Nir Meir, Secretario General del Movimiento Kibutziano

No existe hoy la unidad ideológica en los kibutzim

Mir Meir estuvo de paso por Buenos Aires y conversó con Nueva Sión. Contó acerca de los conflictos económicos que mantienen con el Estado, y de los procesos de transformación que se vienen produciendo. Cuestionó la idea de que haya habido un proceso de privatización de los kibutzim y destacó que: “A pesar de los cambios, los terrenos, las fábricas y otros espacios siguen siendo de todos” y que “si un miembro del kibutz mañana se rompe la pierna y no puede trabajar, todos se hacen cargo por él”.
El dirigente destacó que con los cambios recientes empezó a llegar mucha población al kibutz y que hoy existe una demanda mucho mayor a la capacidad de recibir nuevos integrantes. A su vez, puso de relieve la “gran variedad de formas de pensamiento” que coexisten hoy en el movimiento. “Nuestro asentamiento más joven, Itav, está al lado de Jericó, en Cisjordania”, ejemplificó, y cuando Nueva Sión le preguntó si esto no terminaba avalando la ocupación, respondió: “Nuestro enfoque no es ‘estamos acá para quedarnos para siempre’… Esas cartas son territorio para renunciar a futuro. El Movimiento Kibutziano le proporciona a Israel cartas de negociación con sus vecinos”.
Por Gustavo Efron y Kevin Ary Levin

-¿Cuál es su lectura de la situación del movimiento kibutziano hoy?
-Desde una perspectiva económica y social, el movimiento kibutziano está en el momento más fuerte de su historia. La gran crisis que atravesaron los kibutzim en la década de 1980 llevó a la bancarrota al 75% de ellos. Fue el resultado de un cambio en la política del Estado, que dejó de darles su apoyo. Se comenzó entonces un proceso en el que estuve involucrado para adaptarlos a la nueva realidad y tuvimos mucho éxito. Sin embargo, yo sabía que una vez que atravesáramos ese proceso y saliéramos más fuertes, el Estado nos pasaría la factura. En ese momento nos encontramos ahora. Esto significa para nosotros una serie de problemas que buscamos resolver.

-¿Cuáles son los principales desafíos que buscan superar?
-Uno es la pregunta por la propiedad sobre la tierra. Cuando yo me crié en el kibutz, sabía que todo lo que había allí era mío. La Autoridad de Tierras de Israel tiene hoy la potestad sobre el terreno y espera que se le pague para construir nuevas casas, a pesar de que en kibutzim como en el que yo crecí, nuestras familias lo compraron con sus propios ahorros y lo cedieron al Estado. Esto genera que decenas de miles de jóvenes estén esperando hoy que se resuelva este problema para poder tener su casa en los kibutzim.
El segundo problema tiene que ver con el método de recaudación impositiva. Antes, el kibutz se manejaba ante el Estado, como una gran familia, pagando colectivamente sus deberes. Cuando los kibutzim cambiaron y cada uno pasó a tener su propio sueldo, esto se modificó: de los 287 kibutzim que existen hoy en Israel, 48 se mantienen con el sistema tradicional, mientras que el resto pasó esencialmente de ser una comuna a ser una cooperativa y, en respuesta, el Estado buscó maximizar sus ingresos. Tuvimos que negociar con el Estado hasta llegar a un modelo que reconozca la responsabilidad mutua que sigue existiendo entre los integrantes del kibutz incluso cuando éstos modificaron su sistema de sueldos, permitiendo al Estado obtener ingresos pero protegiendo la identidad de los kibutzim.
Un tercer problema es agrícola. Hoy los kibutzim representan a 1% de la población israelí, pero genera el 42% de la producción agrícola. El Estado viene golpeando constantemente al sector agrícola: el último de estos ataques fue el encarecimiento del agua utilizada para el campo por una nueva ley. Si no resolvemos esto lógicamente, todo el norte del país se secará y destruirá la agricultura israelí. Esto no es consecuencia de falta de agua, que ya no es un problema en Israel, sino un tema de decisión política: como no estamos en el poder, no se preocupan por nosotros.
A pesar de estos problemas, los kibutzim continúan existiendo y están en términos generales en buen estado. Sin embargo, nuestro objetivo nunca fue simplemente existir: he creído y creo que siempre debemos preguntarnos qué es lo que queremos ser, y re-definir objetivos.

-¿Entre estos objetivos está una migración parcial del kibutz rural al urbano?
-Decidimos abrir un Departamento de Objetivos e Integración con la sociedad israelí, en un esfuerzo de salir del campo y tener presencia en la sociedad urbana. El Estado de Israel no necesita nuevos asentamientos: es por eso que durante mi mandato no construiremos nuevos kibutzim. Buscaremos fortalecer los que ya tenemos y ayudar a los que están en situación vulnerable. Mientras tanto, construiremos el modelo del kibutz urbano. Ya existen kibutzim urbanos, pero no cuentan todavía con un modelo económico. Son gente joven que forman comunas y trabajan con la sociedad israelí, especialmente en proyectos educativos y con las poblaciones más vulnerables. Ellos no son parte hoy de nuestro movimiento. Tienen dos problemas esenciales para resolver con los que los podemos ayudar: el problema de la vivienda y el de la jubilación que les asegure su bienestar en la vejez. Sólo nosotros podemos acompañarlos en esto, porque al Estado no les interesa esta experiencia. Desarrollaremos la estrategia para su continuidad y los sumaremos al movimiento si les interesa ser parte.

