“Ser perturbado, en la imaginación moral judía, no es una debilidad. Es una forma de fuerza. Es lo que Dios alaba en Job: su negativa a aceptar el sufrimiento injusto en silencio”.
— Jonathan Safran Foer, mayo 2025
Según la tradición judía, la vigilia de Shavuot (Pentecostés), en hebreo Tikun Leil Shavuot, exige permanecer despiertos toda la primera noche de la Fiesta de las Semanas para estudiar la Torá. Pero no se trata solo de una noche de estudio, sino de una promesa nocturna de reparación por la significativa indolencia de nuestros antepasados, que se durmieron antes de que Moisés recibiera la Torá.
Si una explicación difundida sostiene que los israelitas no se levantaron temprano aquella mañana de la entrega, y fue necesario que Dios mismo los despertara, hoy numerosos judíos israelíes permanecen despiertos, pero la lectura de los Diez Mandamientos los deja completamente imperturbables.
En esta noche de Tikun (reparación) de Leil Shavuot, debemos leer —dentro y fuera de Israel— el perturbador discurso de Jonathan Safran Foer, escritor norteamericano que acaba de recibir el Premio Primo Levi 2025 en el Palazzo Ducale de Génova.
Intentaré aquí algunas acotaciones a las ineludibles perturbaciones morales de Safran Foer, autor de Todo está iluminado (2002), novela sobre la memoria y la identidad judía.
Invocando la ética del autor de Si esto es un hombre, Safran Foer recuerda en su discurso algunos imperativos categóricos profundamente perturbadores para quienes somos testigos (y cómplices) de lo que acontece en Israel.
Su discurso habla de un imperativo moral que condensa toda la tradición judía del pensamiento de Levi:
“Una tradición que dice: ser humano es estar perturbado.”
Primo Levi no era meramente un sobreviviente que relataba una catástrofe moral, sino un pensador judío, profundamente arraigado en una tradición que desconfía de la comodidad y mira con sospecha el alma tranquila, escribe Safran Foer.
Y si el judaísmo siempre ha puesto la inquietud en el centro del despertar moral, el escritor recuerda que la perturbación más alarmante de Levi era la advertencia de que “lo sucedido puede volver a suceder”. El “sucedido” no es únicamente el cataclismo del Holocausto, sino la falta de respuesta que permitió que sucediera:
“Levi nos mostró no solo lo que sucedió en Auschwitz, sino cómo sucedió, cómo esa falta de respuesta podría ocurrir en cualquier lugar.”
El premiado escritor judío norteamericano no olvida ninguno de los lugares donde “podría ocurrir si no estamos perturbados por la falta de respuesta”. Antes de enumerarlos, recurre a una definición del Papa Francisco: “la globalización de la indiferencia”, para dar cuenta de esa pasividad estructural.
Rinde un lúcido homenaje al reciente Papa fallecido:
“Un hombre cuyo liderazgo espiritual fue notable no porque ofreciera consuelo, sino porque ofreció incomodidad con gracia.
La indiferencia globalizada no es pasiva. Es diseñada. Está integrada en nuestras economías, nuestras tecnologías, nuestros ciclos mediáticos.
Es el software que funciona silenciosamente en segundo plano de la vida diaria, proyectando sombras sobre lo que vemos, lo que sentimos y a quién consideramos humanos.”

A continuación, Safran Foer nos obliga a responder si consideramos humanos —o no— a las víctimas de tres conflictos mundiales actuales:
“En Gaza, más de 30.000 civiles han sido asesinados —muchos incinerados en sus hogares, sus nombres nunca registrados, sus vidas apenas lloradas.
Esto es un reconocimiento, una emergencia, que viene antes de la política.
Los humanos no son estadísticas. Son niños que buscan los brazos de sus madres, madres que buscan proteger a sus hijos…
Después de un año y medio, los rehenes israelíes permanecen bajo tierra, muchos de sus nombres olvidados por los titulares, sus destinos silenciados en la conversación diaria.
Su cautiverio es un espejo de nuestro propio desapego.
Cada día que no son liberados es un día que pone a prueba la profundidad de nuestra empatía.
En Sudán, casi nueve millones de personas han sido desplazadas por la guerra, el hambre y el colapso político.
Ciudades arden, pueblos desaparecen.
Y sin embargo, para la mayoría de nosotros, Sudán sigue siendo un nombre en un mapa, un lugar que no podríamos encontrar, y que probablemente nunca intentaríamos.
En Ucrania, una guerra que una vez conmocionó la conciencia de Occidente se ha convertido en papel pintado.
