Nacido en el seno de una distinguida familia, su padre pertenecía a la aristocracia sacerdotal de Jerusalén; su madre pretendía descender de la casa real de los Asmoneos. Recibió la acostumbrada instrucción que las familias sacerdotales daban a sus hijos, hasta el punto de poder afirmarse que poseía una vasta cultura en todo el saber hebraico en su triple expresión farisea, saducea y esenia. Pasó, al parecer, algún tiempo en el desierto con los esenios, volviendo, sin embargo, a seguir la regla de los fariseos y a ejercer las funciones sacerdotales después de regresar a Jerusalén. A los veintiséis años marchó a Roma para obtener la liberación de algunos sacerdotes que habían sido enviados allí prisioneros por el gobernador romano Félix, liberación que obtuvo mediante la protección de Popea, esposa del emperador Nerón.
Vuelto a Jerusalén en el año 65, encontró el país en plena revuelta. La impresión general era que la guerra contra Roma se había hecho inevitable. El Sanedrín se había transformado en un Consejo de guerra y había dividido el país en siete distritos militares, uno de los cuales, el de Galilea, fue puesto bajo el gobierno de Josefo. Constituye un misterio el hecho de que fuera elevado a tan alto cargo; su falta de condiciones militares y su admiración por Roma deberían de haberlo hecho poco apto para tan delicada misión a los ojos del Sanedrín.
Ante el avance sangriento del ejército del general Tito Flavio Vespasiano, Josefo pareció convencerse de que la partida estaba perdida y se preparó para rendir las armas ante la abrumadora potencia mundial de Roma. Retirado a la fortaleza de Jotapata, se vio obligado por sus compañeros a resistir hasta el último extremo y a jurar que se daría muerte antes de caer en manos de los enemigos. Fue uno de los únicos supervivientes del verano del 67, y se rindió a Vespasiano prediciéndole su subida al trono imperial «sobre la tierra, sobre el mar y sobre toda la humanidad». Obtuvo con ello la gracia del general Vespasiano, que lo llevó a Roma como esclavo de guerra y en el 69, cuando fue nombrado emperador, lo liberó.
Flavio Josefo se unió al séquito del hijo del emperador y presenció la conquista de Jerusalén y la destrucción de la Ciudad Santa y su templo. Regresó a Roma, formó parte del desfile triunfal, y en reconocimiento a sus servicios le fue concedida la ciudadanía romana, una renta anual y tierras en Judea. Manteniendo su posición de privilegio en Roma, no se dio por aludido frente a las acusaciones de traidor que le hicieron sus compatriotas judíos, y se dedicó hasta su muerte al trabajo literario.
Obras de Flavio Josefo
Sus libros más conocidos son los siete tomos de La guerra de los judíos, inicialmente escritos en arameo, y los veinte de Antigüedades judaicas, compuestos en lengua griega, donde pese a su colaboracionismo con los romanos intentó erigirse en historiador del pueblo judío relatando la historia de los hebreos desde sus orígenes, con muchos afeites literarios y mucha retórica, y dejando traslucir cierta veneración por el pueblo hebreo.
La guerra de los judíos relata las campañas de Vespasiano y Tito contra los judíos, que finalizaron con la destrucción de Jerusalén (71 d. de C.). Los siete libros que la componen están llenos de elogios al conquistador y de acusaciones contra los judíos fanáticos e irresponsables, que habían provocado la catástrofe nacional. El primer libro y parte del segundo, de manera algo desigual y tomando de varias fuentes, resumen la historia judía desde los Macabeos hasta que estalló aquella guerra. El relato de la guerra está fundado en el conocimiento directo del autor, desde el alto cargo que había desempeñado en la misma. Ya por incapacidad, ya por indecisión, Josefo se había enajenado el ánimo de sus hombres y no había podido oponerse seriamente a Vespasiano, quien le tuvo asediado en Jotapata. Tras rendirse fue conducido ante Vespasiano, y, tomando una actitud de profeta, predijo al general romano su próxima proclamación como emperador; ello le valió un trato más blando y, cuando la profecía se realizó, la liberación.
