Eufemismos negacionistas del discurso público israelí: ¿el comienzo del fin?

En medio de la devastadora guerra en Gaza, el discurso público israelí despliega un arsenal de eufemismos y estrategias retóricas que buscan diluir responsabilidades, negar crímenes de guerra y reconfigurar la memoria colectiva desde la re-victimización. Mientras tanto, sectores críticos de la sociedad civil —ONGs, académicos y escritores— comienzan a romper el silencio, exigiendo responsabilidad ética, justicia ante la catástrofe humanitaria y una reconstrucción moral del país.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

El discurso público en Israel sobre la guerra en Gaza está cada vez más plagado de eufemismos obscenos cuyo objetivo es la desinformación, además de invisibilizar la censura. Es un discurso que utiliza también el pretérito exonerativo en voz pasiva a fin de minimizar la culpa por «errores cometidos».

Pero los eufemismos son lo que más abundan. Desde los nombres dado a la guerra, Espadas de hierro y Carros de Gedeon, a hablar de «ejercer presión» para aludir a bombardeos aéreos, hasta el uso del eufemismo «Crisis o desastre humanitario» para denotar hambruna provocada deliberadamente. Sin embargo, este eufemismo se esfuma ante las imágenes virales de colas de niños hambrientos por el bloqueo alimentario. Al exigir a Israel una tregua para permitir el ingreso masivo de alimentos, el canciller británico David Lammy interpela a sus pares de Alemania y Francia pidiendo que vean los rostros infantiles, mucho más contundentes que las palabras: «La imagen de niños buscando ayuda y perdiendo la vida causa consternación alrededor del mundo. Y por eso reiteramos nuestro llamamiento para una tregua».

El más perverso eufemismo es un anuncio consuelo: la construcción de una «Ciudad humanitaria», destinada a centenares de miles de gazatíes que fueron forzados a abandonar sus hogares arrasados, y pronto serán recluidos en un gigantesco campamento concentracionario «humanitario».

Una deriva en el argot político israelí es la mentirosa «emigración voluntaria». Se procura «alentar» a los palestinos «que lo deseen» a abandonar «libremente» Gaza, con la falsa promesa de que serán recibidos por otros países. «Si solo hubiese 100.000 o 200.000 árabes en Gaza, y no dos millones, el discurso sobre el día después [de la guerra] sería diferente», aseguró cínicamente el 31 de diciembre de 2024 uno de sus principales defensores, el Ministro de Finanzas fascista, Bezalel Smotrich.

Otra deriva eufemística que camufla el desplazamiento de toda la población es la de naturalizar ese crimen de guerra mediante la hipocresía del «relocamiento» para incentivar la «emigración voluntaria». En su reciente visita a Washington, Netanyahu recordó desfachatadamente que «el presidente Trump tuvo una visión brillante. Se llama libre elección. Si las personas quieren quedarse, pueden quedarse; pero si quieren irse, deberían poder hacerlo. Gaza no debería ser una prisión, debería ser un lugar abierto».

Además de hablar con eufemismos, el premier israelí crea expectativas mentirosas: el «problema» para su iniciativa se reduciría únicamente a encontrar «países dispuestos a absorber gazatíes»: primero insinuó Congo; últimamente alude a Libia, Sudán y Etiopía (sic).

Hasta la compasión internacional es manipulada por ministros del actual gobierno de ultraderecha. El ministro Danon se siente autorizado a exigir actitudes éticas en una entrevista radiofónica en diciembre:

«La comunidad internacional tiene el imperativo moral (y la oportunidad) de demostrar compasión, ayudar a la gente de Gaza a avanzar hacia un futuro más próspero y trabajar juntos para lograr mayor paz y estabilidad en Oriente Próximo. (…) Tenemos que hacer más fácil a los gazatíes el irse a otros países. [Eso] facilitaría las cosas a los que se quedan y a los esfuerzos para reconstruir Gaza”. (Antonio Pita, «‘Emigración voluntaria’, el eufemismo que impulsa la ultraderecha israelí para despoblar Gaza». El País, 14/1/25; «Ministro israelí admite: ‘Ya no aceptamos la existencia de Gaza’», People’s Word. November 14, 2023.

