Aquí va una verdad con la que lidiar: ni los israelíes ni los palestinos vamos a desaparecer pronto. Nadie puede destruir sus respectivas pretensiones a un estado soberano en su tierra ancestral, que resulta ser la misma. Salvo un evento cataclísmico, no habrá una Palestina del río al mar ni un Gran Israel. Este es un conflicto que solo puede resolverse mediante concesiones territoriales y políticas.
Este realismo duro a menudo es rechazado en la conversación global. Gran parte de la empatía humana en las calles por las víctimas inocentes en Gaza —una empatía muy justa— marcha bajo el lema de “Palestina Libre”. El eslogan pegajoso y conmovedor tiene un problema principal: cuando aparece solo, significa “Erradicar a Israel”. Por eso, los israelíes de a pie, a menudo desinformados por su gobierno y medios, asumen erróneamente que toda protesta contra la ocupación israelí de territorios palestinos es simplemente antisemitismo.
Lo que me lleva a otra verdad brutal: las personas que atacan a judíos en las calles o en la web simplemente por ser judíos son antisemitas. Quienes alaban a Hamás como luchadores por la libertad comparten, obviamente, su credo antisemita y genocida. Pero las personas que acusan a Israel de crímenes de guerra contra gazatíes inocentes no son antisemitas, son simplemente humanas. Ambos grupos existen, y entre ellos hay un amplio espectro de ignorantes apasionados, liderados por intelectuales perezosos y egocéntricos que quieren “liberar Palestina” y dejar que los judíos desaparezcan o sean sometidos de alguna manera.
Como historiadora, sin embargo, siento firmemente que ahora no es el momento para la historia. Necesitamos priorizar salvar vidas. No se discute sobre el pasado mientras se enfrenta un fuego mortal. El conflicto israelo-palestino es, en este momento, demasiado sangriento para eso.
No soy una observadora neutral (nadie lo es), sino una judía israelí profundamente involucrada, criada en un kibutz, proveniente de una familia sionista de judíos seculares. Un lado era liberal-nacionalista, el otro socialista de kibutz, pero todos mis abuelos amaban la paz y creían que el humanismo era la mejor parte de nuestra herencia judía. Me alegra que no tengan que presenciar lo que sucede hoy, y aún trato de llevar su antorcha.
Mi trasfondo en un kibutz ha cobrado nuevo significado desde el 7 de octubre de 2023. Personas que conozco, amigos y colegas, fueron brutalmente despojados en esa fecha. Ocasionalmente, cuando escribo sobre ello, ciertos “pro-palestinos” me atacan en redes sociales por insistir en el 7 de octubre, como si fuera una demagoga astuta, como si solo un lado mereciera el reconocimiento del trauma colectivo. Queridos palestinos, cuidado con esos «amigos».
Pertenezco a la mayoría de israelíes que sintieron que Hamás debía ser derrotado, y a la mayoría que actualmente (en mi caso, desde hace más de un año) piensa que la guerra de Israel contra Hamás ha salido terriblemente mal, moral y prácticamente. También expreso una opinión mayoritaria cuando salgo a las calles a manifestarme por un alto al fuego en Gaza y un acuerdo para liberar a los 50 rehenes israelíes restantes, de los cuales unos 20 podrían seguir vivos.
Mis otras opiniones me colocan en una minoría, pero la existencia misma de esa minoría es significativa. Toda mi vida adulta he apoyado la solución de dos estados. La masacre de Hamás no ha cambiado mis puntos de vista, solo mi sensación de urgencia aguda. Necesitamos que Israel y Palestina compartan la tierra, ya sea por partición o por una estructura confederada creativa, que permita la soberanía y el autogobierno para ambas naciones. Israel debe ser democrático, pacífico y seguro; Palestina, al menos, estable y no apoye el terrorismo.
Hacer concesiones es la única opción sin sangre. Concesiones o guerra eterna.
No subestimen el atractivo de la guerra eterna. Fanáticos poderosos en ambos lados dicen constantemente que están felices de luchar para siempre —hasta que llegue el Mesías, o el enemigo desaparezca, o, como dijo Andrew Marvell, “hasta la conversión de los judíos”. No hay humanismo ni racionalidad en los extremos del conflicto palestino-israelí; ambos están gobernados por las peores y más agresivas versiones del Dios hebreo y Alá.
