Dirigida por el realizador franco-israelí Ivan Attal (quien hizo también Mi mujer es una actriz y Jugando con fuego) y estrenada en 2021, Las cosas humanas (Les choses humaines) cuenta la historia de la familia Farel, un ex matrimonio con influencias, separado en buenos términos, padres orgullosos de un hijo brillante en su vida académica, Alexander (Ben Attal) que estudia en la universidad de Stanford, Estados Unidos. Mientras Claire (Charlotte Gainsbourg) es una escritora comprometida con el feminismo, su ex (Pierre Arditi) anima un programa de la tele con gran audiencia.
Una noche de visita en París, Alexander cena con Claire, quien le sugiere que lleve a una fiesta a Mila, la joven y tímida hija (Suzanne Jouannet) de su actual pareja (Mathieu Kassovitz,). Al día siguiente, la chica denuncia al muchacho por violación en una comisaría.
La narración audiovisual se ubica entre el thriller y el drama familiar, explorando los efectos despiadados de la maquinaria judicial, en un filme donde los intérpretes lucen sus capacidades interpretativas. En tiempos en los que todo parece ser blanco o negro, lo interesante de Las cosas humanas es que deja en una zona gris algunos detalles de los sucesos por los que se presenta el litigio ante el tribunal, muestra los distintos puntos de vista de los protagonistas y deja que sea el púbico quien, convertido en testigo y juez, considere si en el acto sexual que está en el centro de la trama ha existido, o no, consentimiento.
Con sutileza y minuciosidad, Attal radiografía los mundos disímiles de ambos jóvenes, examina la intimidad de sus vidas, despliega sus publicaciones en las redes sociales e inquiere la relación entre la lectura que ha hecho Alexander del antropólogo George Bataille (autor del ensayo El erotismo y de la ficción La historia del ojo) y el supuesto delito.
“Aquí́ no hay una verdad sino dos percepciones del mismo hecho”, sostiene el abogado defensor durante una de las feroces audiencias de un juicio complejo que pone al espectador frente a un profundo dilema ético, del que será imposible abstenerse. La película toma como punto de partida la novela homónima de Jarine Tuil, ganadora del premio Goncourt, y abre todas las posibilidades previas antes de la sentencia final.
Mucho más atrás en el tiempo, Las espías de Churchill (A Call to Spy) es el debut en la dirección de la productora estadounidense Lydia Dean Pilcher. La película cuenta las peripecias de Vera Atkins (Stana Katic) una reclutadora de espías real, y de dos mujeres civiles que fueron incorporadas a un grupo secreto antinazi, durante el mandato de Churchill en Gran Bretaña. Se trata de Virginia Hall (Sarah Megan Thomas), que padeció una discapacidad por una amputación en su pierna izquierda luego de un accidente en una cacería y de la pacifista Noor Inayat Khan (Radhika Apte), una hábil operadora de radio. Estas mujeres civiles formaron una cofradía mientras se involucraban en peligrosas misiones para darle un giro a la dirección de la guerra.
Sarah Megan Thomas es, además de intérprete, la autora del guion inspirado en hechos reales. Para escribirlo, investigó entre los descendientes de las agentes infiltradas las funciones que cumplía el Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE), una organización secreta británica de agentes femeninas que ayudó a la resistencia francesa en su lucha contra el Eje. Esas mujeres fueron ubicadas en Francia, el país que aprovechó Hitler como bandera en su intento de conquistar el resto de Europa. Klaus Barbie, el carnicero de Lyon, dio la orden de que Hall fuera «encontrada y destruida». Además de contar la historia de estas heroínas, el guion destaca el antisemitismo agazapado de los propios británicos.