Los tres elementos enunciados en el título aparecen en las discusiones políticas que se están desarrollando entre nosotros. Pero es necesario discernir claramente entre ellos. El problema de la ocupación de los territorios, o el retiro de ellos, no está vinculado directamente con la cuestión de la paz y la seguridad. A partir de la realidad política internacional actual, no hay muchas probabilidades de paz entre judíos y árabes en el futuro cercano y eso no tiene relación con los territorios: la historia de los últimos veinticinco años creó una situación tal, que impide un acuerdo de paz entre las partes.
A pesar de que este no es el lugar para debatir sobre la autoría de esta situación ni sobre la dimensión de toda esta cuestión histórica, no podemos ignorar nuestro papel en ella en el período previo a la Guerra de los Seis Días: alcanza con señalar la falta del pago de indemnizaciones a los refugiados y el operativo de 1956. Después de 1967, la situación de “no-guerra-y-no-paz” implementada por EE.UU. y la Unión Soviética a través de estrategias de acuerdos de silencio entre ambas potencias o declaraciones que manifestaban los intereses contrapuestos de ambas condujeron a un camino sin retorno que desembocará en una guerra o tal vez en una serie de guerras.
No sabemos cuánto tiempo durará esta situación de guerra potencial y cómo terminará: si por medio de un acuerdo entre EE.UU. y la Unión Soviética que imponga a ambas partes “una paz” según condiciones determinadas por las potencias o a través del debilitamiento de la intervención en el Medio Oriente o el fin de esa intervención, que provocará el estallido de la guerra o de una serie de guerras.
Esta situación de “no-guerra-y-no-paz” puede ser soportada por el mundo árabe durante un tiempo ilimitado. Sobre nosotros impone una terrible carga de tensión militar, económica, política, espiritual y psíquica que malogra los cimientos de una existencia social y cultural normal. Sin probabilidades de paz, no hay seguridad. Sin fronteras acordadas, no hay fronteras seguras.
La idea que líneas fortificadas -cómodas para las consideraciones geográficas militares- brindan seguridad fue desmentida por la historia desde la época de la muralla china y los limes romanos(2) hasta nuestros días. Hasta el militar más lego comprende que “una línea indestructible” es una ilusión tonta y peligrosa: no existe un producto técnico ni tampoco una línea de defensa efectiva que no dependa de la fuerza y la capacidad de combate y esto no es fijado únicamente por factores militares sino, y esto es determinante, por la realidad social, económica y política en su totalidad. Y esto también aplica a la ocupación de unos territorios que servirían como escudo defensivo a otros territorios. Basta con revisar el valor que tuvieron la “Línea Maginot” o la “Línea Mólotov”.
La ocupación de territorios o de “líneas fortificadas” no otorga ninguna seguridad y hoy en día tenemos menos seguridad (a pesar de estar ubicados sobre el Canal de Suez, el Jordán y las Alturas del Golán) que durante los años que estábamos sobre la “Línea verde”. Es más, durante aquellos años no necesitábamos dedicar a la defensa más que el 20% del presupuesto nacional y actualmente invertimos en ello mucho más, lo que nos obliga a recortar en las áreas sociales, educativas y culturales. Estamos condenados a subsistir durante un largo período -siempre y cuando contemos con la fuerza para hacerlo- sin paz, en una situación de constante amenaza de guerra. Es decir, sin seguridad. Por lo tanto, la pregunta decisiva es: ¿cómo viviremos en ese período y cómo será la personalidad del Estado de Israel y del pueblo judío?
La inclusión de un millón y medio de árabes bajo dominio judío significa la destrucción de la esencia humanista y judía del Estado, la ruina de la estructura social que levantamos aquí, la desconexión entre Israel y el pueblo judío disperso. Significa la ruina de la continuidad de la historia y la tradición judías, como así también la aniquilación del pueblo judío y la corrupción del ser humano en Israel.
