"Palabras para decirlo", UNR Editora

Anotaciones sobre la política (judía) del lenguaje

La nueva versión aumentada de "Palabras para decirlo", de Perla Sneh, es una obra singular y poderosa, que no sólo ahonda aún más que el texto original sobre las lenguas -el ídish, el alemán y el español rioplatense-, sino que también reflexiona sobre los lugares intersticiales y llega para reafirmar lo esbozado hace diez años: lo que pasa entre lenguas y no en una u otra de ellas; lo que sucede entre la lengua de los perpetradores y los perpetrados, lo que acontece entre el sentido de la vida errante y la vida judía post-exterminio.
Por Facundo Milman

“Creo que sólo es posible explicar Auschwitz, porque Auschwitz es el resultado de nuestra vida cotidiana.
Auschwitz no ha terminado hasta hoy, porque es nuestra forma de vida la que lleva a Auschwitz”
Imre Kertész, Diario de la galera (2004)

I.

Si me pongo a pensar en libros que analicen el acontecimiento Auschwitz durante el siglo XX, hay muchos que mencionar; pero esos libros se ven reducidos porque son pocos los que toman la lengua genocida de la Historia como su objeto de estudio. Esta vez no sólo hay un estudio sobre las palabras de los asesinos, sino que también hay un estudio más acabado sobre el genocidio: un lingüicidio, el asesinato de los hablantes de una lengua y, sobre todo, el asesinato de una lengua. Me parece pertinente recordarlo así: una lengua es un nombre, la lengua es el Nombre, la lengua hace al Nombre. Jacques Derrida, en La hospitalidad (2000), en diálogo con Anne Dufourmantelle -una psicoanalista francesa- supo decir algo tan pero tan pertinente que siento que siempre se me escapa: “las personas desplazadas, los exiliados, los deportados, los expulsados, los desarraigados, los nómades tienen en común dos suspiros, dos nostalgias: sus muertos y su lengua”. En el caso del ídish, la cuestión se vuelve doble: los muertos, los seis millones, pero también el lingüicidio. Porque no sólo se mató a los judíos, sino que también se asesinó a una lengua. Eso es también lo que nos debe recordar Auschwitz, su evento y la destrucción del Hombre, las memorias que claman por su justicia y la lengua que acosa por su resurgimiento.

Supe de Perla Sneh hace unos años por su libro Palabras para decirlo (Paradiso, 2012), pero transcurrieron diez años entre la publicación y esta versión aumentada. Una versión que no sólo ahonda más sobre las lenguas, sino que también reflexiona sobre los lugares intersticiales. Porque, como escribe Nicolás Rosa, somos lectores de lo universal pero escritores de lo particular. Esos entres, tal como indicaba Rosa, son los elementos y el objeto del libro porque quizás no es lo que pasa en el alemán ni lo que pasa en el ídish o el español rioplatense que nos recibió con tanta hospitalidad, sino la recepción y lo que producen entre ellas. La nueva publicación de Palabras para decirlo (UNR Editora, 2022), que está ampliada y revisada, viene a reafirmar lo esbozado hace diez años: lo que pasa entre lenguas y no en una u otra lengua; no era disyunción, es una conjunción. Lo que pasa entre la lengua de los perpetradores y los perpetrados, lo que pasa entre el sentido de la vida errante y la vida judía post-exterminio.

II.

Lo que me interesa del libro es cómo retoma la reflexión sobre la lengua alemana, su relación con el ídish y, por más que no se diga o se mencione poco, el entramado entre ambas con el español rioplatense. Porque si somos herederos de una lengua, como es el ídish, no deja de pasar que pensamos en español. Nuestra vida no transcurre en ídish -excepto que vivamos en un medio social ídish-, sino en español. El trabajo de Sneh es una doble apuesta porque no sólo es la operación entre lo que pasa en la lengua genocida y la lengua exterminada que revive, sino también que el trabajo apuesta y está apostando (aquí me permito el gerundio) por una escritura en español, latinoamericana y, sobre todo, desde Argentina. Entendámonos, lo judío es lo particular de Argentina en América Latina. Ahí también está su riesgo: en poner en juego al judaísmo, al ídish, desde Argentina porque compone un particular, el suyo.

