Elecciones PASO 2023

Rápido y furioso

El llamado “Fenómeno Milei” es análogo al cuadro de un embotellamiento inducido por la curiosidad, o más bien del morbo, de aquellos automovilistas que aminoran o detienen sus vehículos para observar los detalles de un accidente que, al costado del camino, ha dejado cadáveres exánimes entre los hierros retorcidos de lo que hasta hacía minutos fuera un auto. La sensación de que “el muerto es el otro” permea los discursos en este enrarecido presente político, como si los dislates, amenazas y ataques de rabia del candidato tuvieran como destinatarios a “mi pariente estatal, a mi vecina que percibe una ayuda social, a quienes acuden al hospital y la escuela pública, a quienes investigan la fisión nuclear”, pero nunca “a mí”.
Por Mariano Szkolnik

Hace pocos días se publicaron los datos del escrutinio definitivo de las PASO celebradas el 13 de agosto pasado. El vaticinado escenario de los “tres tercios” rompió con la polarización que hace varias elecciones se venía dando entre la coalición panperonista y la alianza Cambiemos. Un análisis más sesudo podría concluir que con la irrupción de La Libertad Avanza, el escenario mutó a “dos tercios – un tercio”. El fiel de la balanza parece volcado definitivamente hacia dos fuerzas del espectro derecha-ultraderecha, que proponen un giro económico promercado, un achicamiento del Estado hasta su más mínima expresión, y el reordenamiento social a partir de la administración represiva del conflicto. Al día de la fecha, la moneda está en aire, y todo está por verse de cara a las elecciones generales del próximo 22 de octubre. En un contexto política y económicamente enrarecido por la persistencia de una potente inflación cuyos resortes no logran ser dominados por el ministro-candidato oficialista, se prevé que, de no mediar acontecimientos extraordinarios, el resultado de la elección de octubre conduzca a nuevos comicios el 19 de noviembre, para elegir presidente/a entre las dos fórmulas más votadas. A pesar de la escasa diferencia obtenida por LLA en las PASO con relación a las otras fuerzas políticas, se espera que el candidato Javier Milei ingrese en esa futura contienda.

El discreto encanto del morbo

Durante los dos años previos, y sobre todo desde el domingo de las PASO, Milei viene concitando la atención pública de manera casi excluyente (en su edición de junio/julio de este año, nuestro periódico Nueva Sion se ocupó de analizar el fenómeno del avance de la ultraderecha en nuestro país y en el mundo). Con declaraciones altisonantes reñidas con la solidaridad, la justicia social, y la resolución de los problemas colectivos a partir de la discusión política, este marginal personaje mediático irascible hasta el extremo, soberbio como quien se asume portador de la única verdad revelada, autopercibido “moral y estéticamente superior”, y entreverado en sus comentarios “académicos” (los cuales vomita sobre cualquiera que ose cuestionar sus “indiscutibles axiomas”), supo posicionarse en las pantallas de todos los canales, de todos los celulares, con una audiencia que aumentaba cuanto más fuera de quicio se mostraba. Sus desequilibrios, más que sus cuestionables argumentos, han constituido el indudable eje de su exitosa campaña. El rating se tradujo, como nunca antes, en votos.

Miley y Marc Stanley, embajador de Estados Unidos en la Argentina.

El llamado “Fenómeno Milei” es análogo al cuadro de un embotellamiento inducido por la curiosidad (o más bien del morbo) de aquellos automovilistas que aminoran o detienen sus vehículos para observar los detalles de un accidente que, al costado del camino, ha dejado cadáveres exánimes entre los hierros retorcidos de lo que hasta hacía minutos fuera un auto. La sensación de que “el muerto es el otro” permea los discursos en este enrarecido presente político, como si los dislates, amenazas y ataques de rabia del candidato tuvieran como destinatarios a “mi pariente estatal, a mi vecina que percibe una ayuda social, a quienes acuden al hospital y la escuela pública, a quienes investigan la fisión nuclear”, pero nunca “a mí”.

