El Hejal Shlomó, de la calle King George en Jerusalén, no acostumbra a albergar eventos de este tipo. Habiendo sido la sede del Gran Tribunal Rabínico y del Concejo Rabínico Central, está situado al lado de la Gran Sinagoga en el centro de la ciudad. Hasta no hace mucho tiempo fue una institución netamente identificada con el sionismo religioso. Muchos de sus miembros estuvieron allí una o dos veces en sus vidas en ocasión de Congresos del movimiento Bnei Akiva o de cónclaves rabínicos. Actualmente se alquila para eventos, aunque mantiene el perfil que se le conoce, para el público de costumbre.
Pero, el lunes pasado se dieron cita allí unas 700 personas decididas a sacudir al Palacio de su letargo. «Sacudirle el polvo, hacerle un recliming«, dijo jubilosa una jovencita. La convención de la izquierda observante – nació hace pocas semanas con motivo de la designación del nuevo gobierno y cobró impulso a raíz de la amenaza contra el sistema judicial – convirtió por una noche a la anquilosada institución en una fiesta del pluralismo político, de alternativa, de solidaridad y protesta.
Aquellos que buscaron la fórmula «Izquierda observante» en las redes estaban anonadados: fue el nombre que se acordó para esta convención con el objeto de insuflar nueva vida a la izquierda religiosa, unificar a los activistas ortodoxos, a los nacional-religiosos y a los conservadores tradicionalistas, junto a los restos de un movimiento que jamás se midió con una real convocatoria electoral, pero que es una voz clara. Hace años que no se deja oír. ¿Será que ahora vuelve?
«Somos activistas políticos que nos conocemos hace años», explica Mijael Mankin, quien hoy dirige «Shutafut», el programa judeo-árabe en pos de la igualdad ciudadana, quien fue gerente del Majón Molad y Shovrim Shtiká. «La mañana siguiente de las elecciones comprendimos que es nuestro deber crear aquí algo distinto. La sensación era que las personas observantes que no adhieren a la topadora de derecha se sienten muy solos. Del lado liberal hay un agrupamiento bastante tribal, y nosotros quedamos entre dos mundos. Y esto despertó un interés mucho mayor de lo que creíamos».
Mankin se unió a Brith Jacobi, la directora del área de libertad de credo y pluralismo judío en Shatil, de Bet Hakeren Hajadashá. Jacobi, así como Mankin, creció en el sionismo religioso, pero en el seno de una familia más tradicional, de judíos orientales. «Uno de los objetivos es crear una organización, pero con eso no basta», dice. «Ser una izquierda observante, o una izquierda oriental, sigue siendo pertenecer a una minoría. Y si bien lo somos, también Avi Maoz lo es, y él no tiene conciencia de serlo. Nos hallamos en un momento en que debemos actuar, refrescar nuestras filas. Para eso hay que sentirse menos solos, y eso ya es un gran objetivo para empezar. Aunque fuera sólo eso, no es poco hoy en día. Todos los de izquierda sienten eso ahora, de modo que nosotros, con más razón.
«El día después de las elecciones andaban todos cabizbajos mientras en la casa, en la familia religiosa, se vivía la euforia. La disonancia entre aquello y esto hace que la gente como yo se sienta un poco ajena a los dos lados. No envidio ahora a las ortodoxas de izquierda ni a los colegas LGTB religiosos. Son los primeros en sentirse despreciados. Siempre son los márgenes los primeros en recibir los golpes».
¿Tu sientes hostilidad de parte de la izquierda en este momento?

«Es muy fácil denostar a la izquierda, así que no voy a caer en eso, pero incluso en vuestro periódico ya se ha vuelto un hobby presentar las cosas como que si quitamos al judaísmo del sionismo, todo arreglado – dice Mankin-. Yo entiendo qué es lo que nutre la bronca contra el judaísmo cuando todo lo que se ve en la palestra son Smotrich y Ben Gvir. Se hace difícil separar lo religioso de este gobierno con su actuación. No es que sienta hostilidad, pero sí sé que hay voces en la izquierda que se proponen estrechar filas y siempre ven la sociología, a qué grupo perteneces, antes que la ideología, qué es lo que piensas. A mí siempre me considerarán sospechosa de que vuelva a formar parte del Likud, que es donde crecí. Es natural, y lo veo todavía más en mis colegas que son ortodoxos o muy religiosos. Siempre me miran con algo de ajenidad».
