El majestuoso candelabro de ocho velas y su servidor shamash, el aceite y sus ocho días, la gesta de los Macabeos. Todo aquello que se enseña en la escuela judía y se celebra en Jánuca cada año, toda esa narrativa oficial, guarda, como cualquier historia, muchos otros elementos, tanto o más asombrosos.
Jánuca es una celebración que no entró en el canon bíblico, es decir a los libros del Tanaj, una de las razones por lo que el libro de los Macabeos, en sus distintas partes, es menos estudiado y enseñado. Aun así, mi primer contacto con esta celebración fue cuando en la escuela ORT nos dieron a leer Mis Gloriosos Hermanos de Howard Fast, una excelente ficcionalización sobre las hazañas de Matitiahu y sus macabeos, que narra gran parte, pero no en su totalidad, el contexto político de aquella gloriosa batalla contra el poderoso ejército seléucida.
Una posibilidad sobre el hecho de que no sea tan popular la historia completa la brinda a Nueva Sion el rabino argentino residente en Israel Yerahmiel Barylka, al afirmar que el Talmud resalta mucho más lo que sucedió en el Templo de Jerusalén tras la victoria macabea que la misma lucha, lo que posiblemente haya dado lugar a que el acento se ponga en el milagro del aceite antes que en las circunstancias históricas que rodearon el combate. Pero también, añade, “cuando una historia se recoge varios siglos después, o si el fenómeno duró varios siglos, cada uno de los bandos hace un relato diferente. El caso de Jánuca no es una excepción”.
Jánuca y las luchas políticas
Existe cierto consenso que en el año 175 a.c. tomó el poder Antíoco IV Epífanes, rey de Siria de la dinastía seléuceda, quien al cabo de unos años decidió intervenir el Templo de Jerusalén reemplazando a Onías III, el último Kohen Gadol o Sumo Sacerdote, por su hermano Joshua, quien adoptó la cultura helenística y por ello también cambió su nombre a Jasón.
Barylka cuenta que Antíoco IV formalizó una alianza con los judíos helenistas o “renegados” para alcanzar sus objetivos de imponer esta última cultura, establecer un nuevo régimen tributario, y saquear los tesoros del Templo de Jerusalén para financiar su conquista de Egipto.
Jasón, como era de esperar, se sometió a la voluntad de Antíoco y ayudó a implementar los planes de este último, comenzando a modificar leyes y costumbres. Pero no conforme, Antíoco fue por más y permitió que otro judío de nombre Menelao, que le había prometido recaudar más fondos para sus incursiones militares, comprara el puesto de Kohen Gadol. Aun así, mientras Antíoco estaba en una de sus campañas, Jasón logró recuperar Jerusalén de manos de Menelao, aunque a su regreso Antíoco logró reimponer al primero.
Como se puede observar, el colaboracionismo de las elites judías era total, y esta aristocracia de Judea parecía estar muy complacida sirviendo a Antíoco, pareciendo evidente que quienes más se vinculaban al poder griego eran quienes más beneficios obtenían. De hecho, se contaban por miles los judíos de las elites que se habían helenizado, es decir combinado la cultura y religión griega con la judía.

Por eso, resulta una incógnita la razón por la que en el 167 a.c., incluso frente a su buen vínculo con la aristocracia judía, Antíoco prohibió ya todas las normas religiosas de los judíos, como el cumplimiento de los preceptos de la Torá, el respeto del Shabat y las leyes de kashrut, o el brit milá entre otros, y obligó a la totalidad de los judíos a vivir a todos como helenistas con un nuevo sistema religioso, incluso hasta el punto de colocar al dios Zeus en el altar del Templo de Jerusalem.
Y es aquí donde comienzan las interpretaciones. De los escritos del rabino norteamericano Paul Steinberg se desprende la posibilidad de que hayan sido las internas entre las elites judías, que se diputaban el trono de Sumo Sacerdote para servir a Antíoco, lo que motivó la furia de este último y el lanzamiento de las prohibiciones, sobre todo si se tiene en cuenta que Antíoco no aplicó decretos prohibitivos a la religión y costumbres en otras naciones subordinadas a su gobierno.
Barylka afirma también que el monoteísmo judío podía ser para los seléucidas muy subversivo frente al politeísmo que reinaba en los demás pueblos sometidos, pero que también están aquellos que sostienen que fueron los mismos judíos de esa aristocracia, cercana al poder y a los grupos económicos dominantes, los que impulsaron estas nuevas normas contrarias a milenarias prácticas judías, siendo que estos judíos aspiraban al dominio del propio pueblo, buscando reformar el judaísmo y adaptarlo a sus nuevas costumbres, inspirados en la polis griega.
Lo cierto es que fue a partir de estos decretos de prohibición cuando comenzará la más conocida historia de Jánuca y los Macabeosa. Allí vemos que Matitiahu, líder campesino de Modiín, es obligado a rendir homenaje a una estatua y un altar al dios griego Zeus frente a toda su aldea, incluso bajo el ofrecimiento de dinero y regalos a cambio, ante lo cual se niega fervientemente. Y cuando otro judío se ofreció a hacerlo, el mismo fue asesinando por Matitiahu, desencadenando así una gresca y la rebelión de 3.000 campesinos, encabezados por Matitiahu y su familia. Estos luchadores macabeos, a los que Barylka nombra como “judíos desarrapados”, al cabo de cerca de dos años lograrían derrotar al poderoso ejército griego, compuesto no solo por 5.000 soldados de infantería y 1.000 de caballería, sino también por los judíos helenizados.
Mucho más terrenal que los rabinos, el influencer Carlos Maslatón sostiene que Jánuca es nada más ni nada menos que la insurrección nacional de un partido político hebreo, los Macabeos, organizados como guerrilla operativa real, añadiendo incluso que la predominancia de las velas, el candelabro y la propaganda de la ‘fiesta de la luz’, actúan a modo de cobertura moderna de una realidad política que se quiere esconder. De esta forma, afirma que Jánuca es una de las mayores victorias militares de Israel de todos los tiempos, “no solo contra sus enemigos sino contra sus colaboracionistas, traidores y cipayos dentro del mismo pueblo, pues, Antíoco fue ayudado por un conjunto de colaboracionistas judíos ricos y de cerebro entreguista, sentando las bases para una gran guerra de liberación nacional, las guerras macabeas, conducidas por un grupo de patrioteros judíos llamados los Macabeos”.
Lo cierto es que, entre las muchas interpretaciones de Jánuca, una de ellas pareciera ser el triunfo de un ejército de campesinos que buscaban defender y preservar su religión, costumbres, y tradiciones por sobre el poder político, económico, y bélico imperial que lanzó una ofensiva contra ellos. Un poder representado no solo por las fuerzas coloniales, sino también por las elites locales a su servicio.
Una interpretación que, tal vez, deberían también tomar en cuenta muchas comunidades y gobiernos, cuando celebran esta gran gesta.