Actualmente, los jóvenes mapuches que residen en el sur argentino son los que lideran la resistencia a los abusos arbitrarios de sus tierras por parte de las empresas, pero también están insertos en un sistema de producción y mercado de consumo que les brindan las industrias culturales, usan pantalones “jeans”, remeras de grupos musicales, asisten a recitales y discotecas y, por lo general, utilizan redes sociales.
Los que no estudian, trabajan. Algunos que terminaron la escuela secundaria, optaron por seguir carreras terciarias y universitarias y, en este caso, trabajan para costearse los estudios.
Sin embargo, esta generación no ha sido producto de un proceso de aculturación y, desde los últimos años, asistimos a una re-emergencia de la identidad mapuche. El proceso de construcción de una idea de comunidad para unificar la dispersión de la población mapuche, así como también la reconstrucción cultural es encabezado por los mismos jóvenes que tienen como finalidad fortalecer una conciencia colectiva mapuche.
En las entrevistas realizadas se pudo observar que algunos tomaron conciencia desde muy chicos sobre la problemática de su comunidad, mientras que otros lo hicieron tiempo más tarde. Las charlas familiares y las contradicciones u omisiones de los contenidos educativos sobre la vida de los pueblos originarios también jugaron un rol importante a la hora de la toma conciencia en cada uno de ellos
“En mi familia siempre estuvieron presentes nuestros orígenes que fueron pasando de generación en generación, sostiene Luisa Suárez. Fue siempre un entorno muy inclusivo, aun cuando eras chico y uno podría pensar que había cuestiones que te ocultaban la verdad es que eso no sucedió. Muchas veces los debates familiares rondaban en los silencios hacia algunas situaciones, cuando sucedía algo que era injusto, lo que me llamaba la atención era con el miedo que se trataban algunos temas, tanto de índole económica o de justicia, siempre nos decían que teníamos que obedecer algunas cosas para no tener problemas presentes o futuros.”
“La comunidad Nahuel Pan sufrió un desalojo en 1937 y a quienes desalojaron en ese tiempo fue a mi abuelo Domingo Suárez, por eso familiarmente se mantuvieron al margen de un montón de cosas, les daba miedo que algo así pueda volver a suceder. Nos decían que teníamos que proteger mucho a nuestro territorio, después de la restitución de 1947, nos pedían que andemos siempre con cuidado, que no le contemos situaciones de nuestras vidas a personas que no conocíamos”.
“Siempre se quiso criminalizar a las familias de la comunidad por el simple hecho de que ellos siempre fueron pequeños productores de la zona. Nos ponían límites a lo que producíamos. Me llamaba la atención que siempre producíamos para el consumo propio. Mis abuelos tenían mucho miedo porque más de una vez le sacaron los animales, o les decían que ellos no podían vender por motivos siempre inventados”.
“Si bien no hubo más desalojos como en los años 30, hay diferentes otros métodos para hacerlo. En 2009, a 800 metros del campo de mis abuelos, instalaron una planta de tratamiento de residuos lo cual contaminó el campo de mi familia, por eso digo que esto también forma parte de un despojo, porque esas tierras que no son fértiles y no sirven para poder seguir produciendo están perdidas, entonces, digo, a dónde vamos a parar, ya que es nuestra única forma de vida. Hoy esos campos los maneja mi padre que ni siquiera puede tomar el agua porque hay estudios que constatan la contaminación y justamente la bomba donde sacaron la muestra es del campo de él, a eso súmale la muerte de sus propios animales por consumir el agua y los residuos de basura”.
Gina Jara (G.J.).- En mi caso además de ser descendiente del fundadores de la comunidad, Francisco Nahuelpan y Mercedes Inacayal. tome conocimiento recientemente acerca de los orígenes de mis antepasados, de la ancestralidad. Mi primera ceremonia ancestral que se realiza en las comunidades fue hace pocos años y después arranque a vivir la experiencia dentro de la comunidad. Saber quien fue mi abuela y bisabuela, que era hija del fundador de la comunidad, fue como que mi mente se expandió totalmente respecto al conocimiento, porque en la escuela te dan conocimientos escasos de lo que son los pueblos originarios.