¿Esta convención ha hecho un llamado a toda la izquierda?
«Claro que sí. Es lo que siempre decimos, cuéntennos. Somo un grupo que aunque no nos tengan en cuenta, no desaparecerá. Y además de las organizaciones y los activistas de siempre, estamos interesados en dialogar con gente nueva, con la generación joven. La izquierda religiosa se ve cansada, muy askenazí. Una amiga mía, rabina y educadora en uno de los profesorados para chicas antes del servicio militar, me escribió diciendo que sus alumnas vendrían a la convención y eso me emocionó mucho. Hay jóvenes en las yeshivot con mucha curiosidad por esta convención. Y yo me digo, ojalá hubiera habido una convención así cuando yo tenía diecisiete años».
Mankin agrega: «Es la primera vez en la historia del Estado en que no existen voces claras provenientes de la comunidad observante en contra de la conquista y a favor de la igualdad, y yo abrigo la esperanza de que esta convención reponga esas voces. El laico consuetudinario habla del temor a que Ben Gvir, en nuestras comunidades sentimos que los muros ya fueron derribados. Para mí, la urgencia es mayor aún. No es sólo cuestión de autodefensa. La fe se concibe hoy en Israel como algo ultra agresivo, nacionalista y negativo y, en tanto creyentes y observantes, eso es para nosotros doblemente triste y horrible».
En cuanto a cómo etiquetarse, ninguno de los dos tiene dudas. «Se discutió entre nosotros si poner o no la palabra “izquierda” y decidimos que es lo que corresponde. Si ya nos estamos construyendo una casa, no es cuestión de avergonzarse de ser quienes somos», dice Mankin. Jacobi acota: «La convención no se oculta tras eufemismos. La gente puede acercarse y ver que no tenemos un cuantificador de grado de izquierdismo. Uno puede no acordar con todas las posiciones. Pero en tanto organizadores, tenemos una línea clara que no titubea en llamar a las cosas por su nombre, y eso es algo que no sucede en la izquierda de los últimos años».
¿Puede ser que dada vuestra ubicación como marginales se permitan ser más sinceros y directos?

«Puede ser, pero también porque somos un grupo bastante valiente. No es cuestión de andarse con vueltas hoy. Toda esa onda de ´ya no hay derechas ni izquierdas´, no nos convence».
Los dos rechazan de plano todo discurso partidario. «No es este un intento por revivir Meimad», dice Mankin. «Ante todo queremos brindar un hogar toraní-zehutí-politi (observante, identitario y político) a quien hoy lo necesita. Obviamente, nos alegrará que crezca y se refuerce, pero lo que ahora me hace falta es un liderazgo, un diálogo, un lugar. Me importa que mis hijos sepan que no están solos».
Entre el público que va colmando el hall de entrada se destaca la Rabina Adina Bar Shalom, condecorada con el Premio Israel por su labor educativa y social, hija del Gran Rabino Ovadia Yosef, z»l, quien será la encargada de inaugurar la convención. «Es muy emocionante ver aquí un público tan variado», dice. «Yo no milito en la izquierda, pero no me asusta la etiqueta porque estoy del lado de quienes buscan la paz y sería trágico que le temiéramos a la palabra Shalom».
Más tarde, desde el escenario, será aplaudida larga y calurosamente por toda la concurrencia. «La sociedad ortodoxa está cambiando», empieza diciendo Bar Shalom, «las formulaciones extremistas, el apoyo a una política discriminatoria y el racismo han levantado cabeza para convertirse en lo cotidiano. Alguien desprevenido podría llegar a pensar que así es como debemos conducirnos, y yo insisto en que no es así como la Torá nos dicta conducirnos ni es la conducta de la observancia. No son esos los valores en que nos han educado».
