La filosofa Ágnes Heller y el judaísmo

Filósofa judía por dos razones importantes: la primera, porque su obra no se explica sin el trauma colectivo y personal del Holocausto; es decir, por su condición de judía. La segunda porque -aunque sus obras importantes están privadas de ese carácter- en el último recodo de su vida el judaísmo deviene tema de su reflexión.
Por Luis Morgenstern Korenblit

Agnes Heller (Budapest, 12 de mayo de 1929-Balatonalmádi, 19 de julio de 2019) fue una filósofa, socióloga, profesora y autora húngara. Una prominente pensadora marxista que más tarde se plegó a una posición socialdemócrata. Además del pensamiento político y social, también se centra en la filosofía hegeliana, la ética, y el existencialismo. El desarrollo de su pensamiento evidencia una atención cuidadosa a los acontecimientos de las últimas décadas y a la vez revela un dinamismo constante de maduración.

Creció en el seno de una familia judía de clase media. Su padre, Pál Heller, aunque nunca permaneció durante mucho tiempo en un solo trabajo, durante la Segunda Guerra Mundial empleó sus habilidades legales y su conocimiento del alemán para ayudar a la gente a reunir la documentación necesaria para emigrar de la Europa nazi. En 1944 el jefe de familia de los Heller estuvo entre los 450.000 húngaros judíos que fueron deportados al campo de concentración de Auschwitz, donde murió antes de que terminara la guerra. Ágnes Heller y su madre lograron evitar la deportación por una suerte de azar y sentido práctico.

Sobre la influencia del Holocausto en su trabajo, Heller declaró en su entrevista con Csaba Polony, editora de la publicación Left Curve: “Mi padre fue asesinado y también muchos de mis amigos de la infancia. Así que esta experiencia ejerció una influencia inmensa sobre toda mi vida, particularmente sobre mi trabajo. Siempre estaba interesada en la pregunta: ¿Cómo fue posible que pasara esto? ¿Cómo puedo entenderlo? Y esta experiencia del Holocausto estuvo acompañada de otra, la de vivir en un régimen totalitario. Esto despertó preguntas muy similares en mis inquietudes personales y en la investigación mundial: ¿Cómo puede pasar esto? ¿Cómo puede la gente hacer cosas como éstas? Así que tuve que averiguar qué moralidad hay en todo esto, ¿cuál es la naturaleza del bien y el mal, ¿qué puedo hacer respecto al crimen?, ¿qué puedo saber sobre las fuentes de la moralidad y del mal? Esta fue la primera pregunta. La otra fue una pregunta de corte social: ¿Qué tipo de mundo puede producir esto? ¿Qué tipo de mundo permite que estas cosas pasen? ¿Qué es la modernidad? ¿Podemos esperar redención?”

La filósofa, que se salvó de ser deportada a los campos de exterminio nazis a finales de la Segunda Guerra Mundial mientras varios de sus familiares fueron asesinados por el régimen nacionalsocialista, era experta en ética, historia, estética, así como en filosofía cultural e histórica.

Inconformista y crítica, discípula de Lukács, referente de la nueva izquierda, Ágnes Heller fue una pensadora desafiante, singular y profundamente relevante para nuestro tiempo.

En 1947 Heller comenzó a estudiar física y química en la Universidad de Budapest, pero ese mismo año cambió las ciencias naturales por la filosofía a raíz de que escuchó, a insistencias de su novio, las clases del filósofo marxista György Lukács sobre las intersecciones de la filosofía y la cultura. En aquel momento Heller no entendía la terminología filosófica, pero de inmediato se sintió fascinada por la coincidencia entre los temas de la clase y sus propias preocupaciones e intereses sobre cómo vivir en el mundo moderno, especialmente después de la experiencia de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto. Al enfrentarse con la decisión existencial entre marxismo y sionismo, Ágnes Heller eligió el marxismo y no trató de emigrar a Israel.

Después de la guerra se unió al movimiento sionista, pero tras conocer a quien iba a ser su primer marido, István Hermann, se alejó de ese movimiento y se integró en el Partido Comunista. Ese mismo año 1947 Heller se unió ese partido.

Tras varios años de dificultades por su pensamiento crítico hacia el régimen comunista de la Hungría de entonces, emigró en 1977 a Australia primero, y en 1986 a Estados Unidos, donde sucedió a la alemana Hannah Arendt como profesora de filosofía en la New School for Social Research de Nueva York.

