Cuando los historiadores cuenten la historia de cómo la sociedad israelí se volvió tan violenta -un proceso que se ha intensificado enormemente desde el 7 de octubre-, se dedicará un capítulo entero al asalto a la base militar de Sde Teiman, cuyo objetivo era impedir la detención de reservistas que debían ser interrogados por presuntos abusos sexuales a un terrorista arrestado.
Pero eso es sólo una parte de la decadencia, que también incluye pogromos crecientes y sistemáticos contra los palestinos en Cisjordania por parte de colonos violentos; la heroización por parte de la derecha israelí de Elor Azaria (el soldado que ejecutó sumariamente a un palestino inmovilizado en 2016); las pandillas violentas que, inspiradas por el primer ministro Benjamin Netanyahu y el ministro de Seguridad Nacional Itamar Ben Gvir, lanzan insultos a las familias de los rehenes; y los ataques violentos contra periodistas opositores, contra los cuales la coalición gubernamental incita regularmente.
La diferencia más importante y preocupante -aunque no sorprendente- es que, esta vez, también vimos a representantes del gobierno, ministros y diputados con trajes y camisas abotonadas, participando en el ataque y alentando a asaltar una base del ejército israelí. El diputado Tzvi Sucot (de Sionismo Religioso, el partido de Smotrich) ingresó a través de la puerta de hierro. El ministro de Patrimonio Cultural, Amijai Eliyahu (de Otzma Yehudit, el partido de Ben-Gvir) y el diputado Nissim Vaturi (Likud) marcharon con el pecho inflado dentro de Sde Teiman como si se dirigieran al Muro de los Lamentos después de la liberación de la Ciudad Vieja en 1967. El diputado Itzja Wasserlauf (Otzma Yehudit) estaba de pie junto a la puerta.
El gobierno en Jerusalén les dio un empujón con las típicas declaraciones grandilocuentes de Ben-Gvir; el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich; el ministro de Justicia, Yariv Levin; el ministro de Comunicaciones, Shlomo Karhi; y la ministra de Transporte, Miri Reguev. Más tarde, afirmaron que las acciones legales de la comunidad internacional contra funcionarios israelíes son una expresión de antisemitismo.
Como siempre, hubo dos excepciones: el ministro de Defensa, Yoav Gallant (Likud), y el ministro del Interior, Moshe Arbel (Shas). Ya nos hemos acostumbrado a eso también. Y, naturalmente, el jefe del Estado Mayor de las FDI, Herzl Halevi, un general de uniforme expresa los valores y las normas del Israel democrático.
Por cierto, Arbel actuaba en una época contra el espíritu kahanista que ya se ha apoderado de su partido, el cual emitió un comunicado oficial expresando apoyo a los sospechosos de abuso y atacando a los investigadores. Ésta es la doble naturaleza del diputado Aryeh Deri, el líder de Shas, quien suele definirse como un moderado y líder responsable dentro de la coalición, mientras al mismo tiempo decide incluirse en cualquier reclamo nacionalista, por su miedo a perder escaños parlamentarios ante el extremismo de Ben-Gvir que atrae a su base electoral.
El primer ministro esperó dos horas antes de emitir un breve comunicado en el que pedía «calma» y condenaba «enérgicamente» el asalto a la base. Por un lado, según los retorcidos estándares de Netanyahu, se trata de un récord olímpico de respuesta responsable y apropiada. En otras palabras, una respuesta que no necesariamente gustará a su base. Normalmente se queda callado, o espera un día, antes de emitir un comunicado en el que plantea una simetría inexistente frente a un bando contrario, real o imaginario. Por otro lado, también tuvo cuidado esta vez de respetar a su base: no publicó ningún video leyendo la declaración, como sí lo hizo, por ejemplo, cuando difamaron recientemente a la rehén liberada Noa Argamani.
Los mensajes de texto enviados por los violentos en Sde Teiman, y más tarde fuera de la base de la Policía Militar en Beit Lid, así como de los funcionarios electos que participaron en empujarnos hacia el abismo, denotan una explícita aprobación a la idea de asesinar a los terroristas que están bajo custodia israelí. Y, por supuesto, también a los líderes del Poder Judicial (eso ya lo vimos cotidianamente durante la discusión el año pasado sobre el golpe judicial, y mucho tiempo antes de eso).
También se maldijo a la Corte Suprema -incluso lo hizo el ministro de justicia Levin, el Sumo Sacerdote del Odio y mano derecha de Netanyahu- y a la fiscal general Gali Baharav-Miara. Es verdad que Levin sería capaz de culpar a la Corte también por la ola de calor extremo. La fiscal, por ahora, no está involucrada en los acontecimientos. Pero para la coalición de psicópatas y falanges callejeras, esto es sólo una oportunidad para envolver a los opositores en un glorioso paquete de incitación. Reguev acusó al fiscal militar de «congraciarse con quienes nos odian». Karhi, el doberman de Netanyahu que atacó al ministro Gallant en su nombre, anunció: «El ministro de Defensa, el fiscal militar y la fiscal general son responsables de la persecución de los soldados de las FDI».
Todo esto ocurrió con el apoyo y el silencio ensordecedor del primer ministro. Si Netanyahu y sus amigos hubieran dado -como intentaron el año pasado- un golpe de Estado contra la democracia israelí y el Poder Judicial se hubiera convertido en un instrumento del régimen, los reclutas y reservistas de las FDI habrían tenido luz verde y apoyo total para cometer crímenes contra los palestinos. Mientras tanto, el «cuerdo» ministro de Economía e Industria, Nir Barkat, anunció que apoya a los soldados, y pidió al ministro de defensa «que detenga la farsa de juicio contra ellos». La pregunta es a qué juicio se refiere.
La independencia y la calidad del fiscal general militar de las FDI y de la Fiscal General del Estado son el último crédito estable que le queda a Israel en la arena internacional. El argumento de que las FDI son un ejército occidental, que opera de manera transparente y de conformidad con la ley, con una cadena de mando ordenada y principios éticos de hierro, es la defensa más importante que tiene Israel ante un mundo en el que, de forma creciente, Israel es presentado como un país liderado por criminales de guerra y que comete crímenes de guerra.
Según el accionar de muchos políticos integrantes de la coalición de gobierno, esa no es una descripción que lleva a la vergüenza: es la encarnación de su fantasía. Es su sueño hecho realidad.