Reflexiones en primera persona sobre el espíritu de estos tiempos

La estrategia del shock: cómo la extrema derecha ensancha los límites de lo aceptable

Hace poco, en un canal de análisis político de Brasil, escuché por primera vez sobre la teoría de la ventana de Overton. Es un concepto desarrollado por Joseph Overton en los años 90 que explica cómo las ideas pueden pasar de ser tabúes e impensables a aceptables para la sociedad y, con el tiempo, convertirse en parte del debate público, las políticas y la legislación. Hoy, la extrema derecha vuelve a habilitar concepciones que habían sido relegadas a los márgenes. Su estrategia es saturar el discurso público con declaraciones cada vez más extremas, hasta que lo intolerable se vuelve parte del paisaje.
Por Tatiana Tabak

Me acuerdo como si fuera hoy de la crisis de llanto incontrolable que tuve en octubre de 2018 al enterarme de que Brasil, mi país, había elegido a Bolsonaro como presidente. No podía creer que alguien que decía cosas como “El error de la dictadura fue torturar en lugar de matar”, “Yo jamás te violaría porque no lo mereces” o “Si el hijo empieza a volverse medio gay, le das una paliza y cambia su comportamiento”, pudiera ser elegido por la mayoría de la población. ¿Cómo era posible? ¿En qué mundo vivíamos, donde millones de personas consideraban esto aceptable? Sus palabras resonaban en mis oídos como un golpe. Perforaban mi cerebro. Sentía una indignación tan profunda que me daba náuseas, ganas de vomitar. Estaba en estado de shock.

En esa época ya vivía en Argentina y, al verme así, algunos amigos me decían: “¡Guau! Pero sos muy nacionalista, ¿no?”. Otros intentaban relativizarlo: “Es como Macri”. Yo insistía en que no, que esto era otra cosa. Pero, en el fondo, no lograba transmitir la verdadera gravedad de lo que acababa de pasar.

Hoy es 2025, sigo en Argentina y, bueno… acá estamos. De Milei ya escuchamos de todo: desde sus conversaciones con perros muertos hasta atrocidades irrepetibles. Sin embargo, al ver la movilización para la marcha del 1 de febrero, me di cuenta de algo preocupante. Esas personas estaban sintiendo lo que yo sentí en 2018, pero yo, aunque obviamente enojada por lo que dijo en Davos, ya no experimenté el mismo impacto. Sus palabras ya no me generan el mismo shock.

Hace poco, en un canal de análisis político de Brasil, escuché por primera vez sobre la teoría de la ventana de Overton. Es un concepto desarrollado por Joseph Overton en los años 90 que explica cómo las ideas pueden pasar de ser tabúes e impensables a aceptables para la sociedad y, con el tiempo, convertirse en parte del debate público, las políticas y la legislación. Este cambio puede ocurrir gradualmente o ser impulsado intencionalmente por actores políticos, medios de comunicación o movimientos sociales, como ocurrió con el matrimonio igualitario o el sufragio universal.

Pero esto también pasa con los discursos de la extrema derecha: vuelven a habilitar ideas ya relegadas a los márgenes. Su estrategia es saturar el discurso público con declaraciones cada vez más extremas, hasta que lo intolerable se vuelve parte del paisaje. De repente, es posible decir que “en sus versiones más extremas la ideología de género constituye lisa y llanamente abuso infantil” y que sea entendido como un tema debatible en la esfera pública. Es como lo que comentó Luis Novaresio en una entrevista a Radio Con Vos antes del 1F: “Me da mucha tristeza tener que estar discutiendo que el agua moja”. ¿Realmente tenemos que hacerlo? La verdad es que no sé.

Lo que siento que pasó conmigo es que, más que la existencia de un personaje como Bolsonaro, lo que me resultaba impensable era que más de 57 millones de brasileños lo eligieran presidente. Eso, en 2018, no tenía lugar dentro de mi ventana de Overton, dentro de lo que yo consideraba posible. Con Milei, creo que ese límite ya cambió de lugar y, con él, sus frases, que antes me habrían resultado impactantes, ahora tienen otro efecto. Siento que, desde la elección de Bolsonaro, mi reacción, como ciudadana progresista común, es intentar entender mínimamente el modus operandi de este tipo de gobernante para no volverme loca. Siento que cambiaron las reglas del juego sin que nos diéramos cuenta. Nuestra reacción ahora tiene otro rol político. Las acciones que tomábamos antes ya no encajan en esta realidad.