Una de las aproximaciones de Perla Sneh es la que da acerca de la “aniquilación nazi”. Ella sostiene: “De hecho, la aniquilación nazi no tuvo un final en específico, sino que fue interrumpiéndose (…)”. Esta primera idea concuerda y coincide con lo expresado por Alejandro Kaufman en un reciente artículo[1]: “Genocidios y exterminios no concluyen su infausta faena, de imposible consumación, sino que solo se interrumpen y es por ello que sabemos que tuvieron lugar”. Entonces cabe pensarlo por aquí: lo que sabemos que pasó en Auschwitz, lo que pasó en nuestra errancia y nuestra llegada a este país (y pensémoslo en este sentido, no sólo los que llegamos después de 1945, sino todos, porque ese era el plan genocida de Hitler: convertir el mundo en Auschwitz).

Perla Sneh

Sin embargo, el texto no está compuesto por una totalización de lo que fue el acontecimiento Auschwitz; es un recorte. Una forma de leer, como bien nos ha advertido Héctor Libertella, es una forma de cortar; una forma de leer el acontecimiento Auschwitz es una forma de recortarlo a través de sus momentos más determinados. El saber no está hecho para comprender, para comprender está hecha la pregunta, el saber está hecho para cortar. Por lo tanto, Auschwitz y todo lo que contempla la destrucción de los judíos europeos es la demanda por la justicia. Porque, como herederos y continuadores de la tradición monoteísta del judaísmo, la pregunta por Auschwitz nos acosa. ¿Quién creó Auschwitz? El hombre ¿A imagen y semejanza de quién se continuó el lenguaje? Del hombre ario. Porque este es uno de los puntos nodales del libro: así como el hombre es quien creó Auschwitz, el lenguaje de Auschwitz no es una creación sobre-humana ni empezó exclusivamente en los Lager; al contrario, el lenguaje que se utilizó en los campos de concentración ya estaba implícito en la Alemania post-Primera Guerra Mundial o, más precisamente, en la República de Weimar. El lenguaje del exterminio, la lengua del genocidio es, una vez más, fascista: no por lo que nos hace callar, sino por lo que nos obliga a decir. Pero recuerdo que, si bien lo que no dice el lenguaje, lo dice el cuerpo. Pirkei Avot o “el Tratado de los Padres”, uno de los textos más representativos de la ética judía rabínica, nos recuerda que lo mejor para el cuerpo es el silencio. Lo que parece una paradoja termina por ser una contradicción: empezamos por resistir ante la lengua del enemigo, pasamos por hacer silencio y terminamos hablando su lengua porque no es progresista ni reaccionaria; el lenguaje y su gramática normativa es fascista. En definitiva, y en vistas de la actualidad, hoy nos queda resistir (entre sus tantas formas: a través del ídish); resistir ante la lengua del enemigo, resistir por emanciparnos y, sobre todo, resistir para no ser hablados por ellos.

III.

«El ídish era (y es) una lengua en movimiento, un degradé de experiencias que podía incluir en su seno
una forma cultural germanizada, un poco esnob, conocida como daytchmerish».
Javier Sinay en una nota al pie de La caja de letras: Hallazgo y recuperación de ‘Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina’ (2021)

