Aniversario del atentado a la Embajada

La comunión como legado superador

A 25 años del ataque terrorista a la Embajada de Israel, Nueva Sión entrevistó a Elena Brumana, hermana de Juan Carlos Brumana, una de las víctimas del atentado, quien se desempeñaba en ese momento como vicario parroquial de la Iglesia Madre Admirable, ubicada frente al edificio donde funcionaba la representación diplomática del Estado hebreo.
A lo largo del reportaje, Elena trasmite un conmovedor mensaje en el que comparte su perspectiva sobre la muerte de su hermano, a la que ve como un hecho muy vinculado y en comunión con el pueblo judío, al tiempo que rescata el valor de la recordación en conjunto. “Estos encuentros son gestos amorosos de Dios para hacernos bien a pesar del dolor y de la ausencia”, expresa.
Por Erick Haimovich

Nueva Sión: Elena, ante todo muchas gracias por permitirnos compartir este espacio. Para comenzar, ¿podrías contarnos sobre la vida de Juan Carlos antes del Atentado?
Elena Brumana: La vida que él llevaba antes del 17 de marzo de 1992 era la vida de un sacerdote que tiene la tarea de acompañar al párroco en las tareas de la parroquia. Era vicario parroquial, es decir, aquel que secunda al cura párroco. Juan Carlos había recibido la ordenación sacerdotal en noviembre de 1989. Tuvo dos años y cuatro meses de sacerdote, donde realizó tareas de catequesis, celebración de misas en algunos horarios, confesiones, es decir, la administración de los sacramentos. El fin de semana estaba por lo general con las celebraciones. El domingo al mediodía venía a almorzar a mi casa después de celebrar la misa de 10 en la villa 31 en la capilla Nuestra Señora del Rosario, que en ese momento pertenecía a la zona de la parroquia de Madre Admirable.
Juan Carlos era muy querido. Recuerdo una imagen del velatorio, que se realizó en la parroquia Santa Julia, donde había un sacerdote que lo quería mucho. Fue muchísima gente. El velatorio terminó el jueves 19, cuando se hizo una misa, antes de llevar los restos al cementerio de Flores. Recuerdo que cuando ya estaba la misa comenzada, entra por el pasillo central de la Iglesia una señora con un vestido negro y con un niño chiquito en la mano. Tenía la cara muy triste y llevaba un ramo de flores. Lo pone sobre el cajón de Juan Carlos, que estaba cerrado, hace una oración y se retira. Alguien me dijo que era una feligresa de la villa 31. Fue un gesto tan amoroso y sensible, sintetiza cómo era querido mi hermano.
La imagen de Juan Carlos es la de un pastor, como aquel que guía un rebaño. Se cuenta que era muy común que la misa terminaba y él desaparecía, nadie sabía muy bien dónde estaba. ¿Dónde estaba Juan Carlos? Distintos feligreses se lo llevaban para que le bendiga la casa, al marido que estaba sin trabajo o al niño enfermo. Siempre estaba en la casa de alguien del barrio hablando con las familias. Juan Carlos se dedicaba a acompañar, vivía en una actitud de servicio para todo lo que hacía. Esta preocupación por el otro se ve en el tiempo que siempre se hacía para escribir cartas, teniendo una comunicación constante con la gente que lo buscaba. De esas cartas, después de su muerte apareció al menos una que no llegó a enviar. Las circunstancias siempre las aprovechaba para establecer vínculos. Esta actitud la tuvo toda su vida, incluso antes de ordenarse como sacerdote. E incluso estoy segura que el contacto que tuvo con el Evangelio le permitió fortalecer esta mirada hacia el prójimo y mantener su corazón abierto.

