Comunidad Judía de Bariloche

El sur mirando al futuro

Bariloche, la ciudad de la nieve y el turismo, tiene un grupo pujante de familias judías que pugnan por consolidarse en comunidad. Con sólo 19 años desde su creación, es una de las comunidades más jóvenes de la Argentina y lucha -día a día- por darle a sus hijos la oportunidad de aprender tradiciones y costumbres judías.

Por Pablo Pejlatowicz (Desde Bariloche. Especial para Nueva Sión y Hagshamá)

Atraídos por el maravilloso paisaje y el ambiente de la ciudad, desde principios de los ´80 llegaron a Bariloche varias familias judías jóvenes con hijos pequeños. Cada una de estas familias se encontró con dificultades para educar a los chicos dentro de las costumbres judías. No había nada hecho y todo por hacer; y fueron reuniéndose para conocerse. Pronto formaron un grupo suficientemente grande para alquilar un lugar y contratar una morá (maestra de hebreo) para que se radicara en Bariloche. En 1984, entre cuatro familias compraron una casa y se la entregaron (sin cargo) por 10 años a la comunidad que ya se había establecido como una asociación civil.
En esos 10 años la comunidad festejaba Pésaj, Iom Kipur y Rosh Hashaná en su sede. Ahí también ofrecían otras actividades como cursos de hebreo y actividades culturales. En 1994 debieron devolver ese lugar a sus dueños y, posteriormente, alquilaron una casa por 4 con el objetivo de que allí funcionase la sede social de la Comunidad Israelita de Bariloche.
La situación económica que golpeó a toda la sociedad hizo que ya no se pudiera sostener la sede social y desde entonces vienen realizando las actividades y ceremonias en casas de miembros de la comunidad de forma rotativa.
“Para Iom Kipur recibimos un oficiante que se hace cargo del servicio religioso. Para Pésaj y Rosh Hashaná simplemente nos reunimos y hacemos una ceremonia como se podría hacer en cualquier casa según cuenta Roberto Zysler, vocal y ex presidente de la comunidad”.
Ofician shabat una vez por mes, cuando consiguen la cantidad suficiente de gente para congregarse.
Zysler menciona la importancia de mantener estas tradiciones en Bariloche: “No es algo que le sirva solamente a la comunidad de Bariloche, sino que ofrece un servicio a toda la comunidad argentina y a todos los que pasan por aquí, turistas de todo el mundo. Es emocionante cuando los israelíes, que vienen recién salidos del ejército, descreídos de su religión y luego de recorrer medio mundo, se encuentran con nosotros. Cantamos las mismas canciones, bailamos los mismos bailes, compartimos las mismas comidas como si estuviesen en Israel. Aprendemos nuevas canciones y ellos aprenden nuevos rikudim con nosotros.”

El bueno de Don Erico

En marzo de 1995, se tramitó el pedido de extradición de Erich Priebke formulado por Italia ante el juzgado Federal de Bariloche. A consecuencia de esto la comunidad judía de Bariloche, con tan solo 10 años de vida, tuvo que luchar contra un concepto muy difícil: cambiar la opinión de buen vecino que se tenía de Priebke.
Priebke llegó a Buenos Aires en 1948 y 6 años después se instaló en Bariloche, donde está asentada una fuerte comunidad alemana en la que comienza a participar activamente. Se convierte en el querido “Don Erico” líder de la comunidad alemana. Y vive en Argentina 46 años de libertad que no le corresponden.
Lo excepcional de su caso es que Priebke nunca cambió su nombre ni negó su pasado. Unos años antes que la justicia italiana pidiera su extradición, Esteban Buch había escrito “El pintor de la Suiza argentina” donde investiga la vida del pintor Tom Maes. Durante la investigación descubre que Tom Maes fue colaborador nazi y entre sus amigos estaban Erich Priebke y Juan Maler, cuyo verdadero nombre era Reinhard Kopps.
Unos periodistas estadounidenses investigaron estos datos y llegaron a Priebke. Le preguntaron por su participación en la masacre de las Fosas Ardeatinas, él respondió que era el segundo a cargo, no negó nada. Priebke pensaba que su crimen ya estaba olvidado, perdonado, prescripto. Pero no fue así.
Estas declaraciones dividieron en dos la opinión de la gente de Bariloche.
Por un lado estaba la gente que opinaba que Priebke era un buen vecino, anciano ya, una persona ejemplar en la ciudad, que ya había purgado sus crímenes de juventud, o sólo había cumplido una amenaza efectuada en tiempos de guerra: la de matar diez italianos por cada alemán que hubiera caído.
También existía la opinión contraria, que Priebke debía ser enjuiciado por los crímenes de lesa humanidad que cometió y que no prescriben.
La comunidad judía cumplió un papel muy importante en el caso Priebke. Entre ellos estaba el delegado de la DAIA que, junto a la Comunidad, se encargó de difundir el caso en los medios locales y nacionales y seguía con recelo el progreso del pedido de extradición.
A partir de este caso, la comunidad contribuyó a cambiar la opinión de mucha gente, algo imprescindible en una ciudad como Bariloche. En un lugar que fuera un nido de nazis, es fundamental que la comunidad judía barilochense pudiera sostener una posición implacable a favor de los Derechos Humanos, seria y responsable.
Desde hace casi 9 años que la comunidad consideró fundamental darse a conocer en la ciudad, participando en emprendimientos municipales, grupos inter-religiosos, muestras, seminarios, presentaciones folclóricas, etc.
Durante 2002 se destacó la muestra fotográfica de Alex Levac o la exhibición de rikudim (danzas folclóricas israelíes) en la Biblioteca Sarmiento, un centro cultural importante en la ciudad.
En el 2001 se lograron hacer dos cosas muy importantes. La primera: festejar Jánuka públicamente. Lo segundo: la ceremonia de Bar-Mitzvá de 6 chicos. Empezaron 2 chicos que querían hacerlo y sus padres empezaron a averiguar y se contactaron con Miriam Kovensky de Hebraica. Miriam les pasaba material y empezaron a estudiar. Los papás se juntaban con los chicos y leían. Hay 2 colegios que nuclean a casi toda la comunidad: el de la comunidad italiana, el Dante; y el Vuriloche. Los 2 chicos que empezaron esto hablaron con los otros 4 para que se engancharon en el proyecto. Para ellos lo importante fue la ceremonia, juntarse, compartir, la hermandad que se creó entre ellos, el aprender, el “sentirse parte de un pueblo común”, sentir que tienen un hermano o un primo, una familia no necesariamente sanguínea.