Nosotros, los moderados, seculares y liberales, estamos actualmente agazapados entre esos extremos. Muchos de nosotros estamos intimidados o traumados, tal vez de por vida. Otros, cientos de miles de israelíes, estamos luchando por hacer retroceder a los fanáticos. No ayuda que Gaza aún esté gobernada por Hamás, ni que el gabinete de Israel se haya vuelto una herramienta al servicio de extremistas religiosos. Pero seguimos luchando por un acuerdo político pacífico en la patria compartida de Israel/Palestina. El mundo necesita saberlo; y los palestinos moderados, que son muy silenciosos o muy valientes, deben saber que los buscadores de paz israelíes aún extendemos su mano.
Permítanme centrarme en Israel, mi país, y dejemos claros algunos malentendidos comunes. Primero y principal, el sionismo. Muchas personas ven la palabra como intrínsecamente letal. Demasiadas personas sonríen a la cámara y dicen “no odio a los judíos, solo a los sionistas”.
Bueno, encantada de conocerlos también. Resulta que soy sionista. Simplemente significa lo que originalmente significó para Theodor Herzl y su movimiento: el sionismo es la reivindicación de los judíos de un hogar nacional dentro de su tierra ancestral.
Dentro de ella. Sin pretensiones de propiedad exclusiva. Un hogar nacional y un estado soberano para los judíos (según la Resolución 181 de la ONU), no a expensas de un estado palestino, sino junto a él. Esa es la única definición básica del sionismo, y está completamente alineada con la solución de dos estados y con la paz israelo-palestina.
Herzl también exigió que el estado de los judíos fuera una democracia liberal que ejerciera plena igualdad civil para hombres y mujeres, judíos y árabes. Este ideal sionista fue poderosamente reiterado en la Declaración de Independencia de David Ben-Gurion de 1948, y aceptado por todos los líderes israelíes hasta Benjamin Netanyahu. Por supuesto, no siempre cumplieron sus propias reglas; pero una democracia pacífica, justa con sus propios ciudadanos árabes y amistosa con sus vecinos árabes, fue el objetivo declarado de Israel hasta hace dos décadas.

Por eso, la gran mayoría de la izquierda pacifista israelí siempre se ha definido como sionista, y aún lo hace. La demonización extranjera de los sionistas, en este sentido, es irrelevante. La única persona que puede destruir nuestro sionismo básico, el sionismo moderado, pragmático y buscador de paz, es Netanyahu.
Cuando me preguntan sobre la batalla por el alma de Israel, solo puedo dar una respuesta, a través de la antigua costumbre judía de responder una pregunta con otra pregunta: ¿cuál Israel?
Si por “Israel” entendemos la casi-autocracia de Netanyahu, entonces “Israel” está haciendo todo lo posible para mantener a Netanyahu en su asiento de primer ministro y anular su juicio en curso por corrupción. Todo lo demás está subordinado a esta causa.
Años antes de Donald Trump, Netanyahu adquirió un conjunto de seguidores sectarios, llenando cada rincón del partido Likud con sus admiradores. Algunos de sus propios miembros del Knesset lo retratan actualmente como rey o emisario de Dios. La base dura de “Bibistas” seguiría al líder a cualquier parte, ya sea una guerra total o un acuerdo de paz con los palestinos, siempre que la política se adapte al interés personal de su jefe.
Esto debería explicar las decisiones completamente irracionales de Netanyahu sobre la guerra en Gaza y las relaciones internacionales de Israel. Domésticamente, se enfrenta a una de las sociedades civiles más fuertes y principistas del mundo, compuesta por el centro moderado y la izquierda. En el extranjero, está conmocionando y traicionando a los mejores y más antiguos amigos de Israel. Peor aún, Netanyahu abusa sistemáticamente de las complejidades de la identidad judía, en Israel y globalmente, al gritar «antisemitismo» de la misma manera que Juancito gritaba «lobo». Al mismo tiempo, permite que los judíos más fanáticos del planeta, sus socios de coalición de extrema derecha, determinen qué significa el judaísmo.
Los “Bibistas” representan entre el 25 y el 30 por ciento de los votantes israelíes hoy. Votarán por él nuevamente a pesar del horrible fracaso del 7 de octubre. La “máquina de veneno” convenientemente culpa a la izquierda y al movimiento de protesta prodemocracia por la masacre de Hamás. Pero tengan en cuenta que la base de Netanyahu, junto con sus socios de coalición actuales, han quedado atrás del principal bloque de oposición en la mayoría de las encuestas electorales durante los últimos dos años. Sus crímenes de guerra en Gaza, sus crímenes contra sus propios ciudadanos y su asalto a la democracia son todos actos descarados de un gobierno que se ha vuelto deshonesto.
