Guerra de Yom Kipur: el comienzo del fin de la Israel laborista

La guerra de Yom Kipur provocó un quiebre profundo en la historia israelí, y no sólo por razones militares. Golpeó fuertemente a la sociedad y aceleró transformaciones políticas y culturales que ya estaban comenzando a observarse. Fue el fin de un relato autosatisfactorio, y el comienzo de una crisis que desembocaría en la llegada de la derecha al poder y de una enorme mutación en la forma de vida y los valores de la sociedad israelí. Además, tuvo notables impactos en la arena internacional, y propició muy fuertes cambios y realineamientos regionales.
Por Ricardo Aronskind

El acontecimiento inesperado

El 6 de octubre de 1973, Egipto y Siria ingresaron coordinadamente con poderosos cuerpos armados en los territorios que Israel les había arrebatado en la fulminante victoria de la Guerra de los Seis Días, en 1967.

Egipto logró cruzar el Canal de Suez e ingresar unos kilómetros en la Península del Sinaí, consolidando una posición que pudieron defender con bastante solidez. Siria irrumpió en la meseta del Golán, desplegando una enorme masa de tanques que amenazó con sobrepasar la zona e ingresar en el norte del territorio soberano israelí.

La doctrina de defensa predominante en Israel, hasta ese momento, sostenía que no era probable un ataque de los países árabes porque no estaban en condiciones militares de competir con las bien preparadas y pertrechadas fuerzas armadas israelíes.

Eso era lo que sostenía la inteligencia militar, que retrasó gravemente los aprestos necesarios para hacer frente a la amenaza que se estaba observando en ambos frentes. Lo notable de esta situación era que el país contaba con información e informantes muy importantes que indicaban la inminencia de un ataque masivo, además de la evidencia de que las familias de los asesores soviéticos de los ejércitos árabes estaban siendo evacuadas preventivamente hacia la Unión Soviética.

La conducción política hizo caso omiso de esas clarísimas advertencias, en parte porque estaba impregnada por la doctrina que descartaba la posibilidad de un enfrentamiento serio en el corto plazo, y también porque los norteamericanos habían solicitado con mucho énfasis que en caso de un conflicto armado no fuera Israel la que iniciara las hostilidades, por razones de imagen pública y de diplomacia internacional. El triunfalismo predominante había debilitado claramente la voluntad pacifista en la sociedad israelí.

¿Cuál fue la sorpresa?

En el campo político, sin embargo, el debate dentro de Israel era más complejo y extendido.

La victoria de 1967 había sido tan contundente y total que había descolocado todas las previsiones anteriores sobre el país y la región. Pero tan importante como la sensación de haber logrado fronteras “seguras” y de haber logrado alejar a las fuerzas enemigas de los centros neurálgicos del país fue la “borrachera” triunfalista, la idea de una victoria total sobre los árabes, que fue acompañada por la sensación simétrica en el mundo árabe de derrota y desmoralización profunda.

Una madre llorando durante el servicio conmemorativo por los caídos de la guerra de Yom Kippur en el cementerio de Kiryat Shaoul.

De ese clima triunfalista, que permeó a todas las capas de la sociedad, incluso a los organismos de seguridad -que estaban obligados a tener una lectura muy precisa y profesional sobre los riesgos que se cernían sobre el país- surgieron los peores peligros para la sociedad israelí.

La dirigencia laborista, al frente de partidos de base trabajadora que detentaban el gobierno desde el nacimiento del Estado, fue reacia a iniciar conversaciones genuinas de paz, apoyándose formalmente en negativas árabes al diálogo. Sin embargo, había señales claras desde Egipto de disposición al diálogo -a partir del fallecimiento de Gamal Abdel Nasser y su sustitución por Anwar Sadat-, exigiendo la restitución del territorio egipcio ocupado en 1967. Egipto era el país árabe más importante desde el punto militar pero la dirigencia israelí desdeñó avanzar con claridad hacia acuerdos de paz.

El triunfalismo llevó, seguramente, a la idea de que en política y en acciones militares sólo se toman decisiones racionales, en frío, y que no existen los elementos vinculados a los valores y las pasiones. Que la voluntad patriótica árabe no jugaría ningún papel debido a razones “técnicas”. Si hubiera sido así la historia, probablemente no tendría que haber ocurrido nunca el Levantamiento del Gueto de Varsovia. O la decisión de declarar la Independencia del Imperio inglés. Los israelíes deberían haberlo sabido.

