En los últimos diez años, cuando muchos intelectuales ya hablaban del final de la historia, cuando comenzaban a enaltecer el individualismo y el esfuerzo personal sobre el colectivo, la palabra “militancia” retomó su significante, recuperó su sentido y obviamente, como en toda la historia, la juventud es protagonista de este cambio.
La derrota de una militancia activa en los ‘70 llevó a que la juventud relegara esas esperanzas y pusiera su vitalidad y su futuro en otro tipo de proyectos. De allí en adelante, la desconfianza en la política como eje transformador de la realidad y el miedo a la participación generado entre otras cosas por la dictadura militar, hicieron que los jóvenes se alejaran de proyectos colectivos, de ideologías y de activismo político. Pero por suerte todo esto se ha estado revirtiendo en estos últimos años.
Algunos dirán que este es un fenómeno netamente argentino mientras que otros lo verán como una realidad a nivel regional o mundial. En Argentina, algunos entenderán que el kirchnerismo es el principal responsable. Aunque, los más memoriosos retornaran al recuerdo del conocido Argentinazo, de aquel 20 de diciembre de 2001, en el que los piquetes y las cacerolas se unieron en un sólo grito de desesperación y desahogo frente a la crisis económica, política y social.
Más allá de esta discusión, lo que queda claro es que la respuesta a la crisis neoliberal es la participación política y son los jóvenes quienes lideran estas opciones. Esta generación que nació en democracia y ya no tiene miedo a la participación, pero que fue afectada directa o indirectamente por los años oscuros de la dictadura, es la que hoy se involucra, discute y promueve diferentes propuestas políticas para dar respuestas a las problemáticas de la sociedad.
A pesar de esta realidad alentadora que significa ver a la juventud organizada y de pie, todavía se siguen sosteniendo sectores con resabios de la antipolítica. Lo que la dictadura tuvo que imponer a la fuerza y lo que la democracia consolidó después con una cultura de la individualidad y la competencia, todavía se sostiene desde algunos rincones de la sociedad, especialmente desde aquellos que se beneficiaron con aquel modelo económico.
Desde allí se puede comprender el resultado electoral avasallante del PRO en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, y en ese mismo sentido podríamos comprender el comportamiento de gran parte de la comunidad judía. Quizás sería injusto plantear que este es el único motivo por el cual la colectividad y su juventud no está siendo parte de este escenario de recuperación de la militancia política o de este ascenso del activismo social, pero no puede soslayarse que parte de estos argumentos pueden ayudar a entender este fenómeno.
De otra forma nos costaría entender el motivo por el cual una comunidad que fue referencia y ejemplo de activismo político a lo largo de la historia argentina, hoy se mantenga en una posición conformista e individualista, sosteniendo incluso que la política no es un valor sino una mala palabra que llena de intereses espurios cualquier acción colectiva. El ejemplo más claro es cuando el presidente de la AMIA dice en el acto de conmemoración del atentado a la mutual: “Esto no es un acto político”.
Ejercer la política
Hace algo más de 100 años, la colectividad judía comenzaba a llegar a estas tierras buscando igualdad de posibilidades y libertades que en Europa no encontraba. Muchos jóvenes judíos llegaron a estas tierras con la esperanza de asentarse y crear sus familias en una sociedad más justa que la que conocieron, pero para ello sabían que debían luchar, que debían ejercer la política. Por eso, en esos años la participación de la juventud judía en los distintos partidos políticos, en el sindicalismo y en organizaciones sociales era fundamental.
Años más tarde, en la lucha contra los fascismos europeos, la militancia juvenil judía fue clave y no sólo en Alemania. Grandes cantidades de jóvenes judíos formaban parte de las brigadas contra el franquismo en España y contra Mussolini en Italia. Incluso en la propia creación del Estado de Israel, fueron esenciales los grupos de jóvenes idealistas judíos. Las tnuot sionistas, de izquierda a derecha, sostuvieron el ideal para lo que hoy es una realidad en pleno desarrollo.
De esta misma forma, tampoco fue casual el alto porcentaje de apellidos judíos que encontramos en las listas de detenidos-desaparecidos durante la dictadura argentina, ni la participación activa de aquella juventud judía en los grupos que peleaban contra la dictadura y por la recuperación democrática.
Pero, en un país donde la política toda fue desprestigiada, donde se atacaron todas las redes sociales, todo tipo de organización, donde se llevó al Estado a su mínima expresión y donde se alentó el individualismo y la competencia como valores fundamentales, la comunidad judía y sus instituciones no pudieron estar ajenas a esa realidad.
En un país donde se alentó la consolidación de ONGs, apolíticas o apartidarias, que suplieran lo que el Estado y los partidos políticos ya no hacían, es absolutamente lógico que las Instituciones judías también se volcaran hacia esos modelos. Convertir la AMIA en una bolsa de trabajo, fomentar las tareas de acciones caritativas sin compromisos políticos e incluso priorizar la colaboración intracomunitaria por sobre las tareas dentro de toda la sociedad, fueron características de la política comunitaria noventista, pero este paradigma parece sostenerse dentro de las instituciones. ¿Por qué?
¿Militancia y judaísmo son hoy una contradicción?
La comunidad judía en Argentina siempre ha sabido comportarse como una minoría que debía estar constantemente exigiendo y reclamando derechos. Pero a partir de la década del ‘90, donde se consolida la cuarta generación de argentinos judíos, las instituciones judías ya no se comportan como minorías, ya se sienten parte de una sociedad y ya no tienen que dar una disputa por los derechos sino una pelea por mantener sus privilegios. A esta altura, a más de 100 años de comunidad judía en Argentina, pareciera que los judíos organizados ya no encuentran motivos para luchar por conquistar derechos, sino sólo para sostener lo que ya fue alcanzado.
No sorprende que esto haya pasado con las instituciones judías y en especial con las instituciones centrales, porque el objetivo de toda institución es legalizarse, reglamentarse y perdurar. Pero que los jóvenes judíos no encuentren estas motivaciones sí es difícil de aceptar en una comunidad que ha sabido ser vanguardia y ejemplo de militancia, de activismo y de compromiso político y social.
Actualmente la militancia y el judaísmo se presentan como una contradicción, aunque siempre hayan sido un complemento. Hoy contamos con jóvenes judíos institucionalizados que reprueban la participación política y jóvenes judíos politizados que reprueban la participación comunitaria. Y esto es un problema que habrá que solucionar cuanto antes si no se quiere perder esa tradición de vanguardia política y participación. Retomar textos como los de Spinoza, Buber o Benjamin podría ser la mejor forma de recuperar esa tradición, pero no se podrá esperar a que las instituciones sean quienes convoquen, sino que deberá ser la propia juventud judía la que se organice y encuentre nuevamente el camino de militancia y de lucha social que siempre la ha caracterizado. Sólo así se podrá recuperar lo que la dictadura y el neoliberalismo nos han quitado, sólo así podremos decir que la comunidad judía no atrasa los debates que ya está dando el resto de la sociedad argentina.
* Lic. en Ciencia Política, docente Colegio Martín Buber.