El Fantasma de la Esclavitud

La celebración de Pesaj, que está culminando, rememora los eventos que forzaron la liberación de los esclavos hebreos del faraón. Se trata del acto constitutivo de la identidad nacional judía, surgida al calor de la lucha contra un régimen opresivo. Por tanto, Pesaj es un hecho político fundamental. Es la conciencia de que “alguna vez fuimos esclavos”, y nos obliga a reflexionar sobre esa ominosa institución. Los esclavos de ayer, de hoy y de siempre.
Por Mariano Szkolnik

Un carro tirado por un maltrecho caballo pasa por nuestra calle, transportando una carga superior a la que sus fuerzas le permiten. La escena, común en el Gran Buenos Aires, se repite a diario, a toda hora. El animal parece aceptar, resignado, su destino de ser una cosa al servicio de su dueño. Mudos testigos, no vemos allí más que un hecho trivial y de “sentido común”: los animales constituyen sólo un “bien de capital”, una máquina viva utilizada para multiplicar la fuerza y capacidad humanas. Prisioneros de nuestro tiempo y de la perspectiva que pondera a los seres humanos como “la joya más preciada de la Creación”, se nos dificulta la interpretación lo que allí sucede. Y hasta cierto punto, es lógico: desde el libro del Génesis, la humanidad se atribuyó el derecho divino y exclusivo de usufructuar los bienes de la naturaleza de manera ilimitada. Lo que se oculta a nuestra mirada es que ese animal vencido es, realmente, un esclavo. Hasta hace poco más de un siglo, esa invisibilidad abarcaba también a personas, cuyas voluntades habían sido quebradas por medio de una despiadada violencia física y simbólica.

Capitalismo y libertad

La modernidad europea, erigida sobre las ruinas del orden feudal, prometía el advenimiento de una era de progreso ilimitado, fundado en la libertad como principio rector de todas las sociedades. Libertad y nuevo orden político eran, a su vez, la condición necesaria para el desarrollo capitalista. Los teóricos modernos postulaban que sin libertad (personal, para ejercer el comercio, para expresar las ideas) no sería posible el despliegue del potencial humano, encerrado durante siglos en el calabozo del prejuicio y la barbarie.

Sin embargo, el relato romántico oculta una realidad mucho más desgarradora: el capitalismo no pudo (o mejor dicho, no quiso) prescindir de un instituto jurídico tan antiguo como la esclavitud. Es más, lo llevó a dimensiones antes jamás conocidas.

El comercio moderno de esclavos se extendió entre los siglos XV y la segunda mitad del siglo XIX. De modo similar a lo que sucede con la “contabilidad” de los genocidios, los datos de la trata de personas son estimativos: según la fuente, se calcula que entre 15 y 30 millones (sino más) de africanos fueron cazados y secuestrados por traficantes europeos, norteamericanos, árabes y africanos, para ser trasladados por mar en condiciones infrahumanas. La mitad de los cautivos moría en el viaje, sea por las heridas provocadas durante la captura, por la asfixia debida al hacinamiento crítico, por hambre o por sed. Quienes llegaban a América, eran forzados a trabajar en las plantaciones de café, tabaco, caña de azúcar y algodón en el Brasil, el Caribe y los nacientes Estados Unidos, bajo un régimen disciplinario brutal, infringido por el temor con el que vivían los hacendados a las revueltas de esclavos. Obligados a trabajar durante 20 horas diarias, los siete días de la semana, la esperanza de vida de un esclavo no superaba los 23 años, y su sobrevida en algunas plantaciones brasileñas no pasaba de entre uno y cinco años: literalmente morían de agotamiento. Para su propietario, el costo de reposición era más bajo que el de mantenerlo bajo mínimas condiciones de nutrición y salud. En ese breve periodo vital, el trabajo del esclavo no sólo permitía la amortización del costo de su inversión, sino que arrojaba ingentes ganancias a quienes producían alimentos y materias primas para las demandantes metrópolis europeas.

