Un país capaz de mirarse al espejo

“Hamatzav”, la situación

Corren días de angustia en Israel. Estas líneas se escriben sobre telón de fondo del fin del “Mapa de Rutas”, el terrorismo desatado nuevamente, la crisis económica que galopa, el túnel oscuro sin que aparezca nadie que prenda una luz -o siquiera una vela- al fondo. Es hasta difícil responder a la pregunta de cómo está uno, y cómo enfrenta ‘Hamatzav’ ("la situación"). ‘Hamatzav’ es un mantra y una clave. ‘Hamatzav’ es el culpable de todo lo que nos ocurre. Si no hay trabajo, es culpa de ‘Hamatzav’, si el dólar baja, si el ánimo también, si duele un riñón, la culpa la tiene ‘Hamatzav’. Si no encuentro pareja, si me peleo con la que tengo, si se descomponen todos los aparatos eléctricos, ya tenemos al culpable. Hay algo de cierto, se tienta este cronista de apostar, en esta prejuiciosa creencia popular del Israel moderno. Sea o no culpable de que no me ande el lavarropas, ‘Hamatzav’ se nos va acercando a todos, nos va acorralando y nos afecta.

Por Marcelo Kisilevski (Desde Israel, Jerusalem)

Corren días anormales en Israel. En días más normales, cada grupo de estudiantes latinoamericanos ante los que me tocaba hablar, me escuchaba explicar que la realidad pública está permanentemente intrincada en la privada. Continuamente hablan de uno en la radio: si el embotellamiento en el que uno está es por la visita de este o aquel dignatario, si el humo del nuevo incendio en el bosque del Monte Carmel está entrándole a uno por la ventanilla del auto, o si el último suicida voló en pedazos donde uno había comprado pepinos un par de horas antes.
En la Argentina, por el contrario -decía en mis charlas- uno bien puede pasarse años sin leer un diario, y uno seguirá siendo uno con su cubículo cerrado, sin que su vida cambie de modo perceptible.
Si esto era sólo parte de una vivencia personal, dejó totalmente de ser cierto con la última hecatombe financiera, corralito mediante. Cualquier argentino vivirá hoy mi explicación sobre realidades públicas y privadas como verdad de Perogrullo.

Terrorismo de clase

Pero en Israel se va cerrando el círculo. Ciertamente se puede seguir hablando en Israel de un «terrorismo de clase»: hoy en día, quienes mueren en los atentados suicidas son aquellos que no tienen dinero para mantener un coche: los pobres, los jubilados, los discapacitados, los enfermos, los niños. Las listas de muertos están llenas de nombres de personas por sobre los 50 de edad o adolescentes de menos de 18.
Cuando el autobús está poblado de soldados, o cuando el atentado es en un restaurante, la lucha de clases se borronea: la soldadesca está cruzada por todas las clases y etnias; a los restaurantes va la clase media. Entonces el grito es más fuerte.
Como buen jerosolimitano, llevo ya bastantes atentados esquivados. Unido a los descamisados en colectivo, el atentado frente al restaurante Sbarro, en la calle Yafo, ocurrió 20 metros detrás del vehículo en el que viajaba. Un par de años antes, un atentado en la peatonal Ben Yehuda había ocurrido tres horas después de terminado mi café en el mismo lugar. En el Café Hillel había estado una semana antes, con dos compañeros de un taller literario por Internet. Hablamos de literatura, de ‘hamatzav’ y de la vida en Jerusalem, tan literaria a veces.

Alguien estuvo ahí

Pero ahora me uní a la gran masa de población que conoce a alguien que estuvo, o por lo menos de aquellos que conocen a alguien que conocen a alguien. Un ex jefe de mi esposa perdió a su mejor amigo en el atentado en el café Hillel, el prestigioso doctor Epelbaum, que tomaba un café con su hija un día antes del casamiento de ésta. Era jefe de Emergencias del hospital Shaarei Tzedek, donde recibía a todos los heridos en otros atentados que no le habían tocado a él.
El yerno de una amiga argentina trabaja en Pizza Meter, tratando de hacerse a la idea de quedarse en Israel. El terrorista suicida quería entrar ahí pero el guardia no lo dejó, entonces se dirigió al café de al lado, Hillel, donde, en el forcejeo con los comensales, logró liberar una mano y presionar el detonador. Toda la mampostería de Hillel cayó sobre el techo de Pizza Meter, donde el yerno de mi amiga se preparaba para volver a casa, terminado el día de trabajo. La onda expansiva de la bomba lo dejó en estado de shock. Es la segunda onda expansiva padecida por el yerno de mi amiga. La primera había sido unos meses antes, cuando pasaba al lado del colectivo 14 en la calle Yafo, y la pregunta de si se trata de una «aliá exitosa» pertenece a otra dimensión.
Corren días de hedonismo en Israel. Las quejas de los israelíes parecen quejas de ricos cuando se confrontan con lo que pasan los palestinos. Cuando vamos a tomar un café nos fijamos a qué distancia está la mesa de la entrada. Calculamos cuánta distancia deberá pasar el terrorista para llegar a nosotros en caso que, Dios no quiera, llegue a doblegar al guardia o, lo que es peor, Dios lo quiera menos, el guardia lo deje pasar por error. Y nosotros, todo lo que pedimos en la vida es que nos dejen tomar café en paz. O ir a un cine o a bailar. O viajar en colectivo a nuestros trabajos. Hoy no lo podemos hacer. Tampoco dejamos a nuestros hijos volver del colegio en colectivo. Los que tenemos coche.