NS: ¿Recordás la perspectiva con la que Juan Carlos hacía referencia a otras religiones?
EB: Él siempre se manejó con el respeto a todos, incluso a aquellos que podrían cuestionar su fe. Pero sobre todo con las demás religiones, tenía la profunda convicción de que la persona que vive en su fe con profundo corazón y con la certeza de que es la verdad, Dios está con él. No pensaba en una idea de “éste está adentro y aquel otro está afuera”. Esto aun cuando nunca dejó de creer en Jesucristo y en la Iglesia, con su santidad y su pecado. Yo aprendí a amar a la Iglesia en profundidad junto a Juan Carlos.
Esa Iglesia que amaba mi hermano, como tantas otras religiones, fue regada con la sangre de los mártires. Cuando uno vive la fe y vive su convicción religiosa, en determinados momentos y circunstancias es necesario derramar la sangre. ¿Por qué es necesario? Precisamente porque las circunstancias lo exigen. En los orígenes del cristianismo, existía la imagen de que el emperador era Dios y cuando los cristianos decían que el emperador no lo era, se los juzgaba. Un historiador antiguo decía: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Esa idea la podemos aplicar siempre. Cuando vemos a alguien que es capaz de dar la vida por una idea, eso no es indiferente. Pensando en el pueblo judío, me acuerdo de la historia de los macabeos y la historia de una madre con sus hijos que los mataban, y así daban gloria a Dios.

NS: En relación a esto último, ¿creés que la muerte de tu hermano tiene un significado religioso?
Juan Carlos murió porque estaba en ese momento en la parroquia, porque lo agarró la explosión. La explosión es la causa de su muerte. Ahora, si tenemos una mirada por encima de los dos metros de altura, yo veo que Juan Carlos muere un hecho muy vinculado al pueblo judío y él unido a esto. Con el atentado a la Embajada de Israel, y Juan Carlos unido a ello, yo veo un símbolo de comunión. Esta es una lectura personal. El valor simbólico de su muerte es que se realiza en comunión: murió con otros. Aun cuando la explosión lo agarró, si lo miramos desde arriba, no fue casual. De hecho, lo estamos recordando juntos, y esto es invalorable. Así como lo recordamos cuando me invitaron en actos junto a los jóvenes en Arroyo y Suipacha. Estos encuentros son gestos amorosos de Dios para hacernos bien a pesar del dolor y de la ausencia.

NS: Leés la muerte de Juan Carlos a partir de la idea de comunión. Esta idea es interesante, porque justamente el acto de la violencia tenía como objetivo la separación, tanto a nivel familiar como social. Frente a la ruptura inicial, le asociás un significado superador. ¿Una victoria sobre los perpetradores del Atentado?
EB: Cuando uno quiere, Dios hace sacar de lo malo algo bueno. Los mártires, los perseguidos por su fe, eran semillas de nuevos cristianos. Aquello que quería exterminarse, se potenciaba. Cuando se cumplieron diez años del Atentado, escribí un texto donde justamente planteaba que todos los que partieron, en esta muerte desgarradora, “fueron arrancados del mundo de los vivos”, en una frase que tomé del libro de Isaías. Y sin embargo, frente a eso podemos quedarnos maldiciendo o bien pensando que estas vidas no fueron en vano. Son lámparas encendidas. La imagen que yo tengo de ellos es que están en paz. Quienes quedamos acá tenemos la tarea, frente a esta fractura, de pensar que estamos llamados a ser personas que, desde la experiencia dolorosa, pueda trabajar por algo diferente.

NS: Lo que planteás me recuerda, quizá desde la oposición, a un lema recurrentemente utilizado en actos de recordación, la idea de que hasta que no haya justicia los muertos no podrán descansar en paz.
EB: Eso no es lo que siento. Lo escucho y lo respeto, dado que el dolor y la muerte cada uno lo elabora como puede. Mi certeza es que todos ellos están en paz. Esto me lo hace saber Dios y su mensaje, que se encuentra todo desde las primeras páginas de la Biblia. Dios ama, no quiere la destrucción ni el mal del hombre. Es finalmente el ser humano el que saca a la luz el dolor. En la misa que mencioné hace un rato, yo veía el cajón cerrado de mi hermano. Con Juan Carlos había almorzado el domingo y, sin embargo, allí estaba el cuerpo de él. Pensaba que todo eso era un absurdo: ¿cómo puede ser que una vida de 37 años que buscaba siempre el bien se termine en un instante? Lo que a mis ojos era un absurdo, al mismo tiempo me vino otro pensamiento: es tan grave hacer el mal, la tentación de apartarme del bien, entonces allí entra el mal. Frente al cajón cerrado yo decía: “¡Qué grave es el pecado, para que la consecuencia sea la muerte!”. Todos ellos, las 29 personas que murieron, de alguna manera, han trascendido. Esa es mi forma de vivir el dolor. Y es la trascendencia lo que les hace estar en paz porque ya viven en Dios para siempre. Viven en Dios, eso no termina, perdura y es la plenitud de la paz.