Nuestra atención siempre ha sido un commodity valioso desde que los medios de comunicación se volvieron económicamente viables gracias a la publicidad. Pero con los smartphones y las redes sociales, la disputa por nuestra atención ya no es solo entre algunos diarios o canales de televisión, sino entre prácticamente todos los contenidos producidos en el mundo hasta este momento. Hoy, captar grandes volúmenes de atención es un juego voraz.

Steve Bannon, estratega clave en la primera elección de Trump en 2016, lo explicó en una entrevista: «Todo lo que tenemos que hacer es inundar la zona. Si todos los días les lanzamos tres cosas, van a morder el anzuelo con al menos una, y así lograremos hacer todo lo que queremos.» Bannon hablaba de manipular a los medios de comunicación, pero, en definitiva, el verdadero objetivo somos nosotros.

El contenido en sí es irrelevante para ellos. Lo importante es lanzar mensajes lo suficientemente impactantes como para destacar entre el resto de los contenidos en internet. Así, se vuelve casi imposible enfocar nuestra atención o distinguir qué es real y qué es una simple provocación. ¿A qué debemos reaccionar y a qué no? Dejar de escuchar no es una opción, porque algo puede ser verdad y tener un impacto real en la vida de las personas. Pero tomarlo todo en serio es caer en una trampa. En un ensayo para The New York Times del 4 de febrero, el comentarista político Ezra Klein dice: «El enfoque es una sustancia fundamental de la democracia. Es, en particular, la sustancia de la oposición.» ¿Cómo ser oposición sin enfoque? ¿Cómo ser oposición si estamos constantemente indignados? Pero… ¿cómo no indignarse?

En este grupo de “líderes” predomina un tipo de inteligencia oportunista, más intuitiva que estratégica que les permite salirse con la suya. Es la lógica del que descubre que, si desafía los límites con suficiente descaro, la norma termina adaptándose a él. Y Trump es su máximo exponente.

Su forma de negociar no busca acuerdos, sino imponer una nueva percepción de lo posible. La estrategia es clara: lanzar una propuesta extrema e inaceptable que genere caos y paralización. Luego, reduce la apuesta a algo que sigue siendo perjudicial, pero que, en comparación con la amenaza inicial, parece hasta razonable. Al final, lo que antes era impensable se convierte en la opción menos mala. Es decir, al negociar con estos tipos, ya perdiste de entrada.

Un ejemplo evidente son las recientes declaraciones de Trump sobre Gaza. Cuando sugiere que Estados Unidos debería asumir la «propiedad» del territorio para convertirlo en «la Riviera de Oriente Medio», no está formulando una política realista, sino aplicando tácticas más propias de una negociación inmobiliaria que de la diplomacia. No hay posibilidad de que esa idea se materialice, pero sus palabras ya han generado consecuencias, como denuncia elocuentemente Yair Golan en su texto en Haaretz: “Hablar de transferencia de población distrae de asuntos urgentes y críticos”.

Su ultimátum sobre los rehenes -«o regresan, o se desatará un infierno»- ¿qué significa realmente? ¿Qué hará en concreto? No importa. Al decirlo, siembra indignación, apoyo, confusión y, sobre todo, abre camino a una nueva realidad, casi siempre peor que la anterior.

¿Reaccionamos? ¿Nos indignamos? ¿Negociamos? ¿Contraatacamos? Todo parece una trampa y nada parece funcionar. El ensayo de Ezra Klein que mencioné tiene como título “No le creas”, y en él dice que la clave no es solo lo que estos líderes hacen, sino cómo logran que los demás actúen en función de la realidad que ellos imponen. El verdadero peligro es cuando Trump (o cualquiera de sus versiones) nos convence de que tiene poderes que en realidad no tiene. Que, al actuar como si fuera un rey, nosotros mismos lo convertimos en uno al creerle.

Con el tiempo, lo que antes te generaba una respuesta visceral deja de sorprenderte de la misma manera y no sé si la sensibilidad inicial vuelve en algún momento. Por un lado, lo positivo es que aprendés a ver más allá de las palabras. Sabés que es parte del juego, que así es como operan. Lo importante es buscar formas efectivas de combatirlo con estrategia, sin caer en la reacción inmediata que ellos mismos buscan provocar. Discernir qué merece nuestra energía y atención es el mayor desafío.

Pero lo que más me asusta es la facilidad con la que estas ideas quedan flotando en el aire, sueltas, disponibles. Porque una vez que entran en circulación, aunque parezcan absurdas o sean rechazadas al principio, ya empezaron su recorrido. Alguien, en algún lugar, las está escuchando por primera vez. Y con el tiempo, lo que era impensable deja de serlo. Así es como se abre el camino para que lo que parecía imposible termine sucediendo.