Ponemos el foco en Polonia y en Bulgaria, y como fuente, entre otras, para ciertos datos fácticos elementales, acudimos a dos breves artículos de la centenaria Jewish Telegraphic Agency (recordemos que fue fundada en 1917), del 1 de junio y del 2 de junio, respectivamente.
Por un lado, entre el 22 y el 24 de mayo, Yad Vashem, junto a la Universidad de Bar-Ilán y la Cinemateca de Tel Aviv, realizó una conferencia interdisciplinaria de conmemoración con criterio revisionista que cortó aguas con el oficialismo búlgaro. La convocatoria se desarrolló alrededor de “Persecución y colaboración, rescate y supervivencia: nuevas perspectivas sobre Bulgaria y el Holocausto, 80 años después”.
Por otro lado, con espíritu similar, a la semana siguiente, en el Instituto Histórico Alemán de Varsovia, el historiador polaco-canadiense Jan Grabowski tenía a su cargo una conferencia. El Prof. Grabowski, de la Universidad de Ottawa, hijo de un sobreviviente de la Shoá, lleva tiempo luchando contra los esfuerzos de los líderes polacos que buscan suprimir verdades incómodas acerca de la historia del antisemitismo en su territorio, antes y durante el Holocausto.
Según la realidad parece demostrar a simple vista y de acuerdo a lo argumentado por los críticos, se trata de acontecimientos históricos que estos países no quieren enfrentar.
Dalej jest Noc. Noche sin fin
En el episodio polaco, el martes 30 de mayo, antes de que J. Grabowski pudiese siquiera comenzar a hablar, el legislador de extrema derecha Grzegorz Braun, perteneciente al partido Confederación, irrumpió en el podio donde el orador ya estaba con sus papeles, rompió el micrófono, derribó los altavoces y tiró de los cables, aduciendo luego, según un medio local independiente, Notes From Poland, que había interrumpido el evento para defender el buen nombre de Polonia contra la “propaganda histórica” de Grabowski.
Este especialista es aquel cuyo rostro ascendió a los tribunales y apareció en algunos medios del mundo, cuando se lo sentenció a retractarse y pedir disculpas por una mención hecha en el libro que coeditó con Barbara Engelking, profesora del Centro Polaco de Investigaciones del Holocausto, en Varsovia, a quien se le exigió lo mismo. La obra es Night Without End: The Fate of Jews in German-Occupied Poland (Noche sin fin: el destino de los judíos en condados seleccionados de la Polonia ocupada), de 2022.
Pues la ley de 2018 (conocida como Lex Gross) pesa como una espada de Damocles sobre ciertas cabezas de intelectuales, ya que prevé un castigo de hasta tres años de cárcel para quien impute a la nación o al Estado polacos crímenes vinculados con el nazismo.
El nombre de la ley se popularizó de ese modo por alusión a Jan T. Gross, quien abandonó Varsovia forzado por la ola antisemita de los años 1960; en el 2000 publicó Vecinos. Historia de una masacre en una villa judía (con relación al pogrom de Jedwabne); en 2006, Miedo: el antisemitismo en Polonia después de Auschwitz y en el 2012, Cosecha de oro, que versa sobre el robo de los bienes judíos por parte de los polacos.
Podría decirse que este académico, profesor de la universidad de Pittsburgh, en términos cronológicos empieza donde Grabowski termina; analizando ambos el período de la Guerra y el Holocausto; Gross sigue con el después, donde reverbera su propio exilio, mientras que Grabowski se concentra en el antes, donde se reflejaba la infancia de su padre.

Frente a la histriónica y violenta irrupción del parlamentario G. Braun, Grabowski expresó haberse sentido como en la era de los fascismos del siglo XX, los malditos años treinta que templaron el huevo de la serpiente. Sus palabras textuales fueron: “Nothing like this has ever happened to me, I felt like in Poland in the 1930s” («Nada como esto me había sucedido jamás, me siento como en Polonia en la década de 1930»).
El irrespetuoso Braun, el cual con su acción tuvo el poder de anular la conferencia, forma parte de una larga lista de los autoproclamados guardianes de la dignidad y el orgullo de todos los polacos, siendo miembro de la Liga Polaca contra la Difamación, un organismo que recibe fondos gubernamentales. Su historial de declaraciones antisemitas es caudaloso.
Minúsculos defensores de sus patrias, como insignificantes cruzados que pretenden erguirse a toda costa sobre la verdad, la justicia, la reparación (simbólica o real, en lo que se puede), portan anteojeras que les impiden visualizar hasta qué punto es imposible adorar el propio país, palpando la tierra materna sobre los escombros de las atrocidades y mentiras políticas. Estos sujetos que odian el diálogo abundan en todas partes; desgraciadamente también en Israel y en Argentina.
