Belgrano Shooters
Comencemos recogiendo la crónica que da cuenta de la detención de cuatro jóvenes la noche del 29 de abril pasado quienes, circulando por las calles de Belgrano en un automóvil al cual convenientemente se le había removido la chapa patente, emprendieron una suerte de “safari urbano” disparando balines de plástico con un arma de aire comprimido, contra personas doblemente vulnerables: por ser sus “blancos de tiro”, y por estar en situación de calle. Tras recibir varios llamados al 911 alertando la situación, la policía los detuvo. La fiscalía a cargo investiga si hubo ataques similares en días previos. Al momento de la detención, los cuatro émulos de Lee Harvey Oswald y del copito Sabag Montiel habrían manifestado (quizás buscando algún amparo) “ser libertarios, de la comunidad judía, y tener contactos con la DAIA”, según informó el periodista Pablo Duggan en un mensaje a través de la red social X. Un par de días más tarde, por medio del mismo canal, la ex diputada Alicia Castro difundió los nombres de los atacantes, puntualizando que uno de ellos sería sobrino de un ex presidente de la DAIA. En general, la prensa evitó el señalamiento por el origen comunitario de los detenidos, salvo lamentables y menores excepciones: El Argentino, Diario del Sur y La Voz destacaron que “Como en Gaza, Libertarios de origen judío dispararon contra personas en situación de calle”, y “¿Quiénes son los libertarios sionistas que dispararon contra personas en situación de calle?”. Hay algo que es cierto: los cuatro tiradores son judíos. Pero establecer una simetría entre su pertenencia comunitaria y los hechos aberrantes que cometieron, abona el terreno siempre fértil para la emergencia de los discursos de odio contra los judíos.
Adjetivemos sin saber
Desde esta columna sostenemos que la acentuada calificación sobre estos “shooters” no es inocente. El discurso antisemita no requiere de confirmación alguna para expresarse en contextos históricos y sociales determinados. Se trata de juicios tautológicos, conspiranoides y axiomáticos, que hallan pruebas de su veracidad en cualquier hecho; en este caso, y a tono con la orientación mesiánica que le imprime a sus discursos el propio presidente de la nación, libertarianismo y sionismo parecen ir de la mano. Pero es falaz -y a estas alturas ridículo- sostener que el origen étnico, social o religioso de las personas determina necesariamente sus conductas. Tan ofensivo resulta a la condición judía la sobrecalificación de los tiradores de Belgrano, como la afirmación de que existe un “terrorismo islámico”, como si ambas identidades llevaran en su “código genético” la tendencia a disparar armas o lanzar misiles. Desconocemos las motivaciones por las cuales los “nenes bien” (tal la caracterización que Página/12 elaboró al respecto) decidieron emprender ese aberrante raid. Más que en las enseñanzas de la Torá, la respuesta podría hallarse en una arraigada concepción social clasista y supremacista de la cual no son ajenas múltiples identidades étnico-religiosas.

El foco fuera de foco
Es necesario enfocar la crítica en algunas cuestiones que la coyuntura política y social presente parece legitimar. ¿Qué es lo que hace que alguien pierda la compasión por personas que están en una situación social crítica, como dormir a la intemperie y comer de la basura en la ciudad más rica del país? ¿De dónde surge esa imposibilidad manifiesta para comprender que esas personas son seres humanos, y no objetivos en una partida de counter strike? Si los tiradores de Belgrano son representativos de algo, lo son de la crueldad devenida en instrumento de la política. Estos jóvenes odian porque temen a esa “invasión bárbara” de ranchadas en plazas y calles. Están más consustanciados con el discurso del “país blanco y puro” que con el de la diversidad que caracteriza a nuestra sociedad. Porque los excluidos lo son, claro, de nuestra sociedad. Y el esfuerzo social (político, económico, cultural y sanitario) debe estar puesto en encontrar los carriles para la reparación y la integración de las víctimas de un modelo que, a fuerza de “licuadora y motosierra”, destroza vidas.
“Forever pure”
Circunscribir la violencia social a cuatro delincuentes juveniles “sionistas y libertarios”, además de agitar los fantasmas de la judeofobia, opera como estrategia expiatoria. Extendida y desatada, la violencia se expresa en muchos y múltiples espacios. ¿Cómo caracterizar sino lo sucedido en la previa del partido entre All Boys y Atlanta, disputado el 8 de junio pasado? Un grupo de simpatizantes del equipo de Floresta emitió un claro y planificado mensaje antisemita: consiguieron cartón y pintura, con lo que montaron un tosco ataúd decorado con los colores del equipo de Villa Crespo, el cual luego fue cubierto con una bandera de Israel. Exhibido en procesión por las calles del barrio, los exaltados simpatizantes acompañaron el cortejo fúnebre cantando “ruso te vamo’ a matar, no te va a salvar, ni la Federal”. Claro, “es folclore”, justificaron varios de los hinchas entrevistados por televisión. Y si sólo se trata de un hecho “carnavalesco”, argumentan, no sería violento. Pero entre el episodio de los francotiradores motorizados, y la alegre horda futbolera hay lo que Max Weber denominó “afinidades electivas”. En ambos casos, el odio hacia el otro se manifiesta, marcando la dificultad de construir un espacio social de reconocimiento mutuo y coexistencia pacífica.
Las venas abiertas de la violencia
Cuando el odio y la violencia recorren el cuerpo social a través de sus prácticas, imágenes y discursos, es difícil conocer cómo y en qué medida afectará a cada uno de sus órganos. De las situaciones reseñadas en este artículo, claramente el triple crimen de Barracas resulta el ejemplo más dramático y paradigmático de los extremos a los que el odio puede conducir. Cuatro mujeres fueron -como en la Salem colonial- quemadas en la hoguera por un hombre que no ocultaba su desprecio hacia lo que denominaba “engendros”. De las amenazas pasó, una madrugada de lunes, al acto: ingresó en la habitación donde dormían las víctimas, y les prendió fuego. Salió del recinto, sólo para empujar a las mujeres hacia adentro, impidiéndoles escapar de las llamas.
Días antes del episodio, en una extensa entrevista radial, Nicolás Márquez (¿será necesario señalar su origen migratorio o su profesión de fe religiosa?) quien es amigo de Milei y su biógrafo autorizado, generó revuelo al declarar, con total desparpajo que las personas homosexuales (a quienes califica como “sodomitas” e “invertidos”) tienen conductas “insanas y autodestructivas”, dado que “una persona de tendencia homosexual vive 25 años promedio menos que un heterosexual, tiene siete veces mayor propensión a las drogas, 14 veces mayor propensión al suicidio y 80% de las personas en occidente con VIH son homosexuales.” (Fuente: “Esa te la debo”) También afirmó que “la homofobia no existe”, casi como escribiendo el guión que el vocero presidencial Manuel Adorni repitió horas después de ocurrido el crimen, al negar su carácter recurriendo al diccionario de la Real Academia: “La palabra lesbicidio no existe. Fin”.
Para el actual elenco de gobierno, ni los discursos ni los crímenes motivados por odio existen, aunque se encargue de propagarlos y negarlos.