Quienes seguimos con atención los acontecimientos en Medio Oriente, y especialmente el trágico conflicto desatado a partir del pogrom criminal realizado por Hamas el 7 de octubre de 2023, seguido por la guerra de represalia y masacre lanzada por el gobierno de Israel, estamos viendo con más claridad que nunca la profunda relación entre la política local y la política internacional.
Hace apenas unas semanas, pareció florecer la esperanza de que el conflicto comenzara a aminorar su virulencia. Se realizaron gestos humanitarios concretos: la restitución a cuentagotas de los secuestrados israelíes en manos de Hamas a cambio de la liberación de numerosos presos palestinos de las cárceles israelíes.
Parecía que se comenzaba a transitar una suerte de “hoja de ruta hacia la paz”, formulada por presión de la gestión Biden, que contemplaba en su primera etapa este tipo de intercambios humanitarios, en una segunda etapa el cese completo de hostilidades y la retirada del ejército israelí de Gaza, y una etapa final, mucho más imprecisa, que apuntaba a una solución estable tanto a los problemas gravísimos que atraviesa la población gazatí luego de la destrucción masiva de su infraestructura básica, como a las garantías creíbles de seguridad solicitadas por Israel.
La adopción de las medidas necesarias para implementar la primera etapa llevó al alejamiento del ministro más violento y fascista del gobierno israelí, Itamar Ben Gvir. Este personaje es típico de la subcultura política ultraderechista: no sólo hace todo lo posible para hostigar a la población palestina, allí donde resida, sino que encabeza una represión cada vez más violenta, usando la policía del Estado contra el público democrático israelí, que viene expresándose sistemáticamente en las calles contra el actual gobierno, desde mucho antes de que ocurriera el atentado contra las poblaciones del sur.
Sin embargo, luego de algunas semanas reparatorias, hablamos de reducir la violencia militar y dar un poco de alivio a las víctimas de ambos lados, el gobierno de Netanyahu dio por terminada la “hoja de ruta” y consideró que a partir de ahora, se “negociaría bajo fuego”. Acto seguido, la reanudación de los ataques aéreos llevó a la muerte a más de 500 personas.
Por supuesto que hay un trasfondo internacional, que es la insólita propuesta realizada por el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de vaciar la Franja de Gaza de su población, y convertir ese castigado lugar en una suerte de resort internacional. Esta propuesta no cuenta con antecedentes diplomáticos norteamericanos, ni goza de la aprobación de la Unión Europea, de los países miembros de los BRICS, o los países árabes más amigos de occidente.
La relocalización de la población en otros países árabes fue rápidamente rechazada por aquellos a los que les tocaría recibir a más de dos millones de palestinos, pero fue recibida con algarabía por el gobierno israelí, ya que la propuesta norteamericana converge con las fantasías más extremistas de la coalición gobernante, que sueña con el “transfer”, o sea deportación en masa de los gazatíes a otras regiones del planeta.
El plan de Reconstrucción y Paz de El Cairo
A comienzos de este mes, se realizó una cumbre de países árabes –Egipto, Arabia Saudita, Jordania Qatar, Emiratos Árabes Unidos- en la cual Egipto formuló una propuesta integral sobre el destino de la Franja de Gaza, que se contrapone a la fantasía lanzada por Trump. Es evidente que todos los países árabes rechazan la ingeniería político-demográfica de Trump, y han necesitado contraponerle una propuesta propia, en la cual coincidieron por unanimidad, incluida la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

El Plan lanzado el 4 de marzo consta de varias etapas, tanto en materia de la reconstrucción de la infraestructura y la viabilidad económica del lugar, como en el ámbito de la política local y regional.
En materia de reconstrucción, se busca con urgencia la edificación de viviendas; en un plazo intermedio, se planea la construcción de más infraestructura y servicios, y finalmente se crearían fuentes de producción y comercio con el exterior. Esas etapas serían financiadas por diversos donantes internacionales (se estima un costo total de 53.000 millones de dólares), y administradas por un conjunto de tecnócratas, que supervisarían la distribución de la ayuda humanitaria internacional, respaldados por una nueva policía local entrenada por Egipto y Jordania. Eventualmente se requeriría a Naciones Unidas una misión de paz (personal militar) para fortalecer la gobernanza local.
En el plano político inmediato, se propone la finalización de la guerra, y la liberación de todos los secuestrados.
La Autoridad Nacional Palestina sería quien tomaría el control político de Gaza en reemplazo de Hamas, que sería desarmado. Según la ANP, en un año podrían darse las condiciones para un llamado a elecciones democráticas.
Finalmente, el Plan apunta al establecimiento de un Estado Palestino independiente al lado de Israel, “la finalización del conflicto y la violencia” y asegurar paz y seguridad para todos en la región.
Hamas aceptó al plan de reconstrucción, pero rechazó el consenso generalizado de que debe ser desarmado. Este es un punto imprescindible para que cualquier sector israelí pueda adherir a tal Plan.
Complicado cuadro interno en Israel
La reanudación de los bombardeos, y el aprestamiento para una operación militar terrestre con numerosos efectivos, le permitió a Netanyahu recomponer su coalición de derecha-extrema derecha. El gobierno viene encarando fuertes operaciones supuestamente antiterroristas en Cisjordania, que coinciden dramáticamente con una violencia inadmisible de bandas de colonos contra población palestina indefensa. La reiteración de esas acciones pasa completamente impune, configurando una situación de agresión cotidiana sobre la población civil.
En una escalada contra las instituciones democráticas, el primer ministro ha desconocido fallos de la Corte Suprema de Justicia, intentado apartar a algunos de sus miembros, y ha decidido remover al Jefe de los Servicios de Seguridad, configurando un peligroso cuadro de concentración autoritaria de poder. Inevitablemente, estos comportamientos llevan a reforzar la violencia contra la gran cantidad de israelíes que permanentemente manifiestan su repudio hacia todas sus políticas, y solicitan traer de vuelta a los secuestrados aún en manos de Hamas y terminar con la guerra.
La política israelí parece haber llegado a un punto en el que una crucial definición se hace inevitable: o se revisa completamente esta deriva violenta a la cual han llevado las estrategias derechistas, cada vez más extremas, de Netanyahu y aliados, o se entra en una lógica de guerra regional permanente y de destrucción de las garantías democráticas básicas para la propia población israelí.
El Plan de El Cairo, proveniente del mundo árabe, aporta luz a este escenario, y muestra que existen aliados concretos para otra política posible. La condición para destrabar esta situación es que sea removida la peligrosa coalición gobernante en Israel.