La desestabilización del statu quo en la sociedad israelí

El conflicto iniciado el 7 de octubre parece llamado a terminar con varias inercias políticas y precarios equilibrios internos que arrastraba Israel, y puso brutalmente de manifiesto el fracaso de la concepción derechista de que el paso del tiempo y los jueguitos maquiavélicos con las fracciones palestinas llevarían a la evaporación del “problema palestino”. La presión mundial tenderá a buscar nuevos equilibrios en la situación regional, empujando en dirección hacia una salida duradera, largamente postergada, del conflicto principal.
Por Ricardo Aronskind

Netanyahu no quiere que termine la guerra. Ya pasaron 9 meses de conflicto, conducido contradiciendo la tradicional doctrina militar israelí de realizar guerras breves y contundentes, ya que el esfuerzo militar y humano de un conflicto prolongado puede ser insoportable para la economía y la sociedad israelí. Eso es exactamente lo que está pasando.

El primer ministro definió de tal forma los objetivos de la guerra, en especial “la destrucción total de Hamas y su desaparición para siempre” del gobierno de la Franja de Gaza, que no pueden ser cumplidos en una guerra normal, con lo cual se transforma el conflicto en una guerra eterna, o que requiere una escalada de violencia intolerable para la opinión pública mundial.

La forma en que condujo sus acciones Hamas, luego del ataque criminal de 7 de octubre, mostró que había detrás de esa acción un largo proceso de preparación y planificación, que le permitió resistir hasta la actualidad, preservando una parte de sus efectivos y salvaguardando la vida de Yahya Sinwar, el responsable militar del pogrom de octubre.

Pero Hamas no sólo mostró destreza militar, sino más astucia política que el gobierno de extrema derecha de Israel, campeón de la bravuconada, el ultranacionalismo, y la total incompetencia militar y diplomática. El gobierno israelí planteó, como lo señala con precisión Leonardo Senkman en otro artículo de Nueva Sion, una “guerra de venganza”, para satisfacer a   una población israelí consternada, pero también manipulada en cuanto a la comprensión de las raíces de un conflicto completamente irresuelto.

Ese estilo de “machos” para enfrentar el desafío militar que planteó Hamas, llevó a un brutal desgaste diplomático de Israel, que luego de contar con unas cuantas semanas de aceptación general a una respuesta militar por lo ocurrido, se empantanó en las complejidades de una guerra en medio de población civil, y empezó a perder respaldos en lo político, lo diplomático y lo comunicacional. Las imágenes del destrozo físico y la masacre de miles de pobladores palestinos provocadas por los bombardeos y cañoneos israelíes fueron el arma más eficaz que tuvo Hamas para dañar a Israel.

La retención -aún hoy- de 120 personas secuestradas durante el pogrom del 7 de Octubre divide hoy a la población israelí entre quienes quieren aceptar las condiciones de Hamas -básicamente cesar los ataques, retirarse de la Franja y liberar prisioneros palestinos- y quienes quieren continuar escalando a pesar del contundente rechazo internacional.  

Transfer

Es muy probable que detrás del tipo de guerra prolongada y sin objetivos militares claros, pero sumamente destructiva de las condiciones de vida de la mayoría de los habitantes de Gaza, haya estado flotando, bajo la conducción de Netanyahu y sus aliados de ultraderecha, la idea de forzar una migración masiva de la población de Gaza hacia otras regiones.

Algunos allegados al gobierno aludieron a la posibilidad de que miles de gazatíes se trasladaran hacia otras regiones del mundo, y también sondearon la posibilidad de que Egipto recibiera parte de los habitantes de la Franja, desplazados por el derrumbe de las condiciones materiales de vida.

Es notable que luego de 9 meses, una parte importante de la red de túneles construida por Hamas siga operativa y por lo tanto útil para que sus tropas se sigan moviendo por la zona norte, ocupada por los israelíes, mientras que la mayor parte de la infraestructura civil haya quedado destrozada. No sólo se ha generado un grave problema de vivienda, sino de la infraestructura proveedora de servicios mínimos indispensables para la vida en toda la zona.

Contribuye a arrojar una sombra de sospecha sobre las intenciones del gobierno de derecha, su reticencia a la entrega de alimentos y medicinas básica, que llevó a los norteamericanos a realizar fuertes presiones -incluyendo la construcción de un puerto provisorio para la descarga de ayuda humanitaria- para doblegar la política israelí, que amenazaba con producir una hambruna y el estallido de diversas epidemias entre la torturada población civil de Gaza.

El gobierno de Netanyahu se encontró con un doble NO para la expectativa de promover el desplazamiento de la población de Gaza.

