Las alternativas que son descartadas por el devenir de la Historia no desaparecen, sino que permanecen en los archivos de la memoria, esperando ser rescatadas e incorporadas en una nueva narrativa del pasado que dé sentido al presente. Siguiendo a Amos Funkenstein, ese rescate puede construir una contra-historia legítima o funcionar como una herramienta de destrucción de una identidad.[1] Algo de eso, creo, está pasando en los últimos años con la historia del Sionismo, cuya condición de movimiento preñado de antagonismos es usada como arsenal para destruir su legitimidad.
Probablemente Yoram Hazony haya sido uno de los primeros intelectuales en incorporar al filósofo Martin Buber (1878-1965) en forma póstuma a la siempre ambigua orden de los post-sionistas[2]. Hazony es el fundador del Centro Shalem en Jerusalén, un instituto académico neo-conservador. En su libro de 2001 “El Estado Judío: la lucha por el alma de Israel” [3], Hazony propone una historia intelectual del Sionismo a partir de la contraposición permanente de dos corrientes de pensamiento: la corriente “estatista” iniciada por Herzl, centrada en la acción política contingente y en la creación de un Estado soberano, frente a una concepción “antiestatista” centrada en la creación de una sociedad ejemplar, social y moralmente utópica, de la que Martin Buber será un ícono ineludible. La genealogía que Hazony propone enfrenta a lo largo de todo el siglo a esa concepción estatista que se definirá por un nacionalismo político a partir de Herzl y los artífices de la Independencia de Israel como David Ben Gurion y los pioneros de Europa Oriental, contra un grupo de intelectuales oriundos de Europa Central. Estos, inspirados por la doctrina “espiritual” de Ajad Haam y por la experiencia de la Ilustración alemana se opondrán a pagar los costos morales de la independencia nacional, y propondrán en los años ´20 la construcción de un Estado binacional judeo-arabe. Es precisamente en los intelectuales de Brit Shalom (Martin Buber, Guershom Sholem, Arthur Rupin, Jehuda Magnes) que Hazony ve las raíces de una concepción que mina desde el propio campo la fortaleza del Sionismo al proponer un rechazo sistemático del “estatismo” y una “desempoderación” (disempowerment) del proyecto sionista. Trazar en estos pensadores el origen del post-sionismo parece ser consecuente con la necesidad de negar legitimidad dentro de la sociedad israelí y del mundo judío de un pensamiento alternativo e impugnador de lo asumido como consenso a partir de 1967.
Historiadores como Anita Shapira y Daniel Gutwein han desestimado la tesis de Hazony. Para Shapira, Hazony parte de una concepción conspirativa de la historia que no se condice con los conflictos reales ni con las diferencias de matices ideológicos que existieron en el Sionismo, mientras que para Gutwein la concepción del “Estado Judío…” de Hazony es un ejemplo angular del proceso de “privatización de la memoria histórica” de Israel, que constituye la argumentación orgánica del desguace del Estado de bienestar al que apunta el pensamiento neo-conservador. [4]
A pesar de esto y más allá de sus fallas como historia intelectual, la tesis de Hazony parece haber hecho eco en no pocos autores que impugnan la política del Israel contemporáneo.
A modo de ejemplo, la psicoanalista británica Jacqueline Rose, en su libro de 2005 “La Cuestión de Sión”[5] analiza las proféticas advertencias de Buber sobre el peligro que el uso de la violencia política inherente al Estado moderno encarna para la construcción de la joven Nación. Esa violencia, dice Rose leyendo a Buber, que en un principio es volcada hacia “afuera” (la transformación por la fuerza de la mayoría árabe en minoría) está destinada a volcarse hacia “adentro”, hacia el propio cuerpo de la nación hasta el punto de hacer peligrar su subsistencia. “Hemos logrado la soberanía, el Estado y todo lo que a él concierne. ¿Pero cuál es el lugar de nuestra nación en ese Estado? ¿y adonde quedó el espíritu de nuestra nación?” [6]escribe Buber cuando aún no se ha cumplido un año de la Independencia de Israel. Para Rose, la profecía de Buber se emparenta con el análisis militante de Edward Said (a quien dedica su libro) y se realiza paso a paso en la conducta de Israel en los territorios ocupados durante la Segunda Intifada.
Espíritu y política
De vivir en nuestros días, difícilmente Martin Buber aceptaría el corset de patriarca del post-sionismo que tanto de izquierda como de derecha han querido endilgarle. Mucho más enriquecedora que esa taxonomía estéril, seria intentar entender su compleja relación con el sionismo. Una relación en la que se juegan su identidad, su filosofía y su paradigmático rol de guía espiritual de varias generaciones de jóvenes sionistas.