Kurruf Curaqueo (K.C.)- Daniela Curaqueo es mi nombre legal argentino, impuesto por el Estado, porque en el momento que me iban a poner mi nombre mapuche no se les permitió a mis padres hacerlo. Mi familia también deriva de ese asentamiento y de las familias que llegaron a ese territorio y que al final con todo esto de la colonización y del despojo que hubo por parte de la Sociedad Rural Argentina, de la blanquitud argentina, porque hay que ser claro: el Estado es responsable de todo lo que pasó y pasa con el racismo, que aún está vigente en Esquel y la comarca andina. Estoy hablando de la tenencia de los campos que era nuestros, por esa misma razón hoy me encuentro construyendo mi vida como mapuche en otros territorios (Chile) y aprendiendo mucho más y, de alguna forma, también ayudar a mi gente.
“Uno resiste contra los distintos aspectos y grupos sociales que va atravesando, sin embargo, en mi familia no sucedió lo mismo. Mi mamá, por ejemplo, no se toma con la misma firmeza, se avergüenza de su identidad. En mi caso, inicialmente tuve vergüenza de ser negra o morena. Soy la oveja negra de la familia”.
“Muchas de las cosas que me fueron sucediendo me hicieron cuestionarme, criticarme y buscar un camino de la vida que no sea tan occidental, porque la imagen que más se ve como prioritaria para la juventud es el estereotipo impuesto, la blanquitud, que te dice cómo es el margen de lindo y feo, bueno o malo y así. Siempre son condicionalidades que te van interponiendo. Por eso estas cosas siempre me hicieron mucho ruido, me hicieron mucho bulling, por el hecho de tener una mamá de piel morena, en la escuela politécnica que está en Esquel, siempre me trataron mal. Hay gente mapuche que no se reconoce como tal y fueron cómplices, por más que en algún momento me haya cuestionado mi identidad, soy mapuche y estoy aquí, le reconozco al racismo que si no hubiese sido por esas violencias no estaría hoy hablando con ustedes”.
Educación
¿Cómo los procesos educativos en cada uno de ustedes y las posibles contradicciones que le generaban cuando se hablaba de los pueblos originarios?
K.C.- “En materia pedagógica, desde que fui al jardín de infantes hasta la universidad, siempre hubo racismo en cómo se enseña la historia de los pueblos originarios o en cuál es tu rol en los días festivos como, por ejemplo, el 25 de mayo, donde te ponían a actuar de la negra que vendía empanadas o de esclava, eso era muy chocante para mí. No había mucha conciencia por parte de los educadores de cómo enseñar la temática y, en la universidad, era parte activamente de un objeto de estudio como diciendo acá tenés a la indiecita que viene a la universidad y ¿qué podemos conocer o sacarle sobre su pueblo? Eso me complicó muchas cosas internamente”.
G.J.- “Respecto a este tema, el que siempre hizo hincapié en la educación fue Francisco Nahuelpan, quien cedió su casa de piedra para que se construya la primera escuela de la zona. Años después, Isabel Nahuelpán, mi bisabuela, donó parte de sus tierras para que se construyera una nueva escuela, que en honor a ella lleva su nombre».
«Si hablamos de los contenidos históricos en los colegios en relación con nuestras comunidades, lo veía como si fuese algo lejano tanto en la cultura como en la historia. En en la escuela estudiamos siempre la campaña del desierto (*). Uno, en principio, no pensaba cómo ese suceso afectó a tu familia, que fueron parte de esos pueblos que fueron despojados y maltratados. Conocer todo eso, personalmente, fue una de las razones para involucrarme muchísimo más en todo lo que está sucediendo con la comunidad Nahuel Pan y en otras”.