¿Quién no querría para su país un pasado siempre encarnado por héroes y nunca por cómplices o traidores, sólo sujetos valientes para recordar? Están los que prefieren la narrativa ya construida antes que la revisión que implica reconstruir, y los artificios de esa misma narrativa por encima de los acontecimientos desnudos de la historia.
¿La voz crítica o alternativa o contra-oficial habrá de convertirse entonces únicamente en una posibilidad real durante los gobiernos progresistas y, de lo contrario, en un estigma y motivo de persecución en los otros? ¿Así habrán de avanzar las políticas -de las acciones, las leyes, la educación, las palabras- no ya de las dictaduras sino de aquellos países en los cuales los gobiernos fueron elegidos por los pueblos?
¿Puede existir acaso en Polonia la investigación independiente mientras gobierne el partido nacionalista Ley y Justicia, conocido como PiS (Prawo i Sprawiedliwość), que detenta el poder desde 2015?
No podemos comentar ahora aquí las últimas acciones del presidente Andrzej Duda (reelecto en 2020). La respuesta de gran parte del mismo pueblo polaco así como de la comunidad europea lo desampara.
La verdad sin adornos
Vayamos ahora al otro caso mencionado, el de Bulgaria. En principio se puede decir que la embajadora de la República de Bulgaria en Israel, Rumiana Bachvarova, no asistió a la citada conferencia y que los organizadores interpretaron este hecho como muestra de los intentos del gobierno que ella representa por encubrir la parte de la historia que allí iba a reflejarse.
R. Bacharova, una socióloga de la Universidad de Sophia, con gran experiencia en área de marketing y medios, arrastra una importante carrera política, como figura del gabinete del Primer Ministro Boyko Borissov, dentro del partido Ciudadanos por el Desarrollo Europeo de Bulgaria (GERB); entre otros cargos fue Ministra del Interior desde 2015 hasta 2017, habiendo ejercido con dureza las medidas del área de seguridad, en especial frente a la marea de inmigrantes.
Ante el triunfo arrollador de la oposición (con el 58% de los votos), que llevara a la presidencia al candidato independiente Rumen Radev, apoyado por el partido Socialista Búlgaro, el tablero se mueve. Cuando aquél asumió en enero de 2017, Borissov dimitió y Radev nombró de inmediato como Primer Ministro a Ognian Gerdzhikov (en la actualidad ese cargo lo detenta Galab Donev). Bajo la presidencia de Radev, Bacharova a partir de junio de 2019 acaba convirtiéndose en embajadora en Israel. Lleva ya cuatro años de gestión al momento del reciente episodio que la ha puesto en la mira.
Un portavoz de su embajada dijo a la Agencia Telegráfica Judía que la señora Bachvarova había recibido “una invitación de último minuto para realizar un saludo” en aquel encuentro de conmemoración de los 80 años, con una perspectiva actualizada y “decidió que era bueno que las conversaciones y discusiones se mantuvieran en un nivel histórico experto, sin ninguna presencia política o participación en ellos”.

Y agregó, con intención de buena voluntad: “Creemos que en el futuro las conversaciones y discusiones entre historiadores búlgaros e israelíes continuarán y contribuirán a una clarificación objetiva y completa de los acontecimientos históricos”.
Este año se cumplen ocho décadas desde que las protestas en Bulgaria frustraron la deportación de su cuantiosa población judía. Pero reconocidos historiadores argumentaron que el rey Boris III entregó a otros miles de judíos a campos nazis desde la zona ocupada por los búlgaros en la actual Macedonia del Norte.
Frente al portavoz diplomático, hallamos algunas voces de peso indignadas, fundamentalmente las de Menachen Rosensaft y Jacob (Jacky) Comforty.
El historiador y abogado M. Rosensaft, vicepresidente ejecutivo del Congreso Judío Mundial, fue quien pronunció, a la mañana del segundo día (23 de mayo), la conferencia central. Luego dijo a la Agencia que “La espantosa verdad sin adornos de que fue el gobierno búlgaro del rey Boris III -no la Alemania nazi- el que reunió a 11.343 judíos de Macedonia, Tracia y Pirot, y los envió a sabiendas para ser asesinados en Treblinka, es un ‘acontecimiento histórico’ que no requiere ‘aclaración’, integral o de otro tipo”. Y respecto de la decisión de Bachvarova declaró: “Al negarse incluso a saludar a los participantes de la conferencia, la embajadora Bachvarova, tal vez actuando bajo órdenes, parece decidida a continuar con la ofuscación de la historia por parte de su gobierno, que se niega cuidadosamente a admitir que Bulgaria tiene la sangre de estos 11.343 judíos en su conciencia”.
El organizador y cineasta Jacky Comforty, autor con Martha Aladjem Bloomfield de La narración robada de los judíos búlgaros y el Holocausto (The Stolen Narrative of the Bulgarian Jews and the Holocaust, 2021) y director de The Optimist, un documental independiente de 2001 sobre el rescate de los judíos búlgaros del Holocausto, opinó que el enfoque de la historia sostenido por Bachvarova está «orientado a la propaganda».
