No podemos quedarnos de brazos cruzados

Es necesario fortalecer el bloque de centro-izquierda y humanista para contrarrestar el autoritarismo del gobierno de Netanyahu y asegurar un futuro democrático y justo. Las protestas masivas en Israel son una señal de resistencia del pueblo. Pero esto no es solo un problema de Israel; como judíos en la diáspora, no podemos permitirnos la indiferencia. Israel no existe en el vacío: es el hogar de todos los judíos, dentro y fuera de sus fronteras. En este contexto, la elección de los delegados al 39º Congreso Sionista Mundial se vuelve un momento clave para el futuro de Israel y del pueblo judío.
Por Darío Teitelbaum

No puedo mirar lo que está ocurriendo en Israel y quedarme en silencio. En los últimos meses, hemos sido testigos de cómo el gobierno de Benjamín Netanyahu está erosionando los fundamentos democráticos sobre los que se construyó el país. Pero esta vez, la amenaza no viene del exterior, sino de dentro. No son misiles ni enemigos en las fronteras lo que pone en peligro a Israel, sino una agenda política que busca concentrar el poder y desmantelar los valores que nos han definido como una sociedad libre.

Las reformas judiciales impulsadas por este gobierno no son solo una cuestión técnica o burocrática: son un ataque directo a la independencia del Poder Judicial, un intento descarado de socavar los mecanismos de control y equilibrar la balanza a favor del Ejecutivo. Pero no se detienen ahí. La prensa está bajo asedio, con intentos de silenciar voces críticas y limitar la libertad de expresión. Las fuerzas de seguridad, la policía y el ejército, pilares de nuestra estabilidad, están siendo sometidos a presiones políticas que amenazan su integridad y neutralidad. Incluso el Shin Bet, la agencia de seguridad interna, ha sido arrastrado a esta crisis institucional.

Y mientras tanto, 59 rehenes siguen en manos de Hamás. Pienso en ellos, en sus familias, en el sufrimiento que viven cada día, y me resulta insoportable ver la indiferencia del gobierno. No hay un sentido de urgencia, no hay voluntad real de llegar a un acuerdo para traerlos de vuelta. Sus vidas parecen haber quedado relegadas a un segundo plano, sacrificadas en el altar de los cálculos políticos de Netanyahu y su coalición. ¿Cómo puede un Estado que se dice fuerte y moralmente superior abandonar a su gente de esta manera?

Pero esto no es solo un problema de Israel. Como judíos en la diáspora, no podemos permitirnos la indiferencia. Israel no existe en el vacío: es el hogar de todos los judíos, dentro y fuera de sus fronteras. Su destino nos afecta, nos interpela y nos obliga a tomar postura. No podemos aceptar que quienes hoy lo gobiernan nos digan que la única manera de ser sionistas es apoyando ciegamente un gobierno que traiciona los principios sobre los que se construyó el Estado judío. La democracia, la justicia y la dignidad humana no son valores negociables.

En este contexto, la elección de los delegados al 39º Congreso Sionista Mundial se vuelve un momento clave para el futuro de Israel y del pueblo judío. Este congreso no es un mero trámite burocrático, sino un espacio donde se decide la distribución de recursos y el rumbo de las instituciones sionistas a nivel global. Si queremos que Israel siga siendo un país democrático, inclusivo y comprometido con los derechos humanos, debemos fortalecer el bloque de centro-izquierda y humanista, para contrarrestar la deriva autoritaria y ultranacionalista. Cada voto cuenta, y es nuestra responsabilidad participar activamente para construir un futuro más justo.

Las calles han hablado. Las protestas masivas son una señal de que el pueblo israelí no está dispuesto a rendirse sin luchar. Pero la pregunta sigue en el aire: ¿podemos permitir que el futuro de Israel quede en manos de quienes desprecian sus valores fundamentales? No se trata solo de política, se trata de humanidad. Y yo, como tantos otros, me niego a aceptar esta deriva sin alzar la voz.