Respuesta a la diputada nacional del PRO Sabrina Ajmechet

No usarás al judaísmo para adorar falsos dioses

Por favor, no le intenten cargar al judaísmo responsabilidad alguna en la actual aventura rentística del gran empresariado en nuestro país. Ni pretendan usar al judaísmo como marco conceptual para justificar el autoritarismo, la intolerancia y la degradación social.
Por Ricardo Aronskind

La diputada nacional del PRO Sabrina Ajmechet publicó el 15 de diciembre de 2024, en la revista Seúl, un artículo titulado, en estilo mileísta, “Abraham la veía”. En la breve introducción que anticipa el contenido se lee: “El sacrificio, el respeto a la propiedad y otros conceptos del Antiguo Testamento pueden ser vistos como precursores del capitalismo. Y claves de la fascinación de Milei por la filosofía judía”.

Los tópicos que intenta abarcar la diputada ameritan importantes debates. Sin embargo, no buscamos adentrarnos en una minuciosa polémica interpretativa de cada párrafo citado, sino abordar las líneas centrales de lo que se intenta sostener en el artículo.

Judaísmo y capitalismo

El judaísmo, definitivamente, no es el origen del capitalismo.

Es, en tanto religión, un cuerpo de textos muy antiguo. La Torá (el Antiguo Testamento), comenzó a ser escrita aproximadamente hace 2.800 años, y su redacción duró cerca de 600 años hasta su conclusión. Es decir que el texto central del judaísmo fue escrito en un período de la evolución humana en el que no se podía concebir nada que tuviera relación con el sistema capitalista actual. Este sistema fue conformándose progresivamente, según los investigadores e historiadores serios, en los últimos 500 años.

La Torá, y luego el Talmud -casi enteramente escrito entre la antigüedad y la edad media-, reflejan las visiones de ese mundo y esa época. Los temas abarcados son múltiples y diversos, y por supuesto varios tienen valor imperecedero, porque aluden a la experiencia humana. De allí a inventar que en el judaísmo están las semillas del capitalismo hay un paso enorme, tan grande que se parece más a un argumento retorcido para servir a otros fines subalternos.

En cambio, Max Weber, el gran sociólogo y economista alemán, escribió La ética protestante y el espíritu del capitalismo, libro en el que se muestra la forma en que el cisma protestante, y sus puntos de quiebre morales y teológicos con el catolicismo medieval, favorecieron el vuelco histórico que se dio en el norte de Europa hacia el modo de producción y acumulación capitalista.

Otros grandes autores, como Immanuel Wallerstein (El Moderno Sistema Mundial y El capitalismo histórico), Giovanni Arrighi (Caos y orden en el sistema-mundo moderno) o Fernand Braudel (A History of Civilizations, Civilisation matérielle, économie et capitalisme, XV-XVIII) han establecido un panorama fundamental del surgimiento del capitalismo histórico, nacido al interior del mundo cristiano europeo. La aparición de esa nueva formación civilizatoria fue determinada por la conjunción de elementos políticos, económicos, demográficos, tecnológicos, culturales e ideológicos que son irreductibles a un único factor.

El judaísmo, como religión, tuvo un escaso papel en ese desarrollo. Al contrario, parte del despliegue de la modernidad capitalista fue acompañado por la persecución y expulsión de judíos de diversos países de la Europa que se volcaban hacia la nueva organización burguesa de la sociedad, en consonancia con el ascenso de las nuevas capas burguesas locales.

En el mundo medieval -precisamente por las restricciones establecidas para la presencia de los judíos en vastas áreas de la economía y la educación-, ellos jugaron papeles económicos delimitados según las necesidades de los amos de la sociedad, los reyes, los señores–terratenientes y el clero.

Las masas judías, como el resto de los pueblos, tuvieron  que enfrentar el dilema al que los sometió la modernidad naciente: aferrarse a los viejos textos, costumbres y prácticas ancestrales, o incorporarse a un nuevo mundo de conocimientos y descubrimientos en el cual el “Hombre” desplazaba del centro del pensamiento de la sociedad a “Dios”.

Precisamente una secta que proviene de las corrientes judías más retrógradas, que rechazaron en su momento a la modernidad, a la Ilustración y a la razón, y que se aferraron a una interpretación arcaica de los textos bíblicos, es la que viene influyendo intelectualmente en el pensamiento de Milei y suministrándole una interpretación primitiva y oscurantista del judaísmo y del mundo.

La Torá no es capitalista, ni libertaria

El sacrificio, en la Torá, no está planteado en términos de fantasías de acumulación capitalista, como trata de deducir caprichosamente Ajmechet. Ni está planteado en función de proveer subterfugios espirituales para un modelo de expoliación de las grandes mayorías, como el que actualmente se ejecuta en Argentina.

El sacrificio, por ejemplo cuando Dios le ordena a Abraham matar a su hijo tan deseado y esperado Itzjak, es simplemente una exigencia y puesta a prueba de la obediencia absoluta que reclama a sus seguidores. El éxodo de Abraham de su tierra de origen, no es por emprendedorismo. Se trata de otra cosa: la obediencia a los planes de Dios, no un proyecto de acumulación de capital, tierras y ovejas. Debe señalarse, con rigurosidad, que la partida de Abraham de Ur es un relato mítico que construye e instituye un pueblo, como tantos otros relatos de otros pueblos, formados con porciones de mitos y de realidades, en función de resaltar y reivindicar su especificidad histórica.

En cuanto a la idea de “arriesgar” -otro de los latiguillos para consumo de las masas en búsqueda de ilusiones-, para quien cree en Dios y cree seguir los planes de Dios, no hay riesgo. La religión judía, en su versión más “ortodoxa”, enseña a abandonarse a los designios y mandamientos de Dios, que no pueden ser sino buenos. Por lo tanto, el judaísmo no puede ser invocado para fundamentar ficciones actuales diseñadas para manipular intelectualmente, como una variedad de coaching emprendedorista, en el contexto de un capitalismo corporativo archi-concentrado que no les reserva ningún paraíso de llegada a las masas.

La Torá -como casi todo el pensamiento antiguo y medieval- no habla de economía como la entendemos hoy. La economía política como disciplina -cristalizada en diversas doctrinas antagónicas-, surgió precisamente en y con el capitalismo.

Pero en todo caso, en la Torá se encuentran algunos elementos que son incompatibles con la  filosofía social presidencial que busca reivindicar Ajmechet. Las enseñanzas vinculadas con el trato al prójimo, a los débiles, a los migrantes, o a las viudas no dejan lugar a dudas: hay una parte de la riqueza que debe ser destinada a los más necesitados, y es un mérito moral de primer orden ocuparse de mitigar la situación de los débiles.

La autora realiza interpretaciones muy poco pertinentes de ciertos pasajes bíblicos, como las del episodio de Caín y Abel o en ocasión de las recomendaciones de José al Faraón. Transformar a Caín y Abel en inversores/especuladores modernos, “exitosos” o “fracasados”, es un dislate que hace preferible cualquier lectura tradicional sobre el episodio bíblico que el revisionismo promercado.

En el caso de José, y su visión de que se avecinaban 7 años de vacas flacas en el reino de Egipto, lo único que podría interpretarse es exactamente lo contrario de lo que propugna el libertarianismo: José, con inteligencia y prudencia, le propone al Faraón planificar y administrar los recursos desde el Estado, para evitar que la penuria se transforme en una catástrofe colectiva.

No hay en el actual esquema de crueldad social que se aplica en Argentina una pizca de sacrificio útil de los más débiles, ni de “pacto con el futuro” que sólo será de bienestar para las grandes corporaciones.

No usarás al judaísmo para el engaño

Intentar usar el legado del judaísmo para congraciarse con los rudimentarios conocimientos presidenciales del tema, o para maquillar con supuesta “sabiduría ancestral” una práctica de crudo salvajismo capitalista, nos parecen intentos lamentables e irrespetuosos.

El actual experimento económico y social en Argentina, que busca conscientemente la concentración de la economía, y la redistribución de los recursos de los pobres y de los sectores medios en su mayoría hacia una reducida elite social, no guarda relación alguna con las fuentes judías.  Es que el judaísmo no requiere ni necesita ser interpretado como una filosofía socialmente “progresista”. Simplemente no dice lo que Ajmechet le quiere hacer decir, a favor de las perversas políticas públicas oficiales.

No hay en Milei ninguna recuperación de ningún fundamento ético del capitalismo. El capitalismo es, básicamente, acumulación de capital, en la forma que sea: antes era produciendo, ahora es sobre todo, desposeyendo. En la periferia sudamericana en la actual etapa del capitalismo global, el horizonte es de subdesarrollo y de creciente disparidad social. La “ética” se la tratan de encontrar, con evidente dificultad, los socios y empleados intelectuales de los más poderosos, únicos beneficiarios del proceso en curso.

Por favor, no le intenten cargar al judaísmo responsabilidad alguna en la actual aventura rentística del gran empresariado en nuestro país. Ni pretendan usar al judaísmo como marco conceptual para justificar el autoritarismo, la intolerancia y la degradación social.

Si hay algo cierto que podemos decir en nombre del judaísmo, es que no se deben adorar ídolos, ni becerros de oro, ni a sus promotores sobre la tierra.