La estrategia gubernamental israelí –o su carencia- ha desplazado del foco de atención internacional a los problemas sustanciales de Oriente Medio: el eje belicista iraní, las amenazas de la Yihad Islámica y Hamas desde Gaza, la incesante masacre represiva de Assad en Siria.
En el orden interno, el rédito político del gabinete se mide en términos electorales: el aislamiento internacional favorece el clima «patriótico» local, margina los conflictos sociales –como la reciente huelga de enfermeras, el índice de pobreza y las demandas económicas de las clases golpeadas por el el derrumbe de los mecanismos de bienestar público-, privilegiando los tópicos «nacionales» de la agenda gubernamental.
Las acusaciones contra Lieberman provocan, en un vasto electorado, manifestaciones de abierta simpatía hacia el canciller: la Corte Suprema, desde hace varios años es visualizada –desde el flanco derechista- como parte de la élite «intelectual», opuesta a la conducción gubernamental.
Los juicios a dirigentes de corrientes partidarias religiosas ortodoxas por malversación de fondos, ocasionaron –en años anteriores- numerosas olas de protesta, que deben ser leidas más allá de una muestra de disenso puntual.
La actual coalición, que según encuestas, parece ser el eje del gobierno que emerja de las urnas en enero, se alimenta del sustento electoral que proviene de masas de votantes que, desde 1977, modifican la estructura parlamentaria del país.
Tres importantes tendencias constituyeron básicamente el espectro político, tal como se fue cristalizando en la época que antecedió a la creación del Estado de Israel:
1. El campo definido como obrero-socialista, hegemónico hasta 1977.
2. El conjunto partidario liberal-revisionista, que se identifica a sí mismo como centro-derecha.
3. El bloque religioso-ortodoxo, incorporado en las últimas décadas, principalmente como resultado de la Guerra de las Seis Días, a las tendencias de radicalización nacionalista, fenómeno similar al operado en los grupos partidarios de matriz liberal e –inclusive- en amplios sectores del Partido Laborista.
Israel sufrió esenciales transformaciones en la composición étnica del tejido social: la afluencia de corrientes inmigratorias de la órbita afroasiática y de países del ámbito soviético, portadoras de tradiciones políticas de corte autoritario, se tradujo electoralmente en un incremento de las pautas «de fuerza», en detrimento del modelo democrático europeo fundacional.
En este contexto, el caso Lieberman no responde únicamente a su complicación personal: el enfrentamiento de mandos: la centralización en el poder ejecutivo y el rechazo a la capacidad judicial, subyacen en los cimientos de la cultura política vigente.
El desafío de los partidos de centro-izquierda parlamentaria es de tal magnitud que no se puede resolver en una campaña comicial: requiere paciencia y energía para revertir un esquema democrático formal en un un sistema conceptualmente democrático, respetuoso de las normas que –hoy por hoy- son ajenas al pensamiento fundacional de Teodoro Herzl.