Un golpe en todos los aspectos

Israel está en camino de convertirse en una dictadura

Es fácil identificar un golpe de Estado que da un general, y en tal situación está claro que la Policía y los Servicios de Seguridad deberían detenerlo. Pero, ¿qué haces cuando el gobierno está detrás del golpe? En ese caso, son los ciudadanos los que deben ejercer el papel de detener al gobierno. Presentamos la nota editorial de Yuval Noah Harari, publicada en el periódico Haaretz, el pasado 10 de marzo
Por Yuval Noah Harari *

Lo que el gobierno actual está haciendo en Israel no es una reforma legal, es un golpe de Estado. Existen dos tipos principales de golpes de Estado en la historia. Uno de ellos es el de “golpe desde abajo”: es el que resulta sencillo de identificar. Por ejemplo, en alguna república bananera, el general Strongman decide tomar el poder. Los ciudadanos se levantan por la mañana y ven que hay tanques en las calles de la ciudad. Un batallón blindado rodea el edificio del Parlamento y dispara proyectiles contra la elegante estructura. Una compañía de paracaidistas irrumpe en la casa del primer ministro, lo esposa, y lo encierra en los sótanos de una prisión militar. Una segunda compañía de paracaidistas ocupa la estación central de transmisión y a las 8 a.m. ciudadanos aterrorizados ven por televisión al general Strongman, galardonado con medallas de oro, anunciando con voz autorizada que “por el bien del pueblo” está tomando el poder en el país.

Por lo general, cuando pensamos en un golpe de Estado, pensamos en tal golpe “desde abajo”. Pero a lo largo de la historia, otro tipo de golpe ha sido común: un “golpe desde arriba”. Este es difícil de identificar. Un golpe de Estado ocurre cuando un gobierno que ha llegado al poder de una manera estrictamente legal anula todas las restricciones impuestas por la ley y trata de obtener un poder ilimitado para sí mismo. Es un viejo truco: primero usa la ley para ganar poder, luego usa el poder para distorsionar la ley.

Cuando ocurre un “golpe desde arriba”, todo resulta muy confuso. A primera vista, la vida parece normal. No hay tanques en las calles, y ningún general con decoraciones doradas interrumpe las transmisiones en la televisión. El golpe se lleva a cabo en cámaras parlamentarias mediante la aprobación de leyes y la firma de decretos que eliminan cualquier barrera del gobierno y rompen los controles y equilibrios. El gobierno, por supuesto, no declara que está dando un golpe de Estado. Afirma que solo está haciendo algún tipo de reforma “por el bien de la gente”. Entonces, ¿cómo puedes estar seguro de si se trata de una reforma o un golpe de Estado?

La prueba más simple consiste en preguntar: “¿Qué limita el poder del gobierno?”

La reforma es una situación en la que el gobierno realiza cambios significativos, pero aún respeta las limitaciones de su poder. Incluso después de que se apruebe la reforma, el gobierno no puede hacer lo que le plazca. Un golpe de Estado, por otro lado, es una situación en la que el gobierno está tratando de ganar un poder ilimitado. Si el golpe tiene éxito, eso significa que a partir de entonces no habrá más restricciones al gobierno.

Sobre la base de esta prueba, está claro que lo que está sucediendo en Israel es un golpe de Estado, no una reforma. El gobierno está tratando de confundir al pueblo al centrar el debate mediático en cuestiones legales complicadas como “¿Cuál será la composición de la comisión para el nombramiento de jueces?”. En cambio, debemos insistir una y otra vez y preguntarnos: «¿Qué limitará el poder del gobierno en el nuevo régimen?»

En otras democracias, hay muchos mecanismos para detener una ley tan racista y antidemocrática. En Israel, al momento de escribir este artículo, solo existe un mecanismo: la Corte Suprema. Si 61 diputados votan a favor de negar a los árabes el derecho al voto, o a favor de negar a los trabajadores el derecho a la huelga, o a favor de cerrar todos los periódicos y cadenas de televisión que se atrevan a criticar al gobierno, el Tribunal Superior de Justicia es el único órgano autorizado para intervenir e invalidar tales leyes.

