Hay dos tentaciones que deberían evitarse a la hora de analizar las conversaciones que el gobierno argentino ha aceptado iniciar con su par iraní en Ginebra para abordar la causa AMIA. Empezando por reconocer que las actuaciones judiciales nacionales e internacionales tendientes al esclarecimiento del atentado contienen el irrenunciable reclamo de verdad y justicia que el Estado argentino tiene como mandato de cara a la sociedad y a la historia.
La primera tentación que debería evitarse es la demonización de Irán, que conduce a la inevitable toma de posición respecto de las implicancias de negociar con la representación del mal sobre la Tierra. La segunda, que puede derivar o no de la anterior, es la propensión a separar drásticamente principismo y pragmatismo, políticas exteriores basadas en valores e ideales universales o en intereses económicos y ventajas comerciales particulares. Son dos desvíos típicos que suelen llevar a conclusiones tajantes y encerronas sin salida. Ambos caminos nos inducen a tomar posiciones autosugeridas, ya sea condenatorias o justificatorias, antes de terminar de entender qué es lo que efectivamente se está jugando con estas sigilosas movidas de ajedrez diplomáticas que se producen en distintos tableros simultáneos.
Esto nos remite a un clásico principio de las relaciones internacionales: si bien es cierto que los Estados se mueven como jugadores unitarios en el plano de las relaciones inter-estatales, también lo es que cada una de esas movidas se inscribe en un tablero mayor o subyacente en el que quienes juegan son las potencias mayores y otros poderes trans-nacionales y sub-nacionales. Lo que significa que la Argentina, como país periférico de nivel intermedio juega y “es jugada” al mismo tiempo por otros actores que están disputando sus propios juegos. Lo que significa, también, que es tan importante ver bien lo que tenemos delante de nuestros ojos como lo que ocurre a nuestras espaldas. Kissinger nos enseña sobre esto tanto como Borges: escribimos una historia que al mismo tiempo está siendo escrita por otros.
¿Qué juego está jugando Irán con la Argentina? ¿Cuánto es la Argentina contrincante o contraparte y cuánto la ficha de otra partida que se está sosteniendo entre Irán, Israel y los Estados Unidos? ¿Qué otros intereses y actores no estatales se están moviendo detrás? Esta clase de preguntas no es nueva para la historia de las relaciones exteriores argentinas y el lugar que le tocó tener a nuestro país desde los tiempos de la Argentina agroexportadora del siglo XIX hasta los tiempos actuales. El propio contexto de los atentados sufridos por nuestro país en los ’90 remite en forma directa a ese registro: fuimos siempre actores secundarios de juegos entre actores principales, y cuando quisimos desmarcarnos de ese aparente destino ineluctable –desde la neutralidad en la Segunda Guerra hasta Malvinas- terminamos siendo “moneda de cambio”, “caso testigo” de castigo ejemplificador o escenario de las disputas que se desarrollaban en un ámbito y alcance mayores.
La foto
Algunos datos llamativos: el 27 de septiembre, apenas se produjo el anuncio presidencial de la apertura de conversaciones argentino-iraníes en la última Asamblea General de la ONU, el canciller Héctor Timerman se reunió en Nueva York con su par israelí Avigdor Lieberman, principal referente de la intransigencia extrema frente a Irán, foto que fue generosamente difundida con el objeto de legitimar la decisión frente a las críticas y reacciones en la comunidad judía nacional. No le pareció en este momento al gobierno israelí inconveniente brindar semejante aval a la jugada del gobierno argentino si bien existieron pronunciamientos críticos de la embajada en Buenos Aires.Timerman señaló que en esa reunión su par Lieberman y los demás miembros de su delegación manifestaron “no estar al tanto” de dichas críticas y destacaron la oportunidad para repasar la intensa relación tanto política como económica, además de los históricos lazos de amistad que unen a ambos países. ¿Por qué le brindó el ala más dura del gobierno israelí esta mano al canciller argentino, precisamente en ese momento?
¿Cuánto se inscriben y de qué modo estos gestos de Irán hacia la Argentina en el marco de los canales alternativos que se esbozaron entre Washington y Teherán para tratar el programa nuclear iraní? ¿Cuánto alientan los sectores más intransigentes esta suerte de pequeña válvula de escape mientras miden fuerzas en otros frentes en los que continúan sus estrategias ofensivas? ¿Cuánto influyen en este giro las expectativas puestas sobre el incremento de los intercambios comerciales y negocios en la relación bilateral argentino-iraní?
Ante estos interrogantes, lo que parece claro es que si la Argentina abre una puerta al diálogo, debe hacerlo con suma cautela y sin exceso de pragmatismo seudo realista o principismo seudo idealista. Siguiendo a Juan Gabriel Tokatlian, “entre los extremos de un realismo deformado y un idealismo militante es posible vislumbrar un espacio para una juiciosa política exterior”. Los antecedentes de estrategias que pretenden extraer ventajas de las relaciones triangulares, en las que le toca a nuestro país ser el escenario en el que se dirimen otras cuestiones globales o regionales, no juegan a favor nuestro. La aplicación abusiva del llamado “realismo periférico” puede tener indeseables derivaciones; algunas de ellas tuvieron ya costos y dolores irreparables. Por eso, parece sensata la recomendación de la embajadora israelí Dorit Shavit: “no ser ingenuos”. Y agregamos: “ni pecar de originales”.
* Periodista y politólogo. Editorialista del diario Clarín.