En la pantalla aparecen tres rehenes que parecen sombras humanas. Muselmänner, supervivientes moribundos del Holocausto, como han señalado muchos periodistas y usuarios de las redes sociales.
«Peor que la Shoah», llegaron a afirmar algunos de los principales medios de comunicación. En esta historia, el 7 de octubre se convierte en un eslabón más de una cadena de desastres. Una crónica de la muerte judía anunciada. Un trauma intergeneracional. Pero el uso de imágenes del Holocausto, por muy poderosas y accesibles que sean, tiene graves implicaciones para el discurso político y social en el Israel de 2025.
En este contexto, “en cada generación se levantan contra nosotros para destruirnos”, como cantamos en Pésaj. Pero esta vez, con el regreso de los rehenes vivos del infierno, no estamos en Egipto. Ni tampoco en el exilio. Y aun así, el símbolo que se ha convertido en el marco interpretativo de la persecución del pueblo judío, el Holocausto, que ocurrió en ese entonces y allí, se convirtió en el marco interpretativo más accesible para que comprendamos el regreso de los rehenes. El pasado y el presente son uno.
El Holocausto, cuya historia constituye la esencia de nuestra existencia y de nuestro desastre, se ha convertido en una explicación y justificación de la existencia de Israel. La persecución, que tuvo lugar y sigue teniendo lugar, adquiere mayor importancia y claridad cuando se la entrelaza con la historia milenaria de la tragedia judía.
Sin duda, se puede entender por qué. La memoria compartida nos brinda una manera de reconciliarnos como pueblo, de unirnos. Nos da límites claros de comunidad nacional y pinta una imagen común que todos entendemos del enemigo y de la víctima. La memoria que se construyó a través de la historia del Holocausto y el resurgimiento es lo que nos mantiene unidos. Es la fogata tribal.

En una época de gran polarización, la capacidad de reunirse en torno a ese fuego, ya sea a través de los noticieros, en Facebook o en Twitter, es muy importante. En ese proceso, se puede entender por qué las imágenes de los rehenes horriblemente demacrados, perdidos y heridos traen a la mente imágenes de sobrevivientes de los campos de concentración.
¿Cuál es entonces el problema de esta fogata? Es que el recuerdo del Holocausto puede distraer el debate político de los acontecimientos que se estaban viviendo. El 7 de octubre y la guerra que le siguió son acontecimientos de horror y dolor. La pérdida que los rodeó es inimaginable; uno se queda sin aliento ante la crueldad de Hamás.
En cuanto al recuerdo del Holocausto y de la Segunda Guerra Mundial, que tuvieron lugar en aquel momento, no debemos olvidar que no teníamos un Estado. No teníamos un ejército, un gobierno que debería haber aceptado su responsabilidad pero se niega a hacerlo. No teníamos ministros ni miembros de la Knesset, de nuestra propia sangre, que votaran en contra de la liberación de los rehenes. El estado de la liberación de los rehenes es parte integral de la actual hoguera tribal. Esta hoguera es un infierno, y las atrocidades están con nosotros todos los días.
Los acontecimientos del 7 de octubre ponen también de relieve las enormes divisiones que existen en el país. Hoy, somos una nación al borde del abismo. Nuestro enemigo, Hamás, como oímos a diario en las noticias, ha sido reforzado por el gobierno durante años. Algunos miembros de la Knesset y del gabinete, como leemos en los periódicos, se niegan a poner fin a este fracaso. ¿Es éste nuestro exilio? ¿Se ha perdido nuestro Estado?
Es evidente que cada vez hay más discursos que interpretan el regreso de los rehenes a través del recuerdo del Holocausto. Las imágenes difíciles del último año y medio no nos abandonan, pero tenemos un ejército y un Estado. Tenemos un gobierno que debe aceptar la responsabilidad por su negligencia en el cumplimiento de sus deberes. El discurso sobre el Holocausto aparentemente les permite seguir eludiendo responsabilidades. ¿Quién les exigirá cuentas si no nosotros?
* Profesora Titular en la Facultad de Comunicaciones de la Universidad Bar-Ilan.