiguo colaborador de Netanyahu, aventaja en 1 escaño al Likud, decidida a disputarle la hegemonía sobre la derecha.
Algunos llegan a decir que entre los perdedores se cuenta la democracia. La apatía, la abstención en un país que ha vivido siempre a pocos pasos del abismo, de guerra en guerra y que en este momento tiene en frente al más enconado de su enemigos, a Hamas, parecen difícilmente explicables. Entre los jóvenes, guerreros de primera línea indispensables para asegurar la supervivencia de la nación, con sus tres años de servicio militar muy en serio y largos deberes de reserva, está progresando el pasotismo. El humor político, muy popular, se ceba en el sistema y magnifica la deprimente corrupción que lo ha corroído en los últimos tiempos. Pero no deja de ser por otro lado un impresionante espectáculo democrático el de un país que en sus circunstancias vive su vida política con tal grado de “normalidad”, dejando que se expresen todas sus divisiones internas y permitiéndose el lujo de una campaña casi más centrada sobre cuestiones económicas y sociales que sobre el eterno problema de su relación con los palestinos.
Entre las muchas novedades de estas elecciones destaca el eclipse de las dos palabras en torno a las que han girado todas las precedentes consultas populares: asentamientos y paz. La paz como algo que hay que alcanzar a través de un proceso político de negociaciones ya no es tema. En ese sentido, Kadima está en la cresta de la ola, donde su fundador la puso. La segunda intifada, que se inicia en el 2000, universalizó entre los israelíes la desesperanza respecto a lo que se pueda conseguir de los palestinos. Ese sentimiento ha preparado el terreno para el paso de gigante que sólo alguien con los credenciales de Sharón podía dar: retirada unilateral, liquidación de los asentamientos que no sean integrables. El los fomentó durante años, él dio el giro que los liquida.
Es comprensible que los colonos lo consideren un traidor, pero la lógica del viejo guerrero es muy otra. Como sionista integral y estratega militar las razones para levantarlos y para desmantelarlos son las mismas: el interés de la patria al que todo se sacrifica. El soldado es para la posición y no al revés. Para él los colonos no desempeñaban otra misión, ni entonces ni ahora.
Los resultados electorales, con su dispersión de votos, demuestran que la mayoría tiene clara la estrategia y la acepta como algo sin alternativas. Pero ya no está Sharón para llevarla a cabo. Para Olmert, frente a la resistencia de los afectados, representa una tarea colosal.