Mi punto de partida para el análisis que deseo compartir es el artículo de Aviezer Ravitzky, “El fenómeno del kahanismo: toma de conciencia y realidad política”, escrito en 1984 y publicado en español en 1986 en la revista Dispersión y Unidad (segunda época).
Para esta presentación, quisiera transcribir el siguiente párrafo: “Sin embargo, hoy (1984), en este tiempo y lugar, la cuestión ha resurgido en los términos más álgidos, aunque en un nuevo contexto y con un estilo muy diferente, que reflejan un variado conjunto de problemas y una nueva ideología. Me estoy refiriendo al kahanismo, que incluye en su plataforma los siguientes contenidos:
- Negar derechos civiles a los árabes.
- La demanda de alejarlos físicamente del territorio de Israel.
- El fomento de la violencia y la actividad terrorista contra ellos.
- La separación entre judíos y no judíos en áreas residenciales, instituciones educativas, playas, etc.
- La pretensión de prohibir por ley (con pena de prisión) las relaciones sexuales entre árabes y judíos.
- La oposición a un régimen democrático en un Estado judío.
- El rechazo a los judíos laicos, liberales y de izquierda como interlocutores válidos.”
Hasta aquí, el texto de Aviezer Ravitzky, profesor emérito de la Universidad Hebrea de Jerusalén en el área de Pensamiento Judío, y a su vez, un judío religioso.
Cuando su artículo ya estaba terminado, importantes personalidades israelíes expresaron su repudio a la ideología de Kahane, y el profesor Ravitzky incorporó esas declaraciones al final de su texto.
Entre ellas, se destaca la reacción del entonces presidente del Estado de Israel, Jaim Herzog, quien declaró: “Un programa que aboga por el racismo, la discriminación y la negación de derechos es contrario a nuestras leyes y mandamientos, y no tiene cabida en un Estado judío. Enfrentarse con este vergonzoso fenómeno constituye un desafío moral para el pueblo judío, que ha sufrido a lo largo de su historia la persecución, la expulsión, el odio y la discriminación.
El fenómeno del kahanismo está en total contradicción con los valores humanos del judaísmo y el sionismo, arraigados en la Torá de Israel y en la Declaración de la Independencia.”
En 1985, Meir Kahane regresó a Estados Unidos y fue asesinado en 1990 en Nueva York. La influencia de sus ideas extremistas sobre numerosos judíos ultraortodoxos en Israel, sin embargo, se mantuvo viva después de su muerte.
Del kahanismo al asesinato de Rabin: la raíz de la violencia política
En 1993 se firmaron los Acuerdos de Oslo, auspiciados por Bill Clinton y simbolizados en el histórico apretón de manos entre Itzjak Rabin y Yaser Arafat, bajo la atenta mirada del presidente estadounidense.
Estos acuerdos implicaron el reconocimiento del Estado de Israel por parte de la OLP, y el reconocimiento de la Autoridad Nacional Palestina por parte de Israel. Una de sus cláusulas establecía un plazo de cinco años para resolver los principales temas pendientes, de modo que ese mutuo reconocimiento se tradujera en decisiones políticas concretas.
El acuerdo provocó un violento rechazo de los sectores ultraortodoxos identificados con las premisas de Meir Kahane. Las manifestaciones en las que se gritaba “¡Muerte a Rabin!” anticiparon el trágico desenlace: su asesinato en noviembre de 1995.
El hecho de que Itamar Ben Gvir declarara en una entrevista publicada por el periodista Josh Breiner en Haaretz el 4 de junio de 2025, que había participado en el Bar Mitzvá del hijo de Avigdor Eskin -el activista de extrema derecha que pronunció la oración Pulsa Denura, que autorizaba el asesinato de Rabin- constituye un testimonio irrefutable de una decisión tomada con total sangre fría por un grupo de personas que deberían haber sido juzgadas por su participación en ese complot.
Este magnicidio fue un punto de inflexión en la historia del Estado de Israel. Lamentablemente, ni los partidos políticos ni los sectores sanos de la sociedad israelí comprendieron en toda su magnitud la significación histórica de este asesinato, que abrió la compuerta a la violencia política dentro del Estado.
Si ese grave antecedente hubiera sido tomado en cuenta en las elecciones de 2022, ni Ben Gvir ni Bezalel Smotrich habrían podido participar por ser continuadores de la ideología de Meir Kahane.
Es una vergüenza para el Estado de Israel, para la sociedad israelí y para el pueblo judío de la diáspora que dos personajes nefastos como Ben Gvir y Smotrich -que no tienen reparos en hacer públicas sus ideas racistas y xenófobas- formen parte del actual gobierno de Israel.
Mucho antes del trágico 7 de octubre de 2023, Benjamín Netanyahu y sus dos socios ultraderechistas intentaron modificar sustancialmente el carácter democrático del Estado. No pudieron lograrlo en ese momento gracias a la reacción de amplios sectores de la sociedad israelí, que protagonizaron manifestaciones masivas en distintas ciudades semana tras semana.