Después de la caída del Telón de Acero en 1990 regresó a Hungría, donde comenzó a enseñar en la universidad de Szeged, en el sur del país, más tarde en la de Budapest.

Desarrolló una amplia obra centrada en la ética, la historia del pensamiento y la intervención política. Bajo el magisterio de Lukács, se comprometió con el proyecto por él auspiciado de un “renacimiento” de la filosofía marxista en un sentido humanista. Este será el propósito de la Escuela de Budapest, un empeño colectivo recibido en Occidente como manifestación de la Nueva Izquierda al otro lado del Telón de Acero. La contribución de Heller a este programa de “renacimiento” del marxismo fue una antropología en la que el progreso humano quedaba garantizado por el desarrollo de unas “necesidades radicales” que, al no poder ser satisfechas en las condiciones alienadas del presente, empujaban a la humanidad hacia una sociedad mejor. Es esta filosofía la que hizo famosa a Ágnes Heller y la que le dio una audiencia internacional.

Sin embargo, este proyecto fue finalmente abandonado, lo que la llevó a emprender diversos caminos en filosofía moral y de la historia, para acabar renunciando al universalismo y abrazando una filosofía fragmentaria: su evolución fue, por tanto, del universalismo moderno al particularismo posmoderno.

Aparentemente, si aceptamos la cita que preside este texto, Ágnes Heller no sería, según ella misma, una filósofa judía, pues no toma la religión hebrea como fundamento de su reflexión. Sin embargo, en este texto mostraré que, aunque el judaísmo no forma parte de su obra, salvo en los últimos años, ya en el siglo XXI, Ágnes Heller es una filósofa judía por dos razones importantes.

La primera, porque su obra no se explica sin el trauma colectivo y personal del Holocausto, es decir, por su condición de judía; la segunda porque, aunque sus obras importantes están privadas de ese carácter que según ella misma permite calificar de judía una filosofía, en el último recodo de su vida ese judaísmo deviene tema de su reflexión.

La evolución del pensamiento de Ágnes Heller

En sus inicios como pensadora, junto a su teoría de las necesidades, Heller desarrolló también una sociología de la vida cotidiana y de su revolución que, de nuevo, encajaban con el universo de preocupaciones y temas de la Nueva Izquierda. Si la teoría de las necesidades hacía de todos nosotros sujetos del cambio social en un sentido progresista, la revolución de la vida cotidiana apuntaba a las nuevas causas de emancipación que cambiarían nuestra vida y que teníamos a nuestro alcance. La Nueva Izquierda había nacido en Occidente en 1960 y declaraba enfáticamente su alejamiento del experimento soviético, que se tachaba de fracasado; la muerte o desaparición del sujeto revolucionario clásico, la clase obrera; y la aparición de un sujeto revolucionario nuevo y plural que se identificaba con todas aquellas luchas emancipatorias surgidas en las sociedades capitalistas avanzadas y que buscaban su trascendencia. Este nuevo sujeto revolucionario plural estaba compuesto, entre otros, por el movimiento de los derechos civiles, el movimiento de liberación de la mujer, la lucha de los negros por su reconocimiento, la campaña por la libertad sexual, el movimiento estudiantil y el incipiente movimiento ecologista.

Desde la distancia, Heller quedó fascinada por lo que ocurría en los campus de Estados Unidos y, sobre todo, por lo acontecido en el parisino mayo de 1968. Las proclamas de este último a favor de una revolución total de las formas de vida la sugestionaron y las conectó con sus propias esperanzas de cambio radical de la vida cotidiana.

Nueve años antes de su muerte, Ágnes Heller realizó una reflexión retrospectiva sobre su carrera que tituló A short history of my philosophy. En ella dividía su evolución intelectual en cuatro etapas fundamentales: 1. Los años de aprendizaje; 2. Los años del diálogo; 3. Los años de la construcción y la intervención; y 4. Los años del vagabundeo.

