Shlomo Avineri falleció el pasado 1 de diciembre. En su homenaje, publicamos un artículo suyo sobre la Partición de Palestina

29 de noviembre: soberanía y división

La resolución de la Asamblea General de la ONU del 29 de noviembre de 1947, que establece dos estados, uno judío y otro árabe, en la Tierra de Israel es el logro más destacado del movimiento sionista. Por primera vez, el sionismo recibió el reconocimiento inequívoco del derecho del pueblo judío a la soberanía y la independencia en su patria histórica. Pero esta decisión estaba íntimamente relacionada con el principio de partición: la voluntad de reconocer el derecho a la autodeterminación judía iba acompañada del derecho paralelo de los residentes árabes del país a establecer un Estado en parte del territorio del Mandato. Ninguno de los dos movimientos nacionales obtuvo todo lo que pedía.  Pero ambos estaban destinados a un lugar bajo el sol. Quien sólo celebra el reconocimiento del derecho judío a la soberanía e ignora el principio de partición -"dos Estados para dos pueblos"- está mintiéndose a sí mismo y distorsionando la memoria histórica.
Por Shlomo Avineri *. Traducción: Mario L. Rapaport

El hecho de que la resolución de partición no resolviera el conflicto entre los dos movimientos nacionales se debe a la falta de voluntad de los árabes para aceptar el principio de la partición. La posición de «todo mío» los empujó a ir a la guerra no solo contra Israel, sino también contra la resolución de las Naciones Unidas, y provocó la Nakba. La falta de voluntad de los palestinos para reconocer el error político y moral que cometieron al rechazar la partición sigue siendo un obstáculo en el camino hacia el logro de un compromiso histórico entre los dos movimientos nacionales. La voluntad  sionista de aceptar la partición fue el principal factor de apoyo internacional al establecimiento del Estado de Israel, el reconocimiento por parte de la mayoría de los países democráticos del mundo, la aceptación de Israel en la ONU y, al mismo tiempo, la abrumadora condena en la ONU de la agresión árabe de 1947-1948.

Pero el contexto histórico que llevó tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética a apoyar el establecimiento de un Estado judío al comienzo de la Guerra Fría es complejo y tiene implicaciones para la posición internacional de Israel en la actualidad.

Según la versión aceptada, después del Holocausto hubo un sentimiento de culpa hacia los judíos en el mundo, lo que llevó a apoyar el establecimiento de un Estado judío. Esto, por supuesto, es cierto, pero las cosas deben verse en proporción: olvidamos hoy que dos años después del final de la guerra, la conciencia de la singularidad del Holocausto -el exterminio planificado de la población civil con fines de genocidio- aún no había penetrado suficientemente en la conciencia mundial, y el asesinato de seis millones de personas a menudo se ve solo como uno de los flagelos de la guerra.  Y no como un evento único en su horror. En los juicios de Nuremberg, el Holocausto apenas se menciona, como es el caso de algunos de los discursos pronunciados en la Asamblea General de la ONU durante la discusión sobre el futuro de Palestina.

En esa discusión se pronunciaron discursos conmovedores por parte de representantes de varios pequeños países latinoamericanos: los discursos de Jorge García Granados de Guatemala y Enrique Fabregat de Uruguay fueron elogiados por la comunidad judía en Israel y la diáspora, pero está claro que potencias como Estados Unidos y la Unión Soviética no establecieron su política entonces, y no la determinaron únicamente por culpa o razones morales.

Las consideraciones de los Estados Unidos, encabezados por el presidente Harry Truman, eran complejas, y no hay duda de que los activistas judíos, incluido Chaim Weizmann, lograron obtener apoyo dentro de la administración y el Partido Demócrata. Pero el apoyo estadounidense a la causa sionista comenzó con el apoyo a permitir que 100.000 supervivientes desplazados del Holocausto emigraran a Palestina, siguiendo las recomendaciones de la Comisión Angloamericana de Investigación sobre Palestina en 1946. Esta demanda estadounidense fue un desafío al gobierno británico, que incluso después de la Segunda Guerra Mundial, se adhirió a la política del Libro Blanco y cerró las puertas de Palestina a la inmigración judía. Esta posición estaba relacionada con la tradicional tendencia antiimperialista de los estadounidenses, que buscaban reducir el control británico en todo el mundo, y por lo tanto también apoyaban la independencia de la India.