Cada día mueren civiles. Los hospitales son bombardeados. Los niños duermen en sótanos.
Y sin embargo, hemos seguido adelante. Hemos aprendido a pasar de largo el sufrimiento, a mantener los ojos y la boca cerrados.
Pero el silencio, como sabía Levi, no es ausencia. Es complicidad.”
El extenso discurso de Safran Foer perturba a muchos, también en el llamado «primer mundo», al sentirse aludidos cuando eligen la distracción: desde los indiferentes judíos que no quieren ver los rostros de los pobres, los homeless, los indigentes de las ciudades, hasta quienes ignoran a los ancianos abandonados y a los niños que solo reciben un plato de comida en la escuela.
Además, Safran Foer denuncia a quienes no protestan contra el rechazo a inmigrantes clandestinos ahogados en el Mediterráneo, ni contra la deportación de latinoamericanos ordenada por Trump.
Indudablemente, numerosos israelíes se habrían sentido directamente aludidos si hubieran leído ciertos fragmentos del discurso durante la vigilia de Leil Tikun Shavuot.
Especialmente aquellos judíos comprometidos con la tradición religiosa, pero solo dentro de sus hogares o sinagogas comunitarias, sin sentir que el judaísmo debe también salir a la calle.
¿Acaso los judíos —dentro y fuera de Israel— no se habrían sentido interpelados por preguntas como estas?
“Que el libro de oraciones se abra con: ¿Los hijos de quién tienen hambre? ¿Quién perdió sus hogares? ¿Qué voces no fueron escuchadas esta semana?”
Ojalá estas interpelaciones sigan perturbando el ritual cotidiano de los judíos observantes:
“Que la Torá se lea junto con los avisos de desalojo y los mapas de supresión de votantes.
Que la copa de Kiddush se levante para brindar no solo por el vino, sino por cada dignidad humana recuperada.
Que el Shabat sea un tiempo no solo para descansar del trabajo, sino para consagrarnos a la labor de la compasión.
Y no solo demos la bienvenida al extraño en la sinagoga; eso es solo el comienzo de nuestro deber.
Salgamos y encontrémoslos, en refugios y juzgados, en campos de refugiados, aulas y prisiones, y llevemos allí nuestro judaísmo.
No como caridad, sino como pacto.”

Confieso, como judío israelí, que las preguntas más perturbadoras de Safran Foer —invocando la ética de Primo Levi— son:
“El judaísmo debe vivir en el mundo.
Porque el mundo está clamando, y no pregunta si encendimos velas el viernes por la noche.
Pregunta: ¿Dónde estabas cuando el niño necesitaba protección? ¿Cuándo el semejante, no menos digno, moría de hambre a poca distancia de tu casa? ¿Cuándo el refugiado fue deportado? ¿Cuándo el padre sostenía a su bebé muerto sobre su cabeza?
Y debemos ser capaces de responder, no con teorías o defensas, sino con temblor y verdad: Estábamos allí. Nuestro judaísmo nos llevó allí.”
Posdata
La más imperdonable traición al judaísmo es responder a la pregunta ¿Dónde estabas? encomendándose a la obligación de “exterminar a Amalec” (Samuel 15:2-3) para justificar una guerra de venganza, matando a niños y mujeres.
El Jihad del fundamentalismo islámico no se combate cometiendo crímenes de guerra ni invocando la irracionalidad de una “victoria total” decretada por el nacionalismo mesiánico israelí, olvidando el legado del judaísmo humanista.
“Debemos interrumpir la maquinaria de la injusticia con nuestra presencia.
Incluso notar es una forma de protesta.
Decir: Te veo. No eres una sombra. No eres ruido. No eres el otro. Tu vida importa de las mismas maneras, y en la misma medida, que mi vida importa” (Safran Foer).
Y yo quise comenzar mi reflexión en la vigilia de Shavuot este año invocando otra vigilia: la que imaginó Macedonio Fernández en su libro metafísico No toda es vigilia la de los ojos abiertos (1928).
Porque no es suficiente estar despiertos toda la primera noche de Shavuot para estudiar la Torá. Hoy, la vigilia de los israelíes éticamente comprometidos necesita también entornar sus ojos y soñar, junto con Macedonio: soñar la no diferenciación entre vigilia y ensueño, y la negación de la ley de causa y efecto.
Si queremos hacer Tikun del perverso secuestro de la paz entre israelíes y palestinos, hay que estar despiertos para leer los Diez Mandamientos y, asimismo, soñar no solo con las floridas primicias de la Fiesta de las Cosechas, sino también con el verde de la rama del olivo.