Adamá

En la comunidad idearon un proyecto llamado Adamá que consiste en recrear un kibutz en una chacra a 22 kilómetros de Bariloche. El objetivo es la transmisión y aprendizaje de valores a través de la realización de las actividades semejantes a la de los kibutzim en Israel.
Otro proyecto del cual tienen pensado participar es Londim, iniciativa del Departamento de Educación Judía de la Agencia Judía en la Argentina, con el apoyo y financiación de la Comunidad Judía de Cleveland, Estados Unidos.
Con estos dos proyectos, la comunidad podría ofrecer educación a sus hijos, auto sostenerse con Adamá y dar lugar a otras ideas y actividades.
Este año pudo dar comienzo la Escuela de Madrijim, organizada y dirigida por la misma Comunidad, a partir de la cual, se podrá dar inicio en breve a las actividades del kinder para chicos de 4 a 12 años.
La fluctuación demográfica en Bariloche es muy grande, hay mucho recambio. Llega mucha gente de las grandes ciudades, pero los jóvenes de 18 o 19 años se van para estudiar a otras ciudades.
Entonces los madrijim tienen que ser formados a los 14 o 15 años para que tengan dos años de capacitación y después trabajen en la Comunidad. De esta forma, los chicos tienen que crecer de golpe, pero ellos saben la responsabilidad que tienen.
En Bariloche no hay templo y no hay shule, pero tienen lo más importante: la gente. La gente que lucha por seguir con su judaísmo, esforzándose día a día y construyendo lo que hace falta.

Un hombre, un ejemplo

Boris Furman nació el 24 de junio de 1916 en Santa Fe. Su padre fue un maestro ruso que enseñaba idish, hebreo y Torá. Boris empezó a trabajar a los 14 años como cadete en una sastrería. Dos años después ya era ayudante de vendedor y a los 18 vendedor. A los 20 se fue a Paraná y vendía insumos para sastres. Un tiempo después decidió probar suerte en Buenos Aires y le fue tan bien que pudo alquilar un local sobre la calle Alsina al 1300. Después de 5 años de trabajo pudo comprar la esquina de Irigoyen y Piedras que adquirió tanta fama: la esquina de Rocha Casimires.
Boris cuenta orgulloso que su local tenía una superficie de 500 metros cuadrados y contaba con 40 empleados.
Hoy, desde su escritorio en la base del Teleférico del Cerro Otto, que él construyó, recuerda también el origen del teleférico. En 1970 llegó a Bariloche como turista, subió a la cima del Cerro Otto y se quedó maravillado con ese paisaje.
Gestionó permisos para construir un complejo que incluía el teleférico y la confitería giratoria. En 1974 finalizó la construcción del teleférico y 6 años después recuperó toda la inversión.
En vez de acumular ganancias, este hombre hizo lo que él cuenta que le enseñaron en su familia: – ya tenés suficiente para vos, dale a los demás: constituyó la Fundación Sara María Furman, en honor a su madre y a su hermana, y desde 1980 dona la mitad de las ganancias del complejo al Hospital Zonal de Bariloche y la otra mitad al Hospital Israelita de Buenos Aires.
Cuando pudo prescindir de unos terrenos que usó para la construcción del teleférico, también los donó a una escuela, a la Cruz Roja, y a la comunidad judía de Bariloche.
Este hombre no solo desarrolló un complejo turístico y realiza beneficencia. Además promueve la cultura desde su pequeña pero imponente galería de arte en la cima del cerro que cuenta con unas réplicas exactas de 3 esculturas de Miguel Ángel.
Con un gesto cómplice cuenta que las obras de arte las llevó no sólo para promover la cultura sino para atraer más gente al complejo y conseguir más plata para los hospitales.
Otra gran obra de filantropía que realizó fue abrir una planta modelo de pan que reparte 1.200 kg. de pan a 1.200 familias del Gran Rosario.
En estos tiempos de crisis donde sale lo peor de nosotros, también sale lo mejor de nosotros. Y es el momento en el cual uno necesita la ayuda del otro. Y Boris muestra que aún se puede creer en la gente.