Cine

¿El dolor se hereda?

La sutil rasgadura sobre la memoria judía oficial de la Shoá en el film “Un Dolor Real”.
Por Exequiel Siddig

1.

La generación de los sobrevivientes de la Shoá no está conformada sólo por aquellos que pasaron por un campo de concentración y no perecieron. También la componen nuestros otros abuelos, los emigrados en el período de entreguerras que se comieron las uñas y el alma esperando noticias de vida o muerte sobre sus familiares encerrados en el continente nazi.

Si a esa generación le tocó padecer el genocidio y la indecibilidad del horror, sus hijos, primeros descendientes nacidos en el exilio israelí o americano, fueron forjados en la carne de ese cruento compás de espera, tormento filtrado por ósmosis en una educación sentimental cuya superficie llevaba el sello del disimulo.

Había que no-nombrar, o no nombrar del todo, lo acontecido. Empezar de cero. Borrar la huella del estigma, la persecución y el desgarro en tierras donde a priori el antisemitismo no estaba en los diccionarios vinculares de las naciones nacientes en las Américas. “Mi papá nunca habló de Polonia”; “Mi mamá nunca quiso volver a Hungría”, frases que podían escucharse de nuestros padres respecto de los suyos. 

¿Y entonces qué le queda a la tercera generación, ya sea X o millennial, sin un vínculo directo con el hormigón transatlántico con que se forjó la psiquis de ese exilio? ¿Acaso la indagación en aquel dolor mudo, acaso torcer el rumbo del silencio para saber qué pasó con sus abuelos? ¿Indagar acerca de cómo vivieron en Europa, dónde estuvo su casa, qué comían, qué soñaban, qué temían? ¿Conocer Polonia?

2.

En 2008, el actor norteamericnao Jesse Eisenberg y su esposa Anna Strout, también descendiente de familia judía polaca, fueron por primera vez a Polonia. Allí, visitaron Krasnystaw, cerca de Lublin, la tierra de su tía-abuela Doris. Cuando volvió, escribió un corto sobre dos primos que se iban de viaje a Mongolia. Habían pasado los meses y no estaba satisfecho, hasta que vio un banner en su computadora que invitaba a un viaje turístico y que también podía ser perfectamente un chiste de humor judío: “Tours a Auschwitz (almuerzo incluído)”. 

Lo que hacen estos personajes de ficción, Benji y David, en A Real Pain, la película dirigida por el actor judeonorteamericano Jesse Adam Eisenberg, es regresar a Polonia para rendir tributo a su abuela recién fallecida. La bobe había dejado en herencia unos dólares para que hicieran el viaje.

Así, la película enlaza a esas dos generaciones, trazando una posible revinculación entre los sobrevivientes y sus nietos, la generación rompehielos, que ya de adultos se interesan por prestar verdadera atención y revisar el pasado. Aquí la historia parecen tener una necesidad imperiosa de entender el muro de silencio que también los constituye: ¿el dolor se hereda? (Nunca termina de responderla: Benji es depresivo e intentó suicidarse; David tiene la vida tan reglada como seca: son exponentes más bien de cualquier ciudadano de “la sociedad del cansancio” con independencia de su etnicidad).

Pero lo que sí responde esta historia es con un movimiento: ya no le darán la espalda al gran cementerio europeo en donde sus familiares fueron masacrados, sino que comenzarán un diálogo con ese territorio. Reconociendo que antes del comienzo de la Solución Final, allí también hubo vida judía. Reconociendo: recorriendo.

3.

Comienza la película y mientras pasean por un parque en Varsovia, el “tour de jubilados” en el que se inscribieron, David le dice a Benji algo así como “Qué loco, podríamos haber sido judíos polacos con peies y sombrero”.

Entonces el viaje que emprenden los personajes (encarnados por el director del film y Kieran Culkin, ganador del Oscar como Mejor Actor de Reparto por este papel) pasará por un cementerio, el lugar de la historia judía de Polonia por antonomasia; la gran capital (Varsovia); “la Oxford judía” del Medioevo (Lublin); el campo de concentración vecino, Majdanek; para finalmente llegar a la puerta de la casa donde la abuela de ambos había nacido.

Los personajes buscan en ese pasado anterior a Majdanek algo del presente de su propia condición judía. Parecieran clamar que el recuerdo judío en Polonia podría empezar a construirse con anterioridad a las “marchas de la muerte” de los prisioneros enfilados hacia la cámara de gas.

La abuela del film está inspirada en la tía-abuela del director, Doris Eisenberg, que huyó hacia Estados Unidos en 1938 y que murió a los 106 años en 2019.

4.

¿El dolor es un deber? ¿El tributo a la generación de los sobrevivientes es seguir sintiendo ese dolor del mismo modo, apropiárselo? En épocas en que los más oscuros neofascismos tecnocráticos se ciernen sobre la Humanidad, la pregunta que tiembla en nuestros corazones es si la historia de verdad se repite, si la historia puede volverse a repetir.