NS: Trato de verte en la imagen que me describís y me imagino una Elena paralizada. De hecho, utilizás la palabra “absurdo”. ¿En algún momento te quedaste sin respuestas, vacía de explicación?
EB: ¿Sabés que no? En ningún momento, incluso en el gran dolor de los primeros dos años después de su muerte, donde yo sentía que vivía arrastrándome, tuve la sensación de desesperación y desesperanza. Yo sé que, aunque ahora no tenga las respuestas frente a todo, todo tiene una explicación. Cuando usurparon la casa de mi hermano sentí un dolor tan grande que, después de lo que había pasado, no entendía. Pero siempre supe que estuve acompañada por alguien, tanto por Dios como por mi hermano. Él físicamente no está acá, que no tiene la misma materialidad que nosotros, pero en espíritu lo vivo cercano.

NS: ¿Tenés algún episodio o libro bíblico que te haga recordar a tu hermano?
EB: De lo que fue la vida de Juan Carlos, quizá son algunas palabras que se vinculan a Jesús: “Pasó haciendo el bien”. Él encarnó lo que Jesús hizo en su vida. Por otro lado, la idea que aparece en el libro de las Sabidurías, donde se dice que las almas de los justos están en las manos de Dios. Lo que a los ojos de nosotros, nos parecía una desgracia, eso en verdad es estar en paz.

NS: Si tuvieras la posibilidad de encontrarte con aquellos que planificaron el Atentado, ¿aceptarías un encuentro?
EB: Yo creo que sí. Digo “creo” porque es muy hipotético. Siento el interés por encontrarlos y poder preguntarles si tienen alguna respuesta. Pero al mismo tiempo tengo rechazo. Les preguntaría si tienen consciencia del daño que hacen. Porque, quizás hay muchos terroristas que piensan que están haciendo el bien. Sería el caso contrario al de muchos que hacen el mal y saben que hacen un daño, y tendrían un poco de cargo de consciencia. Muchas veces, en alguna circunstancia que me molestó mucho, como por ejemplo los que entraron a la casa de mi hermano, a veces pienso que ni siquiera quizás tenían consciencia del dolor que causaban. Por eso pienso que quizás los terroristas pensaban que estaban haciendo el bien. Si esa es la respuesta, me parece que preferiría ni verlos.

NS: En distintas partes de la entrevista mencionaste en reiteradas ocasiones la pérdida de muchos objetos de tu hermano a partir de que su casa fue tomada. ¿Qué es lo que te duele?
EB: La muerte de mi hermano fue lo más triste que me pasó en la vida. Me dolió tanto las pérdidas de sus cosas materiales porque yo quise retener, frente a la ausencia, lo que podía quedar de él. Por ejemplo, tras su muerte apareció el volumen número tres de una especie de diario personal, que él lo llamó Cuaderno vivencial. El primero apareció cuando la casa estaba tomada, años más tarde, en una bolsa de basura, y el cual todavía no leí. El segundo nunca apareció. Allí hablaba de cómo era él, cómo elaboraba su vida. Hablaba de su corazón, y lo que nadie sabía.
Unos días después de su muerte, yo fui al lugar de la explosión, para ver lo que podía encontrar de él. Entre la gran destrucción, quedaron un estante con los libros de Juan Carlos. Encontré también el cáliz y los vasos que se usan en la misa.
También encontramos un escrito en su diario personal donde expresaba el deseo de “ser trigo que muere para dar fruto”. Esta idea la expresó en una homilía que pronunció el 17 de marzo de 1991, justo un año antes de su muerte. Allí Juan Carlos expresó que la muerte es un fracaso sólo en apariencia, porque a través de la muerte es como nos alcanza la vida eterna a todos los que creemos en Él.