“Cuando cursé la escuela primaria me crié en el barrio Ceferino, que creció después del desalojo que vivió nuestra comunidad de Nahuel Pan. Ahí fue mi crianza de los primeros años y luego en el barrio rural viejo, que quedaba sobre las montañas de Esquel. Recuerdo que tenía una profesora que a algunos chicos nos hacía levantar de nuestras sillas y nos ponía las manos arriba para mostrar nuestras uñas, que debían estar cortas, limpias. O venía con una lapicera y te habría el pelo para saber si tenías piojos. En ese momento no lo tomaba como algo feo e hiriente».
“En el secundario, primero fui a la escuela 54 Nicolás Avellaneda, de Esquel, una institución que recibe muchos chicos de barrios precarios. Luego me pasé a la escuela 713 de nivel secundario, ni siquiera tenía conocimiento de mi identidad, no me había llegado nada de lo que era nuestras tradiciones, pero sí sufrí discriminaciones como “negra de mierda”. Eso era tan común, que muchas veces dejaba de afectarte. También es cuestionable el contenido que se enseña porque obviamente uno ve el tema de los pueblos originarios muy por encima, se trata siempre de invisibilizar las historia y la importancia de nuestras comunidades desde la construcción del Estado Argentino”.
“En este momento estoy estudiando en el Instituto 809 Geografía, que me interesó por las vivencias que pasan los chicos en la ruralidad, y los maltratos que sufren. En ese lugar tengo profesores muy reflexivos y había unas de las materias, que se llama práctica docente, donde nos hicieron trabajar con bibliografía escolar. En ese contexto comencé a recordar muchas cosas que había vivido en la infancia, que uno va almacenado o guardando”.
“Por último, no hay un proyecto adecuado de educación intercultural bilingüe, ya que algunas culturas fueron privilegiadas más que otras. Existe una negación histórica e invisibilización de los pueblos originarios que se refleja en la educación y en una sociedad plenamente racializada”.
Luisa Suárez (L.S.)- “Para mí fue un conflicto. Estudié en Esquel, en el colegio número 24. Recuerdo que en cuarto grado nos enseñaban sobre los mapuches que eran cazadores recolectores, que algunos eran nómades, otros sedentarios, y nos mostraban videos. Había personas que hablaban de ellos como del pasado y yo decía por qué hablan del pasado si nosotros seguimos haciendo estas cosas. La escuela te decía que tuvo que existir esa civilización para poder crear este Estado único, entonces, me generó un conflicto hasta que lo hablé a nivel familiar y me decían que había un sistema educativo que decía un parte de la historia y después estaba nuestro propio relato sobre los hechos”.
“El tema de la campaña del desierto (*) se trataba como que había sido un suceso y que los originarios habían aceptado todo lo que sucedía en buenos términos para poder ser parte de lo que es Argentina”.
–Unas de las cosas que me llaman la atención en tu familia, Luisa, es que siempre tuvieron demasiada precaución por el recuerdo de los desalojos en la década del 30. En tu interior, ¿sentías que tenías que rebelarte ante el sistema o ser funcional a lo que tus padres te decían?
“Para mis padres lo importante siempre fue el estudio. Me decían que muchas veces viene una persona de traje que te habla con palabras extrañas, que vos no las entendés y que tratan de envolverte. Por eso tenés que estar preparada».
“Y también vivimos en un mundo muy capitalista y salir al mundo fue difícil, porque cuando comencé a trabajar a los 15 años, me di cuenta de las injusticias que existían, cosas que no estaban bien. Había que luchar contra eso en un contexto familiar donde mis abuelos le inculcaron miedo a sus hijos y ellos a nosotros”.
“Por eso, de muy chica, me empecé a rebelar y tratar de cambiar el pensamiento y la idea de que no porque éramos de campo y de comunidades debíamos tener el peor trato. Me pasaba mucho que la gente iba y me trataba como cualquier cosa, cualquiera podía venir y te mandaba y si vos le respondías eras mal educado. Pero ellos nunca se fijaban cómo te trataban a vos”.