Lo que el gobierno actual está tratando de hacer es desmantelar el único mecanismo que lo limita. Los partidarios del gobierno pueden argumentar que incluso después de la castración del Tribunal Superior de Justicia, todavía habrá un mecanismo importante que pondrá límites al gobierno: las elecciones. No importa lo que haga el gobierno; si al pueblo no le gusta, entonces en las siguientes elecciones el pueblo podrá reemplazar al gobierno. Pero este argumento no se sostiene.

En primer lugar, este mecanismo no protege los derechos de las minorías. En segundo lugar, en el nuevo régimen, 61 diputados también podrán modificar el sistema electoral a voluntad, lo que dificultará mucho el cambio de gobierno. Si la coalición gobernante teme perder las elecciones, ¿qué mecanismo impedirá que 61 diputados descalifiquen a los partidos de oposición, haciendo que no puedan participar en las elecciones, o pergeñen alguna otra “idea” que asegure su victoria?

Por supuesto, no hay nada sagrado precisamente en el mecanismo del Tribunal Superior de Justicia; lo que importa es la esencia, no los medios. Si, junto con el debilitamiento de la Corte Suprema de Justicia, el gobierno propusiera mecanismos alternativos para limitar su poder, quizás sería posible creer que solo quiere reformar. Pero el gobierno no ofrece tales mecanismos alternativos. Cuando se les pregunta a los líderes del golpe qué limitará el poder del gobierno en el nuevo régimen, la única respuesta que dan es “Nuestra buena voluntad. Confíe en nosotros”. Esta es la respuesta clásica dada por los dictadores. El general Strongman, que toma el poder con la ayuda de un batallón de tanques, también declara en su discurso a la nación: “Confía en mí. Te protegeré. Yo te cuidaré”. A los ciudadanos, no nos importa si son los tanques o un bombardeo legislativo lo que nos lleva a una situación en la que lo único que nos protege es la buena voluntad del gobernante. En ambos casos el resultado es una dictadura. Cuando lo único que limita el poder del gobierno es su buena voluntad, a eso se le llama dictadura.

Sin embargo, hay una diferencia fundamental entre el establecimiento de una dictadura “desde abajo” a través de un batallón de tanques y el establecimiento de una dictadura “desde arriba” gracias a un bombardeo legislativo. Cuando ocurre un golpe desde abajo, hay muchas fuerzas organizadas cuyo trabajo es detenerlo: el Ejército, la Policía, el Servicio Secreto. El gobierno puede darles instrucciones para que acudan en su ayuda y arresten al general Strongman. Pero cuando la persona que lleva a cabo el golpe es el propio gobierno, entonces el Ejército, la Policía y el Servicio Secreto tienen dificultades para enfrentarlo, porque están acostumbrados a obedecer sus órdenes. En tal situación, detener al gobierno y evitar que obtenga un poder ilimitado es el papel de los ciudadanos.

¿Y cómo sabemos que hemos logrado frenar el golpe y que es posible detener las protestas y aceptar un plan de compromiso u otro? Las sutilezas legales son de gran importancia, y habrá una gran cantidad de trabajo para los expertos en el campo. Pero la pregunta más importante que todos y cada uno de nosotros tendremos que hacernos sobre cualquier propuesta de compromiso es: «¿Qué limitará el poder del Gobierno?

Si 61 diputados quieren revocar el derecho de los árabes a votar, cerrar todos los periódicos de la oposición o encarcelar a las mujeres que usan pantalones cortos, ¿cuál es el mecanismo para evitar eso? Debemos rechazar con vehemencia cualquier propuesta de compromiso que no incluya restricciones sólidas al poder del gobierno, y debemos enviar a Netanyahu, Levin, Rothman y sus amigos un mensaje claro:

Paren el golpe o pararemos el país.

* Historiador, filósofo y escritor israelí reconocido internacionalmente. Publicó numerosos libros, traducidos a 65 idiomas, tales como “Breve historia de la humanidad”, “Homo Deus”. “Breve historia del mañana”, “21 lecciones para el siglo XXI” y las series “Sapiens”, entre otros.  Es profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén.

Traducción: Bemy Rychter