Los movimientos abolicionistas tuvieron su apogeo en paralelo al desarrollo de la maquinaria en el esquema productivo. La acumulación originaria capitalista, con su saldo de millones de personas reducidas a la servidumbre durante más de cuatro siglos, daba paso a una nueva fase, la cual requería de trabajadores “libres” a quienes se les “alquilaba” su fuerza de trabajo, ahora mucho más productiva y eficiente a partir de la introducción de la técnica. Los cuestionamientos a la esclavitud cobraron fuerza sustantiva en la medida en que la adquisición, posesión y manutención de esclavos se fue encareciendo. La libertad fue, ante todo, la resultante de una cálculo de costo-beneficio, cuando millones de esclavos africanos ya habían construido, con su esfuerzo y sacrificio, la riqueza y el poder del occidente capitalista.

África aún vive las consecuencias de la esclavitud. Sin derecho internacional que la hubiera amparado, su población fue saqueada, sus riquezas robadas, sus sociedades destruidas. Cientos de años de desprecio, sufrimiento y humillaciones han creado en los pueblos de África un complejo de inferioridad que se proyecta hasta el presente. Inyectó en ellos el odio y el resentimiento, multiplicando las guerras y conflictos intertribales y entre naciones. El daño moral y económico provocado es irreparable.

Pasado y presente

Lejos de haberse cerrado, el ciclo de la esclavitud continúa. Como ayer, las actuales cifras de comercio esclavo (sí, en pleno siglo XXI) son estimativas. La reducción a la servidumbre, la esclavitud por deudas, el trabajo forzado en talleres textiles, y la trata de personas para la prostitución, constituyen la condición habitual de vida de unas 40 millones de personas, particularmente en Asia y África[1]. La pobreza, la abundancia de mano de obra poco calificada, la posibilidad de producir bienes y servicios con bajos niveles de productividad laboral y sin regulaciones respecto a la seguridad, higiene y protección social, son el terreno fértil en el cual se desarrollan y despliegan las redes de tráfico. La finalidad de la esclavitud sigue siendo la misma: obtener enormes ganancias sobre la base de la extrema baratura de la mano de obra, convertida en un bien de capital antes que en un recurso humano por cuya integridad es preciso velar. En el centro, la economía de mercado, desatada de toda regulación o cualquier valoración ética y moral.

La cena del recuerdo

La mínima empatía con las mujeres, niños y niñas secuestradas y explotadas por las redes mundiales de prostitución, con los trabajadores rurales mantenidos en la ignorancia y sometidos a las condiciones de trabajo más abyectas, o con las personas explotadas de modo brutal en talleres e industrias de baja productividad, obliga a condolernos con sus destinos de esclavos modernos. Es por ello que se hace necesario asumir el Pesaj con toda la fuerza de sus implicancias. No se trata sólo de un acto cubierto de liturgia, coronado con una alegre y copiosa cena familiar, sino que supone una profunda reflexión sobre el origen colectivo, la conciencia de la esclavitud, la construcción de una identidad “rebelde”, el hecho político de la lucha por la libertad a través de la violencia ejercida en inferioridad de condiciones, y el establecimiento de una constitución nacional, plasmada en un conjunto de normas que rigen el comportamiento de las personas que acordaron, por libre elección, celebrar un pacto vinculante.

Anida en nuestras almas una tensión esencial. No resulta sencillo quitarse de encima el yugo de la esclavitud: allí está la adoración del Becerro de Oro para corroborar que la sujeción a la voluntad ajena puede ser, en cierta medida, un camino fácil, seguro y hasta “dulce”. Romper con la conciencia esclava y opresiva, para fundar una nueva tradición librada de cadenas, no ha resultado sencillo. Han pasado más de 3.000 años, y aún vivimos en un mundo dominado por un sistema productivo que deglute personas. Por ello, la lucha por la libertad no se cierra con el Éxodo, sino que se proyecta hacia un presente cada vez más cruel.

 

Fuentes:

Ferguson; Niall (2012): Civilización: Occidente y el Resto, ed. Debate, Buenos Aires

Hobsbawm, Eric (2001): Industria e imperio, ed. Crítica, Barcelona

Kapuscinski,Ryszard (2000): Ébano, ed. Anagrama, Barcelona

Landes, David (1999): La riqueza y la pobreza de las naciones, ed. Javier Vergara, Buenos Aires

 

[1] https://www.walkfree.org/projects/the-global-slavery-index/