Se pensó que los árabes no eran capaces de revisar sus estrategias políticas y militares, aun cuando estaban recibiendo armas novedosas de los soviéticos -fueron la gran sorpresa que generó fuertes bajas a los israelíes- y entrenamiento masivo para un nuevo escenario de combate. En el fondo, existía un menosprecio al mundo árabe y a su capacidad de reaccionar y de crear nuevas situaciones que cambiaran un status quo que no podían aceptar.

La guerra y después

Los durísimos combates duraron 18 días. Luego de un primer momento de desconcierto y desorganización que llevaron a un clima de profundo pesimismo en el ministro de Defensa Moshe Dayan y en la propia primera ministra Golda Meir, se logró frenar el avance sirio y se concentraron los esfuerzos en el complicado frente con Egipto, hasta que se pudo relanzar una ofensiva que logró rodear a uno de los dos grandes ejércitos egipcios que habían logrado cruzar el Canal de Suez.

Fue en ese momento que las grandes potencias, Estados Unidos y la URSS, que seguían muy estrechamente la evolución de los combates aprovisionando a las partes -y que jugaban su propio prestigio e influencia en la definición de esa guerra- acordaron e impusieron el cese de hostilidades.

Ninguno de los países en combate se declaró plenamente ganador, pero Sadat pudo declarar que el honor egipcio había sido restaurado. El alto el fuego dio origen a prolongadas negociaciones que desembocaron, años más tarde, en los Acuerdos de Paz firmados entre el líder derechista Menajem Beguin por Israel, y Anwar Sadat por Egipto en 1978.

Israel devolvió la totalidad de la península del Sinaí y desmontó asentamientos poblacionales que allí habían surgido. Egipto desistió de lanzar nuevas guerras contra Israel y la diplomacia egipcia se volcó hacia los Estados Unidos.

El vuelco de la sociedad israelí

La sociedad israelí fue gravemente conmovida por esta guerra. No sólo por las grandes pérdidas humanas –dos mil setecientos muertos y siete mil trescientos heridos-, sino por todo lo que descubrió sobre sí misma en el amargo momento de reflexionar sobre lo que había ocurrido.

Se hizo presente un sentimiento de frustración y resentimiento en la sociedad, contra la forma en que la guerra fue conducida, desde los errores iniciales para evaluar la posibilidad del ataque, hasta los graves defectos de conducción, disputas entre comandantes y decisiones muy costosas que sacrificaron inútilmente vidas.

Se evaporó la sensación de perfección e invencibilidad que se había construido luego de la guerra de los Seis Días, así como también se derrumbó el mito de la ineficiencia de los ejércitos árabes en el combate. Según el general de división Avraham Adan, que combatió en el frente egipcio, estalló “una crisis de confianza nacional”.

Esta crisis de confianza abarcaba a las fuerzas armadas -incluida la “imbatible fuerza aérea”, que no pudo accionar al comienzo de la guerra por la efectividad de los misiles SAM soviéticos-, los organismos de inteligencia, las instituciones estatales tradicionales -incluida la comisión investigadora que se formó para analizar lo ocurrido, pero que no profundizó en temas fundamentales- y los partidos políticos que tradicionalmente venían conduciendo al país.

El liderazgo laborista sufrió una fuerte erosión, que determinó en el mediano plazo la victoria de la coalición de derecha encabezada por Menajem Beguin. Surgieron movimientos de protesta en las propias tropas que habían combatido, cuestionando diversas decisiones militares y un conflicto sangriento que pudo haberse evitado.

Un 75% del público israelí, en ese momento, se declaró a favor de la política de “territorios a cambio de paz”.

Especialmente afectado fue el movimiento kibutziano. Muchos de los caídos en combate pertenecían a sus filas, muy comprometidas con la defensa del Estado. La guerra constituyó un duro impacto en ese núcleo constitutivo de la sociedad israelí. La depresión por los jóvenes caídos impactó en el clima de la vida comunitaria. El dolor era aun mayor porque muchos de sus miembros eran fervorosos partidarios de la paz y la devolución de los territorios ocupados en 1967.

Fue el fin de un relato autosatisfactorio, y el comienzo de una crisis que desembocaría en la llegada de la derecha al poder y de una transformación profunda en la forma de vida y los valores de la sociedad israelí.

Luego llegarían las reformas económicas neoliberales, la privatización de los kibutzim, y el largo final de la Israel pionera y trabajadora prefigurada originalmente por el movimiento laborista.

Foto de portada: Arik Sharon cerca de un puente construido por las fuerzas de defensa de Israel en el Canal de Suez.