La primera etapa iría desde los años cincuenta hasta 1964, un tiempo dominado políticamente por el estalinismo en Hungría y en el que la ortodoxia leninista era imperativa en la vida académica. En ese tiempo, la camarada Heller realizó diversos trabajos ortodoxos de historia de la filosofía que poco después rechazaría por completo. Resulta irónico que entonces el marxismo-leninismo obligatorio quedaba reservado en su enseñanza a profesores selectos especializados y su docencia estaba vedada al resto. Esta exclusión fue para Heller una bendición, pues la obligó a formarse en la filosofía clásica, la materia que sí podía enseñar. Allí hizo un capital de lecturas y notas que le sería muy útil el resto de su vida. Los años del aprendizaje fueron los años de estudio de la filosofía clásica en un mundo intelectual dominado por la ortodoxia marxista.

En 1953 Imre Nagy fue nombrado primer ministro en Hungría y esto abrió una época de liberalización que acabaría culminando en la Revolución húngara de 1956, un intento valiente, y a la postre suicida, de democratización del comunismo. Para Ágnes Heller, la revolución fue el momento más importante de su vida y su fracaso la constatación, que más adelante se haría palmaria, de la imposibilidad de reforma del socialismo. El hecho es relevante porque, durante la revolución, su maestro Lukács fue ministro de cultura y acabó por ser deportado a Rumanía. También porque el proyecto por él amparado de renacimiento del marxismo tenía el fin práctico de una democratización de las sociedades comunistas, que acabó, tras repetidos intentos, por mostrarse imposible.

La segunda etapa de su periplo intelectual, “los años del diálogo”, la sitúa entre 1965 y 1980. Es este el tiempo en el que la obra de Ágnes Heller se identifica, como he referido antes, con la Nueva Izquierda y donde su trabajo alcanza una audiencia internacional. Paradójicamente es el tiempo en el que la represión política arrecia y donde, tras la revolución, se ve privada de trabajo y obligada a subsistir en condiciones muy difíciles. Pero, a pesar de todo, tuvo suerte y se abrió para ella una ventana de oportunidad hacia el mundo. Aunque hasta entonces únicamente había publicado en húngaro, una lengua difícil y desde luego no internacional, el azar de la historia acabó por ayudarla.

Hungría, un país aislado por su lengua, estaba, paradójicamente, unido por ella a los Estados que la rodean. Por el Tratado de Trianon, de 4 de junio de 1920, se desmembró el Reino de Hungría y se entregaron enormes territorios a sus vecinos, junto con importantes minorías magiares que así quedaron allende sus fronteras. Esto sirvió para que Ágnes Heller encontrara una audiencia más allá de Hungría. Trianon es la cuna del irredentismo húngaro, que todavía sigue siendo una herida en la identidad nacional, compartida por todos los húngaros, pero puntualmente se convirtió en feliz circunstancia porque sirvió para que la obra de Ágnes Heller atravesara fronteras.

Así, la apertura al mundo de la obra de Ágnes Heller comienza en un lugar insospechado y remoto, Voivodina, una región de importante población magiar en Serbia, entonces todavía Yugoslavia, donde un periodista llamado Abel Dési, que conoce de primera mano sus textos, escribe a sus amigos de la oposición en Croacia para recomendar que la inviten a la Escuela de Verano de Korčula, una isla idílica en el Adriático. Así lo hace Gajo Petrović, líder del Grupo Praxis y alma de estos encuentros, y de esta manera su obra empieza a ser conocida más allá de su patria.

Las jornadas de Korčula estaban dominadas por un izquierdismo antisoviético, aunque no anticomunista y en el contexto de la Yugoslavia de entonces significaban una cierta libertad. El propósito del Grupo Praxis era la democratización del socialismo desde una inspiración marxista humanista. Lo más crucial de estos encuentros es que reunían a intelectuales de los dos lados del Telón de Acero. Entre los participantes estaban filósofos que serán determinantes durante el resto de su vida porque a través de ellos alcanzará un reconocimiento muy amplio: Lucien Goldman, Jürgen Habermas, Irving Fetscher, Herbert Marcuse, Leszek Kołakowski, Ernst Bloch, Ernest Mandel y los croatas Gajo Petrović, Danilo Pejović y Danko Grlić. El órgano de expresión de este grupo era la revista Praxis, entonces publicada en la lengua oficial de Yugoslavia, el serbocroata. La revista se había fundado en 1964 y se publicó hasta 1975, año en que la represión política en Yugoslavia la hizo imposible. Después renació en Londres, en 1981, ahora en inglés y bajo la dirección primero de Richard J. Bernstein y Mihailo Marković, más tarde de Seyla Benhabib y Svetozar Stojanović, con el nombre de Praxis International: A philosophical journal, para finalmente convertirse en la revista Constellations, todavía activa. Heller fue invitada a publicar y a formar parte de su consejo de redacción. Allí se dio a conocer con muchos artículos y, a través de este grupo, se multiplicaron las traducciones de sus obras al alemán, francés e italiano.