Desvergonzadamente, el imperativo moral en el discurso público es exigido solamente a la escena internacional, no a Israel.

Otras figuras retóricas utilizadas son las hipérboles y las metáforas con alto contenido emocional manipulativo. Además, la amenaza de ostracismo y la ira contra todos aquellos que osan «demonizar» a Israel al acusar a Tzahal de violar derechos humanos son tropos frecuentes.

Las voces que resisten la desinformación y la censura de los medios de comunicación son etiquetadas de enemigos internos; sobre todo, quienes acusan a Israel de prácticas genocidas en Gaza a través de denuncias académicas.

Una de estas respuestas airadas es el informe del Centro Beguin-Sadat de la Universidad Bar Ilán. Sin embargo, pronto la disputa deja de ser académica; las réplicas de historiadores del Holocausto y contra réplicas de investigadores de genocidios rápidamente se leen como alegatos de un litigio sobre implicancias morales e históricas de la guerra.

El informe de un equipo encabezado por Prof. Dan Auerbach, titulado «Un análisis crítico de las acusaciones de genocidio en la Guerra de las Espadas de Hierro», utiliza métodos de investigación cuantitativos y comparaciones con otros conflictos militares a fin de cuestionar datos básicos en los que se basan organismos internacionales que acusan de genocidio a Tzahal.

En su reciente réplica, el historiador israelí del Holocausto y de genocidios Daniel Blatman cuestiona el intento del Informe de relativizar el número de víctimas y de incurrir en negacionismo ante evidencias de actos criminales de Tzahal que violan el derecho humanitario internacional:

Sus autores afirman que es imposible determinar una cifra exacta de víctimas en Gaza. Y si fueron solo 30 mil los muertos civiles, ¿ello no mostraría su verdadera intención criminal? El formato del Informe es más sofisticado, pero el objetivo es claro: desmantelar la responsabilidad, difuminar los conceptos, sembrar la duda y convertir el debate ético público en un debate técnico. Así, se construye una barrera entre el horror y su significado, tal como advirtió el padre de la Convención de la ONU sobre el Genocidio, Raphael Lemkin, lo que ocurriría cuando se intentara silenciar las identidades y circunstancias de las muertes de las víctimas y reemplazarlas con cifras, definiciones y modelos estadísticos (Daniel Blatman, «Hace tres generaciones que Israel construye su identidad de víctima y así niega el genocidio en Gaza», Ha’aretz, 24 de julio de 2025).

Paradojalmente, ciertas derivas morales e históricas del litigio recuerdan una suerte de Historikerstreit invertida en la Israel 2025. La disputa de los historiadores alemanes en los 80 había estallado para cuestionar la posición del Holocausto en la historiografía de Alemania Occidental, al comparar el genocidio nazi con los crímenes en la Unión Soviética estalinista.

Si en ese debate los revisionistas cuestionaban el Holocausto como el genocidio canónico del siglo XX, rechazando su singularidad de rasero para definir otros genocidios, el negacionismo de los israelíes durante la actual guerra en Gaza invierte, de modo simétrico, aquella lógica del Historikerstreit. Ahora les resulta intolerante comparar crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidas por Tzahal en Gaza con otros crímenes genocidas en el mundo.

Por un lado, algunos académicos israelíes se niegan a equiparar limpieza étnica con prácticas genocidas, alegando que hay enemigos del Estado judío que se basan en datos distorsionados por Hamás y en informes de organismos internacionales no verificados o exagerados. Pero, por otro lado, también hay enemigos de Israel que condonan a Hamás el haber perpetrado un genocidio el 7/10 en Israel, alegando que su concepto de genocidio no es subsidiario de la Shoah judía. Eso les permite exculpar a un movimiento islamista de resistencia nacional que perpetra una masacre para vengar su opresión histórica.