Buber se forma filosóficamente en el pensamiento neorromántico alemán, y sus primeros escritos expresan una profunda nostalgia por la “comunidad” premoderna, a la que ve como manifestación de un vínculo interhumano orgánico, no mediado por la técnica ni por el anonimato de las grandes urbes. Esto no implica aceptar las doctrinas restaurativas del pasado sino una superación de la alienación moderna por medio de la creación de un sistema social encarnado en la idea de un anarco-socialismo libertario.
“Es en este contexto que Buber va a redescubrir la tradición jasídica…, en tanto que manifestación religiosa de una comunidad orgánica, unificada y solidificada por la espiritualidad y la cultura. Como él mismo escribe algunos años más tarde, lo que hace a la particularidad y la grandeza del jasidismo no es una doctrina, sino una actitud vital (Lebenshaltung) un comportamiento que, acorde con su esencia, es creador de comunidad (Gemeinedebildende)”.[7]
Buber reformulará también la idea mesiánica en el judaísmo, en tanto esperanza de redención que superará las dicotomías del mundo en que vivimos transformando las nociones de bien y mal. En esta idea supo Buber encontrar también poderosas reverberaciones anarquistas, ya que la superación del tiempo presente implica también la superación de la lógica política e institucional que define desde el poder la realidad en un momento dado. [8]
Esos tres elementos esenciales de la filosofía de Buber (el ideal social-comunitario, la actitud vital de la comunidad mística religiosa, y el profetismo mesiánico) son esenciales para entender su formulación del Sionismo.
En sus palabras: “El mensaje mesiánico es original en la medida que la exigencia que Dios hace sobre las naciones es para que realicen Su reino, y de esta forma, tomen parte en la redención del mundo. El mensaje se aplica especialmente a Israel y le exige que haga un comienzo ejemplar en el trabajo efectivo de la realización, que sea una nación que establezca la justicia y la verdad en sus instituciones y actividades”. [9]
El Sionismo tiene en Buber el potencial de una realización mesiánica con significado universal. El contenido de ese significado universal es la realización de una sociedad ejemplar, en la cual los criterios de justicia y verdad sean la base de la acción política.
Buber propone que el Sionismo se diferencie de los “vulgares nacionalismos” que son a sus ojos la expresión del egoísmo colectivo, precisamente en su actitud moral y en su respeto a los derechos de los otros habitantes de la tierra de Israel. Esta es la idea que subyace en la propuesta de un Estado binacional, que Buber expresará ya en 1921, y posteriormente a través de su militancia en Brit Shalom, y a partir de 1948, en las innumerables polémicas que sostuvo con Ben Gurión, encarnación a sus ojos del principio “político” del Sionismo postherzliano.
Es probable que Buber haya previsto que la dureza de sus críticas pudiera ser convertida en argumento por los adversarios del Sionismo. Acaso será por eso que, en lo que se considera su testamento político (en 1958), escribirá “He aceptado como Estado propio esta forma de comunidad judía que nació de la guerra: el Estado de Israel. No coincido con esos judíos que se sienten en el derecho de oponérsele, es decir de oponerse a la imagen de hecho de la independencia judía. De ahora en adelante, el precepto de servir al espíritu debe ser cumplido en este Estado y dentro de él.”
La figura de Buber puede mostrar cómo uno de los mecanismos de impugnación del Estado de Israel hoy en día consiste en oponer su realidad concreta, transpirada y violenta a la estatura moral de un judaísmo espiritual cuya única condición de posibilidad pareciera ser la de la Diáspora. Un argumento falaz y más viejo que el Sionismo, que hoy habilita los mecanismos de deslegitimación del Israel contemporáneo.
* Educador. Formado en Historia judía, Sociología y Antropología en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
[1] Funkenstein A., Historia, Contra-historia y Narrativa, en Saul Friedlander (comp.), En torno a los límites de la representación, Quilmes 2007 (Harvard 1992).
[2] Tal vez sea aquí importante recalcar nuestro escaso entusiasmo por el concepto de “post-sionista”, concepto difuso que tiene para nosotros el mismo valor epistemológico que una bolsa de gatos.
[3] Yoram Hazony, The Jewish State: The Struggle for Israel’s Soul, NY 2001.
[4] Véase las ponencias de ambos en: Israeli Historical Revisionism – From Left to Right, Edtiado por Anita Shapira & Derek Penslar, London-Portland 2003.
[5] Jaqueline Rose, The Question of Zion, London 2005.
[6] Esta idea de nación que Buber formula, poco tiene que ver con la concepción moderna, política, de la nación (que por la misma época formulaba David Ben Gurion en una de sus frases más significativas: Hemos construido el Estado. Ahora se trata de construir la Nación
[7]Lowy M., Redención y Utopía – El Judaísmo Libertario en Europa Central, un estudio de afinidad electiva, Buenos Aires 1997 , p. 50
[8] Allí, p.52-54.
[9] Tanto este como los textos que siguen están tomados de “La Idea de Redención a través de las Generaciones”, editado por Tzvi Beckerman, Universidad de Tel Aviv, 1979. Teuda VeIheud, Jerusalem 1964.