La conclusión es simple: Netanyahu, Ben Gvir y Smotrich son traidores a la patria y deben ser juzgados por la Suprema Corte de Justicia de Israel, o por un tribunal especial designado para analizar las consecuencias políticas de su comportamiento vergonzoso desde que asumieron sus funciones hasta el presente.
Resulta sorprendente que, hasta hoy, la Suprema Corte de Justicia no haya considerado suficientemente grave la conducta de Netanyahu desde el ataque cruel e inhumano de Hamás del 7 de octubre de 2023, hasta la decisión del presidente de Estados Unidos de imponer un alto el fuego en Gaza y exigir la liberación de los rehenes israelíes.
Si la Suprema Corte no está en condiciones de exigir su renuncia, consideramos que el Israel Democracy Institute, además de sus valiosos estudios y encuestas, debería presentar una querella formal contra Netanyahu, Ben Gvir y Smotrich por su intento de destruir el régimen democrático del Estado de Israel.
Del mismo modo, todos los kibutzim afectados por el ataque de Hamás deberían presentar una denuncia contra Netanyahu por haberse desentendido de la suerte de los israelíes secuestrados. Esta conducta vergonzosa debería ser motivo suficiente para enjuiciarlo.
El hecho de que Netanyahu haya prolongado la guerra con Hamás hasta el presente para conservar su cargo, sin importar el número de rehenes asesinados en el camino, constituye una conducta aberrante que ratifica la obligación moral de juzgarlo.
Reiteramos: si Netanyahu, Ben Gvir y Smotrich no son juzgados en un proceso ejemplar, no habrá posibilidad de refundar el Estado de Israel sobre las bases de un proyecto nacional y social fiel a la ideología sionista que posibilitó su creación.
El daño causado por Netanyahu a la sociedad israelí es enorme. Su responsabilidad en el auge del antisemitismo en numerosos países y en el deterioro de la seguridad personal de las comunidades judías de la diáspora es de suma gravedad y constituye otro argumento incuestionable para exigir su renuncia.
Los desafíos que deberá enfrentar el Estado y la sociedad israelí de aquí en adelante son de tal magnitud que no se resolverán únicamente con las elecciones previstas para el próximo año. El desastre provocado por Netanyahu y sus socios ultraderechistas exige la adopción de medidas estructurales previas, sin las cuales no será posible garantizar el futuro de Israel ni reconstruir una sociedad menos dividida.
Una agenda urgente para refundar el Estado de Israel
En este contexto, no parece haber otra salida que la formación de un Gobierno de Emergencia Nacional, integrado por ex primeros ministros, ex ministros, ex comandantes en jefe del Ejército, ex directores de los servicios de inteligencia y la actual asesora jurídica del gobierno. Este cuerpo colegiado debería administrar el país durante un período de transición de 12 a 15 meses.
Este período debería dedicarse a:
- El juicio a Netanyahu, Ben Gvir y Smotrich.
- La redacción de una Constitución.
- El análisis del sistema electoral vigente.
- Un diálogo profundo con los sectores ultraortodoxos, bajo la premisa de que la participación política otorga derechos, pero también implica obligaciones.
- La elaboración de un nuevo pacto con las comunidades judías de la diáspora, a partir del reconocimiento de que formamos parte del mismo pueblo. En ese marco, debería establecerse que el 20% de los escaños de la Knéset sean ocupados por dirigentes comunitarios o intelectuales reconocidos, elegidos por las principales comunidades judías del mundo.
Rol de las universidades:las altas casas de estudios del país deberían asumir la tarea de elaborar proyectos en las distintas áreas mencionadas, y especialmente la redacción de una Constitución inspirada en la Declaración de la Independencia de Israel, en los valores humanistas de la Torá y los Profetas, e incorporando los principios democráticos de las constituciones más avanzadas del mundo.
El hecho de que durante los tres años del actual gobierno de Netanyahu, no haya surgido ni siquiera un grupo de diez diputados del Likud dispuesto a apoyar las mociones de censura de la oposición para poner fin a su perverso liderazgo, refleja un cambio ideológico profundo en la dirigencia del partido, que se ha alejado definitivamente de la tradición de Menájem Beguin. Conviene recordar que fue precisamente Beguin, histórico líder del Likud, quien firmó el primer tratado de paz con un país árabe -Egipto- y que en 1979 invitó al presidente Anwar Sadat a hablar ante el Parlamento israelí en el marco de ese acuerdo.
Cerramos este artículo con la esperanza de que el proyecto de paz promovido por Donald Trump pueda finalmente concretarse en todas sus fases. Ello permitiría que el Estado y la sociedad israelí vuelvan a celebrar elecciones democráticas en 2027 y adopten una Constitución ejemplar.
A partir de ese año, quedarían 21 años para que la sociedad israelí sane su alma, recupere su capacidad de resiliencia y vuelva a soñar con otro modelo de país. Durante ese proceso deberían contribuir psicólogos, psiquiatras, antropólogos, historiadores, escritores, poetas, músicos y artistas, quienes aportarían su saber y empatía para que todos los ciudadanos de Israel -y las comunidades judías de la diáspora- puedan celebrar en 2048, con orgullo y alegría, los primeros cien años del Estado de Israel.