Un candidato judío en las primarias de EE.UU.

Bernie Sanders, entre la herencia y la renovación

En una atípica y populosa contienda para la definición de los dos candidatos que se enfrentarán por la presidencia de Estados Unidos el próximo 8 de noviembre, un candidato se destaca en particular por haber corrido los márgenes del debate electoral y haber sorprendido al establishment de su partido: Bernie Sanders, senador de Vermont, nativo de Brooklyn, judío y socialista, que compite con Hilary Clinton para enfrentarse, en la boleta del Partido Demócrata, al candidato republicano.
Por Kevin Ary Levin

Para quienes lo vemos de afuera, el sistema político de Estados Unidos parece estar hecho a medida para que nada cambie: interminables procesos electorales con un importante peso del establishment partidario, sumas de 9 cifras invertidas en campaña por grandes corporaciones a cambio de promesas y un sistema bipartidario donde los límites ideológicos de ambos partidos no siempre quedan claros y, en comparación a otros panoramas políticos, está ubicado definitivamente en el campo de la política conservadora, con contadísimas excepciones.
En este somnoliento panorama, «Bernie», como popularmente lo llaman seguidores y detractores desde los comienzos de su carrera política como intendente de Burlington (Vermont), parece sacudir la inercia y correr los límites del debate, con una carrera coherente en defensa de los derechos civiles y contra las más claras injusticias económicas de Estados Unidos, hasta el punto de ser casi un disco rayado: frente a cada micrófono y en cada espacio que se le otorga a lo largo de su carrera electoral, Sanders denuncia la influencia del gran capital en el sistema electoral, la ausencia de un sistema universal de salud pública (situación que deja a Estados Unidos como caso único entre las economías desarrolladas), acusa al sistema político de no haberse enfrentado a las grandes instituciones financieras responsables de la crisis financiera global que comenzó en el 2008 y de por lo tanto exponerse a un quiebre similar a futuro, ataca a las grandes farmacéuticas por beneficiarse impunemente de los más vulnerables, se opone a los acuerdos de libre comercio por beneficiar a las multinacionales y perjudicar al país, critica la pérdida de libertades obtenida a través de la «guerra contra el terrorismo» y vocifera contra las consecuencias de la invasión estadounidense de Irak, a la cual se opuso desde el comienzo.
En una contienda donde muchos basan su campaña en el miedo ante la amenaza del terrorismo, Sanders no pestañea al afirmar que la mayor amenaza para la vida de los ciudadanos es en realidad el calentamiento global (cuya existencia es negada por gran parte del Partido Republicano, que se beneficia de los aportes económicos de los magnates de los combustibles fósiles que contribuyen al calentamiento global), mientras se define a sí mismo como un socialista democrático. Si bien sus ideas no son nada revolucionarias para nuestro habitual lenguaje político y no hay una crítica total, por ejemplo, al intervencionismo de Estados Unidos en el mundo, Sanders es una novedad y sin dudas refleja un cambio relevante en el escenario político.
Cuando escuché por primera vez a Bernie, debo confesar que sentí que no estaba viendo sólo un candidato individual sino que me parecía estar viendo a un heredero de una tradición muy particular: la del socialismo judío en Estados Unidos. Después de todo, la ideología a la cual se adscribe Sanders, considerada un tabú durante tanto tiempo en el país del norte, fue en cierto momento de la historia fuertemente vinculada a las comunidades de inmigrantes e hijos de inmigrantes judíos de Europa Oriental. Con un fuerte acento de judío neoyorquino y un discurso con un tono fuerte de indignación (una de sus frases características es «Enough is enough!», algo así como «¡Ya basta!»), Sanders me sonaba a aquellos que fundaron influyentes periódicos de izquierda en idish, como Forverts (hoy The Forward), o sindicatos que hicieron historia en la lucha gremial estadounidense, junto a otras organizaciones importantes del movimiento obrero, muchas de las cuales desaparecieron con el tiempo o se convirtieron en marginales al calor de la guerra fría, cuando dejó de existir espacio en el país para la política revolucionaria y las reivindicaciones de base.