Comentó que previamente, mientras estaba en avance con una de sus películas relativas al tema, había convocado a la embajadora para que brindase comentarios a la audiencia, pero ella había rechazado la invitación, por considerarlo «un evento anti-búlgaro». Comforty concluyó que «Los funcionarios búlgaros trataron de usar esta historia [del rescate de los judíos] y están sobregirando su crédito humanitario». Y peor aún, que en los “círculos neonazis” búlgaros a menudo se puede leer que “los judíos no están agradecidos por haber sido salvados”.
Jacky Vidal, presidente de la Casa del Patrimonio Judío Búlgaro con sede en Jaffa, quien había enviado la invitación a la embajadora, expresó que no había recibido respuesta y desconocía la razón, y que había entendido que ella estaba asistiendo a una ceremonia en honor a la memoria de Dimitar Peshev, “uno de los mayores rescatadores de judíos búlgaros”. Peshev era un político pro-alemán que, sin embargo, intervino para evitar que Boris deportara a los judíos de su reino en 1943.
“Bulgaria tiene un crédito muy loable con respecto al Holocausto”, afirmó el Dr. Rosensaft. “Es un hecho que 48.000 judíos de Bulgaria no fueron deportados a los campos de exterminio y por lo tanto sobrevivieron. Asimismo, lo es que su proceso no fue dirigido por el rey Boris”. Rosenflat explicó que el rescate fue iniciado por los obispos de la iglesia ortodoxa búlgara, el metropolitano Stephan de Sofía y su par Kiril de Plovdiv, quienes junto a Dimitar Peshev fueron reconocidos póstumamente por Yad Vashem, autoridad y memorial de la historia del Holocausto de Israel.
En marzo de este 2023, según la publicación en línea Balkan Insight, la periodista búlgara Emmy Barouh envió una carta abierta al presidente Rumen Radev, diciendo que temía que el aniversario del rescate de los judíos búlgaros pudiera ser “utilizado con fines políticos”.
E. Barouh, de reconocida trayectoria, como escritora, traductora, curadora, etc., en 2001 publicó Jews in the Bulgarian Lands: Ancestral Memory and Historical Destiny (Judíos en tierras búlgaras: Memoria ancestral y destino histórico).
Sus palabras de alerta en la misiva tienen la elocuencia del dolor, la memoria abierta y la advertencia, una de esas atalayas que solo la inteligencia sensible con valentía puede alumbrar:
“Se conocen los nombres de las 11.343 personas metidas en vagones sellados y deportados a Treblinka por la policía y el ejército búlgaros. También se conoce la forma en que los soldados y oficiales búlgaros los trataron en nombre del Estado y bajo la bandera búlgara. La asombrosa crueldad en los últimos días de sus vidas está documentada. La indiferencia ante la tragedia de aquellos cuya etapa final de vida transcurrió bajo el control del ejército y la policía búlgaros muestra una bancarrota moral particular”.
Para ciertos gobiernos, no es la acción indebida o la complicidad lo que deshonra a un país sino la investigación sobre dicha complicidad, en este caso, en la matanza de los judíos.
La figura es conocida y atraviesa toda la historia de la humanidad, tipificada como matar o castigar al mensajero, solo por portar la noticia que no es grata, que no se desea escuchar.
En una sociedad en la que se hace preciso aclarar que no es una investigación sensata sobre un crimen sino precisamente el crimen lo que deshonra a un país, un par de cosas salen a la superficie: la amenaza a la libertad de pensamiento y expresión, y la falta de ética.
Porque he aquí que entonces cabría una pregunta tan sencilla como descomunal: ¿el revisionismo es difamación? Se contesta sola, por la negativa intelectiva, por su propio peso.
Hacia Auschwitz-Birkenau o hacia Treblinka, las costuras sobre el mapa de la historia dolida tienen su paralelo: dos repúblicas de la Europa Oriental (también meridional, claro, en el caso de Bulgaria), miembros de la Unión Europea, con sus gobiernos empecinados en no empañar el buen nombre de sus Estados a costa de cualquier soslayo o tergiversación, incurren en negaciones parciales de sus respectivas historias para quedarse sólo con la parte heroica de ellas. En lo que al más sensible de los temas contemporáneos se refiere, el del Holocausto, eligen el silencio de las traiciones propias y así vuelven a traicionar a los muertos.
Entre los salvados, los resistentes y los capturados por la Alemania nazi, están también los entregados. La historiografía responsable quiere nombrarlos a todos, honrarlos a todos. Asimismo, a los Justos de las Naciones, que se jugaron sus propias vidas para cuidar las de sus semejantes. Y además señalar a los entregadores, para su oprobio eterno.
Tarde o temprano, quienquiera que seamos y dondequiera que estemos, por debajo de toda artimaña o ilusionismo, la buscada historia siempre nos encuentra. La política pone su pie sobre la historia, pero la historia pisa sobre ella.