Quizás “Israel” signifique los partidos de extrema derecha de Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir. El primero es un fanático odioso, al servicio de líderes y rabinos que están llevando a cabo una toma hostil del judaísmo y empujándolo al borde más atávico de la beligerancia bíblica. Impopular en las encuestas de opinión, Smotrich disfruta de una influencia desproporcionadamente grande en el gobierno actual. Ben-Gvir, un matón criminal con al menos ocho condenas anteriores en Israel, incluyendo por apoyo al terrorismo, fue declarado apto por Netanyahu para servir como ministro de seguridad nacional. Estas personas parecen querer que Israel sacrifique a todos los rehenes restantes y a cientos, incluso miles de soldados más, para conquistar toda Gaza, limpiarla étnicamente de palestinos y asentar judíos en su lugar.
Smotrich y Ben-Gvir, junto con fanáticos peligrosos como Orit Strook, son nuestra mayor maldición. Otros países occidentales tienen problemas similares con partidos de extrema derecha, pero probablemente esos países pueden permitírselos. Israel no puede. Nos enfrentamos a enemigos mortales reales: Irán y sus protegidos. Estamos tambaleándonos al borde de un precipicio, conducidos al abismo por el peor gobierno de nuestra historia.
No debemos confundir a estos fanáticos de extrema derecha con la antigua derecha, cuyos perfiles de «halcones» estaban conformadas por cosmovisiones seculares y racionales, basándose en una determinada idea de cómo mantener la seguridad de Israel. No es ese el material del que está compuesta la derecha mesiánica. No les importa cuántos civiles y soldados sean sacrificados por la causa. No parecen importarles los «valores occidentales», la gran tradición de humanismo judío o el psoicionamiento moral de Israel ante el mundo. Su meta – y por favor, tomémoslos con seriedad – es el advenimiento del Mesías, la reconstrucción del Templo de Jerusalén y el poder y gloria eternos para los Hijos de Israel, al estilo Smotrich.
Luego está el tercer socio que sostiene al gobierno de Netanyahu: los partidos ultraortodoxos. Si este grupo se saliera con la suya, Israel se convertiría en una teocracia basada en la ley religiosa, o Halajá, un equivalente de la sharía musulmana. Esta parte de la sociedad, alrededor del 13 por ciento, está respaldada por privilegios otorgados por Ben-Gurion en la década de 1950: se les concedió su propio sistema educativo, herméticamente cerrado a cualquier currícula secular básica y financiada por el estado, y también tienen una exención casi total del servicio militar, que es obligatorio para la mayoría de los ciudadanos judíos israelíes mayores de 18 años.
Desde noviembre de 2022, estos tres grupos —los devotos de Netanyahu, la derecha nacionalista-mesiánica y los ultraortodoxos convenencieros — han formado nuestro gobierno, el primer gobierno exclusivamente de extrema derecha en la historia de Israel. Todas las coaliciones anteriores de Netanyahu incluían al menos un partido centrista. Esta fue la primera vez que alguien permitió que el abiertamente racista y condenado penalmente Ben-Gvir entrara en el gobierno. Nunca antes se habían cumplido tantas demandas ultraortodoxas en un acuerdo de coalición. Era hora de comenzar el asalto legislativo contra el poder judicial.
Para enero de 2023, Netanyahu y su ministro de justicia, Yariv Levin, prepararon un aluvión de leyes destinado a debilitar, neutralizar y luego politizar la Corte Suprema, el cargo del fiscal general y cualquier otro puesto de vigilancia legal. A diferencia del tema ultraortodoxo, esto formaba parte de una tendencia global. Netanyahu siguió los manuales de Viktor Orbán y de Trump. Actualmente está intentando forzar la salida de la fiscal general y ya ha destituido al jefe de Shin Bet —una organización con el mandato legal de defender a Israel ante amenazas internas, incluidas las amenazas a la democracia. Para cuando la mayoría de los israelíes comprendan que Netanyahu está clausurando la democracia israelí, sus defensores serán reemplazados por los propios aliados del gobierno, y ningún poder legal podrá detenerlo.
Tras el terrible 7 de octubre, pensamos que al menos el golpe de estado del gobierno contra el poder judicial habría terminado. Pero no fue así, y a medida que la guerra en Gaza se degeneró de un contraataque justo contra Hamás a una masacre de civiles palestinos, quedó claro que Netanyahu necesitaba destruir la democracia para mantenerse en el poder. Estaba dispuesto a destruirla para detener su juicio por corrupción; aún más ahora que también es un criminal de guerra.