Esa imagen del judío vinculado a la subversión del orden existente a favor de la creación de un sistema más justo parece hoy vinculada a un pasado nostálgico. De ahí proviene la tesis de Enzo Traverso, que plantea un «giro conservador» en el judaísmo del siglo XX que lleva a los judíos contemporáneos a ubicarse a menudo en el centro de los dispositivos de dominación, en un claro contraste a la asociación de los judíos con la izquierda de comienzos de siglo.
Cuando el pasado 9 de febrero Sanders ganó la primaria demócrata en el estado de New Hampshire, se convirtió en el primer judío (y, de hecho, en el primer no cristiano) en ganar una primaria presidencial en su país. El liderazgo comunitario judío no se expresó con alegría, y no fueron pocos los que se ocuparon de destacar que Sanders no «practicaba» el judaísmo sino que su judaísmo era algo así como un accidente o un dato menor en su vida. No es de extrañarse esta reacción, debido a que en la coyuntura que describe Traverso, Sanders no entra exactamente dentro de las expectativas que se espera de un judío involucrado en la política, particularmente (pero no de forma exclusiva) en lo relativo a su opinión sobre el Estado de Israel y su gobierno.
El judaísmo de Bernie Sanders parece haber sido imposible de ignorar en esta carrera presidencial. Desde una periodista que afirmó que tenía ciudadanía israelí (comentario que debió luego retractar) y preguntas sobre el pensamiento religioso de Sanders a imitaciones de Sanders realizadas por el gran Larry David (el extremadamente judío humorista que protagonizaba la serie «Curb your enthusiasm» y sobre quien se basaba el personaje de George Costanza en Seinfeld), pasando por preguntas sobre sus creencias espirituales. Es sabido que Sanders es el primer político judío en llegar tan lejos en la política, superando a Joe Lieberman, otro demócrata que intentó ser el vicepresidente de Al Gore en el año 2000. Sanders nunca lo escondió: afirmó estar «orgulloso de ser judío» mientras aclaró no ser particularmente religioso. Muchos de los discursos sobre su vida se concentran en su crianza en Brooklyn como hijo de inmigrantes polacos que habían llegado al país sin nada. En la misma línea, nunca escondió haber pasado tiempo en un kibutz en Israel después de la universidad (aunque demostró ser difícil para el periodismo israelí llegar a conocer exactamente en qué kibutz había sido, tarea que parece haber sido cumplida recientemente), mientras que destacó el carácter formativo que tuvo esta experiencia en su desarrollo ideológico.

Socialismo, judaísmo y sionismo
Sacando una lección tentativa de la candidatura de Sanders, pienso que es hoy inevitable que a un candidato judío, o de hecho una figura pública judía, se le exija una postura sobre Israel. Sanders recibió, en este tema, críticas tanto de la izquierda como de la derecha. Vinculándose en política exterior a lo largo de su carrera política con gobiernos de izquierda y centro-izquierda, la expectativa entre muchos era que Sanders fuera igualmente crítico como suele ser ese campo a la política israelí. Sin embargo, un debate público en el estado de Vermont a mediados del 2014 vio a Sanders discutiendo a los gritos con una ciudadana crítica de Israel sobre la amenaza de Hamas sobre los ciudadanos israelíes. El video de esta discusión tiene a la fecha más de 160.000 reproducciones. El impacto de esta discusión llevó al periodista Josh Nathan-Kazis a titular un artículo «¿Es Bernie Sanders de izquierda en todo excepto sobre el tema de Israel?». Esta actitud no es para nada inaudita en Estados Unidos, habiéndose acuñado hace años la sigla PEP, Progressive Except for Palestine (Progresistas Excepto para Palestina) para referirse de forma particular a los demócratas a quienes se acusa de ser hipócritas con respecto a Israel en su defensa del Estado judío mientras denuncian ausencia de democracia en otros países.