NS: Volviendo a los diálogos imaginarios, ¿qué creés que la diría la Elena más joven a la Elena de los últimos veinticinco años?
EB: Lo primero, la Elena de hace treinta años atrás me diría lo siguiente: “Yo, si tengo que pasar la muerte de Juan Carlos, no lo podría soportar”. Era inimaginable. Si a mí me hubieran dicho antes de lo que pasó que iba a pasar esto, yo pienso que me hubiera derrumbado para siempre. Pero la Elena actual le diría: “Yo estoy acá. Hemos podido caminar la vida”.
Por otro lado, yo le diría a esa Elena cómo enseña el dolor, cómo prepara para la vida y da cosas buenas. Si bien es terrible escuchar esto, el dolor te prepara de una manera inigualable. Cuando uno es capaz de vivir el dolor y mantenerse entero, salís mejor.
Por último, lo que le transmitiría a aquella Elena es la experiencia de la vida después de la muerte, la certeza de la resurrección. Cuando Juan Carlos muere era un 17 de marzo de 1992. El 17 de abril era Viernes Santo, la muerte de Jesús. Cuando muere Juan Carlos pensé en su última cena, que había sido el 16 de marzo. El 16 de abril fue la última cena de Jesús, según la liturgia cristiana. La Pascua de abril de 1992 la viví tanto con dolor como con la certeza del triunfo de la vida sobre la muerte. La viví con mucha plenitud, aun en el dolor de la ausencia.

NS: La idea que planteabas anteriormente respecto del aprendizaje que implica el dolor me hizo acordar a un poema del escritor israelí Yehuda Amijai, quien termina diciendo: “Aprendí a hablar entre dolores”.
EB: Es así. Yo no elijo el sufrimiento, pero una vez que está allí, como en el caso de la muerte completamente impensada y trágica de Juan Carlos, hay que vivirlo y abordarlo con un aprendizaje. Yo ya viví la experiencia de la muerte de un ser querido, mi hermano, con quien me unían más que lazos de sangre, los lazos del espíritu. Por eso, yo le perdí un poquito de miedo a la muerte, porque la muerte de alguien cercano te prepara.

NS: ¿Podrías relatar algún acontecimiento de los últimos veinticinco años que sea de los más sentidos?
EB: Pienso en una señora que me contó que Juan Carlos todos los meses le daba un billete de cincuenta pesos. El marido la había dejado y ella tenía dos hijas. Eso nadie lo supo. Y me parece que refleja esa imagen que te describía al principio, de un Juan Carlos ocupado por el otro. Es un acto mínimo con un amor enorme.

NS: Siempre que se acerca la fecha del 17 de marzo, el tema del Atentado se suele poner en agenda y los medios de comunicación convocan con mayor frecuencia a los familiares de las víctimas y los sobrevivientes. ¿Cómo te sentís cuando te convocan para dar tu testimonio?
EB: En general, las preguntas son interesantes. Una de las preguntas más frecuentes es sobre la ausencia de Justicia, y mi respuesta es que deseo que se esclarezcan todas las causas en las que hay impunidad, aunque con el paso del tiempo veo cada vez más difícil que eso suceda. También me suelen preguntar por Juan Carlos y hablar sobre eso me es muy grato, porque es bueno hablar sobre una vida muy positiva. Además se trata de un hecho público y que afectó a toda la sociedad, por lo que considero positivo seguir manteniendo la memoria y seguir trabajando por la paz, frente a un hecho de tanto dolor.
A mí, particularmente, no voy a las entrevistas porque me encante. Implica tener un tiempo para ello, movilización y esfuerzo. No lo hago porque me guste salir en los medios. Siento que es importante hablar de cosas valiosas, pero implica dejar muchas cosas. Hay muchos aspectos que uno no puede responder tal como lo exigen los medios. Este año en particular, con los veinticinco años, dije: “Ya está, ya durante mucho tiempo estuve contando su historia”. Pero lo decidí seguir haciendo porque creo que vale la pena.

NS: Para cerrar, estamos prontos al traslado definitivo del cuerpo de tu hermano…
EB: Así es. Actualmente se encuentra en el cementerio de Flores, donde hay un tiempo límite para la conservación de los cuerpos. Desde hace tiempo venimos viendo dónde se lo podría trasladar definitivamente. Después de algunas conversaciones con el cura párroco de Nuestra Señora de las Nieves, la parroquia de su barrio, donde nació, vivió, tuvo sus amigos y donde se gestó su vocación. Allí pasó casi la mayor parte de su vida. Es su parroquia, donde va mucha gente que lo recuerda. Iniciamos un largo trámite, llegando incluso a la Corte Suprema porque, tratándose de un atentado en un país extranjero, intervino en la investigación. El último febrero me avisaron que el trámite ya estaba concluido. La ceremonia se realizará el fin de semana siguiente a la Pascua. Para mí es una alegría enorme, es su descanso definitivo.