La socióloga francesa Régine Robin -nacida en 1939 de padres polacos como Rivka Ajzersztejn-, nos habló a comienzos del siglo XXI sobre los peligros de habitar una era de saturación de la memoria. La pulsión por “recordarlo todo”, por “conservarlo todo” -magnificado por la biblioteca infinita que remite a internet y que Borges ideó en 1939-, no deja el silencio necesario para instituir una memoria que se supiera parar de manos contra los olvidos múltiples y simultáneos del velocismo digital.

A tal respecto, A Real Pain impone un silencio en la trama de la memoria debida. La aproximación friendly a la Polonia del presente raja las vestiduras de la memoria judía instituida en relación a ese país. Es loco, porque cuando los judíos escuchamos hablar en alemán se nos eriza la piel de un miedo atávico, pero en general no tenemos idea cómo suena el polaco. Sin embargo, pareciera que hoy Polonia está en el pedestal del antisemitismo máximo, más que Alemania, en el recuerdo de la Shoá.

Y entonces el film dice cosas en relación a esto tanto dentro como fuera de la pantalla. Por ejemplo, cuando el tour -compuesto entre otros por un ruandés sobreviviente del genocidio tutsi y convertido al judaísmo- visita la tumba judía más antigua de Polonia, la de Jakub Kopelman (muerto en 1541), Benji, que no se calla una, le espeta al cicerone academicista que su manierismo británico y su larga caterva de datos no hacía más que imponer distancia en relación a la historia. Que mejor sería interactuar con los polacos de carne y hueso. Un tacle a la entronización de Polonia como sinónimo de Auschwitz.

Para más, Jesse Eisenberg, a principios de marzo de 2025, fue conferido con la ciudadanía polaca en un acto con el presidente de la república, Andrzej Duda. Y dijo: “Además de esa tragedia histórica, también está la tragedia de que mi familia ya no sintiera ninguna conexión con Polonia, lo cual me entristeció y me confirmó que realmente quería intentar reconectarme lo más posible. Y espero de verdad que esta noche, en esta ceremonia y este increíble honor, sea el primer paso para mí, y en nombre de mi familia, reconectar con este hermoso país”.

Palabras indecibles para los sobrevivientes y para sus hijos.

5.

Jesse Eisenberg tiene 41 años, es libriano, nació en 1983 en Queens (Nueva York) y fue criado en Nueva Jersey. En su devenir actoral, el actor vuelve una y otra vez sobre la indagación de la neurosis judía de clase media a través de personajes judíos en una buena cantidad de películas (y obras de teatro: el personaje de Benji resuma en una pieza de su autoría estrenada en 2015, The Spoils).

Eisenberg es un actor que representa un fenómeno inexistente en Argentina, la otra gran comunidad judía de las Américas. En Argentina, la identidad judía es un producto ad hoc de actores y actrices que de vez en cuando representan personas de raigambre judía. Salvo la filmografía de Daniel Burman -pero en este caso desde la dirección- no parecen haber trabajos que persigan persistentemente el enigma del ser judío en esta generación. En Eisenberg, eso está.

Por caso, en The End of the Tour compone al periodista David Lipsky, que sigue al escritor David Foster Wallace para retratarlo para la revista The New Yorker. En Red Social hace de Mark Zuckerberg. En Holly Rollers compone a Sam Gold, un joven judío orotodoxo. En Resistance, se pone la máscara del mimo Marcel Marceau, un judío francés que peleó con la Resistencia Francesa en la Segunda Guerra Mundial. Es también el enamoradizo Bobby Dorfman en Café Society, de Woody Allen. En la serie “Fleishman está en problemas”, Eisenberg deviene en un personaje judío en plena crisis de la mediana edad.

Podría decirse que, en términos actorales, Eisenberg es el heredero soberano de Allen. Nadie como ellos dos indagaron en la tragicómica condición del judío heredero de los tics, maises y sueños de los judíos europeos desplazados.

6.

La película parece decir que rendir tributo y prestar atención no es sin costo. La cultura anglosajona, de donde proviene la película, también forma parte de su núcleo duro: quienes recuerdan, quienes van hasta la casa de la abuela, son dos muchachos estadounidenses. El vínculo entre Americans y Polonia está mucho más desarrollado en Estados Unidos que entre las juderías latinoamericanas, todavía más proclives a vistar la híper moderna Berlín que la reconstruida Varsovia. 

En tal sentido, es interesante cómo en inglés prestar atención y rendir tributo se dice con el mismo verbo que se utiliza para pagar (en moneda): to pay. Pay attention, se dice. En cambio en castellano usamos un verbo que significa una donación temporaria: “prestar atención”, lo que estipula que el objeto legado sea devuelto luego de su uso. Como si en la cultura septentrional estuviera más claro que prestar real atención tiene un gran costo: un gran dolor.