La farsa de los antihéroes

Es la farsa de la gente de bien que se enfrenta al mal. Diagnosticaron un cáncer social, un caos irremediable, y se posicionaron como los únicos cirujanos con la capacidad de operarlo, de resolverlo. Prometieron una intervención sobre el cáncer de “la casta política” -que se llena los bolsillos “con la nuestra”- que a poco de andar el gobierno se desmoronó.
Por Ernesto Cipolloni

Armaron una farsa y la vendieron con una agilidad que todavía estamos intentando comprender. Ganaron en casi todo el territorio nacional, pero ya venían ganando en las redes desde hace ocho años. Supieron montarse sobre un sentimiento anti política sumamente difundido, sembrado y regado al calor de números que están a la vista y de sentimientos y realidades que no fueron escuchadas. Por eso el insulto virulento y el discurso de la bronca y el enojo calaron tan hondo.

La farsa de los antihéroes en una distopía social gobernada por la “barbarie populista y por sus políticas de empobrecimiento”. Es la farsa de la gente de bien que se enfrenta al mal. Diagnosticaron un cáncer social, un caos irremediable y se posicionaron como los únicos cirujanos con la capacidad de operarlo, de resolverlo. El cáncer de “la casta política” que se llena los bolsillos “con la nuestra”. La casta política, porque la casta económica se alineó sin tapujos detrás de esta cruzada. Propusieron una solución de raíz, una solución final que gran parte de la sociedad compró, cual oferta en góndola electoral.

Él, el loco, al mejor estilo Joker -más aún el de Phoenix-. Un tipo vulnerable y vulnerado, un loco producto de esta sociedad, de su crueldad y su humillación, al que se cansaron de acosarlo y, por eso, le patina y la pudre. En tanto loco puede decir lo que quiera y desde ese personaje agitó todo tipo de prejuicios y discursos estigmatizantes creando así a un otro despreciable, demonizando al que piensa diferente y legitimando la violencia contra esa otredad. Lo nacional y popular aparece como la encarnación del mal -esa abominación de la justicia social, dijo-, él encarna al salvador, quien tiene la receta del cambio y las soluciones a los problemas que crearon esos otros.

Así se fue creando un clima espeso, de mucho odio y expresiones violentas, que nadie atendió más allá de comentarios. Vimos guillotinas en el Obelisco, bolsas mortuorias en las rejas de la Rosada, piedrazos a la oficina de Cristina en el Congreso, y no pasó nada. Este proceso se cristalizó el día del intento de magnicidio de Cristina, con dos gatillazos fallidos sobre la entonces vicepresidenta de la Nación.

Pero hablemos de la otra vicepresidenta, la actual, la villana, también producto de esta sociedad y su historia reciente que le quito a su padre en manos de “terroristas”. Por eso se volvió villana, vil, fría, calculadora y cruel. Está decidida a hacer justicia, su justicia, en sus términos y con su mirada como la única posible. Es la anti-heroína que viene a llevarse puesto el statu quo cultural, lo establecido, aquello que tanto dolor les generó a las víctimas del “terrorismo” con esa “media historia” contada y los juicios en un solo sentido. Así, invierte la carga y victimiza a los victimarios.

De esta forma, se enfrenta a la narrativa construida desde las luchas de los organismos de derechos humanos: Madres y Abuelas de Plaza de mayo, Hijos e Hijas, desde donde parten y se encarnan las políticas de Memoria, Verdad y Justicia; y lo hace a sabiendas de la fibra que toca. Por eso trae consigo el terror, porque representa la venganza de los torturadores de ayer desde los supuestos torturados de hoy.

Juegan en tándem, discurso económico y pensamiento único con relectura de la historia e imposición de una verdad absoluta. Son las “fuerzas del cielo” que viene a salvar a la tan vapuleada y espoliada República.

En este esquema, quien señala a los enemigos es Macri, llamando al combate contra “los orcos”. Así, cierran la ecuación dual de “buenos y malos”, “gente de bien y ñoquis rentados”; “fuerzas del cielo y orcos”. Construyeron una narrativa fantástica, un thriller de terror que amenaza con volverse gore, generando las condiciones simbólicas para la espiralización de la violencia política y el aumento de la conflictividad social con su consecuente represión en un intento por montar un velo y tapar el saqueo de lo poco ¿o mucho? que nos queda.