Es la misma lógica del historiador australiano Dick Moses, quien argumenta en su nuevo libro que el concepto canónico de genocidio despolitizó formas anteriores de violencia masiva (el lenguaje de la transgresión). Critica que ese concepto connota un crimen despolitizado, lo cual ayudaría a normalizar otros tipos de violencia ejecutados por imperativos de seguridad que no pueden compararse con el Holocausto. No sorprende que desde el 7/10, las acusaciones a Israel de crímenes de guerra por parte de los defensores de Hamás utilicen argumentos de Moses para denunciar miles de muertes de civiles causadas por bombardeos de ciudades como «daños colaterales» causados por misiles y drones.

Más aún: Moses sostiene que, al acuñar el concepto de genocidio como modelo canónico del Holocausto, Lemkin tenía interés en favorecer al sionismo. Prejuiciosamente, alega que la «canonicidad» y/o «singularidad» del Holocausto ha sido, precisamente, uno de los argumentos centrales de que se ha valido históricamente el Estado de Israel para justificar muchas de sus políticas de seguridad, e inmunizarse legalmente de «excepcionalidad» ante el derecho internacional[1].

El historiador israelí del Holocausto, Prof. Daniel Blatman, responde al Informe del Centro Beguin-Sadat, basado en un Informe del historiador Dr. Lee Mordechai de la Universidad Hebrea de Jerusalén —de junio 2024 y actualizado permanentemente—, quien concluye que son prácticas genocidas las perpetradas en Gaza. El Informe, titulado «Testimonio de la Guerra de las Espadas de Hierro», proporciona una documentación sistemática y exhaustiva de las acciones de Israel en Gaza, calificadas como «crímenes de guerra e incluso genocidio» y está basado en testimonios, imágenes satelitales, documentación fotográfica, informes de organizaciones internacionales y numerosos testimonios de soldados y testigos sobre el terreno.

Pero una deriva institucional de la crítica al Informe del Centro Beguin-Sadat es la denuncia de Blatman al silencio de Yad Vashem ante incitaciones genocidas de algunos altos funcionarios gubernamentales y políticos israelíes:

El capítulo más triste de la tendencia a la negación del genocidio en Gaza que se está gestando en Israel está reservado para la institución Yad Vashem. Los historiadores que trabajan allí y dedican largas jornadas a examinar los acontecimientos del Holocausto optan por callarse y cubrirse la boca ante las atrocidades cometidas en Gaza. Su director alega que «Yad Vashem no aborda el genocidio como tal, sino sus reflexiones sobre el Holocausto… Nuestro campo de actividad es el Holocausto, y solo el Holocausto». La arrogancia institucional del director le da la espalda al sentido de responsabilidad histórica que debería recaer en la memoria del Holocausto (Daniel Blatman, Ha’aretz, 24/7/25, op. cit)

Ahora bien: el eufemismo «fuerzas internacionales» cumple su rol en el discurso negacionista israelí para impedir que la reconstrucción de Gaza pueda ser liderada por la Autoridad Palestina (AP) asociada con fuerzas de países árabes.

El primer objetivo de ese eufemismo es impugnar la propuesta de coordinación de la ayuda humanitaria internacional y terminar con la manipulación alimentaria, propuesta por Egipto, pero rechazada por Netanyahu. Su alegato es que la AP es «impotente» para enfrentar a Hamás, escondiendo cualquier esfuerzo por reconciliar a Hamás con la OLP. Antes de la tregua alimenaria, se alegaba que la ayuda implementada y supervisada por la ONU permitía a Hamás robar los envíos y, así, controlar a la población continuando en el poder; sin embargo, tal acusación fue desechada por una reciente investigación publicada por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).

Asimismo, la ONU ya ha advertido que son insuficientes eufemismos como «pausas» o «corredores humanitarios»: «si el verdadero objetivo es salvar a muchos gazatíes con malnutrición aguda severa, especialmente a los niños, ya no basta con darles comida. Precisarán tratamiento especializado», para lo cual hay que poner fin a la guerra.