Yo quiero tener un millón de enemigos

El alemán Carl Schmitt marcaba que la distinción “amigo-enemigo” es fundante de la acción política. En una mirada que rompía con las lógicas consensuales y contractuales precedentes, la política deviene –en última instancia– en campo de batalla antes que en espacio de negociación y acuerdo. Si bien se trata de una reflexión muy a tono con el contexto de los años ‘30 del siglo pasado, y con la militancia del reconocido jurista en las filas del nacionalsocialismo, también permite pensar en la construcción discursiva del líder de la ultraderecha vernácula. Milei elige apuntar y combatir a “la casta”, un conjunto amorfo de personas que parasitarían a la “gente honesta”, a partir del dominio del aparato del Estado y la consecuente perpetuación de sus privilegios. Sólo la libertad absoluta de mercado, afirma con vehemencia, podrá liberar al individuo del yugo de los políticos, de los funcionarios y empleados del Estado, de los docentes, de los médicos y personal del servicio público de salud, de los científicos, de los cineastas, de los sindicalistas, de las feministas, de los ecologistas, de los periodistas roñosos… y la lista sigue. La casta es, para el libertario, todo aquello que constriñe la libertad de acción del individuo, tanto como la ley de tránsito lo hace con el “tuerca” que, luego de ver Rápido y Furioso, desea conducir alocadamente su cupé a 300 km/h por la avenida Belgrano.

Lecciones no aprendidas de la historia

Los fascismos históricos en absoluto desdeñaban del rol del Estado en la sociedad, ni de su carácter rector en una estrategia de desarrollo nacional basada en la industrialización. También apelaban al uso de la fuerza emanada de la legitimidad estatal para controlar, disciplinar y reprimir a todo aquel actor social que se opusiera a su dirección: expresiones de una cultura percibida como “degenerada”, gremios, partidos políticos, y empresarios a quienes, por su condición étnica y/o religiosa, se les podían expropiar sus fábricas y marginar de la vida social y económica. Esos regímenes políticos construyeron estados burocráticos totalitarios, en los cuales el disenso era pernicioso, contaminante y virulento. Y quien identifica la enfermedad, prescribe el tratamiento, lo que en el extremo condujo a la aniquilación total del “otro”. Sin abjurar del modo de producción capitalista, los fascismos rechazaban de plano al liberalismo económico como eje ordenador de la vida social. Hubo que esperar hasta mediados de los años ‘70 para ver experimentos sociales de gran escala bajo la administración de las “fuerzas del mercado”. Los sistemas públicos que, aún con fallas, organizaban la educación, la salud, los servicios públicos y la seguridad social, fueron desmantelados parcial o totalmente. En nuestro país, fue el ministro de obras públicas del gobierno de Menem quien sintetizó el nuevo credo en pocas palabras: “Nada de lo que deba ser estatal, permanecerá en manos del Estado”. Bajo esa orientación ideológica se erigieron sociedades en las cuales las necesidades no generaban derechos, sino potenciales clientes que debían acudir al mercado para satisfacerlas, rompiendo todo vínculo entre clases sociales participantes del espacio colectivo, así como toda solidaridad entre generaciones que cohabitan en el tiempo y espacio.

La encarnación neoliberal extrema que forma parte del menú electoral por estos días, expresa quizás lo peor de ambos mundos. Confluyen allí: 1) las incontenibles pulsiones represivas del fascismo, con el señalamiento de sus enemigos, así como la exclusión social, política y cultural sin distinciones de aquello que se indica como casta, y 2) la arquitectura neoliberal, claramente reñida con la vida en sociedad, con el reconocimiento de los otros sólo como medios para nuestras apetencias, y no como fines en sí mismos, como sujetos que merecen nuestra consideración y respeto. Lo que discute nuestra sociedad por estos días es si consentiremos el deslizamiento peligroso hacia un régimen socialmente excluyente, políticamente antidemocrático, económicamente concentrador y extranjerizante, reservando al Estado el único papel de agente necesariamente represivo, aunque nunca faltarán los cuentapropistas del ejercicio de la violencia hegemónica, que reencarnen en ligas patrióticas, comandos civiles, tacuaras, o copitos.