El último punto de este comentario es el ídish, lengua madre de todo judío askenazí. El ídish, comenta Sneh, es el gran silencio en el juicio a Adolf Eichmann. Y, efectivamente, hay silencio donde debe haber lenguaje; pero en el silencio, el silencio habla. Ese mismo silencio habla, pero todavía no hemos aprendido su alfabeto y constituye también nuestra propia falla. También cabe pensar otra causalidad del juicio a Eichmann, Hannah Arendt cataloga de “payaso” al burócrata nazi; ese calificativo puede ser leído como un error porque “el payaso” es el que puede decirle lo que quiere al poder y Eichmann era el poder, era el burócrata. En todo caso, “payaso” es el adjetivo calificativo que le cabe al ídish que desplaza al asesino de Eichmann. Perla Sneh afirma que el ídish era considerado “una lengua femenina”, pensemos también que lo femenino se ubica a la izquierda del trono divino de Dios, y propio de la tradición juglaresca. El ídish es la lengua del payaso porque puede decirle todo al poder y se opone a la lengua del perpetrador y verdugo -el ídish se opone al alemán y, sobre todo, al alemán del Lager-. Si el alemán es el que mata, el idish es el que le dice todo a los poderes fácticos de la realidad. No obstante, es peculiar pensar que la tradición sociolingüística del ídishkait no sólo sea la que puede decir todo -aunque sea con el costo de ser burlada- sino también que sea ubicada a la izquierda del trono divino y a la izquierda de las tradiciones seculares.

Por tanto, hay un sentido a seguir: el de la irreverencia ante el poder, el de poder decir y el de callar a través del silencio que habla. El ídish se mueve a través de los dos polos: el silencio y el habla; la irreverencia y la enseñanza; la palabra y la errancia. Se trata de hacer revivir la lengua de nuestros abuelos, pero con un nuevo objetivo. No usar las palabras asesinadas por un sentimentalismo abstracto y afectivo, sino usar las palabras para decirlo -que es lo que da título al libro-. Decir el dolor, decir el sufrimiento, decir la angustia que nos provoca el acontecimiento Auschwitz. Pero decirlo también en ídish, la lengua desgarrada por el horror -porque el horror, como dice Emmanuel Taub, no envejece-, porque cuando el poder inherente al lenguaje, cuando la palabra hablada retome su forma, nuestra nación va a enfrentar una vez más no sólo al dibuk que deambula a través del ídish, sino también una decisión: si someterse al lenguaje o perecer en el olvido.

IV.

“¿Era judío? ¿Había dejado de serlo? Claro que era judío, pero ¿en qué sentido lo era?”.
Martín Kohan en “La pregunta (pérdida y recuperación del judaísmo)”, Hispamérica Nº 143 (agosto 2019)

Al principio planteaba los efectos que produce una lengua a otra, una lengua sobre otra; la lengua alemana a la lengua del genocidio, de la lengua de los muertos al resurgimiento del ídish y ahora del ídish al español rioplatense. Si bien los escritores judíos en Argentina son variados, pienso en David Viñas, en Josefina Ludmer, en las reminiscencias de Borges y Fogwill y en el propio Martín Kohan, Sneh menciona que “la lengua argentina y el ídish se tocan, aun si lo desconocen, en el ejercicio de una soberanía por el recurso a la letra, en una soberanía de escritura”. Interdicto del pasaje entre Europa a América, entre el progreso de las naciones y nuestras entrañas, entre la vida que se cierne en una cultura europea y la cultura argentina.

En primer lugar, Borges y Fogwill crean sus antepasados judíos. Borges, por un lado, para responder a Revista Crisol -revista afín al nazismo- por suponerlo judío y, por otro lado, Fogwill para hacer enojar a sus familiares antisemitas. Borges, tan sagaz como lo conocemos, responde: “Borges Acevedo es mi nombre. Ramos Mejía, en cierta nota del capítulo quinto de Rosas y su tiempo, enumera los apellidos porteños de aquella fecha, para demostrar que todos, o casi todos, `procedían de cepa hebreo-portuguesa´. Acevedo figura en ese catálogo: único documento de mis pretensiones judías, hasta la confirmación de Crisol”. Fogwill, para hacer enojar a sus parientes antisemitas, dice: “Hubo alguien venido de Holanda, un tal Folken, orador bíblico, que llegó a Inglaterra en 1600, año de la expulsión de los judíos de Holanda. Moraleja: todos los Fogwill son Folken, judíos”.