Muchos de los presentes observan conmovidos la presencia de los ortodoxos en la convención, entre el público y en el escenario. El Rav Bezalel Cohen, egresado de la Yeshivá ortodoxa de Ponevezh de Bené Brak y activista social que ha merecido el mote del «ortodoxo revolucionario más grande de nuestra generación», dice: «Siento que la realidad que vivimos hoy y la actual coalición de gobierno es profanar el nombre de Dios». Se lo ve cómodo entre los presentes. Presidió en el pasado una yeshivá ortodoxa moderna y militó en la causa de integrar a judíos ortodoxos en el trabajo, en las universidades y en el ejército. «Con lo que he hecho se han beneficiado miles de ortodoxos, incluidos muchos que se oponen a mi concepción», dijo.
Él tampoco se siente cómodo en su comunidad ni en el seno de la ortodoxia en general. A lo largo de los años ha sido objeto de ataques en los medios de comunicación, familiares que cortaron relaciones con él, fue echado de su sinagoga y todo eso antes de cobijarse bajo el título de izquierda, del que no está del todo seguro. «Cuanto más veo la tendencia a la derecha y a la extrema derecha dentro del mundo ortodoxo, más me inclino hacia la izquierda», dice, y sobre todo en la arena política, se explica: «Crecí en la época en que tanto el Rav Shaj como el Rav Ovadia Yosef hablaban de conciliación política. Quien que se ha corrido no he sido yo, sino la ortodoxia». Cohen espera que esta convención sea el puntapié inicial de un largo camino. «No sé si este evento será difundido en el mundo ortodoxo. Espero que sí. El problema hoy no es que se oponen a nosotros, sino que ni siquiera nos escuchan».
¿A cuántas personas representas?
«A muy pocas, claro. Pero lo que me interesa no es cuántos piensan como yo, sino cuántos están dispuestos a escuchar siquiera. Cuántos pueden pensar como yo dentro de un año, dentro de diez. Sostengo que hay chance de que se haga oír una voz distinta en la joven generación ortodoxa».
Entre quienes hicieron uso de la palabra en la convención estuvo también Malki Rotner, de Jasidut Belz, que creció al lado de Shenkin y se define como ortodoxa-feminista. Rotner actuó en el programa de compartir estudios básicos comunes a la comunidad israelí y hoy dirige el área ortodoxa en el Instituto Shajarit. La motivación de Malki Rotner surgió la mañana después de las elecciones, «Cuando vi a Ben Gvir, una persona denostada por el sionismo religioso, entrando por la puerta principal». Obviamente, también el planteo de modificación del régimen gubernamental. «No cabe duda de que nos sentimos con el agua al cuello, ya ves la cantidad de asistentes a esta convención. Tenemos la sensación de estar en un punto de inflexión decisivo».
¿Cuál es la novedad que aporta esta convención?
«La novedad es que rompemos con el monopolio del discurso religioso. Soy de izquierda porque soy ortodoxa. Los ortodoxos se sienten cómodos en la derecha. La izquierda no sabe cómo abrazar a esa gente, y por eso es importante esta organización. No tengo energías para darle más palos a la izquierda, pero yo creo que esa es la razón de su fracaso, el no estar abierta a todos como debería. La izquierda debe poder ampliar su discurso y hablar también en el lenguaje de la observancia».

Algo antes de las seis de la tarde el salón ha colmado su capacidad, las mesas con el convite se corren hacia atrás y ya no hay más agua caliente para el té. Los ortodoxos son sólo una parte del público que se ve diverso como nunca. Gente de la elite liberal del sionismo religioso, egresados de Pelej y de Hartman, gente de los asentamientos más extremistas, gente del kibutz religioso y rabinas recientemente diplomadas gracias a la sentencia de la Corte Suprema, ashkenazíes y sefardíes, jovencitos estudiantes de yeshivot de diecinueve años y ancianos con kipot tejidas, empleados del Estado e hijos de rabinos del sionismo religioso, profesores y activistas feministas, conservadores, reformistas y un laico telavivense que vino a expresar su solidaridad y a decir, «Vamos directo a un estallido, ustedes pueden ser el pegamento que nos una».