Pero el segundo objetivo de esos eufemismos «humanitarios» es de naturaleza política: impiden aceptar la entrada de la AP junto con fuerzas árabes para terminar con los traslados forzosos y frenar el proyecto de nuevos asentamientos en la Franja. Estos eufemismos hipócritamente humanitarios ocultan el proyecto de Netanyahu de impedir que Gaza y Cisjordania acepten un solo gobierno representativo palestino. Esta es la amenaza contra la cual Netanyahu ha construido con esmero —también semántico— su plan maquiavélico de balcanización a fin de sofocar todo intento de surgimiento de un Estado Palestino independiente al lado de Israel.

Por eso, como afirma Zvi Barel, no tiene relevancia si la AP es capaz o no de enfrentar a Hamás. «Incluso si estuviera armada con lo mejor y sus combatientes fueran valientes y dispuestos a morir para expulsar a Hamás, Israel no les permitiría pisar Gaza» (Zvi Barel, «El giro de Trump no exime a Israel de responsabilidad por la catástrofe humanitaria», Ha’aretz, 27/7/25).

Proceso israelí de re-victimización luego de la masacre genocida del 7/10

Quizás sea demasiado prematuro realizar análisis psicosociales capaces de dar cuenta de los mecanismos de re-victimización y prácticas genocidas de una potencia militar del nivel ofensivo de Israel, para sobreponerse al shock completamente paralizador del 7/10. También para entender de qué modo la sociedad civil, que no perdona a Tzahal haberla abandonado, puede procesar el post-trauma en un tiempo récord. Es una suerte de interregno que la condujo a un doble posicionamiento: si al principio, necesitó adoptar la re-victimización post Holocausto, muy velozmente se blindó mediante el posicionamiento como victimario vengativo deshumanizado para conferir total impunidad a Tzahal para perpetrar crímenes de guerra y de lesa humanidad en Gaza.

Tal reacción de re-victimización, simultánea con el posicionamiento como victimario que lanza actos de guerra penados por el derecho internacional, también ha sido reforzada durante estos dos años de operaciones bélicas en Gaza por un sentimiento de victimización secundaria; en especial, cada vez que el Tribunal Internacional de La Haya, la ONG de los derechos humanos y numerosos países amigos condenan la guerra de venganza en vez de «comprender» el estado postraumático de la sociedad civil israelí que aún no logra recuperar a sus seres queridos secuestrados.

Se comprueba un síntoma elocuente postraumático en la insensibilidad y deshumanización de intelectuales liberales israelíes ante el asesinato de niños en Gaza. Ejemplo emblemático de ellos es la respuesta en una entrevista (marzo del 2024) del agricultor y científico Zeev Smilansky, cuyo padre fue el célebre escritor pacifista S. Yizhar; pero no tiene escrúpulos de conciencia al confesarle a su hijo que no le preocupa el sufrimiento de niños hambreados y muertos en Gaza:

Nuestros niños aquí son más importantes para mí. Allí hay un desastre humanitario espantoso, lo entiendo, pero mi corazón está bloqueado y lleno de nuestros niños y nuestros rehenes… No hay sitio en mi corazón para los niños de Gaza… No es solo Hamás, son todos los gazatíes quienes están de acuerdo que está bien matar a niños judíos» (Citado por Omer Bartov, «Visita a mi patria querida y tal vez perdida», Ha’aretz, 22 agosto de 2024).

La psicóloga clínica Miki Tauder-Goldin acaba de hacer una interpretación freudiana de aquellos israelíes que, luego del 7/10, eligieron posicionarse en la re-victimización del país, a fin de justificar por qué «el niño golpeado» se toma la licencia de ser el «padre golpeador adulto», aun al extremo de querer formar parte de un estado «convertido en el mayorista de la muerte» —tal como reza el título de su ensayo—.