“No” por parte de Egipto, que amenazó con acciones militares si se intentaba forzar la irrupción de los refugiados que están viviendo en Rafah hacia territorio soberano egipcio -lo que significaba de hecho la destrucción de uno de los mayores logros diplomáticos del Israel desde 1978-. El segundo “no” provino de los norteamericanos, quienes hicieron saber con claridad que no avalaban la fantasía del “transfer” -y por eso su insistencia en la llegada de alimentos y medicamentos-. Sin embargo, el peligro sigue latente en tanto sobreviva el actual gobierno israelí.

Ajedrez internacional

Los delicados equilibrios de la política norteamericana, en especial en un periodo previo a las elecciones, no impidieron que Joe Biden y su secretario de Estado Antony Blinken, ejercieran constantes presiones -incluso cortando ciertos flujos de armamento-, para poner bajo control al gobierno israelí.

La reciente “filtración” de un documento qatarí, en el que se estipulaba una suma de dinero ilegal destinada al primer ministro israelí, puede ser que forme parte de ese mismo juego de presiones, ya que los norteamericanos están muy disgustados con un jefe de Gobierno que -por su propia lógica de supervivencia política- no se adecúa a la estrategia regional estadounidense.

Estados Unidos pretende aislar a Irán logrando acuerdos entre el resto de los actores de la zona, incluidos los países petroleros árabes, Israel, y los palestinos. Todavía no sabemos cómo influirá la designación de un presidente aparentemente inclinado al diálogo en las recientes elecciones en la República Islámica de Irán.

Irán ha alentado y armado al grupo libanés Hezbollah para que bombardee el norte de Israel, mediante la utilización de cientos de cohetes, drones y misiles de alta precisión que han obligado al desplazamiento de 80.000 israelíes hacia regiones más seguras. Israel está respondiendo con el bombardeo de aldeas del sur del Líbano -localidades usadas para los lanzamientos de Hezbollah-, provocando también el desplazamiento masivo de población civil.

Esta organización político-militar, señalan los expertos militares, está mejor preparada y pertrechada que Hamas para causar mayores daños a la infraestructura civil y militar de Israel.

En las últimas semanas la tensión en la frontera con el Líbano ha ido en aumento. El estallido de un conflicto abierto en ese frente podría generar destrozos enormes a ambos lados de la frontera, y una eventual intervención de otros actores aún más poderosos militarmente, sin que se alcance ninguna meta que cambie el actual estatus de la zona.

Fracaso

A pesar del aturdimiento que produce la traumática situación de guerra, muchas voces lúcidas en Israel se preguntan cómo se llegó hasta aquí, y cómo se puede desandar un camino que conduce al desastre.

Vale la pena recordar que antes del 7 de octubre, la sociedad israelí estaba profundamente dividida por los proyectos judiciales antidemocráticos de la derecha gobernante. Derecha que hacía décadas se ufanaba de “administrar el problema con los palestinos”, debilitando a la Autoridad Nacional Palestina en Cisjordania, y permitiendo la llegada de recursos que fortalecían el control de Hamas sobre la Franja de Gaza.

Durante el actual conflicto, se liberó de toda restricción el comportamiento fascista de los colonos en los territorios ocupados contra la población palestina -fenómeno totalmente salido de madre que pone en entredicho la pretensión israelí de ser “la única democracia de Medio Oriente”-. Lo que pasa en los territorios de Cisjordania es inaceptable bajo cualquier estándar democrático, y la potencia responsable, porque es la ocupante, es Israel.

Durante estos 9 meses de guerra se volvieron intolerables para la población laica israelí los privilegios de los ciudadanos religiosos, exceptuados de la dura carga del servicio militar y de la exposición a combates peligrosísimos en lo físico y psicológico. La presión de la realidad bélica ha llevado a la Corte Suprema a definir claramente la igualdad ante la carga militar de los ciudadanos laicos y religiosos, cuestión que no se había logrado establecer hasta la actualidad.

El actual conflicto parece llamado a terminar con varias inercias políticas y precarios equilibrios internos que arrastraba Israel, confiado en que el no hacer nada podía mantenerse eternamente.

Por ejemplo, la necesidad de la promulgación de una Constitución formal, para afianzar la democracia al interior del Estado de Israel.

También se puso brutalmente de manifiesto el fracaso de la concepción derechista de que el paso del tiempo y los jueguitos maquiavélicos con las fracciones palestinas llevarían a la evaporación del “problema palestino”. Pero resolver esa cuestión “externa” obliga a enfrentar una cuestión “interna”: la neutralización del poder violento que los colonos ejercen sobre la política externa e interna del país.

Además, el escenario mundial ha cambiado. Salvo que el contexto global derive hacia una inimaginable guerra entre el “bloque atlántico” versus el “bloque no occidental”, la presión mundial tenderá a buscar nuevos equilibrios en la situación regional, empujando en dirección hacia una salida duradera, largamente postergada, del conflicto principal. Que así sea.