Entre la gran mezcla de identidades estaba también Drori Yehoshúa, uno de los fundadores de «Mimizraj shemesh», un instituto para formación de líderes comunitarios en el espíritu tradicionalista y bajo la inspiración del legado judío oriental. «Todos se ocupan de las relaciones entre árabes y judíos», dijo, «pero yo soy un judío árabe». No lejos de él está de pie un religioso nacional de veintiséis años que se volcó hacia la ortodoxia, se volvió anti-sionista y vive en el asentamiento Bat Ayin. En los últimos meses empezó a ahondar a través de las redes en el tema palestino, a estudiar acerca del mundo LGTB y a identificarse con la izquierda. «Hay que escuchar más», se pronuncia, «hay cosas a las que tengo que acostumbrarme, pero está bien. Cuando hay personas que no tienen la misma apariencia y no piensan del mismo modo, se pueden crear cosas nuevas en el mundo».
Los organizadores indican a la gente que entre al auditorio. Mankin sube al escenario, toma fotografías del público y ríe: «Para la próxima vez cuando me digan que no hay gente como yo».
A unos diez minutos a pie del Hejal Shlomó, en el Instituto Israelí para la Democracia, me encuentro con la abogada, Dra. Shlomit Ravitzky Tur-Paz, directora del Centro Jacobs para una sociedad compartida y la hija del Profesor Aviezer Ravitzky, uno de los fundadores de la izquierda religiosa. Hasta hace dos años, ella se definía como parte del sionismo religioso, hoy ya no. «La sensación de que mi partido me robó la identidad, es una sensación muy dura», dice. «Yo me declaro de la izquierda religiosa».
Hagamos un poco de historia de esa izquierda
«Antes del 67, el Mafdal (el Partido Religioso Nacional) tenía un pacto histórico con el Maaraj (alineamiento del Laborismo y el partido Obrero Unificado), y estaba claro que era socio de la izquierda. Desde el momento en que el Mafdal se corrió a la derecha, surgieron las agrupaciones de la izquierda religiosa. En los 70, se fundó el movimiento Oz veShalom, como reacción contra la extrema derecha de Gush Emunim. Las reuniones de donde surgió esta agrupación se llevaron a cabo en la casa en que crecí. La sensación era que, si la gente pensaba que Gush Emunim era el judaísmo, había que demostrar que había otro judaísmo. Eso me recuerda la reacción a las reformas del gobierno actual. La gente lo considera un daño a la democracia en favor de reforzar el judaísmo. Yo lo vivo como una amenaza a la democracia y también a mi judaísmo. Creo que cada vez que aparecieron formulaciones de aislamiento, discriminación, superioridad y racismo en nombre del judaísmo, saltaron otros judíos a decir “Un momento, ese no es mi judaísmo”.
«En el año 1982, después de Sabra y Shatila, surgió Netivot Shalom, y en el 88, se fundó Meimad. Yo estaba empezando la escuela secundaria y recuerdo que había puestos en la explanada del Mashbir y del Talita Kumi y creímos que todos votarían Meimad, no cabía duda alguna de que tendríamos la cantidad de votos necesaria para tener diputados en el Parlamento. Pero debo reconocer que recuerdo también la ajenidad».
Y finalmente no obtuvieron el mínimo necesario
«Es cierto, y cuanto más se involucraba mi papá en la política, todo era más complejo. Recuerdo como niña los ataques contra él y esa necesidad constante de justificarlo y responder en su nombre, no fue sencillo. Alguna que otra vez, amenazas y ofensas. Pero hubo también gente como el Rav Amital y el Rav Lichtenstein, que dirigían las yeshivot de Har Etzion, que se atrevieron a hablar. El Rav Amital llegó incluso a ser ministro en el gobierno de Barak, en el 99, el Rav Lichtenstein habló explícitamente de la disposición a devolver territorios desde la yeshivá en el asentamiento Alón Shvut. Ellos constituyeron figuras valientes que detentaron posiciones claras frente a todos los demás directores de yeshivot. Y eso no incidió en el prestigio del yeshivá, siguió siendo muy requerida y mantuvo su excelencia. Ellos no exigían a los discípulos que pensaran como ellos, pero tampoco los acarreaban en autobuses a las manifestaciones de Gush Emunim, como otras yeshivot«.