Sin embargo, particularmente en los últimos años, Sanders criticó la política israelí en los territorios ocupados. Mientras que Hilary Clinton, su contrincante en la interna demócrata, sostiene su apoyo a la solución de los dos Estados, sus esfuerzos de campaña la llevaron a escribir el pasado 4 de noviembre sobre su «vínculo inquebrantable con Israel y con Netanyahu» en The Forward. En contraste, Sanders denunció en varias ocasiones la política de ocupación («No soy un gran fan de Biniamin Netanyahu»), la desproporcionalidad de los ataques israelíes en Gaza y estuvo entre los principales opositores al discurso de Netanyahu en el Congreso de Estados Unidos, donde se expresó en contra del acuerdo nuclear entre Irán y las potencias. En cada una de estas afirmaciones, se ocupó de destacar su apoyo al derecho de los israelíes a vivir con seguridad. En base a esto, un ex diputado judío que apoya a Clinton afirmó que: «Sanders no demostró ser un amigo de Israel como lo es Clinton», y esa parece ser la actitud del establishment comunitario. Cabe imaginar que Netanyahu, quien a menudo habla en nombre de todos los judíos del mundo para defender sus políticas, tampoco debe ser un gran fan de Bernie Sanders.
Es tal vez una paradoja que el liderazgo institucional y financiero de la comunidad judía ubique su apoyo en candidatos no judíos, particularmente conservadores y con fuerte arraigo en la comunidad evangélica estadounidense (que ostenta a menudo una posición a favor de la ocupación y en contra de los árabes), más que en el único candidato judío que, quizás por la protección que le otorga su condición de judío frente a las acusaciones de antisemitismo, se expresa a favor de una solución justa al conflicto entre Israel y los palestinos que deberá incluir indefectiblemente la evacuación de asentamientos judíos en Cisjordania.
Cuando finalmente se supo que el kibutz en el que vivió Sanders era uno afiliado al movimiento Hashomer Hatzair, no tardó mucho hasta que desde la derecha lo acusaran de marxista, estalinista y anti-estadounidense (¡e incluso de antisionista!), por los orígenes sionistas marxistas de la organización. La acusación se basa en que la etiqueta de socialismo democrático con la que se presenta el candidato puede en realidad ocultar una ideología más radical, cuya mención despierta aun temores en una parte importante de la ciudadanía. Desde sitios vinculados a la causa palestina, este hecho fue descrito como una evidencia más de la condición de PEP de Sanders. En respuesta, el periodista israelo-canadiense A. Daniel Roth llamó a Sanders a aceptar con orgullo su pasado kibutziano y «shómrico»: «En el centro tanto de la campaña de Sanders como del movimiento que lo llevó a Israel en 1963 se halla la noción de que el pensamiento crítico es esencial en la construcción de un mundo basado en la liberación y la igualdad».
Muchos plantean la paradoja del éxito que tiene Sanders, de 73 años y potencialmente el presidente electo más viejo de la historia del país, con los jóvenes. Es que la aparición de Sanders al frente del escenario político se da en un contexto de post-crisis financiera y post-Occupy Wall Street, donde existe desconfianza y frustración, particularmente entre las nuevas generaciones que se suman al debate político, en las formas tradicionales de la democracia en Estados Unidos. En ese sentido, hay quienes relacionan al fenómeno Trump con el estrellato repentino de Sanders: ambos outsiders que denuncian al establishment de su partido. Pero ahí parecen terminar las coincidencias: mientras que el candidato republicano, magnate y estrella de reality show, desarrolló su campaña en base a lemas alarmistas y xenófobos sobre la migración y el terrorismo, Sanders denuncia de forma sistemática los vicios de la vieja política en su llamado a una revolución política y se beneficia de una nutrida relación con movimientos sociales, sindicatos e intelectuales.
Bernie es tanto un heredero de la experiencia de inmigrante y del socialismo judío de los viejos tiempos como es un fenómeno propio de nuestra época y de los aprendizajes recientes, que llevaron el drama del capitalismo al corazón del mundo desarrollado y que condujeron a una renovación de la izquierda hacia la adopción de un lenguaje actual. Esa experiencia también puede observarse en las experiencias de Podemos en España y de Syriza en Grecia, para dar algunos ejemplos. La novedad es llevarlo ahora a donde se dijo que el socialismo nunca llegaría, al corazón del capitalismo global. Es lógico entonces que sea un outsider en todo sentido, un verdadero judío de la política, quien se convierta en la cara visible de este fenómeno. Es por eso que Bernie es tanto un heredero de una tradición como de la renovación de la misma. Quizás en otras latitudes haya algo para aprender sobre este proceso para todo el que quiera reconstruir la izquierda judía.