Frente a tal realidad, el perdón, ante los ojos de dos pueblos heridos, aparece como una debilidad moral o como una ridícula e injusta exigencia. ¿Cómo perdonar a aquellos que se inclinan por el terrorismo o la opresión y marcan nuestras vidas por años destruyendo en nosotros las posibilidades de vivir en paz?
Visto desde ese ángulo, el perdón, más que nunca, asoma como un atropello a la justicia, como una muestra de debilidad o de sometimiento ante el crimen y los criminales. Sin embargo, un pueblo maduro con una amplia perspectiva de existencia y un liderazgo visionario, podría llegar a comprender la fortaleza y magnitud de espíritu de quien perdona. La elevación del ánimo popular es algo reservado sólo para los grandes estadistas, no para aquellos que viven anclados en el miedo – o haciendo uso del nuestro – sin tratar de deshacer el nudo gordiano.
El terrorista fanático, el soldado abusador, el líder criminal, el oficial cruel; todos los géneros de culpables, todos esos modelos, supieron en algún buen día de la historia, abandonar el camino del odio y decidieron cambiar sus vidas y la de sus pueblos. ¿Por qué justamente nosotros debemos mantener aún en nuestro interior presente y activo, únicamente las imágenes de los daños causados y heredarlas a nuestros hijos y nietos?
El perdón puede romper ese círculo vicioso de las mutuas agresiones, rencores y represalias. Perdonar es lo que nos liberaría de esa situación infernal, posibilitando a todos – agresores y agredidos – un posible estado de paz y la oportunidad de desarrollarnos normalmente. Perdonar no significa olvidar la historia, pero es liberarnos a nosotros mismos de sentimientos y emociones negativas. Por eso el perdón es superior a la venganza, especialmente en aquellos casos en que es más difícil perdonar porque van involucrados nuestra identidad, nuestro orgullo y nuestros sentimientos más queridos.
En nuestro caso, intentar un sincero diálogo con el agresor, buscar medios para impedir la reincidencia, llevar a cabo actos que demuestren buena voluntad y mejoren las relaciones, son medidas maduras, que si se enfocan con más fuerza de la que aparentemente se necesitaría, podrían inaugurar un período más esperanzador del que vivimos hasta el momento.
El perdón, en definitiva, puede lograr el mayor milagro en la vida de dos pueblos: devolverlos a la realidad y liberarlos de los falsos sueños que los enceguecieron durante tanto tiempo.