¿Qué pasa hoy con la izquierda religiosa? ¿Por qué no se la ve?

Es parte de la izquierda general, y todos se han corrido al centro. Tal vez si surgiera una opción política real sobre la mesa, se vuelva a ver a la izquierda. Por lo demás, se ha dado una especie de secularización del lenguaje religioso, que se oye menos. En la casa en que yo crecí, la concepción de izquierda surgía del ideal religioso de perseguir la paz, de llegar a una negociación conciliatoria, de solidarizarse. No tengo claro hoy cuántos en la izquierda religiosa hablan en nombre de valores judíos, ni cuántos son simplemente, una izquierda con kipá. Y si hablamos de secularización, se puede hablar también de emancipación: antes les resultaba más arduo a los observantes penetrar al espacio secular. Los relatos de mis padres como religiosos en terreno laico presentaban más obstáculos. Desde esa perspectiva, pudiendo integrarse al espacio común, tal vez sea menor la necesidad de definir como religiosa a cierta izquierda. Es izquierda y punto».
La única vez que la izquierda religiosa se midió en una elección general fue cuando el partido Meimad (a partir del 99 el partido se integró al Laborismo) obtuvo menos de 16.000 votos. La situación hoy no parece más consolidada. En un somero análisis que hiciera el Dr. Ariel Finkelstein, del Instituto Israelí para la Democracia, de los modelos de elección en marzo del 2021, el sector religioso aparece graficado como finos palillos en las tortas de los partidos de izquierda y de centro. Religiosos nacionales y ortodoxos resultaron un 3% del Laborismo, un 1% de Meretz y un 1% de Yesh Atid. Los conservadores y reformistas, o tradicionales, fueron el 22% del Laborismo, un 6% de Meretz y un 20% de Yesh Atid.
Sin embargo, pululan las organizaciones sociales ciudadanas de religiosos con tendencia a la izquierda liberal. Paralelamente a Rabinos por los Derechos Humanos y de Tag Meir, surgió últimamente Bené Abraham, que actúa en Hebrón. Dentro de Israel hay ONGs feministas en plena actividad, como «Merkaz Tsedek leNashim, en defensa de las mujeres «ancladas» (impedidas de casarse por desaparición o negativa del marido a concederles el divorcio, aunque no conviven), y Nivjarot – mujeres ortodoxas para representación, igualdad y voz. Activistas de la comunidad de Hajaredim Hajadashim mancomunados bajo la asociación Hatzibur Hajaredí Hamamlajtí, y también miembros LGTB en asociaciones como Jevruta – homoim datiim, y Bat Kol – irgún lesbiot datiot, y Shova´l (shehakol bará lijvodó)».
¿Acaso la nueva movida política despertará a la izquierda religiosa más allá de esta convención?
La semana pasada firmaron unos 350 rabinos y rabinas, docentes y educadores, una carta contra las medidas del gobierno. «Vemos con gran preocupación y consideramos un flagrante peligro los intentos por restringir la igualdad en el Estado de Israel, de permitir la discriminación institucionalizada de minorías, de otorgar plenos poderes al Gobierno y legitimar el racismo, especialmente presentados como arraigados en la Torá de Israel».
Uno de los propulsores de la firma de dicha carta es el Dr. Itay Marinberg Melikovsky, investigador de la Literatura de Nuestros Sabios, quien se define como una persona de izquierda religiosa y actúa últimamente para la consolidación de un frente religioso liberal. En noviembre publicó en el sitio Srugim un agudo artículo titulado: «Separaos de esta comunidad: un llamado a la rebelión religiosa liberal», donde dice: «Desde las últimas elecciones me cuesta andar con la kipá tejida en el espacio público. No soporto más la bajeza moral, y en mi opinión también religiosa, a la que han descendido muchos, demasiado, de los que la llevan puesta, sea que se cuenten entre los votantes del partido que postula una superioridad judía, o que sólo acuerdan con ellos y no se les oponen».