Nuestro Estado fue un niño golpeado. Recibió el golpe más fuerte de todos antes incluso de nacer: en el Holocausto. Hoy, el Estado revive su infancia, asumiendo tanto el papel del padre agresor como del niño golpeado. Reproduce de forma escalofriante las cosas más horribles que experimentó. Trafica con vidas. Con las de otros, pero también con las de su propio pueblo. Se ha convertido en mayorista de la muerte, donde la cantidad de muertos se convierte en una esencia. Una esencia de desprecio por la vida humana, envuelta en expresiones y rituales heroicos y mesiánicos. Sus víctimas están divididas en dos grupos, pero comienzan a parecerse entre sí. En un grupo, los apuestos y honorables; en el otro, los «muselmanes» descritos como monstruos (Miki Tauder-Goldin, «El Estado se ha convertido en mayorista de la muerte», 24/7/25).

Pero la interpretación de Miki Tauder-Goldin no es fatalista, pese a que se inspira en la conocida canción mexicana, «quien fue jodido una vez, ya no puede dejar de serlo».

El análisis de la psicóloga abre ante los israelíes la alternativa de elegir una opción y romper con la condena del destino trágico de morir o matar: ¿Quizá quien sufrió un daño temprano solo puede entender el mundo en términos polarizados de víctima y agresor? ¿Puede elegir solo entre dos opciones: volver a ser la víctima conocida para él y los demás, o convertirse en agresor y dañar a otros, sin que exista posibilidad de convencerlo de que hay otras formas de existir y de relacionarse? (Miki Tauder-Goldin, ibidem).

Sin embargo, aún falta zanjar psicosocialmente los resabios de la conversión postraumática, sin solución de continuidad, de haber pasado velozmente de la posición de víctima a la de victimario vengador inhumano.

Durante los últimos meses es doloroso comprobar tal conversión ante las escalofriantes escenas de hambre y muerte por inanición en Gaza. A diferencia de las consecuencias conocidas del fenómeno general de re-victimización y de victimización secundaria, numerosos hijos y nietos israelíes de víctimas o sobrevivientes del Holocausto apoyan acríticamente acciones punitivas de Tzahal; rápidamente logran proyectar, en la destrucción de Gaza, su ira, humillación, impotencia, depresión, desconfianza en las instituciones militares y demás trastornos de estrés postraumático típicos de la re-victimización. 

Obviamente, este patrón de respuesta no elimina otras conductas conocidas de re-victimización, racionalizadas a modo de legítima defensa putativa, especialmente entre jóvenes soldados y reservistas, nietos o hijos de sobrevivientes. Un sentimiento reside en haber escuchado el sufrimiento y el horror que conocieron sus padres sobrevivientes; otro, en haberlo descubierto personalmente en acciones perversas e ignominiosas como soldado o reservista durante la guerra de venganza. Y no se trata de descubrirlas en meras acciones físicas cometidas, sino también por haber aceptado cumplir esas órdenes sádicas que procuraban denigrar psicológicamente a la población civil, desmoralizarla y humillarla: ¡haber aceptado sin chistar que el objetivo era lograr aniquilar toda posibilidad de que los gazatíes continúen viviendo en la Franja!

Postdata

La reciente confesión dolorida del más importante escritor hebreo, David Grossman: «Con el corazón partido, debo constatar que está ocurriendo delante de mis ojos. Un genocidio!», culmina la bienvenida ruptura del negacionismo de la sociedad civil israelí (Entrevista a D. Grossman en La Repubblica, 31/7/25).

David Grossman

Hasta ahora, la mayoría de los intelectuales y escritores pacifistas expresaban su malestar moral cotidiano como judíos israelíes «vecinos», que viven apenas a una o dos horas de inocentes niños y ancianos muertos de hambre o a balazos en la Franja. Vivían la rutina diaria y próxima del que «está ahí», cerca de las víctimas colaterales de una guerra interminable. Etgar Keret denunció esa complicidad ciudadana con una rutina sangrienta: «Y está ahí para recordarnos el abismo moral en el que hemos caído, un abismo en el que la muerte diaria de decenas, de cientos de seres humanos se ha convertido en rutina» ( Etgar Keret, «La rutina de la muerte diaria vista desde Israel», El País, 27/7/25).