SALUD
-El otro día hablamos con Gina sobre el tema de cómo afecto a la salud de las comunidades tantos años de lucha. ¿Me pueden decir en cada caso cómo se manifestó?
K.C.- “Fui parte de una generación donde mi familia se dio cuenta que muchas de las enfermedades son, por cuestiones que están muy alejadas del mundo espiritual y físico mapuche, del respeto y la dualidad entre el territorio y la persona misma. Nosotros vemos la vida de otra manera, nuestra conexión con el territorio, con las otras cosas, es parte de la vivencia de la gente mapuche. No creo que una persona que no pertenece a esta comunidad pueda sentir los mismo”.
“Todo lo que hay tiene un dueño. Nosotros debemos tenerle respeto a todo eso para tener salud porque muchas de nuestras enfermedades son por no saber caminar los territorios, y no hacerles daño. Por ejemplo, la minería en el sur en Esquel es un atropello al territorio de una manera terrible. Ese lugar apropiado son parte de nuestra salud. Dentro de nuestras creencias, pedimos que nuestro ser espiritual tenga fuerza. Cuando uno habla de stress es muy común, en las sociedades modernas, que haya esa enfermedad, y es porque el ser humano mira todo desde la accidentalidad y no busca otras alternativas, entonces absorbe lo que el sistema de comunicación de masas le impone diariamente”.
“Yo tuve una tatarabuela que su nombre era Manuela Casimiro, nombre argentino que le habían puesto. Fue prisionera política por parte del Estado argentino en la isla Martín García, entonces, todos estos antecedentes de violencia quedan adentro de nuestros lazos familiares. Es un día a día porque uno sabe que el sometimiento siempre va a estar, entonces, si la gente que está en la lucha tiene stress, imagínate que te persigan unos cachivaches uniformados, que te quieran matar o terminen haciéndolo, porque no solamente son las enfermedades del cuerpo. Hay otras enfermedades que se dan a través de la mente como algo de lo espiritual y también de lo carnal”.
“En Esquel, por ejemplo, había muchas chicas con bulimia, anorexia, patologías de la academia blanca. Uno se da cuenta, estudiando, que existen muchas enfermedades que podrían solucionarse de otra manera tan solo si hubiese un respeto a nuestras autoridades ancestrales, espacios ceremoniales, sagrados, que son los ríos, lagos, todo territorio tiene un espíritu, entonces la idea no es cortar con el ciclo natural de la vida como hace el sistema extractivista. Por eso hay que luchar, para que eso no siga avanzando y destruyendo nuestros espacios, porque cada uno tiene sus características individuales”.
G.J.- En el caso de mi familia, un gran porcentaje de los que han fallecido lo hicieron del corazón, principalmente infartos, cáncer y ACV (accidente cerebro vascular). Mis tatarabuelos y mis abuelos sufrieron muchas cosas, las campañas del desierto (*), el desalojo de Nahuel Pan. Mi abuela se casó con una persona que siempre la trató de india, sufrió muchísima violencia física y psicológica.
“Por otro lado, muchos miembros de las comunidades mapuches los mantienen trabajando en negro, con pésimas condiciones, donde sufren también otro tipo de lesiones físicas como problemas de columna, quebraduras, hidatidosis, hanta virus”.