La exigencia de permitir que 100.000 judíos emigraran a Palestina no estaba divorciada de la política de inmigración de Estados Unidos, que se promulgó en la década de 1920 inspirada en ideologías claramente racistas, y estableció cuotas mínimas para la emigración de países distintos de los anglosajones o nórdicos. Las cuotas se establecían de acuerdo con el país de nacimiento del solicitante, por lo que la mayoría de las personas desplazadas nacidas en Polonia no tenían ninguna posibilidad de llegar a los Estados Unidos.  Pero se encontraron con una feroz oposición en el Congreso, y debe recordarse que en ese momento gran parte de la base de apoyo del Partido Demócrata estaba en los estados del sur, con sus tradiciones racistas, algo que Truman tuvo que considerar. Por otra parte, se le presionó para que aliviara el sufrimiento de las personas desplazadas en los campamentos de Alemania. La mayoría de esos campos estaban situados en la zona de ocupación estadounidense, y su existencia causó bastantes problemas en las relaciones entre las autoridades estadounidenses y la población alemana en general. Por lo tanto, los Estados Unidos trataron de resolver este problema remitiendo a las personas desplazadas a Palestina.

Los Estados Unidos y Truman fueron justamente apreciados por los judíos por su apoyo a la inmigración de 100.000 judíos a Palestina, que fue completamente rechazada por el gobierno laborista británico de Clement Attlee y Ernest Bevin. Esto finalmente llevó a que la cuestión de la continuación del dominio británico en Palestina se planteara ante las Naciones Unidas, sucesora de la Sociedad de Naciones. El hecho de que no sólo las razones humanitarias guiaran la política estadounidense, sino también la política interna tampoco disminuye la importancia de la política y el significado moral que la acompaña.

El apoyo soviético al establecimiento de un Estado judío y a la partición de Palestina fue mucho más complejo, y no todos sus aspectos están claros incluso hoy en día. A partir de la década de 1920, la URSS adoptó una posición que rechazaba el sionismo y lo veía como un «movimiento burgués» contrario a los principios internacionalistas de la ideología comunista. El régimen de la URSS consideraba a la gran población judía que vivía en el país como uno de sus principales apoyos, no por la tendencia judía intrínseca hacia el comunismo.  sino porque el dominio soviético era el único freno significativo contra la reacción de las fuerzas «blancas», opositoras a la revolución comunista, en sus aspectos antisemitas tradicionales. Está claro que el papel prominente desempeñado por los judíos en la primera dirección soviética (Trotsky, Kamienev, Zinoviev, Sverdlov, Radek), que veían el comunismo -no el sionismo- como una solución al antisemitismo, también contribuyó a la hostilidad hacia la empresa sionista.

Como resultado, y a partir de la política antiimperialista soviética general, la URSS apoyó al movimiento nacional árabe, lo que a veces la llevó a apoyar a elementos fuertemente conservadores, religiosos y reaccionarios (como el muftí de Jerusalén) debido a su oposición a los británicos. Los partidos comunistas de Occidente, incluidos sus amigos judíos, compartían este enfoque.

La Segunda Guerra Mundial trajo gradualmente un cambio en esta actitud, que culminó con un discurso del embajador soviético ante las Naciones Unidas, Andrei Gromyko, el 14 de mayo de 1947, en el que expresó su apoyo al establecimiento de un estado judío en Palestina como solución a la difícil situación de los judíos en Europa. Por lo general, se atribuye al apoyo de la URSS al establecimiento de un estado judío al hecho de que el único elemento que luchaba contra el Imperio Británico en la región en ese momento era la comunidad judía en el país.  Mientras que todos los regímenes árabes conservadores eran protegidos y aliados del Imperio Británico (Egipto, Irak, Transjordania) o Francia (Siria y Líbano). Además, a veces se argumenta que los soviéticos pensaban que la hegemonía socialista en la población judía de Palestina acercaría al Estado judío a la Unión Soviética en la era de la Guerra Fría.

Ben-Gurion Weizmann en una reunión en Suiza, 1945. La invasión alemana de la Unión Soviética en junio de 1941 brindó al movimiento sionista la oportunidad de llevar a cabo uno de los movimientos diplomáticos más impresionantes de su historia.
Foto: GPO

Pero los documentos soviéticos y sionistas publicados después de la disolución de la URSS pintan un cuadro más complejo e interesante. En febrero de 1941, Chaim Weizmann, que residía en Londres, intentó ponerse en contacto con el gobierno soviético a través del embajador soviético en Gran Bretaña, Ivan Maisky. Pero a pesar de que mantuvieron una conversación agradable y educada, que fue el primer contacto diplomático entre un líder sionista y un embajador soviético, el encuentro no tuvo resultados. En un informe a Moscú, Maisky (judío, como muchos embajadores soviéticos de la época) elogió el hecho de que Weizmann tuviera un buen ruso, a pesar de que había abandonado Rusia décadas antes. Maisky también señaló, sin comentarios, que Weizmann había dicho que Hitler eventualmente sería derrotado, una declaración que requirió no poca audacia por parte de Weizmann, dado que después del Pacto Molotov-Ribbentrop, Stalin todavía era un aliado de Hitler y un socio en el ataque a Polonia y su división entre la Alemania nazi y la Unión Soviética comunista.