“Todos de izquierda”

Lo que se ha dañado es nuestra calidad de vida: tomar un café puede tener un alto precio, entonces tomamos el café en casa.
Corren días de yuppismo en Israel. Porque a eso se parece el pacifismo israelí de hoy: ‘hamatzav’ es culpable de la situación económica, a qué dudarlo.
Hasta los economistas -de izquierda- más serios coinciden con Ariel Sharón en que «cuando se resuelva el conflicto vendrán las inversiones y cesará la recesión». Entonces, se preguntan los economistas: ¿por qué lanzar un plan económico que sólo traerá mayor desocupación y pobreza, que no tiene nada que ver con el verdadero problema?
El plan Netaniahu, que tanto se parece a los planes de ajuste latinoamericanos, con la diferencia que no es una imposición del FMI -Israel puede pagar su deuda externa y goza aún de buen crédito-, sino parte de su ideología, tiene por objeto terminar de imponer un modelo antisocial. Por eso, la mayoría de los yuppies israelíes, los empresarios, los industriales, los académicos, los empleados de high-tech, los dueños de restaurantes y hoteles, son todos de izquierda: que haya paz, para que vuelvan los negocios.

Dudas en el campo de batalla

Corren días de venganza en Israel. Pues los pobres, que sufren aplastados bajo el plan económico, también mueren aplastados por las bombas, y no logran hacer bien las cuentas que hacen los dueños del capital: los pobres seguirán votando a Ariel Sharón y a Bibi Netaniahu porque aplican mano dura con los palestinos.
Después del atentado en el Café Hillel, la fuerza aérea israelí destruyó la casa de un líder terrorista en Gaza. El sufrió heridas leves, pero su hijo mayor murió y su esposa e hijita menor quedaron internadas en estado grave. El Hamás prometió perseguir a los «sionistas» hasta sus casas. Entonces escuché a una israelí decir: «Ojo por ojo y diente por diente, esa es la política de estos desgraciados». «La nuestra también, señora», atiné a murmurar. Pero los israelíes siguen opinando que cuando nosotros atacamos, lo hacemos contra terroristas y no contra civiles, y si en el camino mueren inocentes, nosotros lo lamentamos, investigamos, sometemos a juicio a los soldados del gatillo fácil.
Es cierto que no existe una política israelí de asesinar civiles. Mucho menos de exterminio masivo, como lo quisiera la propaganda maniquea y obtusa de todos los signos. Tampoco estoy seguro, en lo personal, de oponerme a las «liquidaciones selectivas»: incluso si aceptamos la autodefinición de los terroristas/guerrilleros palestinos como «luchadores de la libertad», ella implica una postura de combate, un ponerse en la línea de fuego, y en los combates las reglas del juego son matar y morir. Como en una guerra. Esta es una guerra particular, desigual, pero no es una represión contra una población civil indefensa. Los palestinos pueden anotar en su historial épico el ser cualquier cosa, menos indefensos. Peor todavía: los revolucionarios de Latinoamérica debieran recordarles la lección de las guerrillas que se ocultaron en las selvas, lejos de todo poblado, y no la cobardía de ocultarse entre la gente, que de verdad está indefensa. Y cuando la ONU condena los «asesinatos de líderes palestinos», llevando la discusión del plano bélico al mero plano penal, está escabullendo el bulto, probablemente a sabiendas.

Un Mesías al revés

Pero también es cierto que hasta ahora no hemos escuchado acerca de un solo juicio por los famosos errores. O de un sincero pedido de disculpas, o de un sistema de indemnizaciones a las familias palestinas damnificadas por la lucha. Los palestinos son culpables hasta el final, aun si los terroristas los usan de escudos humanos al ocultarse en zonas urbanas. Y mientras tanto, los pobres y despojados de Israel seguirán votando a Sharón que promete mano dura y una solución negociada allá lejos, al final del camino.
Corren días de esperanza en Israel. Los israelíes no se rinden y siguen buscando soluciones. El gabinete aprobó la expulsión al exilio de Yasser Arafat, aunque no aún su implementación efectiva. La expulsión del líder palestino también se ha convertido en un mantra. En una varita mágica que nos salvará de todos los males. El 60% de los israelíes apoyan la expulsión o incluso su liquidación. Arafat es el Mesías al revés. En lugar de venir, debe irse para que la paz reine.

Por otra primavera

Más allá de la ironía, los israelíes viven con esperanza porque han aprendido a disociar sus vidas privadas de la realidad pública, lo que el terror y los medios se empeñan en unificar. Siguen buscando trabajo, manejando sus taxis, tomando sus cafés, amándose y peleándose, manifestando en las calles por un país mejor. Se dan cuenta de cuánto hay aquí por mejorar y no abandonan la batalla. Ven que sus líderes son investigados por corrupción y se dan cuenta que hay un Estado de derecho. Ven una comisión investigadora llegar al final de los hechos en la muerte de los 13 ciudadanos árabes en el principio de la Intifada, y saben que la perfección no existe, pero tampoco la impunidad. Ven a la Kneset (Parlamento israelí) exigiendo firmeza ante el gobierno argentino en el caso de los desaparecidos, incluso llamando al pedido de extradición de los generales, revisando su connivencia de entonces con la dictadura, y saben que Israel es un país capaz de mirarse al espejo.
Corren días de todos los colores en Israel. Y en democracia, como en una democracia, cada uno puede -todavía- elegir el suyo. En medio de todo, ha habido verano, hay otoño e invierno. Y, a qué dudarlo, habrá también primavera.