-¿Qué elementos hacen que los kibutzim que modificaron el viejo modelo colectivista sigan siendo considerados kibutzim?
-Es importante decir que no existió privatización en los kibutzim. A pesar de los cambios, los terrenos, las fábricas y otros espacios siguen siendo de todos. Lo que cambió fue el sistema de distribución de ganancias. El principio de responsabilidad colectiva sigue imperando: si un miembro del kibutz mañana se rompe la pierna y no puede trabajar, todos se hacen cargo por él. Esto no cambió nunca. Los kibutzim renovados tienen un sistema de caja colectiva que permite que los que más ganan aporten al kibutz para ayudar a los que menos ganan y a los que no pueden trabajar en la actualidad. Considero que no podemos renunciar a este principio de solidaridad.

-Hace algunos meses existió un debate al interior del Movimiento Kibutziano al respecto de una celebración planeada por los 50 años de la colonización del Golán, territorio en disputa conquistado en la guerra de 1967. Algunos miembros de kibutzim se opusieron a la celebración afirmando que ésta se opone a la identidad progresista del movimiento.
-La queja no tiene lógica. Está bien ser idealista, pero no idiota. Por un lado, los tres movimientos kibutzianos que se fusionaron para crear el actual Movimiento Kibutziano (Kibutz Hameujad perteneciente al Dror, Kibutz Artzí de Hashomer Hatzair e Ijud Hakvutzot Ve Hakibutzim) construyeron asentamientos en el Golán. ¿Por qué ahora pasan a ser ilegítimos?
Por otro lado, habría que preguntarse a quién consideran que le pertenece el Golán hoy con la situación en Siria. Cuando Rabin y Barak durante sus respectivos gobiernos buscaron llegar a un acuerdo con Siria, no nos opusimos como movimiento. ¿Con quién deberíamos negociar ahora? ¿Con ISIS?
Finalmente, estamos hablando de la zona más peligrosa de la frontera israelí hoy en día, más aún que la región lindera a Gaza, aunque esto no salga en los diarios. Todos los días reciben disparos como producto de la guerra en Siria. Necesitamos apoyar a sus residentes.
Sin embargo, todos tienen derecho a expresarse y que quede registrada su oposición
 
-¿Cree que esto refleja una falta de unidad ideológica al interior del movimiento?
-Nuestro movimiento incluye una gran variedad de formas de pensamiento. Tenemos una gran presencia de la izquierda y también asentamientos en el Valle del Jordán y al norte del Mar Muerto, que son considerados colonos. Son también kibutznikim, y hasta que no haya otra decisión, ahí están. Nuestro asentamiento más joven, Itav, está al lado de Jericó, en Cisjordania.

-¿Pero esto no termina avalando la ocupación?
-Nuestro enfoque no es ‘estamos acá para quedarnos para siempre’. Rabin apoyó la construcción de asentamientos incluso mientras hablaba con Siria, con la idea de que al entrar a una negociación se necesitan cartas para negociar con el otro lado. Esas cartas son territorio para renunciar a futuro. El Movimiento Kibutziano le proporciona a Israel cartas de negociación con sus vecinos. Esa es la diferencia entre nosotros y los colonos: su presencia busca evitar un acuerdo, no ayudarlo. Cuando se firmó la paz con Egipto, que implicaba la evacuación de asentamientos en el Sinaí, muchos miembros del Likud se opusieron. El Partido Laborista votó a favor. Esa decisión se llevó varios asentamientos vinculados al laborismo y a la izquierda. Eso evidencia nuestra disposición a tomar las medidas necesarias para la paz.
Antes, los kibutzim eran como escuelas jasídicas laicas. Los líderes (Itzjak Tabenkin, Berl Katzenelson o Meir Iaari y Yaakov Hazan, dependiendo del movimiento) eran los ‘rabinos’ que pensaban en nombre de todos, diciéndoles lo que estaba bien o mal. ¿Qué es la unidad ideológica? ¿Por qué todos pensaban igual? Porque en la realidad, los kibutznikim ejecutaban y los líderes pensaban. Si alguien pensaba diferente al kibutz, por ejemplo votando a otro partido o apoyando a la Unión Soviética cuando esto dejó de estar bien visto, lo expulsaban. Llegaron a expulsar a comunidades enteras de esta forma. Hoy creemos que las personas son autónomas y tienen su propia lectura de la realidad. No existe hoy la unidad ideológica. A pesar de esto, la gran mayoría de los kibutznikim todavía votan del Laborismo a la izquierda.

-Dado el aporte histórico de los kibutzim a Israel: ¿Por qué representan hoy sólo al 1% de la población, habiendo llegado a su máximo histórico de 4% hace 70 años, y parecerían tener una influencia limitada en la sociedad? ¿Se debe a un cambio cultural en la sociedad israelí?
-No creo que haya un cambio cultural. La principal causa es que el hombre es un ser egoísta. Muchos kibutzim, fundados por inmigrantes y miembros del Palmaj, perdieron a sus fundadores con los años, porque para ser un kibutznik feliz es necesario renunciar a algunas necesidades y la mayoría de la gente no está dispuesta.
Los kibutzim originales exigían demasiadas renuncias y por eso debían cambiar. Una vez que se implementaron esos cambios, empezaron a convocar más y más gente. Por eso hoy tenemos una demanda mucho mayor que nuestra capacidad de recibir nuevos integrantes. Además, es necesario que las capacidades económicas crezcan de forma equilibrada junto a las bocas que alimentar. Como dijo Martín Buber, el kibutz es un ‘no-fracaso ejemplar’. A pesar de nuestros logros, fracasamos porque no conseguimos crear al nuevo hombre que soñábamos. Nuestra ambición era que nuestra educación kibutziana llevara a la formación de un nuevo ser humano, altruista, trabajador, inteligente y bueno, pero todos terminamos siendo seres humanos, y las personas no cambiamos tan rápido.