ANTROPOLOGÍA
El antropólogo e investigador del CONICET Hernán Schiaffini, cuenta que “hace unos días tuvimos un encuentro en torno a la problemática que está sufriendo la comunidad Nahuel Pan, y tomé una cosa que a mí me había pasado cuando era muy joven y vivía en Esquel. Me fui a trabajar al lago y tenía un compañero que me contaba que cuando era joven se sentía muy avergonzado por el color de su piel y que hacía tratamientos tratando de blanquearse. Lo que a mí me dio para pensar en ese momento es lo que significa para un adolescente mapuche ese nivel de tensión y pequeñas violencias en la escuela, en el hospital, la calle, muchos dispositivos metidos ahí, para hacer sentir a la gente la violencia. Por eso pienso ¿cómo no se va a enfermar en esas condiciones?; uno puede decir existen enfermedades, uno se cayó, se golpeó, se quebró una pierna, pero también hay enfermedades que, sin tener un vector tan potente desde lo biológico, afectan muchísimo al espíritu de las personas. Y me parece que todas esas violencias que nuestra sociedad ejerce, especialmente sobre los pueblos originarios, en este caso sobre las mujeres mapuches, hacen que el desbalance del cual habla la cosmovisión mapuche se haga muy evidente”.
L.S.- El tema de la salud de las comunidades es muy difícil. Recuerdo que cuando éramos chicos, en el ferrocarril “la trochita” que está en Nahuel Pan, había un sector donde vos siempre veías a un enfermero, entonces, si en los campos pasaba algo con la familia y demás, podías atenderte. De un día para otro no funcionó más y esto de venir a Esquel era todo un tema, porque la mayoría no tenía un medio de transporte para llegar a su urgencia, así como tampoco un médico que vaya la comunidad a ver a los niños y ancianos que son los más vulnerables. Hay muchas enfermedades que van de la ciudad hacia los campos. El COVID nos marcó a todos, inclusive mi papá se contagió, cuando fueron personas que ya estaban contagiadas para avisarle que estaban las vacunas».
LABORAL
¿Qué sucede a nivel laboral cuando se presentan como miembros de la comunidad?
L.S.- “Trabajo mucho en atención al público desde muy chica y ahora lo hago en un hotel, desde hace ocho años. Me pasa mucho que, para la gente, y eso me sorprendió de grande, el tema del color de piel sigue siendo algo muy sensible».
«Recuerdo que hace un mes vinieron dos mujeres de Buenos Aires y tuvieron un problema en el hotel que traté de solucionar y lo primero que me dijeron es que era una negra e india de mierda y eso al día de hoy sigue existiendo mucho, me refiero a las discriminaciones en distintos ámbitos de las ciudades, no solamente hablamos desde un espacio como puede ser un hotel, también sucede en la educación, la salud, porque para nosotros es difícil, muchas veces, hablar con alguien y decirle pertenezco a una comunidad”.
“Hay generaciones de nuestra comunidad, donde los niños son más blancos, que lo primero que le ven es la tez. ¡” Ah, ¡es blanco” !, y vos decís: ‘sí, pero eso no quita que fuese mapuche’”.
“El estigma que vos tenés de ser de tal forma para pertenecer no es válido. Para mí, es lo que sentís, es lo que quieres demostrar en tu vida, no es una cuestión ni de color de piel, ni de género, al contrario, me siento orgullosa de lo que soy”.
K.C.- “En cuestiones laborales me ha pasado, como soy bailarina de tango y no hegemónicamente linda, no ser del estereotipo esperable para un bailarín. El hecho de tener que pasar por anorexia u bulimia, ya que el cuerpo indígena es diferente a un cuerpo blanco, me restó trabajo en el ámbito de la danza. Me decían que tenía que adelgazar y la verdad era muy traumático porqué yo tengo mis rasgos y corporalidad. En relación con otros trabajos siempre fueron precarios y mal pagos porque perteneces a una comunidad originaria. Todo esto tiene que ver con un racismo integral».
-Muchas comunidades que no son de pueblos originarios ven la asimilación como algo negativo. ¿A ustedes les pasa lo mismo?
L.S.- “Cada cual tiene sus formas, cultura y creencias. Para mí, la gente que está en la comunidad Nahuel Pan es toda mi familia y la mayoría de nosotros estamos casados con personas que no pertenecen a nuestra comunidad, pero nunca nos olvidamos de nuestro lugar. Creo que ahí está el punto: no importa a dónde vayas o con quien, importa saber que siempre tenés un lugar y respetarlo como tal, cuidarlo, a eso me refiero que no tiene que existir el olvido, que es lo más importante que uno tiene para saber hacia dónde va”.
