Elecciones en Estados Unidos: el Imperio en apuros

El peso de Estados Unidos en el orden global está siendo sujeto a fuertes tensiones, ya que predomina una percepción de debilitamiento relativo de su poder, incluso en los círculos políticos y económicos norteamericanos. Las elecciones que tendrán lugar el 5 de noviembre de este año, estarán enmarcadas en un contexto muy particular: las crisis internas y las divisiones y la percepción de su dirigencia de que su hegemonía mundial está bajo amenaza concreta por el despliegue global de la República Popular China y su influencia indirecta en el comportamiento más autónomo de un conjunto creciente de países. Los indicadores sociales norteamericanos están entre los peores de toda la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), que reúne a los 39 países más desarrollados del mundo.
Por Ricardo Aronskind

Estados Unidos es una potencia mundial, que posee una capacidad única para incidir en la suerte del resto de la humanidad. Sus decisiones afectan a todo el resto de los países, tanto en economía como en finanzas, en cuestiones de seguridad y defensa, en desarrollos tecnológicos y científicos, en procesos políticos y tendencias culturales e intelectuales.

Sin embargo, su peso en el orden global está siendo sujeto a fuertes tensiones, ya que predomina una percepción de debilitamiento relativo de su poder, incluso en los círculos políticos y económicos norteamericanos. La influencia global del país está siendo desafiada por acontecimientos que pueden irla acotando. Desde aquel Estados Unidos que, luego de la implosión de la URSS quedó como la única superpotencia en los años ´90, en la cima de su poder global, hasta este clima de asedio e incertidumbre que se respira hoy en Washington, han ocurrido cambios inesperados en su hegemonía mundial, con un final abierto en cuanto a su desenlace.

¿Hasta qué punto podría continuar esta tendencia a la pérdida -relativa- de poder? ¿Podría aceptar Estados Unidos abandonar su status privilegiado de hace ya muchas décadas, para ubicarse a la misma altura de los demás grandes naciones del mundo, y someterse a reglas de juego parejas al resto de las naciones?

Las elecciones que tendrán lugar el 5 de noviembre de este año, estarán enmarcadas en un contexto muy particular: A) las crisis internas y las divisiones que están surcando a la sociedad norteamericana, y B) la percepción de su dirigencia de que su hegemonía mundial está bajo amenaza concreta por el despliegue global de la República Popular China y su influencia indirecta en el comportamiento más autónomo de un conjunto creciente de países.

Por lo tanto, estos comicios están llamados a tener un fuerte impacto tanto en el orden local como en el internacional. El tradicional sistema bipartidista norteamericano ofrece dos candidaturas con posibilidades de triunfo, la de Kamala Harris por los Demócratas, y la de Donald Trump por los Republicanos. Estos candidatos muestran fuertes divergencias en algunas cuestiones relevantes, pero también ciertas coincidencias muy preocupantes para nuestra región y para la estabilidad política y económica mundial.

Estados Unidos, una sociedad conflictiva

La potencia norteamericana ha acumulado a lo largo de las últimas décadas serios problemas internos, sin lograr resolver ninguno en forma efectiva.

En lo económico, la distribución de la riqueza se ha vuelto sumamente desigual, al punto de que es un lugar común hablar del gran poder que acumula el “1%” de la población, frente al otro 99% que parece no poder incidir en el rumbo del país, fuertemente sesgado por el poder del dinero. Los indicadores sociales norteamericanos están entre los peores de toda la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE), que reúne a los 39 países más desarrollados del mundo.

En el Índice de Desarrollo Humano elaborado por las Naciones Unidas, Estados Unidos ocupa el puesto número 20, a pesar de ser el país más rico del mundo. Fenómenos como la drogadicción, que deja decenas de miles de víctimas anuales; los tiroteos en colegios y locales donde se reúne la gente común, y la proliferación de grupos extremistas armados, inspirados en las más delirantes teorías, son parte del paisaje habitual del país, así como los 650.000 homeless y los veteranos de guerra abandonados y con graves alteraciones mentales. Es también el campeón mundial de población recluida en cárceles, muchas de las cuales se han transformado en excelentes negocios privados, utilizando la mano de obra cuasi gratuita de los presos, con un altísimo porcentaje de reclusos negros.

Estados Unidos tiene un déficit comercial permanente, y el Estado federal está fuertemente endeudado (la deuda externa de EEUU equivale al 120% del PBI). Eso ha llevado a que crezca la desconfianza internacional en el dólar, y la tendencia a reemplazarlo en su función de moneda de pago internacional. Los desequilibrios del Estado no son casuales: son productos de la influencia de diversos lobbies privados sobre el presupuesto público. Entre ellos se destacan el lobby de los armamentos -que impacta en las decisiones militares del país-, el de los grandes laboratorios medicinales (y el negocio de la salud en general), y el de los financistas de Wall Street, que logran siempre un lugar de privilegio en todos los gobiernos. A pesar del gran gasto público, se acumulan las exigencias de urgentes reparaciones de una infraestructura interna (puentes, rutas, represas) crecientemente deteriorada, que requiere importantes inversiones que no se están haciendo.

