Los humoristas trabajamos con el absurdo, con “eso que no entendemos por qué está ahí” o “eso que no entendemos por qué no está ahí” y a veces, las dos cosas al mismo tiempo. La contradicción es una de nuestras lógicas. Nos llevamos bien con lo que sale mal, con lo que angustia, (lo que está bien lo disfrutamos y listo, no hacemos chistes con eso, salvo que nos parezca que “está mal que eso esté bien”).
De la falta, de la angustia, del equívoco del drama, salen los chistes. (el humor judío es quizás el mejor ejemplo de esto que señalo) pero no de la tragedia, al menos no de la tragedia en sí. Quizá sí de “cómo se interpreta esa tragedia” “a quien se le echa la culpa de la tragedia” “Por qué no se evitó la tragedia” “los responsables de la tragedia”. Hasta “de cómo evitar que se repita la tragedia”. De todo eso sí, de la tragedia en sí, no, y tampoco de las víctimas de esa tragedia. Al menos ese es mi punto de vista, mi ¿ideología?
Dicho esto, ustedes comprenderán lo difícil que me resulta ubicar en algunas categorías al hecho de que dirigentes políticos de ultraderecha, de extrema derecha, de “derecha recalcitrante” o de “somos un poquito nazis, pero tratamos de que no se note demasiado”, tratan, o dicen tratar de captar “el voto judío”.
Como si tal cosa existiera.
Digo, yo soy judío, también lo son los miembros de mi familia, algunos amigos, gente cercana, y nadie, pero nadie nadie vota a ninguna de esas expresiones neoliberales, esas que sostienen “Todos tienen el derecho de pensar lo que quieran y hacer lo que yo quiera”, “Si no tenés plata vendé tu riñón”, “Si sos mapuche, sos culpable” y otras expresiones nefastas dichas “en nombre de la libertad”. Pero en verdad, cuando dicen libertad se refieren a “libertad de mercado”. Y cuando se dicen “libertarios”, se refieren más a “arios” que a “liber”, y no me refiero a la etnia en sí, sino al concepto de “raza superior”, como bien lo explicó un ex presidente argentino, cuando vaticinó que por ese motivo Alemania podría ganar el Mundial de Qatar. Sin comentarios, hoy me desperté piadoso.
Entonces, si mi familia y mis amigos judíos no votan a la derecha ¿el voto judío no es de derecha? Esta afirmación es tan ridícula como lo sería el decir que Sí es de derecha.
El voto judío, como tal, no existe. Existimos “judíos que votan”, pero cada cual según sus convicciones y/o conveniencias.
Surge aquí, casi necesariamente, un chiste que solía contar mi querido maestro, colega y amigo Eliahu Toker Z’L’:
“En los tiempos zaristas, Yankl vivía en un shtetl, pero un día debe viajar a Varsovia a hacer un trámite. Una semana después, regresa al shtetl y le cuenta a su amigo Moishe: “Moishe no sabés lo que es Varsovia: vi un judío que es riquísimo y vive en un palacio, vi un judío anarquista que pide la abolición de la riqueza individual, vi un judío que va todos los días al templo, vi un judío comiendo un sándwich de jamón y queso, vi un judío que está todo el día en su negocio y piensa en cómo ganar dinero, vi un judío que no deja de leer ni hasta cuando duerme…” Y Moishe “Pero Yankl, ¿qué tiene eso de raro? ¡En Varsovia hay miles de judíos!” y Yankl: “No entendiste nada, Moishe, ¡se trataba del mismo judío!
Este chiste que tiene por lo menos un siglo, creo que refleja mejor que nada lo que quiero decir “no existe el voto judío, ni el femenino, ni el masculino, ni el chino, esos son falsos colectivos a la hora de hablar de política”. Ya sabemos lo difícil que le resulta a un judío ponerse de acuerdo consigo mismo ¿por qué lo haría con un montonazo de gente, con algunos, quizás muchos de los cuales no tiene casi nada que ver?
Quizás para darnos trabajo a los humoristas.
O puede ser que esos candidatos no busquen “El voto judío”, sino “El apoyo de las instituciones judías”, como si fuera lo mismo.
Y claramente no lo es.
Primero porque muchos judíos no nos sentimos representados por ninguna institución (judía o no), y luego, porque quienes sí lo estén, son instituciones más vinculadas a lo cultural, lo religioso, lo deportivo, lo educativo… y el voto, que yo sepa, sigue siendo individual.
El “No soy antisemita, las instituciones judías me apoyan” se acerca demasiado a aquel argumento “¿Antisemita yo? ¡pero si mi mejor amigo es judío!”, prueba irrefutable del antisemitismo.
Algún candidato va más allá y dice “identificarse con Moisés”, quizás porque, como dijimos Daniel Paz y yo en un chiste de Página12: “piensa en conducir a su pueblo 40 años por el desierto”. En verdad, uno que promete dolarización, pérdida de derechos, represión, cárcel a opositores, educación optativa, etc., se parece mucho más al faraón.
Así estamos…