RESISTENCIA Y CONFLICTIVIDAD SOCIAL
– ¿Cuándo se piensa en este sistema político, económico y social dominante y los cambios que hay que hacer, se hacen pensando volver a la tradicional organización social y económica de sus antepasados, es decir, la vida rural y el trabajo comunitario?
G.J.- “Una de las cosas que se están intentando recuperar de la ancestralidad es que la economía sea independiente al que se maneja a nivel país. Nuestra comunidad, antes del desalojo del Nahuel Pan en 1937, era una de las comunidades más prósperas, desde la cantidad de hectáreas que tenía de campos productivos, animales, hasta las personas que trabajaban la lana y platería. Una de las razones que se cree de por qué fue ese desalojo es porque la zona estaba prosperando económicamente. De hecho, los que eran vendedores ambulantes iban a los campos a ofrecer sus productos, eran sus mayores ingresos durante el año. Imagínate que de pronto un pueblo originario de una comunidad mapuche tehuelche esté prosperando más que una ciudad asentada como Esquel; bueno, había que cortar con eso. Entonces, hoy en las comunidades lo que se intenta hacer es una especie de autonomía tanto en las leyes que se mantienen en el lugar como en la economía local”.
“Se está buscando respetar a las comunidades en sus derechos, sus tradiciones, que el Estado nacional reconozca a los pueblos preexistentes. El mapuche es uno de esos pueblos y la realidad es que los derechos de nuestras comunidades están siendo vulnerados por generaciones».
Actualmente, en Nahuel Pan, tenemos una planta de residuos sólidos que está contaminando los campos y es porque no respetaron los derechos tanto de la constitución como del artículo 169 de la OIT, que menciona que los pueblos deben ser consultados. Eso, con nuestra comunidad, no sucedió, lo mismo con las comunidades donde están instaladas las petroleras de Vaca Muerta y así podemos hablar de un montón de situaciones que están pasando”.
-Tengo la sensación de que la conflictividad social fue creciendo en los últimos años o por lo menos se tornó más visible….
G.J.- “Creció bastante el disgusto de la sociedad, en general en el gobierno de Macri, porque hubo varias muertes en nuestros lugares, que tuvieron repercusión pública nacional. La autoridad ejercida por parte de las fuerzas de seguridad fue letal y esas autorizaciones venían desde el gobierno, a esto agrégale la campaña mediática. La gente cree, siente o conoce lo que los medios difunden, sobre todo cuando dicen que los mapuches son alcohólicos, analfabetos o que somos pueblos violentos y la realidad no es así. Nosotros tratamos de llegar a todo lo legal que se pueda. Si en realidad alguien dijera la cantidad de notas que se presentaron desde hace 13 años desde Nahuel Pan para que erradiquen la planta de residuos que existe en la zona y contamina el ambiente. Estoy hablando de escritos al Concejo Deliberante, a los Intendentes, los dirigentes de la planta de residuos. Nunca nadie se sentó a una mesa de diálogo. Después de 13 años, cuando se tuvo el estudio de contaminación de la policía federal con cobalto, niquel e hidrocarburos, desde la comunidad dijimos basta. Agotamos las vías legales, formas pacificas de resolución de conflictos, entonces se llegó a la decisión de cortar los caminos que llevan a la planta de residuos sólidos. Y la ciudad de Esquel, Trevelin y Parques Nacionales estuvieron prácticamente con sus residuos acumulados en la calle. Recién después de eso la gente comenzó a comprender un poco más y fue ahí donde actuó la política, que espera que las comunidades salgan a accionar”.
– ¿El hartazgo por lo sucedido fue más de los jóvenes mapuches?