En segundo lugar, David Viñas y su relación con el ídish. En una nota publicada en Nueva Sion -en la edición del 28 de diciembre de 1990, retomada de la revista literaria Noaj -; es decir, antes de los atentados a la Embajada de Israel y AMIA, sostenía que borró su primer nombre por sus connotaciones “rusas” y, en este caso, vale leer “rusas” como “rusas judías”; en otras palabras, no quería que lo señalen como judío, como la diferencia. No obstante, no es un mero borramiento del nombre judío; Viñas señala que no sabía una palabra en hebreo ni en ídish aunque conocía una: Bérele. Bérele era como le decía su zeide, por tanto, sí conocía una palabra o, mejor aún, conocía un Nombre. Viñas conocía su Nombre, pero también otra salvedad: en 1999, Viñas dirige la Colección Potpourri de Ediciones Atril. Entre sus títulos, hay uno que resalta: Judíos/argentinos/escritores. ¿Omisión o salvedad? ¿Corrupción del Nombre o apreciación del mismo? ¿Valoración de la Tradición o recuperación de la intelectualidad crítica?

En tercer lugar, Josefina Ludmer y su libro Aquí, América Latina: una especulación (2000). Las indagaciones críticas de Ludmer, primero como crítica y luego anotadas como en un diario. Sus preguntas por el atentado y, sobre todo, por el interrogante: “¿Es ‘lo judío’ la particularidad de Argentina en América Latina?”. Siempre es la pregunta, y no la respuesta, la que incendia nuestras certezas. Ludmer, a su modo y a través de la pregunta, nos induce a preguntarnos. De hecho, en otro libro suyo (El cuerpo del delito. 1999) ya dedicaba un capítulo a Cuentas de verdad y cuentos de judíos. Pero no me quiero explayar de más e irme del tema, la pregunta sigue ahí porque no hay respuesta. ¿Es lo particular o no? No lo sabemos, pero algo sí conocemos -a través de Ismael Viñas-: hay una forma más judía que el propio judío, el mestizaje, la mezcla entre judío y argentino, entre ídish y argentino, entre el idishkayt y la cultura argentina. Porque, como decía Nicolás Rosa, leer y escribir son las dos operaciones fundamentales de la cultura.

En último lugar, Martín Kohan y la pregunta. El docente y escritor abre su especificidad por la interrogación. En una entrevista con Hinde Pomeraniec, Kohan se refirió a su judaísmo como una forma muy típica, con la forma de entrar en crisis con el propio judaísmo. Pero, al mismo tiempo, prosiguió su argumentación con la forma positiva en la que un judaísmo se hace fuerte: frente a un antisemita. Esa forma también fue advertida por Hannah Arendt: si te atacan como judío, te defendés como judío. Si nos interrogamos sobre la pregunta de Kohan, no vamos a encontrar respuesta -al menos en torno al judaísmo-. Porque, como él mismo dice, “me hacía la pregunta, y no daba con la respuesta”. ¿Era judío o no? ¿Lo es ahora? ¿Qué posibilita el judaísmo? ¿Ser hijo de una judía? ¿Tener sangre judía? ¿Recibir educación judía? ¿Una sensibilidad prototípica sobre sus formas? Kohan escribe: “Me llevó algún tiempo advertir que el judaísmo radicaba en la pregunta. En la pregunta misma, antes que en cualquiera respuesta”. Si la pregunta define, si la pregunta determina, la respuesta varía, la respuesta es la diferencia.

Sin embargo, Palabras para decirlo (2022) inicia con una pregunta y es la que no puedo dejar de hacerme: “¿Por qué intentar palabras que no pueden sino errar en el blanco?”. ¿Por qué no seguir con la pregunta? ¿Por qué no insistir en ella? Entonces, se trata de no dar con la respuesta, esa es la definición -siempre imposible de cristalizar, siempre extranjera- que nos sirve para pensar este largo entramado entre lenguas. Quizás, como lo es el judaísmo, la única respuesta con la que podemos dar es otra pregunta. En conclusión -aunque nunca se concluye la pregunta-, ¿por qué responder con una pregunta? Y ¿por qué no? 


[1] https://lateclaenerevista.com/la-banalizacion-no-es-un-crimen-sino-una-opinion-por-alejandro-kaufman/