EL AGENTE LITERARIO
Jaim es un hombre mayor, jubilado, que deposita sin dudar la cuota mensual en cada ocasión y, de hecho, fue él quien me recomendó a varios de los alumnos del taller. Y creo que ahora lo traté mal. Como despreciando su resumen -si lo pienso, tiene algún punto de interés- y hacerlo sentir un tonto, tal vez.
Fui hasta el escritorio a buscar el Diario, mientras seguía pensando en mi alumno. Siempre asociaba su identidad de judío asumido en relación a mis propios intereses.
Su insistencia en colar esa obsesión en todos los proyectos que me presentaba podía estar vinculada -como flor dormida- a cuestiones más profundas. Aunque también es cierto que en algunos casos los judíos contrabandeaban esa afirmación de su condición y la infaltable acusación de “antisemita” para temas o discusiones que no tienen ninguna relación con ella. El mismo Jaim -a veces- se burla con un estribillo que repiten en su comunidad para reírse de sí mismos: “El elefante y la cuestión judía…”.
Pero esa enrejada relación entre judaísmo y escritura aparecía como fundamental y siempre me intrigó. El Viejo (Antiguo) Testamento de la Biblia fue escrito entre los años 2.500 y 2.700 a.e.c., es decir, unos 4.600 años atrás, según los especialistas. La versión “oficial” es que Dios se lo dictó a Moisés en el Sinaí y él comenzó la tradición oral. A lo largo del tiempo apareció la escritura y participaron varios escribas (simbólicos y reales, por la diferencia de estilo y lenguajes) para transcribirlo. Pero ¿cuál fue el origen de ese contenido transmitido con la voz y luego en un papiro? ¿Qué decía el primer renglón?
El tema central es: ¿cuánto desparpajo y locura se necesitan para que un judío -y posiblemente un equipo de ellos- se dediquen a recopilar esas historias nada menos que sobre el origen del mundo y traten de encuadrarlas en un conjunto coherente? ¿Cómo hicieron para plantear esa pretensión y cumplirla (con sucesivos autores y capítulos fragmentarios), que perdura por siglos?
Fue el primer y alocado intento de un desfachatado que se animó a contar (e imaginar) el comienzo de la creación del mundo (nada menos) a través de una historia poco confiable que se viene repitiendo por generaciones. ¿Cómo alguien se animó a esto?, solía preguntarme en mis ratos de ocio.
¿Cuánto coraje y audacia se necesitan para que alguien se dedique a recopilar esas historias?

EL PARAÍSO PERDIDO
Marcel Proust tenía razón y Borges lo confirmó. Los únicos paraísos existentes son los paraísos perdidos.
La propuesta que hice a mi veterano alumno -que aceptó en seguida- fue retomar su pregunta sobre la evolución de la novela y transformarla en material de estudio y trabajo compartido del grupo. Siendo el mayor de los participantes, había atravesado en su adolescencia la época del boom literario latinoamericano de los años ’60 y ’70 del siglo pasado y contaba con un porcentaje de chismes y anécdotas que encantarían a los demás.
El grupo también aceptó con entusiasmo la posibilidad de un recorrido sobre el género cuento y novela de la “Época de Oro” de la literatura argentina, en la segunda mitad del siglo anterior, así ampliado a pedido de Sonia, que reveló haber completado su primer libro en esas semanas y estaba muy ansiosa por escuchar testimonios de espectadores y literatos de esos años, siempre añorados por los amantes de la cultura. Enseguida, redondeó su frase: “Me interesa por razones personales. He solicitado a nuestro maestro un posible presupuesto de edición, que está por concretarse en cuanto pueda redondear mis ahorros. Y quiero imaginar cómo seguirá esta experiencia que no deja de aparecer en mis sueños.”
Y completó: “El tiempo vuela y cuando quiera acordarme estaré allí, en una mesa de escritores que hablarán sobre mí. Estoy nerviosa y emocionada. ¿Cómo recordás tu presentación, Jaim? ¿Qué consejo podrías darme?”
-Ninguno que pueda aplicarse, Sonia. Nunca hay seguridad sobre cómo funcionará eso. Lo que si pasará es que invitarás a 100 personas, 80 de ellas aseguran que concurrirán y finalmente vendrán 23.
-Igual quiero saber cómo era entonces… ¡los detalles!
-En esos años existían algunas reglas no escritas entre el grupo de jóvenes escritores, que se aplicaban naturalmente. Por ejemplo: el autor regalaba un libro dedicado a cada uno de sus colegas. Pero todos ellos compraban un segundo ejemplar en el acto, para regalarlo -a su vez- a otro conocido. Era una manera sencilla para ampliar el círculo de lectores.
-¿No había competencia entre los jóvenes debutantes del mundo literario?- preguntó Francisco.
-Tal vez sí, pero no era lo habitual en esa etapa. Como si se advirtiera que recién comenzábamos una carrera muy difícil y disputada, que resultaría inaccesible y triste de transitarla en soledad.
-Pero… entonces se trataba de una igualdad ficticia. No todos los talentos pueden ser iguales- interrumpió Santiago.
-Es cierto. Pero aún entre principiantes eso podía ser difícil de definir e influía más el sentido de amistad. La literatura no es un teorema matemático que se reconoce por su perfección. De todas maneras, podía haber sorpresas. Ejemplo: nuestro grupo más cercano -con el que planeamos y conseguimos publicar una revista literaria- éramos cinco o seis personas. En esa época, los artistas plásticos progresistas solían regalar algún dibujo o cuadro sencillo a grupos como el nuestro. Con la venta del mismo recaudábamos para la edición de cada número, además de los ejemplares que podíamos vender. Pero lo más importante no era eso.
Sonia insistió: -Quiero me ubiques en esa época, el paraíso perdido del que tanto se habla.
Jaim cerró los ojos y pensó la respuesta algunos minutos.
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Primeros puntos de venta
- BELGRANO
Librería “Tiempos Modernos”
Cuba 1921
- ZONA NORTE
Librería «Norte»
Av. Las Heras 2225
- BALVANERA
viviana@vivilibros.com
ENTREGA A DOMICILIO EN C.A.B.A: jaimkatz@gmail.com