Todo esto es narrado con minuciosidad por Josefo, en cuyo relato predomina el intento de defender a los judíos; quiere demostrar que la guerra fue provocada sólo por unos cuantos fanáticos, mientras el pueblo y las personas más importantes bregaban por la paz. Así, mientras hacía un buen servicio a los romanos y a su país, se lo hacía a sí mismo; al encomio de los Flavios y a la defensa propia acompaña una acerba crítica de sus propios enemigos (el primero, entre éstos, Juan de Giscala), los cuales lo habían declarado traidor.
A pesar de esta tendenciosidad, la obra tiene mucho valor porque Josefo se valió, al escribirla entre el 75 y el 79, de las noticias que él mismo había recogido ya durante la guerra en el campo romano, y de los documentos oficiales; por esto su información es excelente. La participación del escritor en los hechos, así como el elemento autobiográfico, dan además a la narración gran vivacidad y prontitud, al paso que no le faltan los procedimientos que la técnica historiográfica ofrecía para embellecer el relato (discursos, digresiones, descripciones, etc.).
La guerra de los judíos agradó tanto a Tito que él mismo ordenó su publicación. El favor que todos habían demostrado por aquel libro, especialmente Vespasiano y Tito, animó a Josefo, convertido ya en escritor admirado y celebrado en Roma, a proseguir en la misión de dar a conocer a los romanos y a los griegos la historia de su pueblo. Decidido a erigirse en el historiador de su patria, comenzó las Antigüedades judaicas, obra en veinte libros que contiene la historia del pueblo judío desde la creación del mundo hasta el reinado de Nerón.

El título y el número de los libros habían de recordar la Arqueología romana de Dionisio de Halicarnaso. Los 10 primeros libros exponen la historia hebraica más antigua hasta Ester bajo la guía de la Sagrada Escritura (según parece, en la traducción de los Setenta). Los libros siguientes contienen las vicisitudes posteriores en relación con la historia de los demás pueblos. Las fuentes de Josefo, en cuanto a esta parte, nos son desconocidas; parece ser que bebió en una obra literaria anterior. Son especialmente interesantes los documentos que a menudo reproduce, aunque no directamente sino tomándolos de otras obras. Se señala de modo particular el pasaje del libro XVIII 3, 3, 63, en el que Flavio Josefo refiere las más antiguas noticias acerca de Jesús que han llegado hasta nosotros. Este pasaje se halla en todos los manuscritos, y ya era conocido en el siglo IV. Con todo, sus particularidades estilísticas y la fe cristiana, que claramente lo inspira, hacen que se considere una interpolación, aunque muy antigua.
El orgullo de Josefo consiste en haber dado a conocer a griegos y romanos la historia de su pueblo, entonces universalmente despreciado, pero poco a poco conocido. El sentimiento patriótico induce a veces a Flavio Josefo a callar o atenuar lo que menos honraba a los hebreos y a explicar los disturbios que continuamente provocaban como obra de una minoría de fanáticos. En cuanto a la religión, subraya su excelencia transportando al Dios de los hebreos los caracteres de la divinidad de los estoicos. Otra tendencia que ofusca el crédito que podría merecer es la de agradar a los romanos, y particularmente a sus protectores, los Flavios.
El estilo, que era bastante bueno en la Guerra de los judíos (escrita originariamente en arameo y después traducida al griego), es duro y descuidado en las Antigüedades, tal vez porque le faltó el pulimento de la forma. La técnica historiográfica es la de su época, como se podía esperar dada su imitación de Dionisio. De éste hallamos todo el bagaje formal, discursos directos, descripciones, episodios, sentencias, comparaciones, figuras retóricas; su aspiración científica se revela en la motivación psicológica de las acciones de sus personajes. Entre los antiguos esta obra obtuvo gran difusión, hasta el punto de que Josefo fue llamado el Livio griego. Actualmente es la única fuente para conocer los grandes rasgos de la historia judía, y resulta también muy útil para la historia romana.