Pero esta rutina empezó a cambiar días antes de la mea culpa valiente de David Grossman.

El pasado lunes 28/7 fue la primera vez que dos ONG de Israel —Médicos por los Derechos Humanos (PHR) y B’Tselem— denuncian no solo «excesos» de la guerra en Gaza sino un deliberado plan de liquidación.

Ambas ONG de derechos humanos convocaron una conferencia de prensa para denunciar «nuestro genocidio» (asumido en primera persona plural). Desde entonces, empiezan a estallar eufemismos negacionistas, pese a desmentidos del gobierno que sigue insistiendo: «No existe intención, lo cual es clave para la acusación de genocidio».

También después del Yo acuso de ambas ONG, y del mea culpa de David Grossman, resultan totalmente insuficientes palabras y adjetivos como «abismo moral» y «rutina diaria de la muerte».

Ha comenzado la impostergable necesidad de rendición de cuentas, colectiva e individual, de los israelíes.

La historia de ominosos crímenes de lesa humanidad en numerosos países se ha
construido al principio no sobre hechos, sino sobre narrativas, justificatorias y exculpatorias: Israel no es una excepción. Pero de ahora en más, el discurso público no podrá ser el mismo: tampoco los sentimientos de culpa y responsabilidad de muchos conciudadanos a quienes los atormentaba sentirse cómplices silenciosos.

«Es vital reconocer que se está cometiendo un genocidio incluso sin que se haya dictado sentencia para el caso ante la Corte Internacional de Justicia», afirmó Guy Shalev, director general de PHR. «El genocidio no es solo un delito legal. Es un fenómeno social y político» (Guy Shalev, «Así se ve un genocidio», Haaretz, 29/7/25).

Por su parte, Yuli Novak, director ejecutivo de B’Tselem, declaró compungido:

El informe que publicamos hoy es uno que nunca imaginamos tendríamos que escribir y llamarlo: ‘Nuestro Genocidio’. Pero en los últimos meses hemos presenciado una realidad que nos ha obligado a reconocer la verdad: Israel está tomando medidas coordinadas para destruir intencionalmente a la sociedad palestina en la Franja de Gaza.

Además, Novak denuncia la complicidad de otros países: «Esto no podría ocurrir sin el apoyo del mundo occidental», declaró. «Estados Unidos y los países europeos tienen la responsabilidad legal de tomar medidas más contundentes que las que han tomado hasta ahora». («Israel committing genocide in Gaza, say Israel-based human rights groups», The Guardian, 28/7/25).

Ahora bien, la complicidad interna resulta la más intolerable e imperdonable. Por eso, todos los demócratas en Israel y en la diáspora debemos agradecer a las ONG de derechos humanos y a escritores como Grossman que velan por la moral y la exigencia impostergable de poner fin a la guerra y el retorno de todos los rehenes.

Esas ONG son genuinos agentes de la sociedad civil que procuran incidir en las agendas públicas para que la presión política ponga fin a la guerra, promueva negociaciones con los palestinos y defienda los derechos fundamentales de las personas.

Las voces de esas organizaciones hoy son mucho más comprometidas que las de los partidos políticos opositores: sus voces éticas y la de Grossman preanuncian la esperanza de un nuevo Israel.

¡Bienvenidos los proyectistas morales de la Segunda República democrática del estado judío!

¡Bienvenidos los patriotas hebreos que exigen poner fin a la guerra, negociar la liberación de todos los secuestrados y que osan coexistir con un futuro estado Palestino!


[1] A. Dirk Moses, (2021). The Problems of Genocide: Permanent Security and the Language of Transgression. Cambridge University Press; véase una critica: Bartov, Omer (2021). «Blind spots of genocide». Journal of Modern European History. 19 (4): 395–399).