En las manifestaciones que tienen lugar en Jerusalén contra el cambio de régimen, se destacan también hombres con kipá y mujeres con la cabeza cubierta. La iniciativa de manifestarse como oposición activa nace de una nueva organización ciudadana denominada «Shomrim al habayit hameshutaf» (custodiamos la casa común), presidida por personas observantes, que incluye a votantes de derecha, activistas en temas de Religión y Estado en distintos foros que comparten con gente de derecha, y sin embargo, declaran que el tema de la revuelta para cambiar el régimen de gobierno es tan polémico que en determinados grupos no se menciona para preservar el común denominador.
Volviendo al reporte sobre la convención, en el escenario se suceden oradores como la abogada Dra. Nitzán Caspi Shiloni del «Centro de Justicia para la Mujer», que habla sobre la vulnerabilidad del sistema judicial y la rabina Lea Shakdiel, que plantea que la forma en que se trata a los palestinos es el papel lackmus (papel tornasolado para medir el grado de PH de una sustancia) de nuestro tiempo y plantea que no es momento para andarse con medias tintas: «Hay momentos de blanco o negro. No es posible quedarse en el medio. Debemos bregar por la igualdad para todos.»
Jacobi sube al estrado y cierra la primera parte de la convención diciendo:
«Me parece que todos hemos ampliado nuestra zona de confort. Y todos nos sentimos algo incómodos, pero es así como debemos sentirnos en la actualidad».
Daniel Junes, vocero del Instituto Van Leer y ex presidente de Jevruta, dice: «En tanto homosexual, me resulta más fácil identificarme dentro de la comunidad observante que como izquierdista en la sociedad en general. Me siento mucho más seguro manifestando con la bandera LGTB en Jerusalén que con un letrero de Meretz». Junes creció en el movimiento Meimad y militó en la juventud de Shalom Ajshav. No estuvo en la manifestación en que asesinaron a Rabin porque los autobuses salían antes de que finalizara el Shabat.
Junes piensa que en la izquierda religiosa hay un núcleo más sólido porque se funda en los acendrados principios de la fe, pero también porque conoce de cerca la realidad en los territorios ocupados. «Creo que no hay ningún izquierdista religioso que no tenga algún pariente en los asentamientos o que estudie en los territorios. Yo estudié en Otniel. Si bien el primer día que fui al yeshivá, me bajé del autobús con una remera de Shalom Ajshav, pero conocía, había estado ahí. La segunda Intifada la pasé sirviendo en pleno Monte Hebrón y no sólo que eso no me torció de mis convicciones, sino que me las acentuó. Y sin intenciones de desmerecer, no sé cuántos votantes de Meretz que viven en Tel Aviv y alrededores saben delinear la Línea Verde».
Después de haber oído las posiciones de los distintos oradores, los presentes se subdividen en diez círculos de diálogo para hablar sin tapujos sobre los temas candentes: Religión y Estado, Justicia económica, Conquista. En la ronda sobre judaísmo y Orgullo Gay se ponen sobre la mesa las declaraciones de Smotrich, en la de Medios de Comunicación, donde uno de los coordinadores es Israel Frei, y se habla sobre la incorporación de palestinos a los medios ortodoxos. En la ronda sobre la Conquista se habla de las dificultades para declararse izquierdista en la comunidad. Un participante aconseja: «Cuanto más claro y en voz audible lo digas, más te respetarán. A mi juicio hay todavía muchos tapados. Jevre, ¡salgan del armario!»
Hacia las nueve de la noche se pone fin al intercambio y el público vuelve a reunirse en el salón. Ortodoxa-feminista, gay-religioso nacional, judío-árabe, observante-militante de izquierda. Un centenar de guiones llena el espacio, identidades dobles y triples, hay más guiones que presentes allí. Sólo quien vive largo tiempo con una disonancia identitaria entre él y los que lo rodean puede comprender la sensación de elevación espiritual que se da en ese momento, es contagiosa. Te embarga una sensación de pertenencia, de alivio, y tal vez, Dios no lo permita, incluso vislumbras una lucecita de esperanza.