En un artículo titulado “Los territorios”, que escribí poco tiempo después de la Guerra de los Seis Días, planteé la imagen de una “Eretz Israel Hashlemá” (la “Gran Israel”) como la nueva Rhodesia que se levantará sobre la base de trabajo árabe y administración judía, con todas las consecuencias que necesariamente se desprenderán de esta situación en lo referente a la realidad social, espiritual y psíquica. Ya se está desplegando ante nosotros esta dura visión. Ya vemos sus indicios en el mercado laboral, en la corrupción que va aumentando en el seno de la sociedad judía, en la transformación de la conciencia nacional judía en un nacionalismo depredador, como así también en los fenómenos “irregulares”, de sesgo colonialista, en la administración de los territorios conquistados (detenciones arbitrarias, tortura de detenidos, explosión de viviendas de sospechosos, expulsión de “personajes no bienvenidos”, etc.). Es inevitable pensar que llegaremos a establecer campos de concentración o hasta patíbulos. Es posible que un tiempo después debamos preguntarnos si este Estado merece existir y si vale la pena arriesgar la vida por él.
Y si no se concretara este panorama terrorífico, aun es necesario reflexionar acerca del aspecto de “Eretz Israel Haslemá” desde el punto de vista práctico de la administración. Y si nos abstenemos de darle a los árabes el derecho a votar, el Estado de Israel se convertirá en un conquistador colonialista, con todo lo que eso significa para la imagen humanista y cultural del pueblo y de la sociedad.
Todas las preocupaciones del Estado y de su gobierno estarán dirigidas a una sola problemática: cómo sostener ese aparato administrativo que abarca a judíos y árabes y cómo ordenar las relaciones entre estos dos componentes poblacionales. Esta cuestión será específica del Estado de Israel, sin relación con los problemas del pueblo judío en su totalidad y otros problemas existentes en el seno del judaísmo. Por esta razón, la relación afectiva del Estado con el pueblo judío disperso en el mundo se verá afectada y el Estado perderá su esencia de Estado judío. Será un Estado levantino, parecido al Líbano, constituido en una estructura administrativa carente de contenidos espirituales y culturales específicos. Los judíos de la Diáspora que todavía conservan una conciencia judía perderán interés en ese Estado y por ende se reducirá significativamente la aliá en aquellos círculos que aún están interesados en el pueblo judío y el judaísmo.
Se debe rechazar enfáticamente la justificación pseudo religiosa de la ocupación de los territorios habitados por cientos de miles de árabes. Las manifestaciones de realización de destinos mesiánicos sirven como cobertura para el nacionalismo laico. El interés religioso, en el marco de la realidad existente, no es más que la preservación de la característica judía del Estado de Israel y de su relación con el pueblo judío.
Estos dos fundamentos serán destruidos por el Estado si éste se convierte en un aparato administrativo que gobierna a judíos y árabes. Hay que señalar que el apoyo al significado religioso de los “lugares santos” no es nada más que mentira e hipocresía en boca de la sociedad laica, para quien estos sitios son símbolos nacionales.
A todo esto, hay que sumar el problema demográfico: ese millón y medio de árabes tiene una reproducción anual de 50.000 individuos aproximadamente. La población judía limita su natalidad y tiene unos 60.000 abortos al año. Si se instalara “Eretz Israel Hashlemá”, en la que a priori habrá un 40% de árabes, en un brevísimo período se convertirá en un Estado con mayoría árabe en el que el gobierno israelí solo podrá existir si se convierte en un régimen parecido al de Rhodesia, donde una minoría blanca domina a una mayoría negra. Todos estos temores acechan incluso con mayoría judía.
Por lo tanto, no hay otra opción que retirarse de los territorios en los que vive una población árabe numerosa y que no estamos posibilitados de convertir en zonas judías. Como no hay probabilidades de paz en el futuro cercano, debemos atrincherarnos en nuestro Estado judío, resistir y seguir viviendo una vida con valores humanistas y judíos.
Nuestra seguridad no depende de fronteras determinadas. Nuestra existencia está asegurada desde el punto de vista militar -incluso dentro de límites incómodos, en el sentido estratégico- mientras continúen vigentes dos factores:
1. Nuestra capacidad para mantener un ejército moderno, mientras los países árabes -por su debilidad social y cultural- todavía no son capaces de ello, aun cuando continúen recibiendo armamento moderno de afuera.
2. El apoyo norteamericano que impide la intervención rusa.
Sin estas dos condiciones no nos servirán de nada excelentes fronteras estratégicas sobre el Jordán y Suez.
En síntesis, el problema de los territorios no debe ser evaluado desde el punto de vista de la paz (inalcanzable, por el momento) ni de la seguridad (aparente), sino desde la perspectiva de nuestra preocupación por el futuro de la esencia humanista y judía del Estado de Israel.
1. Riga, 1903 – Jerusalén, 1994.
2. Límites fronterizos del imperio romano.