La invasión alemana de la Unión Soviética en junio de 1941 brindó al movimiento sionista la oportunidad de llevar a cabo uno de los movimientos diplomáticos más impresionantes de su historia. Por primera vez, se abrió una oportunidad para los contactos con el régimen soviético, ya que la URSS y el movimiento sionista estaban ahora en un solo campo en la guerra contra los nazis. En varias capitales, los líderes sionistas establecieron contactos con los embajadores soviéticos, y de esta manera los líderes soviéticos escucharon por primera vez sobre el sionismo a través de los líderes sionistas. Produjo un cambio significativo en la conciencia, porque hasta entonces la información de Moscú sobre el sionismo provenía de fuentes árabes o de comunistas judíos de la Unión Soviética y de Occidente, que eran por naturaleza antisionistas.

Entre 1941 y 1945, David Ben-Gurion, Nahum Goldman, Emanuel Newman y Eliyahu Epstein (Eilat) se reunieron con los embajadores soviéticos en Londres, Washington, Ankara y Ciudad de México. Les proporcionaron datos sobre la comunidad judía en Palestina, sobre su alistamiento en el esfuerzo bélico, sobre los envíos de equipos y ayuda de Israel a la Unión Soviética, y sobre la estructura de la economía del país. Cuando, en mayo de 1943, Weizmann, un maestro de la conspiración internacional, se enteró de que Edward Beneš, el presidente del gobierno checoslovaco en el exilio en Londres, a punto de partir hacia Moscú para reunirse con Stalin, logró confiarle una carta para el líder de la URSS, en la que detallaba las capacidades de absorción de Palestina y de su comunidad judía, y su carácter moderno y progresista, e incluso llegó a trazar una analogía socialista entre aquella y la URSS.

Leer los documentos soviéticos y sionistas sobre estas reuniones es fascinante. Los portavoces sionistas no trataron de convencer a sus interlocutores de que el sionismo tenía razón, sino que trataron de convencerlos de que ellos, y no los árabes, eran los aliados naturales de la URSS en la región. Epstein llegó a reunirse en la primavera de 1943 con el embajador soviético en Turquía, Sergei Vinogradov: Epstein le dijo que ahora había quedado claro sin lugar a dudas que la política soviética de apoyar al movimiento nacional árabe estaba equivocada.  Que este movimiento, por ejemplo, en Palestina e Irak, apoyó a los nazis, y que la población judía es el único elemento progresista en la región. Avergonzado, Vinográdov dijo débilmente: «Esta política fue una aberración trotskista».

Las reuniones indican que los soviéticos mostraron un gran interés en la capacidad de absorción del país y, a petición suya, se enviaron a Moscú una serie de informes estadísticos y económicos desde Londres y Jerusalén. Está claro que el interés soviético en la cuestión de la capacidad de absorción del país marcó un cambio en la tendencia soviética, y se produjo en respuesta a los argumentos habituales de los árabes de que el país era incapaz de absorber la inmigración masiva. En 1943, el embajador soviético en Londres, Maisky, llegó repentinamente a Israel en su camino de Inglaterra a Moscú.  Se reunió con Ben-Gurion y Eliezer Kaplan, quien era jefe del departamento económico de la Agencia Judía. Llevaron a Maisky a un kibutz en las colinas de Jerusalén, respondieron en detalle a sus preguntas sobre la capacidad de absorción del país y, a petición suya, escribieron un memorándum detallado sobre el tema.

Es una peligrosa ilusión suponer que Israel ganará legitimidad por su continuo control sobre toda Palestina. Esto no era cierto en el ´47 y no es cierto hoy

Carecemos de información sobre las discusiones internas del Politburó soviético sobre estos temas: los documentos publicados son sólo correspondencia diplomática, no informes de discusiones internas. Pero las repetidas preguntas sobre la absorción son indicativas de la dirección del pensamiento soviético, que buscaba respuestas pragmáticas a las cuestiones de la inmigración judía a Israel.