Kamala Harris, mujer y mestiza, parece ser más sensible en materia de las necesidades de los sectores de menores ingresos, y más respetuosa de las instituciones democráticas, de los derechos civiles, de la igualdad de género y de los derechos humanos. Sin embargo, es la continuadora de la actual política guerrerista de la administración Biden, que se ha dedicado con mucho énfasis a profundizar la guerra contra la Federación Rusa, bloquear los intentos de acuerdo pacificador entre las partes, y arrastrar a Europa al conflicto, aunque eso pueda provocar potencialmente la ampliación internacional del enfrentamiento bélico y la ruina económica de la Unión Europea.

Donald Trump es un personaje sumamente reaccionario, en lo político y en lo cultural, que insiste en bajarle impuestos a los ricos, echarle la culpa a otros países de las dificultades competitivas de EEUU, y atizar la xenofobia y el racismo, como cuando afirmó en el debate presidencial que los inmigrantes haitianos se están comiendo las mascotas de los norteamericanos. No oculta su negación de la existencia del cambio climático, y rechaza cualquier acción colectiva o individual para proteger el planeta de las acciones humanas destructivas de la biósfera. Sin embargo, se muestra más dispuesto a resolver pacíficamente el conflicto en Ucrania, ya que su objetivo es focalizarse en redoblar la agresividad -por ahora comercial y tecnológica- contra China.

Ocurre que el solo hecho del crecimiento económico de China constituye un desafío para los Estados Unidos. Las cifras son realmente apabullantes: hoy China produce en materia industrial el equivalente a la producción de Estados Unidos, más Japón, más Alemania, juntos. Pero no se trata sólo de la expansión vertiginosa de la producción industrial del gigante asiático. China ha extendido sus vínculos comerciales, diplomáticos y de colaboración productiva y tecnológica con vastas regiones del mundo y EEUU teme que eso se extienda a otros planos estratégicos, como el político y el sistema global de alianzas, terrenos que considera “propios”.

Posiciones bipartidistas problemáticas en el orden internacional

Las coincidencias entre ambos candidatos no nos ofrecen buenos augurios: cualquiera sea que triunfe en las elecciones, va a profundizar la confrontación en todos los terrenos con China, los BRICS y en general con los países que pongan en duda o no acepten el predominio económico y político de Estados Unidos y sus aliados más cercanos.

En relación a América latina, las coincidencias tampoco son auspiciosas para nuestra región.

Ambos candidatos conciben a nuestra región como un área marginal, perteneciente en exclusividad a una zona de influencia norteamericana, y destinada a ser funcional a las necesidades económicas, comerciales y financieras de los Estados Unidos. El bipartidismo norteamericano percibe como hostil a cualquier gobierno que quiera plantear una agenda de desarrollo nacional independiente y/o con autonomía política internacional. Ambos partidos consideran “natural” el  intervencionismo en América Latina y promueven gobiernos de derecha pro-norteamericana, desentendidos de las realidades sociales locales, y favorables a los intereses de las empresas extranjeras.

En Medio Oriente, Estados Unidos no le ha puesto límites a la política israelí de ignorar los derechos palestinos a la soberanía nacional durante sus últimas administraciones. Esa tendencia se está expresando en forma dramática en el gobierno anti democrático y extremista de Benjamín Netanyahu, que ha utilizado el pogrom brutal protagonizado por Hamas el 7 de octubre de 2023, para realizar un intento de limpieza étnica en la Franja de Gaza, y de provocar una intifada en Cisjordania -en colaboración con colonos violentos y mesiánicos- para también forzar la migración de población palestina.

El rumbo guerrerista que le ha impreso el gobierno derechista al conflicto no responde sólo al interés personal de Netanyahu por continuar en el poder, sino que busca crear nuevos hechos consumados para alejar aún más la posibilidad de una solución al problema palestino. Los diez meses de guerra le han causado un daño enorme no sólo a las víctimas palestinas, sino al propio Estado de Israel, que se ha visto muy debilitado en sus relaciones internacionales, y en su propia cohesión interna. Estados Unidos intentó y logró evitar una escalada militar con Irán, pero no fue capaz de disciplinar al gobierno extremista israelí.

Desde la perspectiva estratégica norteamericana, lo central es evitar perder aliados en esa región, y fortalecer el frente contra Irán, e indirectamente contra Rusia y China. Este último país, logró que en marzo Arabia Saudita e Irán restablecieran relaciones diplomáticas. Y en junio Arabia Saudita abandonó un acuerdo de más de 50 años con Estados Unidos para el uso obligatorio del dólar en su comercio petrolero. En ese sentido, la coalición anexionista y belicista que gobierna Israel constituye un evidente obstáculo a la diplomacia norteamericana -compartida por ambos candidatos- de revertir los avances regionales de sus actuales enemigos. A pesar de que el “Washington diplomático” tiene esa clara lectura del mapa de Medio Oriente, esa superpotencia no ha sido capaz hasta ahora, en el caso israelí, de usar las diversas estrategias de presión que aplica en otros escenarios internacionales, para forzar el cambio de comportamiento de países que -por diversas razones- no se alinean con sus intereses.

Hoy EEUU, con sus dos candidatos presidenciales, parece orientarse más a atizar los conflictos internacionales -tanto económicos como militares-, poniendo en crisis el orden global neoliberal que los propios estadounidenses edificaron en los últimos 45 años, que a utilizar su enorme poder e influencia para que se consolide la paz y la seguridad en el planeta.