El próximo paso podría ser la manipulación política de las próximas elecciones, previstas para el 27 de octubre de 2026, y la manipulación tanto del proceso como de los resultados. La coalición gubernamental también quiere limitar o anular los derechos de voto de ciertos ciudadanos árabes y prohibir que ciertos partidos árabes se presenten.
Los liberales y la izquierda judía no lo tendrán mucho mejor: ya estamos siendo brutalmente golpeados por la policía de Ben-Gvir durante manifestaciones legales. Ya estamos siendo arrestados sin motivo y amenazados por la turba de Netanyahu a diario. Las próximas elecciones son una prueba enorme para cada israelí moderado. En mi amplio círculo social, muchos académicos y profesionales hablan de emigrar. Otros están decididos a quedarse, incluso como disidentes. A pesar de las noticias falsas sobre la existencia masiva de pasaportes extranjeros, la mayoría de los judíos israelíes no tenemos a dónde ir.
El Israel del centro, incluyendo la izquierda y la derecha moderadas, tiene un objetivo inmediato: liberar a los rehenes, al precio de un alto al fuego y la retirada de Gaza. Los rehenes deben ser lo primero, no solo porque los sobrevivientes entre ellos están muriendo, sino también porque el gobierno de Netanyahu ha jugado con sus destinos y ha tratado a sus familiares con una arrogancia e inhumanidad descaradas.
Por grande que parezca Netanyahu y su gobierno, el centro, la izquierda y la centro-derecha, siguen siendo la corriente principal de Israel. En el núcleo de esta corriente está nuestra sociedad civil —las organizaciones y los individuos que corrieron a defender la democracia, brindaron apoyo tras la masacre de Hamás, y actualmente están de vuelta defendiendo la democracia mientras intentan poner fin a la guerra.
Cientos de miles han participado en las mayores manifestaciones callejeras en Tel Aviv, números enormes para un país de 10 millones. Tienen un rol notable entre ellos los académicos y artistas israelíes, las mismas personas que los autoproclamados progresistas occidentales están tan ansiosos por expulsar y boicotear. Es cierto que muchos judíos israelíes encontraron emocionalmente difícil empatizar con los gazatíes inocentes inmediatamente después del 7 de octubre. Pero un número creciente está despertando ante los horrores infligidos a los civiles atrapados entre Israel y Hamás. Como numerosos carteles y discursos de protesta transmiten, cada vez pensamos en la guerra en clave de tristeza y vergüenza.
Somos más fuertes y mejor arraigados que los liberales de Polonia, pero seguimos su reconstrucción de la democracia con admiración. Después de ganar las próximas elecciones —suponiendo que no estén manipuladas— habrá mucho que reconstruir. Gaza necesita reconstrucción física, una tarea para toda la comunidad internacional. Israel necesita reconstrucción moral y política, de la cual nosotros, los israelíes, debemos asumir plena responsabilidad.
Ninguna potencia en el mundo puede erradicar a Israel excepto su propio gobierno, y ninguna potencia puede reconstruirlo excepto su sociedad civil. Mi difunto padre, Amos Oz, escribió en agosto de 1967, poco después de la Guerra de los Seis Días: “Cuanto más corta sea la ocupación, mejor para nosotros. Porque incluso una ocupación impuesta es destructiva. Incluso una ocupación ilustrada, humana y liberal es una ocupación. Temo por la calidad de las semillas que sembramos en el futuro cercano en los corazones de los ocupados. Más que eso, temo por la semilla que se está sembrando en el corazón de los ocupantes. Y las primeras señales ya son reconocibles ahora, en los márgenes de la sociedad”.
Tómenlo como una advertencia para otras democracias también. El actual enfrentamiento entre la Jerusalén fanática y el Tel Aviv liberal puede presagiar el futuro de otras democracias occidentales. En paralelo, lo que les ocurra a los palestinos a continuación sacudirá el eje sur-norte en su conjunto.
Los verdaderos amigos de Israel, y los verdaderos amigos de Palestina, están invitados a apoyar a nuestra sociedad civil pro-democracia, especialmente a la parte que busca la paz. Los gobiernos razonables deberían sancionar o castigar a Netanyahu, pero con cuidado de no recompensar a Hamás. Israel, el verdadero Israel, ya no es su gobierno, sino su sociedad civil, incluyendo la mayor parte de su academia y artes. Por favor, consideren a quién apoyan, y piensen cuidadosamente a quién castigan.
 
								 
															