Una visión fascinante de estos procesos de pensamiento se puede encontrar en algunos de los informes de Nahum Goldman sobre sus reuniones en 1942-1944 con Konstantin Ammansky, quien era el embajador soviético en Washington y más tarde en México (también de ascendencia judía). Goldman, con su encanto personal, sus habilidades diplomáticas y su capacidad retórica, logró que Ammansky, en una reunión en agosto de 1944, le insinuara («en privado, como judío») que después de la guerra habría un problema muy serio en Europa del Este con los judíos que sobrevivieran.  Y que esto era preocupante para los soviéticos: era una clara indicación de que el antisemitismo en Europa del Este, y especialmente en Polonia, dificultaría el reasentamiento de los supervivientes en sus países de origen. Ammansky también agregó que se estaban llevando a cabo discusiones profundas en Moscú sobre la cuestión judía y que se tomarían decisiones importantes sobre el tema, el primer indicio de un posible cambio en la política soviética, que encontraría su expresión decisiva en el discurso de Gromyko en 1947. Cabe señalar que, en el otoño de 1943, Gromyko reemplazó a Amansky como embajador soviético en Washington, y Goldman fue uno de los primeros en pedir reunirse con él, señalando que no tenía nada concreto que discutir, pero que «quería mantenerse en contacto». En un informe al Ejecutivo sionista, Goldman señaló que Gromyko era un hombre joven, pero que tenía talento y estaba dispuesto a escuchar.

Abrir la ventana a la dirección soviética durante la guerra fue uno de los logros más impresionantes de la diplomacia sionista. Esto se hizo con sensatez, identificando intereses comunes, y de una manera modesta: ningún líder sionista se jactó de sus excelentes relaciones con Moscú, pero se entregaron informes detallados al Ejecutivo sionista, y aunque el discurso de Gromyko en 1947 sorprendió también a los líderes sionistas, las semillas que se sembraron brotaron cuando llegó el momento.

Esto creó el trasfondo para el acuerdo entre los Estados Unidos y la URSS, que condujo al apoyo de las dos superpotencias para el plan de partición. Al igual que en la Declaración Balfour, aquí se combinaron complejos intereses de política interior y exterior, junto con la impresionante capacidad de los dirigentes sionistas para desarrollar una diplomacia informada incluso en ausencia de un Estado. El movimiento sionista tenía líderes que entendían que eran momentos propicios para ser utilizados incluso en tiempos de angustia, para identificar intereses,  que a pesar de no ser idénticos, pueden coincidir, para entender que la autojustificación no es necesariamente convincente, no intimar y no alabar en público, sino para hacer el trabajo gris cotidiano de tejer conexiones y hacer inversiones a largo plazo, porque a veces la solución se encuentra oculta a los ojos. No todos los movimientos políticos –y no todos los países– han sido bendecidos con líderes como los que el movimiento sionista ha disfrutado en las horas más difíciles para el pueblo judío.

Es imposible evitar la dura constatación de que si el movimiento palestino de entonces hubiera tenido un liderazgo con calificaciones similares, y no hubiera caído en la arrogancia y la violencia, en 1948 el Estado de Palestina habría surgido junto a Israel: los dos pueblos no habrían sido arrastrados a la guerra, la Nakba no habría tenido lugar, no se habría creado el problema de los refugiados y el rostro del Oriente Medio hoy habría sido diferente.

En retrospectiva, también está claro que si los líderes sionistas no hubieran adoptado el principio de la partición, la ONU no habría apoyado el establecimiento de un Estado judío. Estos son aspectos que debemos recordar incluso hoy: quien rechaza la división de la tierra y la solución de dos Estados socava la legitimidad del propio Estado de Israel y del proyecto sionista. Es una ilusión peligrosa suponer que Israel acabará ganando legitimidad por su continuo control sobre toda Palestina. Los que celebran el 29 de noviembre no pueden ignorar el hecho de que la soberanía y la división se han desmoronado el uno al otro.

Que no quepa duda: la comunidad internacional reconoció el derecho del pueblo judío a la autodeterminación, la soberanía y la independencia porque el movimiento sionista aceptó el principio del compromiso entre los dos movimientos nacionales, encarnado en la idea de dividir la tierra en dos estados-nación, el judío y el árabe. Aquellos que aspiran hoy a continuar con el control israelí sobre millones de palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza socavan la legitimidad del sionismo y del Estado de Israel. Al igual que en 1947 era imposible obtener el consentimiento internacional para un Estado judío en toda Palestina, por lo tanto, incluso hoy en día es imposible obtener dicho consentimiento. Y los que no ven esto niegan la realidad y engañan al público.

 * Politólogo israelí. Fue profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea de Jerusalén y miembro de la Academia de Ciencias y Humanidades de Israel.

Este artículo se publicó por primera vez en Haaretz el 24.11.2017

Foto de portada: Los residentes de Jerusalén celebran la resolución de la ONU sobre el plan de partición de Palestina. Foto: Hans Finn / GPO