G.J.- «Las luchas están muy motivadas por la juventud. De hecho, los ancianos de las comunidades siempre dicen que las acciones que se realizan, ellos las van a apoyar porque son un acompañamiento espiritual y emocional super importante, pero, en definitiva, son los jóvenes y no solamente me refiero a los adolescentes, sino que una persona de 30 o 40 años también. Todos están ahí, con la predisposición que, si tienen que perder la vida defendiendo su territorio, lo van a hacer. Conocer la historia de lo que pasa en cada comunidad nos unió más. Ya no trabajamos como comunidades aisladas, sino como un pueblo en su conjunto».
«Mencionan que existe un conflicto mapuche cuando en realidad lo que existe es un conflicto con empresas extranjeras. Existe una unidad, que no se ha visto desde hace mucho tiempo, de los grandes caciques».
-Entrando en el término de consumos culturales, ¿qué tipo de música escuchan, literatura, cine, televisión, redes sociales?
G.J.- “Nuestra comunidad cuenta con dos redes, principales donde se sube toda la información de lo que vive la comunidad. Esta forma de comunicación nos sirve para publicar los videos y notas, lo que va sucediendo legalmente. Que se exponga tan públicamente todo lo que sucede hizo que la justicia actúe de otra forma. La justicia fue quedando bastante al descubierto”.
L.S.- «La música de ahora me aburre mucho. Escucho folklore. Para mí, la “Negra Sosa” es lo mejor que puede existir en el mundo con Larralde, León Gieco, Víctor Heredia. Si me voy al rock, me gustas Soda Stereo, Los Piojos… siempre digo que nací en el momento equivocado porque me gusta más la música de antes que la de ahora. En cuanto a televisión, me engancho con muy pocas cosas en realidad, no hay nada interesante. Las noticias te ponen más paranoico. En películas, el género de guerra es el que más me gusta».
“En cuanto a lectura, sin dudas Osvaldo Bayer, pero en la secundaria me atrajo Nietzsche La verdad, leo textos de pensadores y de historia, sobre todo de autores que no nos enseñan”.
G.J.- “El folclore, el tango, me gusta mucho un grupo que se llama “la romántica milonguera” que es una orquesta de Buenos Aires, después el folklore. Argentino Luna. En tango me encanta Astor Piazzola. El día que me enteré que estaba embarazada, me dije, si es un varón, lo voy a llamar Astor».
“Veo películas basadas en hechos reales, las chinas, hindúes, como Bhangra Paa Lee. En cuanto a literatura, me gusta un autor español que se llama Jordi Sierra i Fabra, pero también leí a J.R.R Tolkien y Frank Kafka, la Metaformosis”.
– ¿Como jóvenes de una comunidad suelen utilizar un discurso empleando palabras de moda de la sociedad no mapuche como “copado”, «bocha”, “chabón”, “bardear”, «escabiar”, “conchetitos”, “sobrar”…?
L.S.- “Eso es muy común porque las generaciones, históricamente, no fueron tan aisladas como parecen. Hoy, al no tener todas las posibilidades una comunidad para vivir y ser autónoma, tienen que llegar a las grandes ciudades. Por eso el diálogo y los términos se van transformando todo el tiempo, también se contagian. No tenemos forma de aislarnos más de este mundo que no nos gusta, sí o sí tenemos que pertenecer para entrar en discusión con alguien…”
G.J.- “Un reflejo de lo que vive, y lo que compartís. Yo, por ejemplo, hablo así también. De repente me sale un “re copado”, también se me escapan términos mapuches que la gente ni conoce, por eso digo que uno refleja lo que vive, siente y conoce. Creo que tampoco está mal porque si bien somos parte de un pueblo, somos parte de una sociedad. No tiene que haber un quiebre con el otro porque tenemos que vivir en armonía, tenemos que aprender a caminar juntos respetando las diferencias. Hoy pasa que nosotros tenemos que respetar a todos, pero a nosotros no nos respeta nadie”