Ella misma dominaba el alemán casi como una lengua materna porque su familia paterna era vienesa, su padre hablaba el húngaro con acento alemán, y la lengua alemana formaba parte de la comunicación habitual con la familia, pero gracias a las traducciones al italiano y al francés, que preludiaron la traducción al inglés, su obra alcanzó una audiencia universal. Antes de la traducción a esta última lengua, su prestigio venía ya avalado por una enorme popularidad internacional, sobre todo en Italia. Es esta fama la que hace que también a finales de los años setenta se traduzca su obra en España. En este contexto se publica su Teoría de las necesidades en Marx, por primera vez en alemán en 1974 y en las distintas lenguas europeas los años siguientes.

Heller denomina esta etapa “los años del diálogo” porque es en contacto con la Nueva Izquierda y sus pensadores como desarrolla su obra: “era considerada como miembro de la Nueva Izquierda y, en efecto, era uno de ellos”. En agosto de 1968 fue su primera visita a Korčula y en ella suscribió una declaración de solidaridad, publicada en Le Monde, con la Primavera de Praga liderada por Alexander Dubček: este posicionamiento hará que el éxito internacional que entonces empezaba a conocer fuera acompañado de problemas de persecución política constantes en Hungría, que no dejarán de agravarse, en particular a partir de 1973, lo que hará a la postre inevitable el exilio. Resulta interesante observar que su libro sobre las necesidades, su libro militante en la Nueva Izquierda, sigue siendo la más leída de sus obras y, hasta cierto punto, sigue muy vivo, como muestra la infinidad de ediciones pirata que pueden encontrarse en internet.

Su libro Sociología de la vida cotidiana, escrito entre 1966 y 1967 y publicado en 1970, es una obra que también participa del espíritu rebelde de la Nueva Izquierda, y tiene como tema la objetivación en las distintas esferas de la actividad cotidiana junto con la afirmación de posibilidad abierta para todos de una emancipación de lo rutinario. Para Heller, no sin cierta retórica, como luego confesó, estaba en marcha una “revolución de la vida cotidiana” que era superior a todo tipo de revolución política, no solo porque no implicaba violencia alguna, sino porque “las revoluciones políticas no cambian el comportamiento humano a largo plazo”. Heller anunciaba una revolución diferente y superior, en la que no se trataba de alcanzar el poder, sino de revolucionarse y transformarse uno a sí mismo. Como ella misma señaló, estas obras la convirtieron en una “estrella” de la Nueva Izquierda y, sin embargo, es en este tiempo de triunfo y estrellato cuando le llega el desencanto en relación con sus compañeros de diálogo.

Las razones de esta desilusión tienen que ver, en primer lugar, con la situación de represión y persecución política en Hungría y el clima general en los países comunistas de imposibilidad de reforma, algo ya completamente evidente en los primeros años setenta. Para Ágnes Heller resultaba ultrajante que la Nueva Izquierda, que había comenzado por rechazar el totalitarismo soviético junto con la alienación en las sociedades capitalistas avanzadas, a medida que radicalizaba su programa de crítica al capitalismo de la sociedad de consumo iba olvidándose de la crítica al comunismo. Para Heller era incongruente esta actitud del movimiento, cada vez más crítico con las democracias de Occidente.

Heller llegó a la Argentina para recibir un Doctorado Honoris Causa por parte de la Universidad Nacional de Tres de Febrero y para dictar una serie de conferencias sobre Derechos Humanos, Antisemitismo y el pensamiento de Lukács.

Falleció a los 90 años de edad, se ahogó en las aguas del lago Balaton, situado a unos cien kilómetros de Budapest, en una playa de la localidad de Balatinalmádi.

Fuentes:

https://letraslibres.com/revista/agnes-heller-y-el-judaismo

https://www.infobae.com/america/cultura-america/2019/07/19/murio-la-filosofa-hungara-agnes-heller-a-los-90-anos/