Flavio Josefo escribió también una apología de los hebreos, Contra Apión, dos volúmenes donde defiende la identidad judía de los ataques de Apión, maestro de escuela alejandrina autor de un libelo antijudío. Josefo lo refuta celebrando la idea religiosa y moral de los hebreos contra las concepciones y costumbres del paganismo grecorromano. También se debe a Josefo, por último, una autobiografía en la que se defendió contra las acusaciones que le había dirigido Justo de Tiberíades por su conducta durante la guerra.
Al final de su vida Josefo escribió: Vida. En donde busca defenderse de las acusaciones contra él que lo presentan como responsable de la revuelta judía.
La vida de Josefo, La vida de Flavio Josefo o Autobiografía de Flavio Josefo es un texto autobiográfico escrito en Roma, en los últimos años de su vida, en torno al 96 d. C. Se trata posiblemente de un apéndice de su Antigüedades judías, donde el autor revisa los acontecimientos de la primera guerra judeo-romana.
En su Autobiografía parte de su niñez, pone de relieve su linaje fariseo que desciende de los sacerdotes y tiene estirpe real. Relata que a los 16 años estudió las sectas de los fariseos, saduceos y esenios y que, al no quedar satisfecho con ninguna de ellas, se hizo discípulo de un tal Banus, “que vivía en el desierto usando como vestido lo que le proporcionaban los árboles”, con el que permaneció tres años. Finalmente, con 19 años, volvió a Jerusalén y, en calidad de fariseo, comenzó a intervenir en la vida pública.
Relata un viaje a Roma, cuando tenía 26 años, para obtener la liberación de unos sacerdotes judíos amigos suyo que habían sido aprisionados, lo que consiguió gracias a la mediación de Popea, la esposa de Nerón, que le prestó su apoyo.
A su vuelta encontró Israel levantado en armas contra Roma. Primeramente, intervino procurando la negociación con el objetivo de evitar el enfrentamiento bélico, pues consideraba que sus compatriotas sublevados “no sólo eran inferiores a los romanos en experiencia bélica, sino también en buena fortuna”. El relato se extiende en describir la descoordinación, cuando no enfrentamiento fratricida, existente entre las facciones judías que luchaban contra Roma al tiempo que subraya la actitud del autor para integrarlas, en particular en Galilea a donde había sido destinado por el Sanedrín para dirigir la resistencia contra las legiones romanas. Su postura dialogante y el infundio de que pretendía entregar Galilea a los romanos, provocó un complot de sus mismos compatriotas para asesinarlo en la ciudad de Tariquea.
Posteriormente tomó las armas contra Roma hasta que fue derrotado en Jotapa y conducido a prisión donde fue tratado “con toda clase de atenciones, pues Vespasiano me mostraba su estima de muchas maneras”. De esta forma se incorporó al bando romano, lo que le permitió asistir acompañando a Tito a la toma de Jerusalén (73 d. C.)10. En lo sucesivo recibió la protección de la dinastía Flavia, sin que por ello tuviera que renunciar a su ascendencia y cultura judía.
Se trasladó a Roma donde recibió toda clase de atenciones de Vespasiano: le concedió la ciudadanía romana, le dio una pensión, le cedió una casa suya y le hizo dueño de “una importante propiedad en Judea”. Con la llegada al poder de Domiciano, el último de los emperadores de la Dinastía Flavia, termina la Autobiografía, aunque parece que el final es provisional ya que el autor escribe: «Por el momento, pongo fin en este punto a mi relato». Debió de fallecer cuatro años más tarde.
Flavio Josefo moriría cerca del año 100 d.c. a la edad de 63. Uno de sus logros más importantes fue unir en él mismo las tradiciones del judaísmo y del helenismo. Al hacerlo, logró crear un vínculo entre la Roma secular y la fe bíblica. Su obra también nos ayuda a conocer de primera mano la diversidad de las diferentes sectas judías del tiempo de Jesús. En sus obras se incluyen detalles sobre la forma en la que estos grupos funcionaban y sus particularidades. Esto es importante ya que sus registros literarios confirman el testimonio de los Evangelios.
Fuentes: