Una ola de inmensa alegría conmovió a los israelíes que vieron llegar, el domingo 19, a las rehenes Romi, Emily y Doron, hecho que posibilitó la tregua, y, en la segunda fase del acuerdo, el retorno el sábado 25 de Liri, Karina, Naama y Daniella, jóvenes soldadas observadoras, secuestradas en la base de vigilancia militar
Por primera vez desde que empezó la guerra, los israelíes consiguen ver otro retorno no menos anhelado: la confianza, perdida después de quince meses, de que la guerra se acabe. Así se iniciaron la primera y la segunda de las tres fases del frágil pacto que pone en pausa, durante al menos seis semanas, la guerra en Gaza, que ha dejado más de 47.000 muertos y miles de heridos en la Franja, así como más de 1.260 soldados de Tzahal muertos y más de 6.000 heridos, además de 900 civiles asesinados
Sin embargo, por su fragilidad e incertidumbre, la tregua está perturbando a la mayoría de los israelíes.
Nadie duda de que la tregua ha sido impuesta a Netanyahu por Trump, y de que el propio Bibi saboteó el acuerdo después de que Estados Unidos y Hamas lo aceptaran hace ocho meses, tal como Ronen Bergman lo denunció en Ynet. Sin duda, el primer ministro es el principal interesado en romper una tregua impuesta, no solo para cumplir su compromiso con los fascistas kahanistas Ben Gvir y Smotrich de reanudar la guerra en cuarenta días. Básicamente Netanyahu se propondrá romperla porque sabe que ninguna de las ilusorias metas de «victoria total» que se propuso a lo largo de la guerra ha sido lograda aún. Lejos de estar aniquilado, Hamas está logrando transfigurarse en guerrilla que sobrevive a la mayoría de los batallones de sus milicias destruidas por Tzahal, y se perfila como una fuerza política guerrillera insurgente que resiste a su guerra de tierra arrasada desde el 8/10.
Netanyahu no podrá aceptar tal colosal fracaso militar y político. Por eso, numerosos israelíes reconfortados con la tregua temen, sin embargo, que su ceguera estratégica lo conduzca al desastre de romperla, sacrificando a los rehenes. Además de la perversión que implica que ese sacrificio no le importe, esta tregua revela otra, una doble perversión política y nacional de la coalición ultraderechista, que no acepta la impopularidad de la guerra. En efecto, antes de empezar la tregua, todas las encuestas recientes mostraban que entre el 60 y el 70 por ciento de la población israelí, o incluso más, apoya el fin de la guerra.
El pesimismo del periodista Tzvi Barel es total: “Si el intento de acuerdo de alto el fuego y la devolución de los rehenes son sólo el comienzo de un proceso largo y agonizante que está a un paso de la destrucción, será la destrucción de la esperanza. Más que depender de los términos del acuerdo de tregua y de las garantías dadas por los países mediadores y de las amenazas del presidente Trump, creo que la implementación del acuerdo depende, en un grado aterrador, de las intenciones y caprichos del gobierno israelí y de Hamas” (Tzvi Barel, Haaretz 22/1/25).
Todos saben que Tzahal no logró aniquilar a Hamas, que se repliega del corredor Filadelfia en la frontera de Gaza-Egipto, al igual que del corredor Netzarim, y que fractura la Franja por la mitad; todos se muestran impávidos ante la liberación de centenares de prisioneros palestinos “con sangre en las manos” y ante el regreso de un millón de desplazados gazatíes a sus viviendas destruidas al norte de Gaza.
La liberación de rehenes y no uno, sino varios Israel
La guerra, que apenas ha conseguido en quince meses una frágil tregua impuesta, está mostrando profundas grietas en la supuesta cohesión social de la democracia israelí, acechada por el designio de quienes procuran implantar una dictadura parlamentaria belicista.

Los peligrosos enfrentamientos de mucha gente acerca del precio que exige el canje de los secuestrados -liberar 1.700 prisioneros palestinos de las cárceles de Israel- no expresan meros desacuerdos ideológicos: desde que comenzó la tregua se agudizó el antagonismo que fractura a la ciudadanía hebrea, no en uno, sino en varios Israel. Básicamente dos Israel se han polarizado hasta volverse irreconocibles uno al otro: un Estado belicista, autoritario y mesiánico al que no le importa que caigan muchas más víctimas propias y que continúa deshumanizando a todos los gazatíes como enemigos, sin saber bien cuáles son los objetivos políticos de continuar la guerra, por un lado. Por otro, la parte de la sociedad civil israelí que exige de los ciudadanos una integridad cívica y ética propia de un Estado judío que respeta, dentro y fuera de sus fronteras, los derechos humanos sin tomar en cuenta la religión, la etnicidad o la nacionalidad.
El primer Israel está representado por el emblemático 62 por ciento de sus ciudadanos, que están de acuerdo con la declaración “No hay inocentes en Gaza”, según una encuesta reciente del aChord Center; en contraposición, al segundo Israel lo conforman aquellos que son leales a la ética judía exigible para merecer ser ciudadanos cabales de un Estado judío.
Al respecto, es significativa la reciente conversación entre Daniel Hartman y el Dr. Tomer Pérsico en el Instituto Hartman en torno al regreso de los secuestrados. Ambos dilucidaron los límites de las consignas populistas: “Juntos”; “Juntos venceremos”; “Todos los israelíes estamos unidos frente al enemigo común”. Hartman preguntó si la inmensa alegría popular por la liberación de las rehenes es prueba incontrastable de que las gentes en Israel en verdad están juntas y unidas: “Pero, ¿estamos realmente en un momento de unidad o es un momento diferente? ¿Y cómo cambia el acuerdo de canje y tregua a la narrativa de la sociedad israelí?”, preguntó también Hartman.
Pérsico criticó una narrativa prominente que se viene escuchando sobre los secuestrados desde el comienzo de la guerra: “El deseo de que regresen es reclamado desde una posición superficial del liberalismo occidental, preocupado solo por los derechos del individuo, mientras que aquellos que reclaman su regreso en nombre de la tradición y la historia judías invocan la preocupación colectiva por la nación, adoptando una posición madura”. Además, Pérsico preguntó si la narrativa prevaleciente habría sido sacudida esta semana, porque “¿no son los momentos de alegría de la gente durante la semana algo que va más allá de la libertad individual? Aquellos que querían devolver a sus hogares a hombres y mujeres secuestrados entendieron que el pueblo -y no solo los individuos- no estaría entero si no lográramos regocijarnos juntos y demostrar juntos una garantía mutua”.
Pero Hartman puso en duda que los estallidos de alegría compartida que provoca el regreso de las primeras tres rehenes constituyan el inicio de la curación colectiva de las profundas grietas que perforan a la sociedad israelí: “No creo que estemos al borde de una cura”, dijo. “Creo que estamos al borde de un conflicto social entre sectores del pueblo, porque somos una sociedad que no puede hablar de lo que hace, de por qué lo hace y, lo que es más importante, de lo que hará a continuación. El regreso de los secuestrados es un punto de inflexión. Pero no tenemos una cultura de reflexión crítica que duda, carecemos de una cultura de profunda deliberación. Por eso temo que estemos al borde de una explosión”.
Finalmente, ambos, Hartman y Pérsico coincidieron en que otra narrativa sobre la actual situación de los rehenes podría desafiar a los límites del poder: “La gente olvida que el poder también tiene límites. Todo el mundo sabe que no hay dinero infinito, no hay buena voluntad infinita, no hay confianza infinita en lo que se tiene. Se supone que el poder existe. Sin límites, puedes disparar, aplastar y conquistar hasta el infinito. Pero la verdad es que eso no es cierto. Y el caso del canje de los secuestrados demuestra aquí que si usamos la fuerza, ellos morirán”. (“Ellos regresan, pero nosotros ¿adónde nos dirigimos?”, -en hebreo-, Instituto Hartman).
Realmente da para pensar el hecho de que, a partir de otra narrativa sobre la liberación de los rehenes, pudiésemos empezar a reflexionar sobre el nacimiento de otro Israel completamente diferente al Estado actual, que se niega terminar la guerra, a convocar una comisión investigadora nacional y a liberar a todos los cautivos en Gaza.
Los horrores de la guerra y los estertores del parto de otro Estado judío
La tregua empieza a mostrar horrores de la guerra cuyos rostros humanos antes no se veían más que en fotos de las pancartas de familiares de secuestrados. Solamente las víctimas israelíes tenían rostros en los cruentos días de combate. En cambio, las caras de las víctimas en Gaza eran eliminadas de los noticieros, que solo mostraban poblaciones desoladas, escombros de edificios y ciudades en ruinas. No sorprende que quienes se opusieron en Israel al acuerdo de canje por exigir alto el fuego guarden un rencoroso silencio y tramen un desquite que impida el segundo acuerdo. Pero muchos israelíes que otrora eran indolentes y no salían a la calle, ahora, alborozados por el regreso de las primeras tres jóvenes rehenes, comiencen a preguntarse, dolidos, por qué no exigieron al gobierno hacer ese canje ya en mayo del año pasado.
Además, esta precaria tregua ya está mostrando lo abyecto de quienes, en Israel, se negaban a denunciar crímenes de guerra que perpetraba Tzahal en Gaza. Porque si antes los noticieros israelíes ocultaban los rostros de civiles abatidos, ahora, en crónicas de Haaretz, aparecen restos calcinados de seres queridos a quienes, luego de haber sido retirados bajo los escombros, sus familiares no logran identificar: escenas de desesperados gazatíes desenterrando desechos humanos entre las ruinas de lo que una vez fueron las casas de víctimas inocentes, eufemísticamente llamados por Tzahal “efectos colaterales”.

La interrupción de los bombardeos permite, en esta tregua, redactar crónicas periodísticas de sobrevivientes que buscan entre los escombros los cuerpos de sus seres queridos sepultados bajo las ruinas. Un médico gazatí que logró huir a Europa, pero sigue en contacto con colegas de la Franja, relató a una periodista de Haaretz la desesperación de familias que no consiguen reconocer a sus seres queridos desenterrados: “Mohammad perdió a miembros de su familia y sus cuerpos yacen bajo las ruinas donde vivían. Envió un video en el que se ve a sus hermanos intentando escarbar con las manos entre los escombros y sacar un cuerpo. El resto de la familia se está reuniendo para identificarlo. Es una situación terrible, pero, al menos, consuela que lo hayan encontrado. Podrán celebrar la ceremonia del entierro de forma honrosa. Tengo un amigo que no encontró el cuerpo de su hermano: sólo aparecieron sus zapatos. ´El calzado es todo lo que nos queda de él´, exclamó Mohammad a la periodista Sheren Falah Saab” (“Entre ruinas de casas y restos humanos”, Haaretz, 23/1/25).
Posdata
La tregua nos está revelando la inhumanidad de la guerra en ambos lados: felizmente los rostros de nuestros rehenes ven ahora la luz de la libertad, al cabo de quince meses bajo los túneles de Hamas, y los israelíes comprueban cómo el gobierno perverso de Netanyahu pudo haberles acortado el sufrimiento si hubiera aceptado acordar la primera fase del canje muchísimos meses antes.
Pero también la tregua empieza echar luz sobre el alumbramiento de una sociedad israelí con ciudadanos de un embrionario nuevo Estado judío diferente del actual, a cuyo gobierno no le importa sacrificar a los rehenes para no canjearlos por prisioneros palestinos encarcelados. Son ciudadanos israelíes orgullosos de ser leales a un judaísmo estatal capaz de honrar la tradición humanista milenaria de libertad y justicia de nuestro pueblo, muy diferente de los otros judaísmos (¡porque no existe un solo judaísmo!) que se niegan a convivir conforme el derecho humanitario internacional.
Desgraciadamente, la tregua parece estar revelando siniestramente que los únicos sobrevivientes de los desechos irreconocibles de gazatíes desenterrados son algunas de sus prendas personales.
Imposible no acordarme del poema de Avraham Sutzkever cuando leí el doloroso testimonio de Mohammad. Después de la Shoah, el gran poeta escribió en idish Un vagón lleno de zapatos («A vogn shikh»):
No debo preguntar de quién son
¡Mi corazón ha dejado de latir!
Digan la verdad, ¡oh, zapatos!
¿Dónde desaparecieron los pies?
Sutzkever no sabía dónde desaparecieron aquellos pies, pero a pesar de que las circunstancias son totalmente diferentes, la actual tregua nos revela con deshumanizada precisión dónde y por qué desaparecieron los pies del hermano de Mohammad.